55 PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE EL
ABORTO...que todo argentino debería conocer.
• ¿Tiene la mujer derecho a su propio cuerpo?
Para
difundir con éxito sus propuestas, los partidarios del aborto buscan por todos
los medios encubrir que se trata, lisa y llanamente, de la matanza de seres
humanos inocentes e indefensos.
Para ello utilizan
hábilmente un lenguaje emocional que tiende a despertar lástima o hasta
simpatía por la mujer que práctica el aborto.
Así, por ejemplo, se
refieren al asesinato de un niño no nacido en el seno de su propia madre
simplemente como a la “interrupción de un embarazo no deseado”. O
también, hablan contradictoriamente de “aborto terapéutico”,
como si el embarazo fuese una enfermedad, ocultando que el aborto conduce a la muerte
y no a la cura del nuevo ser en gestación.
A toda costa, los abortistas desean evitar ser señalados como
auténticos homicidas. Son elocuentes y verborrágicos al presentarse como
defensores de los “derechos
de la mujer”, pero pretenden que olvidemos que está
en juego la vida de un ser humano. (Sobre
manipulación semántica en las tácticas pro-aborto, cfr. Dra. Hna. M. Elena
Lugo, en Segunda Jornada de Bioética – “Cuestiones Bioéticas en torno al inicio
de la vida”; Instituto Secular de Schoenstatt Hermanas de María Argentina,
12-10-2000, y otros.)
Así
describió Julián Marías esta realidad:
“A veces se usa una
expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice
que es la interrupción del embarazo (...) La horca o el garrote pueden llamarse
interrupción de la respiración, y con un par de minutos basta. Cuando se
provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más
considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el
niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser
sorprendido por la muerte”. (Cfr. Marías Julián, “La cuestión del
aborto”, en periódico “EL NORTE”, Monterrey, México, 25-11-1999, en “Mitos y
Realidades del Aborto”, op. cit., Mito Nº 1.)
Al mismo tiempo, haciendo una maquiavélica combinación de
omisiones, eslóganes y epítetos, los abortistas pretenden despertar las más
injustas antipatías contra los defensores del niño por nacer. Es lo que
persiguen cuando afirman que los partidarios de la vida están a favor del “embarazo compulsivo” o que buscan imponer “su moral” a toda la sociedad. (Cfr. Dr.
Jack Willke y Bárbara Willke, “Aborto, preguntas y respuestas”, op. cit, parte
VII: “El impacto social, palabras... palabras... palabras”, pp. 235-240.)
De ahí que resulte indispensable restablecer la verdad,
refutando en este capítulo las principales falacias abortistas.
(27) Si
la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo, interrumpir el embarazo ¿no es un problema personal?
En
principio, aunque no de modo absoluto, es verdadero afirmar que la mujer tiene
derecho sobre su propio cuerpo. Pero, ¡cuidado!, sobre el de ella y no sobre el de otro individuo, como lo es la
criatura que lleva en su seno.
Después de la fecundación, en la intimidad del útero materno
está desarrollándose un nuevo ser humano que tiene derecho a ser protegido por
la ley y, obviamente, por su propia madre.
La privacidad del vientre no autoriza a que se mate dentro de él,
del mismo modo que la intimidad de una vivienda no da derecho a sus
propietarios a cometer un asesinato dentro de los límites de sus muros.
Conviene aclarar, por lo
demás, que el derecho sobre el propio cuerpo tiene sus límites. No está
permitido, por ejemplo, conducir un automóvil en estado de ebriedad o venderse
como esclavo. ¿Por
qué? “Porque
ser dueños del propio cuerpo no justifica cualquier acción” (Cfr. “Mitos
y Realidades...”, op. cit., Mito Nº 4).
Baste
recordar lo que dice San Pablo sobre el derecho mutuo que existe entre los
esposos:
“La mujer no tiene
potestad sobre su cuerpo, sino el marido; e igualmente, el marido no tiene
potestad sobre su cuerpo, sino la mujer.” (Cfr. I Cor.
7, 4.)
(28) ¿Por qué la ley obliga a dar a luz a un hijo no deseado?
Admitir el derecho a
destruir un hijo sólo porque se convirtió en “no deseado”, equivaldría a
legalizar el asesinato para solucionar todas las situaciones indeseadas en la
sociedad.
Más bien los
especialistas deberían abocarse a estudiar los motivos por los cuales, lamentablemente,
una gestación se volvió indeseable y a proponer salidas, como por ejemplo la adopción de
estos niños por parte de familias responsables.
Una mujer embarazada es madre. Su hijo ya existe y una vez
engendrado no puede librarse de él matándolo tan sólo porque no lo desea.
