Acordaos, ¡oh Nuestra Señora de
Fátima!, que jamás se oyó decir,
que ninguno de cuantos han acudido a vuestra protección, implorando vuestra
asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con
esta confianza, a Vos también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo
bajo el peso de mis pecados, me atrevo a aparecer ante vuestra presencia
soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes bien,
escuchadlas y aceptadlas benignamente. Amén.
¡Ave María Purísima, sin pecado concebida!
Haced, Señora, seamos numerados
entre tus siervos y bienaventurados.
Salve a tus amantes tu
potencia,
para que consigamos la celestial herencia.
Rígenos, Señora,
enteramente,
y guárdanos de la infernal serpiente.
Todos los días te
alabamos,
y alabarte por siempre deseamos.
Dignaos,
¡oh dulcísima María!,
Conservarnos en gracia y vida pía.
Misericordia, Señora,
te pedimos:
por misericordia, Señora,
a ti gemimos.
Hágase tu misericordia
en tus amantes,
pues en ti confían firmes y constantes.
En ti, María
dulcísima, esperamos;
en ti siempre y para siempre
confiamos.
Padre
Celso Mejido Díaz
Misionero del Sagrado Corazón.
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