“… tanto la piedad como el amor
aun repitiendo muchas veces
las mismas palabras, no por eso
repiten siempre la misma cosa,
sino que siempre expresan algo nuevo,
que brota del íntimo sentimiento
de caridad. Además, este modo de orar
(el Santo Rosario) tiene el perfume de la
sencillez evangélica y requiere
la humildad del espíritu, sin el cual,
como enseña el Divino Redentor,
nos es imposible la adquisición del reino
celestial: ´´en verdad os digo que si no os
hiciereis pequeños como los niños, no
entraréis en el reino de los cielos´´”.
(Encíclica “Ingravescentibus Malis”,
De
S.S. Pío XI, del 29 de septiembre de 1937)
EL SANTO ROSARIO
en el Magisterio de la Iglesia
El Santo Rosario es una devoción tan
popular entre el pueblo católico que casi no parece necesario hablar de ella.
En los países hispanoamericanos el Rosario es un elemento cotidiano. Se lo
puede ver en los hogares, en los automóviles, en los locales comerciales, solo
o acompañando imágenes piadosas. Como parte de los hábitos religiosos, en las
salas de los hospitales, en las ermitas dedicadas a la Virgen, en las
estaciones de trenes, colectivos y hasta en los modernos aeropuertos. En los
caminos, en las plazas, en las hornacinas que decoran las casas de los fieles,
frecuentemente las más pobres, con imágenes piadosas. En los santuarios
marianos se pueden ver enormes pilas de ellos que a modo de humildes exvotos,
el pueblo fiel deja en honor a la Virgen, en agradecimiento o solicitando
favores.
También el nombre Rosario es muy común,
principalmente entre las niñas. Se lo ve en la ciudad y en el campo. Entre
practicantes y entre creyentes que no se acercan a las iglesias o sólo van para
las fiestas mayores. Un pueblo al cual ya poco se le predica y que aun
sufriendo el proselitismo de las sectas, sigue fiel al Rosario como un objeto
al que se le debe veneración.
Aún con las falencias y los no pocos
desvíos hacia la superstición que pudieran objetarse en muchas de estas
prácticas entre los menos ilustrados, parece un signo de predestinación, como dice el Papa Pío
XII, el que la antigua tradición católica y mariana de Hispanoamérica nos
preceda con la universal presencia del
Santo Rosario.
Quisiéramos
dedicar este espacio a la palabra del Magisterio de la Iglesia sobre el
Rosario:
A primera vista, se trata de una devoción
simple y no muy antigua, ya que su gran difusor, Santo Domingo de Guzmán, la
popularizó hacia finales del siglo XII en el mediodía francés principalmente,
durante su cruzada contra los cátaros y albigenses. Sin embargo esta
simplicidad es engañosa y tampoco es tan moderna la práctica del también
llamado Breviario de la Virgen.
Un repaso a vuelo, de los documentos
magisteriales más importantes da cuenta en los tiempos modernos de más de 15
encíclicas dedicadas exclusivamente a la devoción del Santo
Rosario. Un número inusual que hace que el tema figure entre los más recurridos
del Magisterio Ordinario de los Sumos Pontífices. El celo del Papa León XIII,
quien con gran asiduidad con motivo de la festividad del Rosario en el mes de
octubre le dedicó una breve carta Papal, ha engrosado considerablemente esta
lista. Es por eso que, siendo el abanderado
de la devoción del Rosario, más adelante, reproduciremos en su
integridad, su encíclica Supremi
Apostolatus del 1 de octubre de 1883, en donde
inagura esta serie de documentos y de la cual los otros son en gran medida
apéndices, complementos o recordatorios.
EL ROSARIO, remedio
en las crisis y peligros
El Rosario aparece principalmente
vinculado con los momentos de crisis graves y peligros inminentes para la
Iglesia o para la civilización cristiana: la rebelión albigense, el cisma de
Occidente, la invasión de los turcos detenida por mar en Lepanto y por tierra
en Viena, las Guerras Mundiales, Viena nuevamente, con el retiro de las tropas
rusas de Austria después de los ruegos públicos mediante el rezo del Santo
Rosario…
Otros hechos a los que el Rosario está muy
vinculado son las apariciones de la Santísima Virgen, que con motivo de
anunciar castigos o prevenir su realización por medio de la penitencia y la
oración, se han sucedido de un modo extraordinario en los siglos modernos: La
Sallete, Lourdes, y especialmente Fátima son paradigmas de estas apariciones. En
todos los casos los videntes fueron pastorcitos, personas rústicas, sin mucha
formación en la doctrina, pero almas puras y amantes del Rosario. En todos los
casos el Rosario estuvo presente de un modo u otro, siendo el caso de Fátima el
más representativo, ya que en su mensaje explícitamente la
Virgen da el Rosario como medio extraordinario para la salvación del mundo.