La experiencia ha demostrado, por lo demás, que muchos hijos no
deseados, si se les deja nacer se convierten en muy queridos. (Cfr. “Mitos y Realidades del Aborto”, op.
cit., Mito Nº 1.)
Tómese en consideración
que, cuando se establece la ilegalidad del aborto, tan sólo se busca evitar que
una mujer mate a su hijo mientras éste se está desarrollando en su seno.
(29) ¿No es absurdo obligar a una mujer a llevar a término su embarazo en
el caso de una violación o incesto?
Si ni siquiera el
violador es condenado a muerte a causa de su crimen nefasto, ¿será condenado
a la pena capital el nonato inocente?
Es radicalmente injusto
vengar en la criatura sin culpa alguna el crimen del padre y constituye una
monstruosidad mucho más grave que la misma violación.
Alentar los abortos -por lo demás- es una falsa solución.
El combate a la inmoralidad pública y el fortalecimiento de la institución
familiar es lo que contribuirá eficazmente a evitar la propagación de las
violaciones y los incestos.
Por lo demás, es muy raro que una mujer quede embarazada a raíz
de una violación. (Cfr. Dr. Jack Willke y Bárbara
Willke, “Aborto, preguntas y respuestas”, op. cit. p. 145 a 153.)
Las estadísticas realizadas en los últimos años por el Centro de
Ayuda a la Mujer en Méjico demuestran que sólo en el 2,2 % de los casos figuró
la violación como una de las razones para recurrir al aborto. (Cfr. “Centro de Ayuda a la Mujer, Informe
de Méjico en el seguimiento Beijing +5”, cap. La mujer y la Salud, p.1 y
Estadísticas Nacionales, Méjico, 1989-1999, en “Mitos y Realidades del Aborto”,
op. cit., Mito Nº 1.)
LIBERTAD Y EL ESTADO
(30) ¿Impedir la práctica del aborto, no sería ejercer violencia contra
la mujer víctima de la violación?
Pues
en ese caso sufriría dos traumas: el primero, por parte del criminal, y
después, por parte del Estado autoritario que la obligaría a tener un hijo,
imagen viva del violador...
Tan sólo mentes enfermas pueden imaginar que el trauma
resultante de una violación puede solucionarse con un trauma mil veces más
grave, como es el asesinato de un niño inocente e indefenso.
En
el trauma de una violación la víctima no tuvo la culpa y sabe que no la tiene.
Ante el trauma eventualmente causado por la “imagen viva” del criminal, la madre también sabe que el hijo
es inocente y que eso no es más que una mera asociación de imágenes.
Si tal asociación fuera muy dolorosa, ella podría apartarse de
su bebé entregándolo a personas o instituciones que deseen adoptarlo.
Si decide asumir la crianza de su hijo, se sentirá elevada y
dignificada a sus propios ojos, porque sabrá que está practicando un acto noble
y meritorio. Tendrá, además, la compensación psicológica que se desprende de la
convicción del deber cumplido.
(31) Si
se tratase de una niña o adolescente, ¿se la obligará a tener el hijo y a hipotecar su futuro?
Como ya fue dicho varias veces, jamás un crimen puede ser
propuesto como una solución para cualquier conflicto, por más complicado que
éste fuera.
Hay que contemplar, por lo demás, los gravísimos problemas de
orden espiritual y psicológico provocados por el aborto en las mujeres y cuánto
se agravan los mismos al tratarse de una niña o una adolescente.
Abortar
a un niño que se lleva en las entrañas, eso sí es “hipotecar el
futuro”. Darlo a luz con la
confianza puesta en Dios, aún en las condiciones difíciles de las que estamos
tratando, permitirá llevar con serenidad y tranquilidad de conciencia una
existencia digna.
(34) Cuando
se encuentra en peligro la vida de la madre, ¿no conviene interrumpir el embarazo?
El
fin no justifica los medios. El homicidio voluntario del bebé por nacer
teniendo en vista alcanzar presumiblemente un buen resultado (la salud o
vida de la madre) nunca puede justificarse.
Un médico que atiende a una mujer embarazada tiene, en realidad,
dos pacientes. No hay nada de “terapéutico” (del
griego therapeia, “tratamiento”, “cura”) en el acto de matar voluntariamente a uno
de los dos. El Prof. Charles
E. Rice, de la Facultad de Derecho de Notre Dame, Francia, afirmó:
“No existe una situación en la que el aborto sea médicamente
necesario para salvar la vida de la madre” (Cfr.
Charles E. Rice, 50 “Question on abortion, authanasia and related issues”,
Notre Dame, IN; Cashel Institute, 1986, p. 37).
