Afirma
San Pablo que quien se une al Señor forma un espíritu con Él. “El que se une a Dios,
forma un solo espíritu con Él” (1
Cor. 6,17). De modo parecido se puede asegurar que quien se une a
María forma un espíritu con Ella.
¡Ser uno con María! ¿Lo habéis reflexionado
alguna vez? ¡Qué fecundo en consecuencias prácticas es un pensamiento tan
sencillo! ¡Qué eficaz para iluminarnos, fortalecernos y estimularnos a ser
dignos de nuestra celestial Madre!
A nadie faltan horas oscuras, en las que el bien se nos antoja difícil,
casi, casi irrealizable. El cielo esta sombrío, sin que desde la altura ilumine
siquiera una estrella el firmamento de nuestra alma; la tierra es un hielo;
ninguna voz amiga murmura a nuestros oídos una palabra confortadora, ni dirige
a nuestro corazón una de esas insignificantes frases de aliento y de consuelo;
y aun parece que nosotros mismos hallamos cerrada la puerta de nuestro propio corazón.
En el alma, sorda a nuestros gemidos, nada se ve que reanime, sonría o
consuele.
Es la hora de la desolación.
¡Oh hijo amadísimo de María! En esos momentos
penosos exclama: Yo soy uno con María.
Luego no me hallo solo en medio de estas
amargas penas: la
Madre de Jesús está conmigo. Debo mostrarme digno de Ella, obra como obraría
Ella si pudiera contemplar sus acciones, como obra realmente ahora en mí.
Existen horas de debilidad, en las cuales el mundo nos presenta sus
incentivos, la carne sus placeres y el infierno sus promesas. Dentro de
nosotros hierve una sangre viciada que nos empuja a la rebeldía. Parece que no
hay nada que pueda apaciguar los depravados instintos de nuestra naturaleza. El
corazón se encuentra vacío, el alma sin ideal, la voluntad sin energías, el
entendimiento sin luz.
Y en estas horas de angustias, los sentidos
se encabritan y nos presentan mil atractivos pecaminosos y un tropel de razones
para que no los rechacemos.
¿Quién nos sostendrá en estas horas angustiosas?
La Virgen sin mancha, su recuerdo, su presencia, el
pensamiento de que estamos a Ella unidos.
Existen horas de desfallecimiento en el bien. Las obras para gloria de Dios
emprendidas, las prácticas de virtud durante largo tiempo continuadas, la lucha
contra nuestros defectos, por semanas y meses enteros proseguida con éxito…;
nada nos importa ya…; nos parecen bagatelas y niñerías; nos vemos tentados a
abandonarlo todo.
Tus esfuerzos, nos dice una voz, no agradan
a Dios; tus trabajos de nada te aprovechan…; más te valdría dejarlo todo… y no
vivir esclavizado a esas mil bagatelas inquietantes y torturadoras que deprimen
la vida y dignidad humanas.
¡Terrible y funesta tentación! ¿Quién no la ha experimentado en una u otra circunstancia de si
vida?
En esas horas penosas, para aguijonearte en
el camino del bien y reavivar en ti el amor al ideal e ingerir nuevas energías en
tu alma, recuerda que eres uno con María, y
que si tú nada puedes, Ella, la Madre de
Dios, lo puede todo… ¿Acaso no tendrá
la bondadosísima Señora, en virtud de esta unión, tanto interés como tú en
mantenerte firme y constante, y en ayudarte hasta obtener el feliz remate de la
lucha emprendida?
Todo lo
encontraremos en esta amorosa unión con la dulce Reina de los corazones. Pero hallaremos
principalmente:
luz en
las tinieblas del alma;
aliento en las debilidades del corazón; y
fortaleza en las pruebas del espíritu.
¿Y adónde no iremos con
esa luz, con ese aliento, con esa fuerza?
¡Oh, qué bueno y
alentador es vivir unido a María, ser uno con María!
Unidos
a Ella para combatir el error.
Hoy más que nunca el error lo invade todo,
lo falsea todo, y lo atropella todo. Y preferentemente ha falseado el ideal de la
santidad. ¿Podemos ahora discernir dónde se halla la
verdadera santidad?
Unidos a María para combatir al mundo. El
mundo es el placer bajo todos sus aspectos. Placeres del cuerpo y, en
consecuencia, alejamiento y horror a todo lo que cuesta y mortifica.
Placeres del entendimiento y, por
consiguiente, lectura de novelas, asistencia a cines y espectáculos en los
cuales se ve aplaudido el vicio y se apura hasta con delirio la copa de la
voluptuosidad.
Placeres del corazón en eso que se ha dado
en llamar amor libre, y en aficiones depravadas y vergonzosas.
Placeres del alma. ¡Ay, no! Para el alma no existen tales placeres. Como no
puede hallar su felicidad sino en la virtud, se la echa a un lado, se la aísla
y hasta a las veces casi se siente pesar de tener alma.
¡Ay, pobres y desdichados esclavos del mundo! En ellos
no hay sino el vacío; un vacío inmenso. Vacíos el entendimiento y el corazón; vacíos
los sentidos, arrastrados y llevados por la frivolidad; vacía el alma que muere
de inanición y privada del alimento de la verdad.
Es el
vacío… un vacío hondo y oscuro…, que al sonar la hora postrera, la indignación de
un Dios justiciero colmará con remordimientos, torturadores y castigos
sempiternos. Nosotros, en cambio, hijos privilegiados de la Reina de los cielos, llenémonos
de María…, seamos uno con María.
Llene Ella nuestro entendimiento, nuestro corazón
y nuestra alma con su rebosante plenitud. Unidos a Ella seremos, como Ella,
llenos de gracia. El Señor será con nosotros y nosotros seremos bendito entre
todas las criaturas. Y Jesús no vera ya nuestras miserias ni descubrirá ya
nuestras debilidades; todo lo cubrirá María. La recompensa y el premio eterno
no recaerán sobre nosotros… (Sería tan insignificante…) sino sobre María en nosotros, glorificando en nosotros a
María. ¡Y qué grande será esta recompensa! ¡Qué
hermosa nuestra corona! ¡Qué inmensa nuestra gloria! ¿No es dulce y delicioso vivir unido a María y ser uno con María?
“Espíritu de la vida de intimidad con
la Santísima Virgen”
R. P. L OMBAERDE —Misionero de la
Sagrada Familia
No hay comentarios:
Publicar un comentario