De allí que la fiesta
específica que celebramos el 7 de octubre (aniversario
de la batalla de Lepanto) fuese denominada desde su inicio como de Nuestra
Señora de las Victorias,
en
recuerdo de las conseguidas por el patrocinio de la Santísima Virgen en trances
críticos de la Cristiandad y luego rebautizada como Fiesta de Nuestra Señora
del Santo Rosario, en
más directa alusión a la devoción propiamente dicha.
EL SANTO ROSARIO
y los males de estos tiempos
La advocación Auxilium Christianorum
(Auxilio de los Cristianos) incluida por
el Papa San Pío V en las Letanías Lauretanas, se vincula a aquella batalla
crucial para la salvación del Occidente cristiano. A esta relación aluden casi
unánimemente los documentos pontificios dedicados al tema:
“La historia antigua y moderna y los fastos más memorables de la
Iglesia recuerdan las preces públicas y privadas dirigidas a la Virgen
Santísima, como los auxilios concedidos por Ella; e igualmente en muchas
circunstancias la paz y tranquilidad públicas, obtenida por su intercesión. De
ahí esos excelentes títulos de
Auxiliadora, Bienhechora y Consoladora de loa cristianos; Reina de los
ejércitos y Dispensadora de la paz, con que se la ha saludado. Entre todos los
títulos es muy especialmente digno de mención
el de Reina del Santísimo
Rosario, por el cual han sido consagrados perpetuamente los insignes
beneficios que le debe la cristiandad.”
Y
también: “La
eficacia y el poder de esa oración se
experimentaron en el siglo XVI, cuando los innumerables ejércitos de los turcos
estaban en vísperas de imponer el yugo de la superstición y de la barbarie a
casi toda Europa. Con este motivo el Soberano Pontífice Pío V, después de
reanimar en todos los Príncipes
cristianos el sentimiento de la común defensa, trató, en cuanto estaba a su
alcance, de hacer propicio a los cristianos a la todopoderosa Madre de Dios y
de atraer sobre ellos su auxilio, invocándola por medio del Santísimo Rosario.
Este noble ejemplo que en aquellos días se ofreció a tierra y cielo, unió todos
los ánimos y persuadió a todos los corazones; de suerte que los fieles
cristianos dedicados a derramar su sangre y a sacrificar su vida para salvar a
la Religión y a la patria, marchaban, sin tener en cuenta su número, al
encuentro de las fuerzas enemigas reunidas no lejos del golfo de Corintio:
mientras los que no eran aptos para empuñar las armas, cual piadoso ejército de suplicantes, imploraban y saludaban a
María, repitiendo las formulas del Rosario y pedían el triunfo de los
combatientes”.
Otro de los temas tópicos de las
encíclicas es el del Rosario como arma de eficacia inusual
contra los errores y las
herejías que ha herido el Cuerpo Místico desde su origen mismo: “Ninguno de
vosotros ignora, Venerables Hermanos, cuántos sinsabores y amarguras causaron a la Santa Iglesia de Dios a fines del siglo
XII los heréticos Albigenses, que, nacidos de la secta de los últimos maniqueos
llenaron de sus perniciosos errores al Mediodía de Francia, y todos los demás
países del mundo latino, y llevando a todas partes el terror de sus armas,
extendían por doquiera su dominio con el exterminio y la muerte” (León XIII, Supremi Apostolatus).
La alusión a los males del tiempo presente
y el recuerdo de los peligros conjurados es constante. Sería innecesario
repetir las citas. Sin embargo parece útil al propósito recordar las
palabras de la encíclica del Papa Pío XII Ingravescentem Malorum (Los males
que se agravan). En ella el Sumo Pontífice nos recuerda que aun “considerando
la gravedad de tan grandes conflictos” es
necesario no desanimarse, “sino que recordando aquellas divinas palabras:
pedid y se
os dará, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán, acudid solícitos y con más viva confianza a la
bienaventurada Virgen Madre de Dios a la cual siempre recurrió el pueblo
cristiano en los momentos angustiosos, como quiera que Ella ha sido hecha causa
de salvación para todo género humano…
“Nos es conocida a
fondo la eficacia y la fuerza de esta devoción para alcanzar el auxilio
maternal de María. Y aunque no sea éste ciertamente el único medio que exista
para merecer semejante protección, sin embargo creemos que por el rezo del
Rosario, conforme persuade su origen más divino que humano y la misma razón lo
indica, ha de conseguirse óptima y abundantemente”.
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