A muchos les parece
demasiado vaga y casi vacía esta frase tan divinamente bella y profunda. Sin
duda es por no haberse dado suficientemente cuenta de la estrecha conexión que
guardan estos dos términos: A Jesús por María. No
han advertido aún suficiente que la Santísima Virgen es, en realidad, el camino
recto y seguro para ir a Jesús.
Vamos a declarar este hermoso axioma y a
manifestar como María es realmente y en toda la extensión de los términos el
camino para ir a Jesús.
¿Existen muchos caminos para ir al Corazón de Jesús?
No, desde luego; sólo
existe uno y es la caridad.
Pero, ¿Existen diversos medios para
conseguir la caridad? Tantos como ejercicios piadosos y sacramentos por medio de los cuales se comunica la gracia.
Y para adquirir la caridad perfecta, la de
los santos, o en otros términos, la santidad, ¿se dan también distintos medios?
No se da sino un solo medio, un solo camino, señalado por nuestro Señor
Jesucristo.
El fin que
se ha de alanzar es único: Jesucristo;
El camino que a Él nos conduce es único: la virtud;
El medio para adelantar es único: la gracia.
Luego, si el medio único es la gracia,
tendremos que buscarla donde Dios la tiene depositada para ser distribuida a
los hombres.
Y este divino deposito no es sino el alma de
Aquella que fue saludada por el Ángel “llena de gracia”. Y
siendo Ella solo quien posee la plenitud de la gracia, sólo Ella puede hacernos
participantes de la misma, puesto que –en expresión de San Bernardo-, tal es la
voluntad de Dios, que quiso que todas las gracias nos vengan por María.
Doctrina que ha dado lugar a esta aserción teológicamente cierta y por
desgracia hasta ahora muy poco estudiada: “La devoción a la Santísima Virgen es moralmente necesaria para la salvación y absolutamente necesaria para llegar a la santidad”.
Por consiguiente, para llegar a poseer a
Jesús es indispensable poseer a María; para participar de los tesoros del
Salvador es preciso que la divina Tesorera nos los distribuya: para parecernos
a Jesús hay que parecerse a María.
¿Por qué este intermedio?
Jesucristo
es realmente nuestro gran modelo; pero así como no quiso venir a nosotros sino
por su Madre, quiere que no vayamos a Él sino por María.
El camino,
claro, es uno solo, a saber: el ejemplo de Jesús
reproducido en nosotros por la práctica de la virtud.
Pero,
¿Cómo
reproducir esos ejemplos, ejemplos de un Dios en nosotros, pobres y débiles
criaturas?
Dios mismo nos ha
resuelto el problema.
Entre Él y nosotros ha colocado a los
santos.
En Él se han reunido en toda su plenitud, en
el grado más alto, más perfecto y sublime, todas las virtudes. Pero ¿por qué lado
miraremos esta inmensa plenitud de santidad?... ¿Por dónde comenzar?
Y Dios mismo nos sale al encuentro
proponiéndonos modelos parciales de santidad… nos presenta a los santos. Éste nos refleja algo de
la divina humildad; aquél, su dulzura; el uno, su mansedumbre; el otro, su
pobreza; los hay que son retratados de su mortificación, y quienes copias de su
espíritu de oración.
Son reproducciones imperfectas, desde luego,
pero perfectamente adaptadas a nuestras débiles fuerzas, pues de cada uno de
los santos podemos decir: “Él fue lo que yo soy, y
yo puedo llegar a ser lo que él es”.
Pero los santos, después de todo, no son
sino copias parciales; para darnos una idea en conjunto de la santidad divina
hace falta un modelo, que, sin superar nuestros alcances, sea completo, íntegro
y perfecto; modelo en el cual se reproduzcan y copien sin sombra cada uno de
los misterios y de los rasgos característicos del Salvador, dulcificados y
templados por la ausencia de la divinidad.
Y este modelo perfecto y humano, al alcance de todos, es la Virgen María.
De
Ella pudo hermosamente afirmar el Doctor Angélico: “La Santísima nos ha sido propuesta por Dios como modelo
universal de todas las virtudes”.
Así el culto y la contemplación de las
bellezas místicas de María, reflejo de Jesús, nos acostumbra al culto y a la
contemplación de la divinidad
transparentada en su divino Hijo; el cual de tan suave manera nos prepara y nos
eleva a la visión de la divinidad.
Pues es tanta la debilidad de nuestro
entendimiento- dice muy bien Bossuet- que no puede sostener el brillo de la
divina luz que deslumbra nuestras débiles pupilas, sino que necesita un astro
inferior que nos permita descubrir la superior; un astro pequeño para
mostrarnos el grande.
O como dice el axioma de los santos: ¡A JESÚS POR MARÍA!; o
bien: “Todo por María, nada sin María”.
Con razón, pues, la divina Virgen puede
reproducir las palabras que en sus labios pone la Iglesia santa: “Los que me hallan hallarán la vida”, es
decir, a Jesucristo, que es la verdadera vida: “YO SOY LA VIDA”.
De ahí nace que, por una bella elipsis,
María sea llamada también la VIDA,
toda vez que Ella tiene la vida en su origen, Cristo Jesús, y que por Ella lo recibimos
todo.