Del
mismo modo, el Dr. Roy S. Hefferman, de la Tufts University, EE.UU., declaró en
un congreso del Colegio Norteamericano de Cirujanos: “Quien
practica un aborto terapéutico ignora los métodos modernos en los casos de
complicaciones de embarazos o simplemente no tiene voluntad de tomarse el
tiempo necesario para utilizarlos” (Cfr. John
L. Grady, MD, “Abortion Yes or No”, Belmont, MA, American Opinion, sin fecha,
p. 11).
Así
se expresa el biólogo José Botella Llusia, Catedrático de Obstetricia y
Ginecología de la Universidad Complutense de Madrid:
“Los progresos de la medicina han sido tales que hoy día
cualquier cardiópata puede sobrellevar un embarazo y las más graves
complicaciones de la preñez pueden ser resueltas sin necesidad de
interrumpirla. El aborto terapéutico, con el problema que planteaba condenar a
un ser inocente para salvar la vida de otro, puede considerarse afortunadamente
como un dilema ya obsoleto”. (Cfr.
“Razones de un biólogo”, “Ya”, 4-11-1979, Madrid, en “Acción Familia”, “Tópicos
abortistas”, Imp. Lit. E.H. Erro, .España, 1983).
La misma Organización Mundial de la Salud reconoció que
prácticamente no existen ya enfermedades afectables por el embarazo. (Cfr. “Acción Familia”, “Tópicos
abortistas”, op. cit., p. 67).
La
práctica del aborto en tales circunstancias, por lo demás, está expresamente
prohibida por la moral católica:
“No es lícito provocar el
aborto, ni siquiera para salvar la vida de la madre o el honor de una joven
víctima de violación.” (Cfr.
Denzinger 1184, 2243-2244, en Fr. Antonio Royo Marín, O.P., “Teología Moral
para Seglares”, Tomo I, B.A.C., Madrid, 1957, p. 433).
(35) Y
si la madre necesita tomar un remedio o ser operada durante el embarazo, lo que
terminará provocando la muerte del feto, ¿se debe dejar morir a la mujer para salvar la vida del nonato?
Para
responder la pregunta es necesario hacer una distinción entre el aborto directo
e indirecto.
El directo no es lícito, pues por mejor que sea el fin que se
pretenda alcanzar -proteger
la salud de la madre o curarla-, nunca se puede realizar un acto
intrínsecamente malo, como lo es provocar expresamente la muerte del embrión.
El segundo
es lícito, pues sobreviene como una consecuencia indirecta, no inmediata “de un
medicamento o de un acto médico (la
extirpación de un cáncer de útero, por ejemplo) para curar una enfermedad de la madre. Aquí resultan dos
efectos de una misma acción: uno bueno (salud
de la madre), otro malo, (la muerte del feto). De estos dos efectos, uno es el buscado, y otro es el que
puede seguirse del anterior, pero de un modo incidental”.
Tómese en consideración, sin embargo, que no debe existir otro
medio de obtener la curación de la madre y que debe haber una razón
proporcionalmente grave para intentarlo. (Cfr. “Acción Familia”, op. cit., p. 68.)
Sobran
ejemplos para demostrar lo que una buena madre decidiría ante la difícil
situación de decidir entre su vida o la del niño. Transcribimos un hermoso y
actual testimonio a imitar:
“El 27 de enero de 1993
moría en Italia a los 28 años, Carla Levati de Ardenghi, 'ocho horas después de
haber dado a luz un niño que quiso traer al mundo pese a que los médicos le
aconsejaron un aborto para operarla de cáncer. La mujer llegó al parto en
estado de coma, después de meses de grandes sufrimientos físicos soportados
para evitar que los fármacos que podían calmarle el dolor dañaran al feto que
llevaba en su seno (...) Morir antes que matar. De acuerdo con su marido,
Valerio Ardenghi, un albañil, Carla prefirió el sufrimiento y dar a luz al
nuevo hijo. Su esposo escribió en estos meses un diario de las angustias y
dolores vividos día por día. En una de las últimas páginas escribió: 'Gracias
Carla, por haberme convertido en un hombre'(...) El último deseo de Carla fue
que su segundo hijo fuera bautizado en la pequeña iglesia de la Virgen de
Roveri, donde mañana por la tarde se realizarán sus funerales. Yo también te
digo, sin haberte conocido: ¡Muchas gracias, Carla!...” (Cfr. Jorge
Scala, “IPPF, La Multinacional de la Muerte”, J.C. Edic., 1995, Rosario, Santa
Fe, p. 345).
• Aspectos
económicos y demográficos (I)
(32) Los
hijos de madres adolescentes, ¿no quedan especialmente
sujetos a la pobreza, al resentimiento y al odio? Una niña no sabrá educar a
sus hijos, ¿no es mejor entonces abortarlos?
