El establecimiento del
santo rosario en forma tan milagrosa guarda cierta semejanza con la manera de que
se sirvió Dios para promulgar su ley en el monte Sinaí y manifiesta claramente
la excelencia de esta maravillosa práctica. Santo Domingo, iluminado por el Espíritu
Santo e instruido por la Santísima Virgen y por su propia experiencia, dedicó
el resto de su vida a predicar el Santo Rosario, con su ejemplo y su palabra,
en las ciudades y los campos, ante grandes y pequeños, sabios e ignorantes, católicos
y herejes. El Santo Rosario —que rezaba todos los días— constituía su
preparación antes de predicar y su acción de gracias después de la predicación.
Se preparaba el Santo, detrás del altar
mayor de Nuestra Señora de París, con el rezo del Santo Rosario para predicar
en la fiesta de San Juan Evangelista, cuando se le apareció
la Santísima
Virgen y le dijo: " Aunque
lo que tienes preparado para predicar sea bueno, aquí, te traigo un sermón
mucho mejor." Santo Domingo recibe, de manos de María, el escrito
que contiene el sermón, lo lee, lo saborea, lo comprende y da gracias por él a
la Santísima Virgen. Llega la hora del sermón, sube al púlpito y, después de no
haber recordado, en alabanza de San Juan, sino que había merecido el guardián de
la Reina del Cielo, dijo a la asamblea de nobles y doctores, que habían venido
a escucharlo y estaban acostumbrados a oír solo discursos ingeniosos y pulidos,
que no les hablaría con palabras elocuentes de la sabiduría humana, sino con la
sencillez y fuerza del Espíritu Santo.
Les predicó el Santo
Rosario, explicándoles palabra por palabra, como a niños, la salutación
angélica, sirviéndose de comparaciones muy sencillas, leídas en el escrito que
le diera la Santísima Virgen.
Aquí están las palabras del sabio Cartagena, que él tomó,
en parte, del libro del Beato Alano de la Rupe titulado De Dignitate Psalterii:
Afirma el Beato Alano que su Padre, Santo Domingo, le dijo un día en una
revelación: “¡Hijo mío! Tú
predicas. Pero para que no busques la alabanza humana, sino la salvación de las
almas, escucha lo que me sucedió en París: Debía predicar en la Iglesia Mayor
de Santa María, y quería hacerlo ingeniosamente, no por jactancia, sino a causa
de la nobleza y dignidad de los asistentes. Mientras recitaba mi salterio (es decir, el rosario), según mi costumbre,
durante la hora que precedía al sermón tuve un éxtasis. Veía a mi amada Señora,
la Virgen María, que, ofreciéndome un libro, me decía: Por bueno que sea el
sermón que vas a predicar, aquí te traigo una mejor!
Muy
contento, tomé el libro, lo leí todo, y, como María lo había dicho, encontré lo que debía predicar. Se lo
agradecí de todo corazón. Llegada la hora del sermón, subí a la cátedra
sagrada. Era la fiesta de San Juan, pero sólo dije del apóstol que mereció ser
escogido para guardián de la Reina del cielo. En seguida hablé así a mi
auditorio: ¡Señores
e ilustres maestros! Estáis acostumbrados a oír sermones sabios y elegantes.
Pero no quiero dirigiros doctas palabras
de sabiduría humana, sino mostraros el Espíritu de Dios y su poder.” Entonces,
añade Cartagena, siguiendo al Beato Alano, Santo Domingo les explicó la
salutación angélica mediante comparaciones y semejanzas muy sencillas.
El
Beato Alano —como dice el mismo Cartagena— relata muchas otras apariciones del Señor y de la Santísima Virgen a
Santo Domingo para instarle y animarle más y más a predicar el Santo Rosario, a
fin de combatir el pecado y convertir a pecadores y herejes. Oigamos este
pasaje: “El Beato Alano refiere que la Santísima Virgen le reveló que
Jesucristo, su Hijo, se había aparecido después de Ella a Santo Domingo y le
había dicho: “Domingo, me alegro de que no te apoyes en tu sabiduría y de que
trabajes con humildad en la salvación de las almas sin preocuparte por
complacer la vanidad humana. Muchos predicadores quieren desde el comienzo
tronar contra los pecados más graves, olvidando que antes de dar un remedio
penoso es necesario preparar al enfermo para que lo reciba y lo aproveche. Por
ello deben exhortar antes al auditorio al aprecio de la oración, y
especialmente a mi salterio angélico. Porque, si todos comienzan a rezarlo, no
hay duda de que la clemencia divina será propicia con los que perseveren.
Predica, pues, mi rosario”.
En otro lugar dice el
Beato Alano: “ Todos los predicadores hacen
rezar a los cristianos la salutación angélica al comenzar sus sermones para
obtener la gracia divina. La razón de ello es una revelación de la santísima
Virgen a Santo Domingo: “Hijo mío —le
dijo—, no te sorprendas de no lograr éxito en tus predicaciones,
porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Recuerda
que, cuando Dios quiso renovar al mundo, envió primero la lluvia de la
salutación angélica. Así se renovó el mundo. Exhorta, pues, a las gentes en tus
sermones a rezar el rosario, y recogerás
grandes frutos para las almas.” Hízolo
así el Santo constantemente, y obtuvo notable éxito en sus predicaciones.(Puedes leer esto en el “ libro de los milagros del santo rosario” escrito en
italiano, y en el discurso 143 de Justino).
Me he complacido en citarte palabra por
palabra los pasajes de estos serios autores en favor de los predicadores y
personas eruditas, que pudieran dudar de
la maravillosa eficacia del Santo Rosario. Mientras los predicadores —
siguiendo el ejemplo de Santo Domingo — enseñaron la devoción del Santo Rosario,
florecían la piedad y el fervor en las órdenes religiosas que lo practicaba y
en el mundo cristiano. Pero,
cuando
empezó a descuidarse este regalo venido del cielo, sólo vemos pecados y
desórdenes por todas partes.
“El Secreto Admirable del Santísimo Rosario”
San
Luis María Grignion de Montfort
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