¿Comprendes ahora el inefable destino de la Virgen
Inmaculada en la obra de nuestra Redención?
¡Oh María, dulce y divina
María! Conozco y desearía
repetirlo sin cesar, de rodillas y la frente en el polvo, que Vos no sois tan solo el canal, la tesorera y distribuidora de las
divinas gracias.
No sois
tan sólo la Virgen poderosa, misericordiosa y compasiva; sino que ante
todo sois la Virgen modelo, la copia de Jesús, puesta a nuestra
vista para que la estudiemos y la imitemos.
Sois, según la hermosa comparación de San Agustín, el divino molde en que nos debemos
arrojar para ser moldeados conforme a la vida divina, para hacernos semejante a
Jesucristo.
Tal es el camino trazado
por nuestro divino Salvador.
Que nadie me hable de otros caminos distintos;
yo no quiero conocer otro que el seguido y propuesto por el mismo Dios.
¡MARÍA, SIEMPRE
MARÍA!
Yo quiero ir a María;
quiero asemejarme
a María;
quiero
fundirme
en el interior de María;
quiero perderme en María.
Sí, perderme en María para
encontrarme en Jesús, pues quien pudo dar a Dios los rasgos propios del hombre sabrá
también imprimir en el hombre los rasgos de la divinidad y, según la expresión del
Sagrado Libro, vendremos a ser realmente dioses,
dioses formados en María.
Asemejarnos a María, a María llamada Bossuet
en su inimitable lenguaje “un Jesucristo empezado”, es asemejarnos al mismo
Dios.
Repitámoslo una vez más, repitámoslo siempre,
pongámoslo sobre todo en práctica:
A JESÚS POR MARÍA. TODO
POR MARÍA; NADA SIN MARÍA.
Ejemplo
La Santísima Virgen y
María Lataste
Una santa joven, llamada María Lataste, cuya causa de
beatificación esta introducida en Roma, tuvo la dicha de aprender de labios del
mismo divino Salvador la admirable economía de la distribución de las gracias y
de oír la explicación dada por el Señor a las palabras: Ad Iesum per Maríam.
Copiaremos
un notable pasaje de las numerosas revelaciones con que fue favorecida tan
santa alma.
Un día Jesús le
mostro a la Santísima Virgen rodeada de celeste claridad. La Señora se le apareció
en la modesta iglesia de su pueblo delante del altar.
“Yo la miré con atención –escribe
la feliz vidente. Su rostro resplandecía como el sol. Sus
manos despedían brillantes rayos de luz. Su manto, luminoso, era blanco y como
sembrado de estrellas. Su cabellera, caída hacia atrás, estaba cubierta por
maravilloso velo resplandeciente de luz, y sobre la cabeza refulgía una corona
de diamantes más relucientes que los astros del firmamento.
“Esta luz que veía en María
no se podía comparar a ninguna otra luz, fuera de la que he visto en el Salvador. La luz del sol hubiera
palidecido en presencia de la que despedía
María. Y, sin embargo, aunque mis ojos nunca han podido fijarse en el sol,
estaba entonces mirando fijamente a María, sin que sus resplandores me
deslumbrasen. Yo la miraba sin poder dejar de mirarla un instante. Su vista traía
la felicidad a mi alma.
“Me hizo salir de mi
embelesamiento la voz de Jesús, que me decía: “Yo soy para el mundo la fuente
inmensa de salvación, el manantial infinito de las gracias. Pero este manantial
no afluye directamente al mundo: pasa antes por María. Mi Madre es la criatura más
pura, más santa y más perfecta, escogida por Mí desde la eternidad, en unión con
el Padre y el Espíritu Santo, para difundir sobre la tierra los dones del
cielo.
“Hija mía – añadió
en otra ocasión el Señor a su inocente y humilde sierva, ampliando el mismo
asunto-: hija mía, yo estoy colocado entre
Dios y los hombres. Nada pueden éstos alcanzar del Padre sino por Mí. Pero Yo
he puesto a mi Madre entre los hombres y Yo de tal suerte que nada les otorgo
si no es por medio y a causa de mi Madre.
“Pide a mi Madre cuantas gracias
necesites, que Ella seguramente te les alcanzara. Todas las gracias que Dios
otorga a los hombres están en Mí como en inmenso deposito, pero Yo las hago
pasar a mi Santísima Madre como a un nuevo depósito, donde es preciso acudir a
sacarlas. Cuando se pide cualquier gracia, mi Padre consiente. Yo las concedo y mi Madre
la da.
“Sí, hija mía, todo parte de Mí; pero ha de pasar por mi amadísima Madre.
Nada concedo sin que lo conceda Ella, y hasta el fin de los tiempos bendeciré,
rescataré, y salvaré a los hombres, porque los bendecirá, rescatará y salvará
tu Madre por Mí”.
Hasta aquí esa preciosa revelación que nos patentiza el modo como Jesucristo
viene a nosotros por la gracia y nos indica la manera como debemos ir nosotros a
Él.
Ad Iesum per Mariam.
Repitamos, por consiguiente, con resolución:
¡TODO POR MARÍA; NADA SIN MARÍA!
“Espíritu
de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”
R. P. LOMBAERDE (Misionero de la Sagrada Familia)
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