“LA VENIDA DEL ESPIRITU
SANTO”
El día de Pentecostés
descendió el Espíritu de Dios visiblemente sobre los Apóstoles y María
Santísima. Pentecostés era una fiesta de los judíos que se celebraba
(y celebra) cincuenta días después
de Pascua.
Los Apóstoles
permanecieron estos diez días después de la Ascensión del Señor encerrados en
el Cenáculo, una sala grande, propiedad de María, madre de Marcos; junto con
María, Madre de Dios y sus parientes; las llamadas Santas Mujeres, que eran una
especie de Acción Católica, rama femenina. Allí eligieron a san
Matías como sustituto del traidor Judas en el apostolado; y allí probablemente
compusieron la “catequesis apostólica”
que se llama, que habían de entregar después al mundo. Recordaron los
principales discursos o “recitados” del
Maestro, que ellos por su oficio habían retenido en la memoria; y
compusieron de acuerdo con las reglas del “estilo
oral” otros recitados con los viajes, los hechos, los milagros y la pasión
de Cristo, Esta
catequesis apostólica es la que tenemos conservada en nuestros Cuatro
Evangelios. Se puso por escrito más tarde.
El día de Pentecostés
muy de mañana oyeron en el recinto cerrado como el fragor de un ventarrón, y
vieron descender como lenguas de fuego sobre las cabezas de todos los
presentes. Enseguida se sintieron
llenos de fuerza y de luz, y saliendo al balcón comenzaron a hablar a los
transeúntes. Se reunió una gran muchedumbre, y cada uno de los oyentes, que
eran de diversas naciones, incluso del Egipto y de Roma, los entendía en su
propia lengua. Unos burlones comenzaron
a decir: “Estos están pasados de vino”, y esa palabra tomó san Pedro como pie
de su vehemente discurso: “No estamos pasados de
vino, es muy temprano para eso; estamos pasados del espíritu de profecía, que
dijo el Profeta Joel”. Este Jesús “al cual vosotros habéis crucificado”, éste era el Mesías, y el
Hijo de Dios; y ha resucitado y está a la derecha de Dios Padre; y Dios pondrá,
conforme a su promesa, a sus enemigos debajo de sus pies... Este fue el tema del discurso de
Pedro; el cual dos meses antes no se había animado ni a decir que era discípulo
del Nazareno, delante de una sirvienta y cinco soldados.
Los oyentes se conmovieron y dijeron: “Varones hermanos ¿qué haremos?” — “Hacer penitencia y
bautizarse cada uno” —
contestó Pedro. “Se unieron a la Iglesia” ese día 3.000 personas; o mejor dicho,
constituyeron la Iglesia, que así empezó. Los nuevos cristianos comenzaron a vivir
con gran pureza, piedad y desinterés. San Pedro y san Juan hicieron un milagro
en la puerta del Templo, curando a un tullido en el nombre de Jesús y san Pedro
hizo allí mismo, en el Pórtico de Salomón, el primer sermón sobre el nombre de
Jesús con el mismo tema. Los arrestaron; y el Príncipe de los Apóstoles hizo su
tercer sermón delante del Sanedrín o Tribunal judío, sin resultado. Les
prohibieron terminantemente tomar en sus bocas el nombre de Jesús y hablar de Él
a ninguna alma viviente. Respondieron Pedro y Juan: “Decid vosotros mismos si tenemos que obedecer primero a
vosotros que a Dios, o al revés”. Y saliendo de allí,
siguieron predicando.
