San Juan Damasceno nació en
Damasco hacia el año 675, fue ordenado sacerdote en Jerusalén antes del año
726, donde fue predicador de la iglesia del Santo Sepulcro, y murió en el año
749. Las circunstancias históricas han hecho especialmente célebre su actividad
como gran defensor de las imágenes durante la herejía iconoclasta; pero lo más
importante en él son la doctrina y universalidad de sus obras, entre las que
sobresalen sus escritos o discursos sobre la Virgen María, animados de un bello
lirismo.
1º Nacimiento de María.
Hoy
el trono de Jesé ha producido un vástago, del que saldrá una Flor divina que se
extenderá por el mundo. Hoy, el que en otro tiempo había puesto las aguas por
encima del firmamento creado sobre la tierra, de una sustancia terrestre ha hecho
un cielo nuevo, mucho más bello y divino que el anterior, por cuanto de él ha
de nacer el Sol de justicia, Aquel que ha creado el otro sol...
¡Cuántos
milagros se reúnen en esta niña, y cuántas alianzas se hacen en Ella! Hija
de la esterilidad, Ella será la virginidad que da a luz; en Ella se consumará la
unión de la divinidad con la humanidad, de la impasibilidad con el sufrimiento,
de la vida con la muerte, para que todo lo que estaba mal sea vencido por lo
bueno. ¡Oh hija de Adán y Madre de Dios! ¡Y todo
esto ha sido hecho por mí, Señor! Tan grande era vuestro amor por mí que
habéis querido, no asegurar mi salvación por medio de los ángeles o cualquier
otra criatura, sino restaurar por Vos mismo lo que Vos mismo habíais creado en
el principio. Por eso yo me estremezco de alegría y estoy lleno de orgullo y,
en mi alegría, me vuelvo hacia la fuente de estas maravillas, y, llevado por
las olas de mi alegría, tomaré la cítara del Espíritu para cantar los himnos
divinos de este nacimiento...
Hoy, el Creador de todas las cosas, el Verbo
de Dios, compone un libro nuevo salido del corazón de su Padre, y lo escribe
por el Espíritu Santo, que es la lengua de Dios...
¡Oh Hija del rey David
y Madre de Dios, Rey Universal! ¡Oh divino y viviente objeto, cuya belleza ha
encantado al Dios creador! Vuestra
alma está completamente sometida a la acción divina y atenta al único Dios;
todos vuestros deseos tienden a Aquel solo digno de amor, el único que merece
que se le busque y se le ame; sólo odiáis el pecado y su autor. Vos tenéis una
vida superior a la naturaleza, pero no la tenéis para Vos, ya que no habéis
sido creada para Vos: os habéis consagrado por entero al Dios que os ha
introducido en el mundo, para servir a la salvación del género humano, a fin de
realizar el designio de Dios, que es la Encarnación de su Hijo y la deificación
del género humano.
Vuestro corazón se alimentará de las
palabras de Dios, que os harán fecunda como a un olivo fértil en la casa de
Dios, como al árbol plantado junto a las aguas vivas del Espíritu, que debe dar
su Fruto a su debido tiempo: el Dios encarnado, la vida de todas las cosas.
Vuestros pensamientos tendrán por único objeto lo que aprovecha al alma, y toda
otra idea, no sólo perniciosa sino también inútil, la rechazaréis
implacablemente aun antes de darle cabida. Vuestros ojos estarán siempre
vueltos hacia el Señor, hacia la luz eterna inaccesible; vuestros oídos estarán
atentos a las palabras divinas y a los sones del arpa del Espíritu por quien el
Verbo ha venido a asumir vuestra carne... Vuestros labios alabarán al Señor
siempre unido a los labios de Dios. Vuestra boca saboreará las palabras y gozará
de su divina suavidad. Vuestro purísimo corazón, limpio de toda mancha, verá
siempre al Dios de toda pureza, y arderá en deseos de Él. Vuestro seno será la
morada de Aquel a quien no puede contener ningún lugar. Vuestra leche
alimentará a Dios en el pequeño Jesús. Vos sois la puerta de Dios, deslumbrante
de perpetua virginidad. Vuestras manos llevarán a Dios, y vuestro regazo será para
El un trono más sublime que el de los querubines. Vuestros pies, guiados por la
luz de la ley divina, os conducirán hasta la posesión del Bienamado.