Las madres adolescentes
que ni siquiera cuenten con el apoyo o la colaboración de su familia, pueden
entregar sus hijos a padres adoptivos dedicados.
Los hechos demuestran que
es mayor el número de matrimonios deseosos de adoptar que el de niños de madres
adolescentes, lo que facilitaría encontrar una solución al problema.
En los EE.UU. más de dos
millones de pedidos de adopción quedan cada año sin atender. Esta cifra debe
ser duplicada o triplicada porque estas parejas adoptarían dos o tres niños si
se los otorgaran. Y, de acuerdo al Comité Nacional de Adopción, hasta hace
algunos años atrás, solo sesenta y cinco mil criaturas se encontraban
anualmente disponibles para ser adoptadas.
Por lo tanto, es evidente
que los niños nacidos de madres adolescentes tendrían grandes posibilidades de
ser bien cuidados y educados.
Algunos líderes de movimientos
abortistas critican el sistema de adopción, afirmando que el mismo desconoce
los derechos de la madre sobre sus hijos biológicos.
Aquí
debemos aclarar que todo derecho sobre un ser humano implica necesariamente
reciprocidad: el niño también tiene derecho a ser bien atendido por la
madre. Y no solamente después del nacimiento, sino a partir de su concepción.
Los
abortistas, que niegan ese derecho a los no nacidos, defienden hipócritamente
los derechos de las madres contra el sistema de adopción que contribuye a
eliminar los abortos.
Para mostrar con mayor claridad el absurdo del argumento
abortista (de
que los hijos de madres adolescentes corren mayores riesgos de sufrir la
pobreza que los hijos de madres adultas) basta mencionar los resultados de un
estudio basado en 375 mil niños de Norteamérica: a los 30 años, hijos nacidos
de madres adolescentes estaban ganando, en promedio, lo mismo que los hijos de
madres adultas.(
Cfr.
Josefina J. Card, “Long-Term Consequences for Children of Teenage Parents”,
Demography, vol. 18, nº 2, mayo/1981, pp. 137-156).
¿Qué valor y credibilidad tienen entonces esas predicciones
desastrosas de los abortistas acerca de los hijos de madres adolescentes? Ninguna.
(33) ¿El aborto no constituye un medio eficaz para evitar la explosión
demográfica especialmente en los países subdesarrollados que no pueden
alimentar a toda la población?
En
ningún caso una práctica criminal como el aborto debe ser aceptada para
solucionar reales o imaginarios problemas de la sociedad contemporánea.
De todas maneras, no hay la menor base científica para sustentar
que el aumento de la población mundial puede llevar a una crisis alimenticia de
proporciones catastróficas, al punto de “obligar”
al hombre a recurrir al exterminio de sus
semejantes para sobrevivir.
En efecto, jamás se confirmaron las predicciones –como
las del célebre Malthus a finales del siglo XVIII o las del Club de Roma en la
década del cincuenta- que anunciaban “que la vida humana sobre
la tierra era insostenible porque la población aumentaba en progresión
geométrica [multiplicándose] mientras la producción de alimentos crecía solo en
progresión aritmética [sumándose]”. (Cfr.
Belaunde Moreyra, José, “Superpoblación versus Despoblación en el Tercer
Milenio”, Diario “Gestión”, Perú, martes 11 de Enero del 2000, p. 23).
Sin tomar en
consideración los numerosos datos que demuestran la existencia hoy de una
superproducción de alimentos, baste decir que el profesor Donald Bogne “ha probado que
teóricamente los agricultores del mundo pueden alimentar una población 40 veces
más grande que la actual”. (Cfr. “Time Magazine”, 13-9-1971, en
“Acción Familia”, “Tópicos Abortistas”, Imp. Lit. E.H.Erro, España, 1983).
En
realidad, la verdadera “amenaza que se cierne sobre la tierra no es la
superpoblación sino la subpoblación, ya que la fertilidad promedio de las
mujeres de la mayoría de las naciones del mundo es inferior a la tasa de reemplazo
(2.1 hijos por mujer).”
En
consecuencia del menor número de nacimientos y del aumento de la longevidad, la
población mundial envejece rápidamente con efectos de los más graves para la
sociedad: “la economía entrará en un proceso de recesión crónica (los
jóvenes son los que más consumen), las escuelas
cerrarán por falta de alumnos, los sistemas de seguridad social quebrarán por
falta de aportantes y aumento de beneficiados”. (Cfr.