Siguió
aumentando el número de cristianos en Jerusalén, haciendo los Apóstoles
numerosos milagros. Metieron en la
cárcel a los dos Apóstoles y ellos se escaparon milagrosamente. Los trajeron
otra vez al tribunal con mucho miramiento, porque tuvieron miedo del pueblo,
que andaba soliviado. Cuarto sermón de san Pedro. Los hicieron azotar a los dos;
con el único resultado de que pasaron “gozosos” delante de
toda la Asamblea, acordándose de los azotes del Divino Maestro. Los judíos desataron la primera persecución contra la
naciente Iglesia haciendo matar a pedradas a san Esteban, el primer mártir, haciendo
degollar a Santiago, hermano de san Juan, apresando a san Pedro con el fin de
hacerlo ajusticiar después de la Pascua, como a Jesucristo. Fue sacado de la
cárcel por un ángel, que lo despertó, le soltó las cadenas, y le mandó tomara a
toda prisa sus ropas y saliera. Pedro estaba medio dormido y creía andaba
soñando; pero al ver abierta la puerta, se escapó; es decir, tomó las de
Villadiego: de acuerdo al verso que dice:
Villadiego fue un soldado
Que a san Pedro en ocasión
De estar él en la prisión
No se le apartó del lado.
Vino el ángel apurado
Y lleno de vivo fuego
Dijo a Pedro: ¡Parte luego!
¡Toma tus ropas, no arguyas!
Más él, por tomar las suyas,
Tomó las de Villadiego.
“Este es un chiste español.
Pero la segunda evasión de Pedro es chistosa: los primeros que lo vieron esa noche
creyeron era un fantasma, y a la sirvienta que le abrió el postigo, llamada Rodé,
le dijeron: 'estás loca.'”.
Entonces se presentó a Pedro un fogoso judío
convertido llamado Saulo, que san Pedro aceptó
como compañero, y se volvió el más famoso de los Apóstoles: san Pablo, el
número trece; y años más tarde los dos, Pedro y Pablo, fueron martirizados
juntos en Roma. Se reunieron los Apóstoles todos en el
primer Concilio de la Iglesia, el de Jerusalén; y después, se dispersaron por
todo el mundo a “enseñar
a todas las gentes”. Todos ellos fueron martirizados; pues san Juan
Evangelista, aunque murió en su cama a los 100 años de edad, después de haber
presenciado la Asunción de la Santísima Virgen y compuesto el Cuarto Evangelio y
el Apocalipsis, había sido torturado antes tres veces casi hasta la muerte, de
la cual se salvó por milagro.
Estos fueron los frutos de la venida del Espíritu
Santo; el cual se nos da a nosotros en el sacramento de la Confirmación. El asiste invisiblemente
a la Iglesia de Jesucristo, y es la causa de lo que llamamos “el Milagro
Moral de la Iglesia”; y vive en las almas que están en
gracia. Gracias a Él, la Iglesia no puede errar en cosas de fe; y la columna de
esta inerrancia, es la inerrancia del sucesor de san Pedro, el Pontífice de
Roma, la cual llamamos con el nombre largo de infa-libi-lidad. El Papa podrá equivocarse en su política, fallar en su
conducta, errar en sus conjeturas u opiniones; pero no puede errar cuando
define solemnemente que una proposición creída por los cristianos está
contenida en la Revelación de Jesucristo; porque así lo prometió el mismo
Jesucristo.
CANCION
No invoco aquel napeo
Coro que en el Parnaso hace su asiento
Ni al gran músico Orfeo
No su acordado acento
Ni la sonora voz de su instrumento.
No
pido su favor
Al rutilante Febo coronado
De claro resplandor
Ni a las que su ganado
En Helicona traen apacentado.
Las
Nereidas hermosas
Gocen con libertad de su reposo
Corónense de rosas
Y de mirto frondoso
Gocen del aire puro y oloroso.
El
diestro Apolo rija
El numeroso dulce heroico canto,
Y los yerros corrija
De los que suben tanto
Que quieren habitar su monte santo.
Que
si el divino aliento
De la Virgen en mí propicio aspira
Correrá en popa el viento
Mi destemplada lira
Si con sereno rostro ella me mira.
Tiéneme
tan rendido
Vuestra gracia, donaire y faz hermosa
Que no me causa olvido
De Vos alguna cosa
Alegre, triste, próspera o penosa.
Medito
esa hermosura
De que nunca apartó mi pensamiento
El gozo o la amargura
Pues no derriba el viento
A quien pone en el alma su cimiento.