En resumen, Vos sois el templo del Espíritu
Santo, la ciudad del Dios vivo que alegrarán los ríos abundantes, los ríos
santos de la gracia divina. Sois toda bella, la más cercana a Dios, Señora de
los querubines y más elevada que los serafines.
Salve, María, dulce hija de Ana; el amor me
conduce de nuevo a vuestros pies.
¿Cómo describir
vuestro andar lleno de serenidad? ¿Vuestro vestir? ¿El encanto de vuestro
rostro? ¿Esa sabiduría que da la edad, unida a la juventud del cuerpo? Vuestro
vestido estuvo lleno de modestia, sin lujo ni ostentación. Vuestro andar fue
tranquilo y sin precipitación. Vuestra conducta, moderada, alegre y discreta,
como se ve al contemplar el temor que experimentasteis ante la visita insólita
del ángel. Vos fuisteis sumisa y dócil a vuestros padres; vuestra alma era humilde
en medio de las más sublimes contemplaciones. Vuestra palabra agradable mostraba
la dulzura del alma. ¿Qué morada hubiese sido más
digna de Dios? Justo es que todos los pueblos y naciones os proclamen
bienaventurada. Vos sois la insigne honra del género humano, la gloria del
sacerdote, la esperanza de los cristianos, la planta fecunda de la virginidad.
Por Vos se ha esparcido en todas partes el honor de la virginidad. Benditos
sean todos aquellos que os reconocen por Madre...
¡Oh Vos, que sois a la
vez hija y señora de Joaquín y de Ana, acoged la oración de vuestro pobre
siervo, que a pesar de no ser más que un pecador, os ama ardientemente y os
honra, y quiere hallar en Vos la única esperanza de su dicha, la guía de su
vida, la reconciliación con vuestro Hijo y la garantía cierta de su salvación! Libradme del peso de
mis pecados, disipad las tinieblas que envuelven mi espíritu, descargadme de mi
espeso barro, reprimid las tentaciones, gobernad dichosamente mi vida, a fin de
que sea conducido por Vos a la felicidad celestial. Otorgad la paz al mundo, y
conceded a todos los fieles de esta ciudad la alegría perfecta y la salvación
eterna, por las oraciones de vuestros padres y de toda la Iglesia.
2º Muerte y asunción de María
Santísima.
San Juan Damasceno, que era de una
ortodoxia muy firme y se mostraba inexorable con los relatos apócrifos, ha
contado sin embargo la historia de los apóstoles llevados milagrosamente desde
las regiones que evangelizaban hasta Jerusalén, para asistir a la muerte de
María. En esto San Juan Damasceno seguía una tradición, adornada de detalles
variados, pero cuyo origen se remonta al siglo II, y daba las diversas razones
de conveniencia de que María se haya beneficiado del privilegio de una
resurrección anticipada y de una exaltación de su mismo cuerpo a lo más alto de
los cielos.
¿No es evidente que la
escala de Jacob os designa y prefigura? Así
como Jacob vio el cielo unido a la tierra por la escala, por la que bajaban y
subían los ángeles, y Aquel que es verdaderamente el Fuerte y el Invencible
luchó simbólicamente con Jacob; así Vos, hecha mediadora, sois la escala por la
cual Dios baja hasta nosotros, para volver a levantar nuestra naturaleza sin
fuerza, unirse íntimamente con ella, y hacer del hombre un alma que vea a Dios.
Vos habéis unido lo que había sido separado. Por Vos los ángeles bajan hasta la
tierra para servir a su Dios y Señor, y por Vos son llevados al cielo los
hombres que viven a la manera de los ángeles...