Belaunde Moreyra, José, op. cit. p. 23). Para mayor información sobre las
campañas antinatalistas promovidas a nivel internacional pueden consultarse los
libros: “Jamás podrán vivir, ni reír, ni amar – Conclusiones de El Cairo”,
María Susana Medina de Fos, Ediciones Gladius, 1995 y “Engaño Mortal”, James
Sedlak – Jorge Scala, Ed. Vórtice, 2000.
(36) ¿No es mucho más brutal dejar que nazca una criatura deformada o
infectada por un virus como el SIDA, que abortarla?
Los
abortistas, que sin ningún escrúpulo relegan a los nonatos a la condición de
desechos, súbitamente sienten pena y piedad por esas criaturas. Sin embargo,
cosa singular, ¡las aman tanto que
desean matarlas!
Es
el mismo y absurdo argumento de que un fin presumiblemente bueno podría
justificar un medio intrínsecamente malo.
La ilegitimidad del
aborto inducido es independiente del grado de infortunio o de cualquier
circunstancia dramática que pueda aquejar a la madre o a la criatura.
Si por causa de riesgos
inherentes a la gestación, los padres tuviesen el derecho de suprimir la vida
del feto, entonces el derecho al aborto existiría para todo y cualquier
embarazo.
Más aún, existiría el derecho de interrumpir la vida después del
parto, cuando la criatura nacida estuviera en una situación de grave adversidad
o de irreparables malformaciones. Esta actitud es evidentemente absurda porque
los individuos minusválidos merecen la misma protección que todos los hombres,
antes y después del nacimiento.
Por
otra parte, el someterse al aborto no librará ni inmunizará a la madre respecto
al HIV.
Además, el test del SIDA solamente resulta positivo al 30 % de
hijos de portadoras de HIV. Esto no significa necesariamente que el virus del
SIDA esté presente en él, sino que demuestra la existencia de los anticuerpos
contra éste, probablemente de la sangre materna, que desaparecerán un tiempo
después del nacimiento. Sometida la madre a un adecuado tratamiento, sólo el 7
% de los niños tendrán probabilidades de contraer esta enfermedad.
Puestas así las cosas, no
tiene ningún sentido argumentar a favor del aborto aduciendo posibles
sufrimientos del niño por nacer, que en muchísimos casos serán evitados gracias
al avance de la medicina.
Proponer la legalización del aborto para estos casos manifiesta
no sólo un desconocimiento científico, sino sobre todo una profunda falta de fe
en la Providencia Divina.
A
propósito de la mal formación del feto como pretexto para la práctica del aborto,
es concluyente el testimonio dado por el jurista Celso Bastos, renombrado
constitucionalista brasileño, en una entrevista a la revista “Catolicismo”:
“Participé de una
discusión en la que un médico, dueño de diversas clínicas, defendía el aborto. Él
decía que con un aparato de ultrasonidos, se puede conocer con un 80 % de
certeza si el feto sufre de mongolismo, en cuyo caso podría ser abortado.
Entonces le pregunté, ya que admitía un 20 % de inseguridad, ¿por qué no dejar nacer a la criatura y matarla después? Entonces tendríamos un 100 % de certeza. El no tuvo respuesta y
se irritó.” (Cfr. “Catolicismo”, San Pablo,
Brasil, nº 525, septiembre, 1994).
(37) ¿Sin embargo, no es sumamente cruel condenar a esos niños gravemente
enfermos o discapacitados a una vida desgraciada, con las consiguientes
complicaciones de todo orden para sus padres?
Sorprende
sobremanera la facilidad con la cual, para justificar el aborto, se supone que
toda persona gravemente enferma o discapacitada prefiere morir a soportar
grandes sufrimientos a lo largo de su vida.
Aún sin tomar en consideración
las sublimes verdades de la Fe, que dan sentido a los mayores infortunios, de
acuerdo a investigaciones bien documentadas “no existen diferencias entre personas
discapacitadas y personas normales en lo referente a grado de satisfacción,
perspectivas en cuanto al futuro inmediato y vulnerabilidad a la frustración”.
En
ese sentido, es revelador el testimonio de W. Peacock:
“A un grupo de 150
pacientes no seleccionados de espina bífida, se les preguntó si sus
deficiencias hacían que la vida no mereciera vivirse, y si se les debería haber
'dejado morir'. La respuesta
unánime fue enérgica: ¡por supuesto que querían vivir!”. (Cfr. W.
Peacock, comunicación personal a D. Shewmon en “Active Voluntary Eutanathia”,
“Issues in Law and Medicine”, 1987; en Dr. Jack Willke y Bárbara Willke,
“Aborto, preguntas y respuestas”, op. cit., p. 209).