Cuando
de Vos me ausento
Me ausento de mi bien y mi reposo.
Pues pende mi contento
Dese semblante hermoso
En cuya ausencia todo me es penoso.
Rubios son como el oro
Que en el cristal se acendra, sus cabellos.
En ellos mi tesoro
Tengo, pues son tan bellos
Jue me tienen cautivo en uno dellos.
Y
mucho más si deja
Por el cuello al desgaire derramada
La dorada madeja
Cual suele la manada
De cabras en Galad apacentada.
Mirando
vuestros ojos
Virgen, mi corazón así llagaron
Y en sus pobres despojos
De modo se entregaron
Que de su libertad los despojaron.
Cual
suele en la verdura
Una torre de mármol fabricarse,
Y en medio la espesura
De lejos divisarse
Y sobre el alto cedro levantarse,
Así
entre las facciones
La nariz en el rostro se adelanta
Con tantas perfecciones
Y con belleza tanta
Cual la torre en el bosque se levanta.
Las
mejillas hermosas
Cual nubes al oriente arreboladas
Más blancas son que rosas
De rojo matizadas
Cual colorados cascos de granadas.
Parecen
una cinta
Vuestros labios ¡oh Virgen Soberana!
Teñida en fina tinta
De carmesí o de grana
De quien sabrosa miel destila y mana.
Parecen
vuestros dientes
Más blancos que el marfil, a las manadas
Que suben de las fuentes
Do fueron descargadas
Del peso de la lana, y jabonadas.
Pues
la voz sonorosa
Que sale articulada de la boca
Tan dulce es y graciosa
Que ablanda lo que toca
Diamante o pedernal o dura roca.
Tenéis
una fontana
Debajo de la lengua tan sabrosa
Que miel y leche mana
Y así está tan melosa
Que excede en dulcedumbre a toda cosa.
Pues
la garganta pura
Sobre los tiernos hombros levantada
Parece en la postura
A la torre encumbrada
Con muro y contramuro edificada.
¿Qué
diré de los pechos
De leche milagrosa abastecidos?
Semejantes son hechos
A los recién nacidos
Cabritos entre lirios mantenidos.
Más
frescos son y hermosos
Más blancos que el jazmín y armiño fino
Más dulces y sabrosas
Que el esmerado vino
Y la ambrosía, que es manjar divino.
Y si
alguno ha notado
Que excedo en encumbrar vuestra hermosura
Señal es que ha quedado
Tan corto de ventura
Que no mereció ver vuestra figura.
Porque
si él alcanzara
A ver, aunque de lejos, vuestra alteza
A voces pregonara
Absorto en tal belleza
Que echó su resto en Vos naturaleza.
¿Pues
qué diré Señora,
De vuestro vientre puro? A Vos me ofrezco.
Guiad mi lengua ahora
Que veis que ya enmudezco
Y en un vuelo tan alto desfallezco.
Un
vaso me parece
De marfil primamente fabricado
Cuyo precio engrandece
De perlas ser sembrado
Y de finos zafiros rodeado.
Parece
un trigo hermoso
Cercado de mil flores muy amenas
Fértil dulce oloroso
Con frescas azucenas
Que alrededor le cercan como almenas.
Vuestros
pasos preciosos
Heredera del alto Principado
Ligeros son y hermosos
Pues aun con el calzado
A dó llegó ninguno, habéis llegado. -
Y
aunque en lo dicho todo
Su mano poderosa a Dios mostrado
Más todo es como Iodo
Si fuere comparado
Al Ser que a ser quien sois os ha encumbrado.
¿Pues
cuál será ese Ser?
¿Cuál la gracia y beldad que siempre dura.
El gozo y el placer
Los dones y hermosura
Con que Dios enriquece al alma pura?
Pues
baste ya con esto
Pues la pesada carne estorba el vuelo,
Dejando todo el resto
Para cuando sin velo
Conozca vuestra alteza allá en el cielo.
FRAY LUIS DE LEON
No hay comentarios:
Publicar un comentario