Aunque vuestra alma santísima y bienaventurada, según lo
que está reservado a nuestra naturaleza, se separe de vuestro cuerpo santo e
inmaculado, vuestro cuerpo no puede residir en la muerte, ni sufrir la
corrupción. Aquella en la que el alumbramiento guardó intacta su virginidad, ve
conservado su cuerpo cuando abandona la vida, y, lejos de disolverse, se
convierte en un tabernáculo más puro y más divino, sobre el que la muerte no
ejerce ya ningún imperio, y que subsiste por los siglos de los siglos. Del
mismo modo que el sol, dotado de una luz deslumbrante y eterna, parece sumirse
en las tinieblas y cambiar su brillo por la oscuridad, cuando por un momento lo
esconde un cuerpo, sin que en realidad disminuya su claridad, siendo un
manantial del que brota luz, y la misma fuente inagotable de luz, según el plan
del Creador; así Vos sois la fuente de la verdadera Luz, el tesoro invencible
de la vida misma, el arroyo abundante de bendición. Vos, que nos habéis
conseguido tantos beneficios, aun cuando la muerte os haya ocultado durante un
tiempo a nuestra mirada en cuanto a vuestro cuerpo, no dejáis de derramar sobre
nosotros las aguas de la luz infinita, de la vida inmortal y de la verdadera
felicidad, la curación y la bendición eternas.
Hoy, la Virgen inmaculada, que no ha
conocido ninguna de las culpas terrenas, sino que se ha alimentado de los
pensamientos del cielo, no ha vuelto a la tierra; como Ella era un cielo
viviente, está en los tabernáculos celestiales. En efecto, ¿quién faltaría a la verdad llamándola cielo? Al
menos se puede decir, comprendiendo bien lo que se quiere decir, que es
superior a los cielos por sus incomparables privilegios.
Hoy,
la Virgen, el tesoro de la vida, el abismo de la gracia, se nos oculta por una
muerte vivificante; Ella, que ha engendrado al que ha destruido la muerte, la
ve acercarse sin temor, si es que se puede llamar muerte a esta partida
luminosa de vida y santidad. ¿Cómo puede verse
sometida a la muerte la que ha dado la verdadera vida al mundo? Pero
Ella ha obedecido a la ley impuesta por el Señor, y como hija de Adán, sufre la
sentencia pronunciada contra el padre. Su Hijo, que es la misma ley, no se ha
negado a ello, y por tanto es justo que lo mismo le suceda a la Madre del Dios
vivo.
Más al igual que el
cuerpo santo e incorruptible que Dios, en Ella, había unido a su persona,
resucitó del sepulcro al tercer día, justo es que también su Madre fuese sacada
del sepulcro y se reuniera con su Hijo. Justo es que, así como Él había bajado
hasta Ella, Ella fuera elevada a un tabernáculo más elevado y precioso, el
mismo cielo.
Era
necesario que la que había dado asilo en su seno al Verbo de Dios, fuera colocada
en los divinos tabernáculos de su Hijo; y así como el Señor había dicho que Él
quería estar en compañía de los que pertenecían a su Padre, convenía que la
Madre morase en el palacio de su Hijo, en la morada del Señor, en los atrios de
la casa de nuestro Dios; pues si allí está la morada de todos los que viven en la
alegría, ¿dónde habría de estar la que es causa de
su alegría? Era necesario que el cuerpo de
la que había guardado una virginidad sin mancha en el alumbramiento, fuera
también conservado íntegro después de la muerte. Era necesario que la esposa
elegida por Dios viviese en la morada del cielo. Era necesario que la que
contempló a su Hijo en la Cruz, y tuvo su corazón traspasado por el puñal del
dolor que no le había herido en su parto, le contemplase, a El mismo, sentado a
la derecha del Padre. Era necesario, en fin, que la Madre de Dios poseyese todo
lo que poseía el Hijo, y fuese honrada por todas las criaturas.
Oh Virgen prudentísima,
¿adónde os eleváis
como una muy
resplandeciente aurora?
Hija de Sión, toda
hermosa sois y llena de encantos,
bella como la luna,
radiante como el sol.
(Antífona
de Vísperas de la Asunción)
Hojitas de fe
Seminario Internacional Nuestra Señora
Corredentora
Moreno, Pcia. de Buenos
Aires
No hay comentarios:
Publicar un comentario