Con relación a los
padres, para no abundar en las razones ya expuestas, nos limitamos a narrar el
ejemplar comportamiento del matrimonio Armas, cuya historia se conoció a través
de Internet y que responde cabalmente a esta pregunta.
Julie y Alex Armas
lucharon mucho tiempo por tener un bebé. Julie, una enfermera de 27 años de
edad, sufrió dos pérdidas antes de quedar embarazada del pequeño Samuel. Sin
embargo, cuando cumplió 14 semanas de gestación comenzó a sufrir fuertes
calambres. Una prueba de ultrasonido mostró las razones. El cerebro de Samuel
lucía deforme y la espina dorsal se desprendía de una columna vertebral que
también presentaba anomalías; el bebé sufría de espina bífida y podían decidir
entre un aborto o un hijo con serias discapacidades. Según Alex, el aborto
nunca fue una opción.
Antes de dejarse abatir,
la pareja decidió buscar una solución por sus propios medios y fue así como
ambos comenzaron a solicitar ayuda a través de Internet. Así fue como se
conectaron con el Dr. Joseph Bruner y su equipo que decidieron intervenir al
niño sin sacarlo del útero.
La espina bífida puede
llevar al daño cerebral, generar diversas parálisis e incluso una incapacidad
total. Sin embargo, al ser corregida antes que el bebé nazca, se tienen muchas
más opciones de curación. Aunque el riesgo era grande la operación fue un
éxito.
Un fotógrafo registró la
cirugía practicada al feto de 21 semanas de gestación y captó cómo la criatura
sacó su pequeñísima mano desde el interior del útero de su madre e intentó
sujetar uno de los dedos del médico que lo estaba interviniendo.
Después del nacimiento,
los padres de Samuel dirigieron una carta a todos los amigos que en el mundo se
unieron en oración por el bebé y adoptaron su conmovedora historia como
estandarte de la lucha provida. (Cfr.
“Padres de Samuel dirigen carta a pro-vidas del mundo”, ACI Digital, http://www.aciprensa.com,
11-12-99, en “Mitos y Realidades…”, op. cit., Mito Nº10).
Una
foto de una cirugía en el útero hizo famoso a Samuel Armas incluso antes de que
naciera. Él sigue asombrando hoy.
La vida es “un
valle de lágrimas” y la peor solución es querer
huir de esta realidad, pues pone al descubierto, además de la cobardía, la
falta de Fe y de sentido común.
Es
una utopía utilizar el argumento de la “calidad de
vida” para justificar un aborto. El ya citado Dr. Jerôme Lejeune
recuerda a un colega norteamericano que le hizo esta confidencia:
“Hace unos años mi padre era un médico judío que ejercía su
profesión en Brenau, Austria. Un día nacieron dos bebés en su clínica. Uno era
vigoroso, gozaba de buena salud, daba fuertes gritos. Sus padres estaban muy
orgullosos y contentos. El otro bebé era una pequeña niña, pero sus padres
estaban tristes porque sufría el síndrome de Down. Seguí sus vidas durante casi
50 años. La hija creció en casa y finalmente se la destinó a cuidar a su madre
durante la larga enfermedad que ésta sufrió después de un paro cardíaco. No
recuerdo su nombre. Sin embargo, sí recuerdo el nombre del niño, pues él creció
para matar a millones de personas. Murió en un bunker en Berlín. Su nombre es
Adolf Hitler” (Cfr. Barbara & Jack Willke, “A
genetique choice”, Right to life of greater Cincinnati, Newsletter, Enero de
1966, p. 3.
• Aspectos
económicos y demográficos (II)
(38) La
legalización del aborto
¿no favorecería
la eliminación de las clínicas clandestinas donde se lo practica con gran
riesgo de vida para la mujer?
Con
relación al tema de los abortos clandestinos en el mundo entero se han
manipulado cifras y estadísticas impresionantes... pero que de ningún modo son
confiables.
Así por ejemplo, en Francia se habló hasta el hartazgo de la
existencia de 800.000 abortos clandestinos. Sin embargo solo pudieron ser
computados 150.000 oficiales y un máximo de 100.000 no legales: un “error” de
cálculo del 300 %. (Cfr. “Acción Familia”, op. cit., p.
57-58).
En
ese sentido, es elocuente el testimonio del Dr. Bernard Nathanson, autor de “El Grito Silencioso”, quien en reiteradas
ocasiones se refirió a la descarada manipulación de datos, llevada a cabo por
grupos de presión abortistas con la complicidad de importantes medios de
comunicación, a fin de despertar adhesiones a sus propuestas.
Aunque sabían de la existencia de 100.000 abortos ilegales en
los EE.UU., reiteradamente dieron a los “medios” la cifra de 1.000.000. y a
pesar de que tan solo morían entre 200 y 250 mujeres a causa de los abortos
ilegales, continuamente se difundía que eran más de 10.000.
A fuerza de ser repetidas, estas falsedades terminaron siendo
admitidas por muchos norteamericanos convenciéndolos de la necesidad de
liberalizar el aborto. Una vez aprobado, éste se transformó en el principal
medio para controlar la natalidad en aquel país y el número anual de abortos se
ha incrementado en un 1500% -15 veces más.
Por otra parte, nunca fue
probado que la legalización del aborto haya hecho disminuir el número de
abortos clandestinos. Por el contrario, en aquellos países donde lo fue, no
sólo aumentó progresivamente la práctica del aborto voluntario, sino que no
disminuyó la cantidad de abortos clandestinos.
El
Dr. Christophe Tieze, partidario del aborto, reconoció que:
“no fue alcanzado uno de
los principales objetivos de la liberalización de las leyes sobre el aborto en
Escandinavia que era la de reducir la incidencia de abortos ilegales. Por el
contrario, como se lo puede constatar en diversas fuentes, los abortos legales
e ilegales han aumentado” (Cfr.
Christopher Tietze, MD, “Abortion in Europe”, en Eugene F. Diamond, MD, “This
curette for hire”, Chicago: ATCA Foundation, 1977, p. 68).
Obsérvese también el interesante estudio del Dr. Thomas Hilgers,
“Induced Abortion: A Documented Report” (2ª ed., Minnesota Citizens Concerní
for Life, 1973, cap. 7), en el cual queda
demostrado que, después de la legalización del aborto, el índice de abortos
clandestinos permaneció inalterable en ocho países europeos.
Esto
es comprensible puesto que “muchas personas para evitar la publicidad, los papeleos,
las certificaciones, la inspección pública, con el riesgo de divulgación que
acarrean, se inclinan por la clandestinidad del aborto.” (Cfr. “Acción
Familia”, op. cit., p. 58).
(39) Si
las mujeres con alto poder adquisitivo acuden a clínicas muy bien montadas, ¿por qué las que están por debajo del nivel de pobreza no
reciben una atención gratuita para abortar?
Toda
mujer embarazada, de cualquier condición, está obligada a dar a luz al hijo que
concibió. En ningún caso el aborto
puede ser considerado un derecho cuyo ejercicio deba ser garantizado y hasta
ofrecido en forma gratuita por el Estado.
Lejos de favorecer el
crimen, los gobiernos deberían preocuparse de asegurar las condiciones
materiales para que los no nacidos vengan al mundo y puedan ser criados en
forma digna.
Es sorprendente la
compasión que despiertan las madres pobres en aquellos que propician la matanza
de millones de niños por nacer. Ellos pretenden proteger a las madres pobres
sacando provecho con la muerte de sus hijos...
Si los no nacidos tienen
el mismo derecho a la vida que las madres pobres, ¿en nombre de qué principio uno puede ser asesinado para
supuestamente proteger al otro?
(40) ¿El aborto no sería un mal menor para un hijo de madre soltera o
miserable? ¿No sería peor dejar nacer a esa criatura, que nunca conocerá a su
padre, no tendrá un hogar y probablemente estará destinado a ser un "chico
de la calle" o un delincuente?
Nadie puede decidir la suerte de la vida de
otro basándose en sus propios criterios para determinar el futuro.
No somos adivinos del porvenir de nuestros
hijos, mucho menos de los hijos de otros.
Esa posición revela un espíritu supersticioso
y determinista, que impide formular un juicio objetivo sobre situaciones
concretas y realidades complejas.
Es injusto que un bebé completamente inocente
sea condenado a muerte en razón de dificultades socioeconómicas que deberían
ser solucionadas por otros medios.
Lo que resulta necesario es proteger la vida
en vez de utilizar el recurso hipócrita de lavarse las manos para huir de la
responsabilidad que nos cabe de encontrar remedio a los problemas de los
pobres.
Una vez más, ¿por qué no recurrir a la adopción? O ¿por qué no ayudar a las
mujeres en esas condiciones a contraer matrimonio y a formar un hogar, a fin de
que puedan educar y resolver la situación de los hijos?
"¡Por favor, no maten al niño!",
exclamó en 1994 la Madre Teresa de
Calcuta ante el Presidente de los Estados Unidos Bill Clinton. Y agregó:
"Yo quiero al niño. Por favor denme ese
niño. Estoy dispuesta a aceptar cualquier niño que podría ser abortado y darlo
a una pareja de casados que lo amará y será amada por el niño. Solamente en
nuestro hogar de niños en Calcuta hemos salvado más de 3.000 niños del aborto.
¡Estos niños han traído tal amor y alegría a sus padres adoptivos y han crecido
tan llenos de amor y júbilo!(...)
"Estamos combatiendo el aborto con la
adopción, cuidando a la madre y adoptando a su bebé. Hemos salvado miles de
vidas. Hemos dicho a clínicas, a hospitales y estaciones de policía: Por favor,
no destruyan al niño; lo tomaremos. De manera que siempre tenemos a alguien que
le diga a la madre en problemas: Ven, cuidaremos de ti, le daremos un hogar a tu
hijo. Y tenemos una tremenda demanda de parejas que no pueden tener hijos
(...)" (Cfr. “Palabras de la Madre Teresa de Calcuta
en el Desayuno de la oración nacional en Washington”, en “Mitos y Realidades
del Aborto”, op. cit., Mito Nº 8).
El mal mayor, es necesario insistir,
será siempre el aborto, no sólo para el nonato que se eliminará, sino también
para la propia mujer que aborta, por causa de las secuelas físicas,
psicológicas y morales que llevará consigo.
(41) Los
abortos han continuado aunque no fueron legalizados. ¿El Estado no debería liberarlo una vez que la ley no es
obedecida?
Pretender la eliminación de las
conductas criminales legalizándolas, equivaldría a echar por tierra todo el
orden jurídico de un país.
Así por ejemplo, en la
lógica de la pregunta, una vez que no pueden ser erradicados de la sociedad los
asaltos a mano armada y los homicidios, éstos deberían ser legalizados en
determinadas condiciones...
Por lo demás, no le es
legítimo al Estado renunciar a su obligación de arbitrar todos los medios
necesarios en orden a consignar, sancionar y garantizar adecuadamente el
derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
En efecto, el derecho a
la vida es un derecho fundamental y primario del hombre, sin cuyo
reconocimiento no hay libertad, ni posibilidad de ejercer los demás derechos
naturales, ni tampoco la amplia gama de potestades que, en consecuencia, le
reconoce al individuo la ley positiva.
En consecuencia, resulta
un deber irrenunciable del Estado la sanción de todo acto que implique la
muerte de una persona inocente. En el orden penal, ello implica la represión
del homicidio en todas sus formas y, por cierto, la del aborto, dado que se
trata de una especie de dicho género delictual. (A quien desee profundizar los
aspectos jurídicos del tema recomendamos la lectura del artículo “Aborto y
Derecho” publicado por “Panorama Católico Internacional”, Nº 1, Abril del 2000).
(42) ¿No sería mejor promover los métodos artificiales de control de la
natalidad, inclusive entre los adolescentes, para evitar la proliferación del
aborto? Los anticonceptivos resolverían de raíz el drama del aborto, eliminando
de una vez por todo el problema de los embarazos no deseados.
La mentalidad anticonceptiva destruye
en su raíz el deseo de tener hijos.
Es la razón por la cual, cuando los métodos anticonceptivos
fallan, las personas frecuentemente recurren al aborto como “solución” para
ese “accidente”. Las barreras morales ya
estaban abatidas por la cultura anticonceptiva.
Tanto es así que, quien no practica la anticoncepción, en
general rechaza con más fuerza al aborto.
En
la Encíclica “Evangelium Vitae”, S. S. Juan Pablo II enseña:
“Se afirma con frecuencia
que la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz
contra el aborto. Se acusa además a la Iglesia Católica de favorecer de hecho
el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la
anticoncepción. La objeción, mirándolo bien, se revela en realidad falaz. En
efecto, puede ser que muchos recurran a los anticonceptivos incluso para evitar
después la tentación del aborto. Pero los contravalores inherentes a la ‘mentalidad
anticonceptiva’ -bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y
maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal- son tales que
hacen precisamente más fuerte esa tentación, ante la eventual concepción de una
vida no deseada. De hecho la cultura abortista está particularmente
desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia
sobre la anticoncepción” (Cfr. Juan Pablo II, Encíclica “Evangelium
Vitae”, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, Edic.
Claretiana, Buenos Aires, 1995, nº 13).
La
anticoncepción, por lo tanto, lejos de eliminar los abortos, les abre las
puertas.
En
este sentido, es elocuente que Malcolm Potts, ex-director médico de la
International Planned Parenthood Federation, entidad que financia movimientos
abortistas y de control de la natalidad en todo el mundo, haya declarado en
1973:
“En la medida en que las
personas adoptan métodos anticonceptivos, aumenta, y no disminuye, el número de
abortos.” (Cfr. Andrew Scholberg, “The Abortions
and Planned Parenthood: Familiar Bedfellows”, IRNFP, Vol, IV, nº 4, Winter
1980, p. 298).
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