Una narración completa de las Apariciones de Fátima.
Contada por el Padre
John de Marchi, I.M.C.
Después del 13 de octubre de 1917, Cova da Iría nunca fue lo mismo.
Venían peregrinos a todas horas.
“Todos
se arrodillaban al pie de la encina” – María da Capelinha recuerda. “Aquí sólo se lloraba y se
rezaba a Nuestra Señora, y cuando se reunía mucha gente se cantaban los
hermosos cantos de la Iglesia. Venían a Nuestra Señora a pedir milagros y Ella
siempre oía a todos. Nadie se sentía molesto ni cansado. En aquel tiempo, nunca
oí decir que Nuestra Señora hubiese rehusado milagro alguno. Todos los que aquí
venían, venían con devoción; y si no la traían, aquí la cogían. ¡Ay, qué tiempo
aquél tan hermoso! ¡Dan ganas de llorar! Un día fue un hombre todo empapado en
agua que había venido de muy lejos. Me acerqué a él y le pregunté si se encontraba
mal. Aparte de la lluvia, hacía también frío y el hombrecito había pasado toda
la noche al aire libre. ¡‘No
señora! No tengo nada que me moleste. Nunca he tenido una noche tan feliz como
ésta: vengo once leguas de camino y no me encuentro cansado; me siento muy
feliz en este lugar.’”
Casi desde el inicio, los fieles habían dejado en el lugar sagrado
ofrendas de dinero y legumbres como señal de su agradecimiento y devoción. El
13 de agosto, con ocasión de la ausencia de los niños, la aglomeración de
personas alrededor de la pequeña encina era tal, que todas las ofrendas fueron
pisoteadas, y por eso María da Capelinha decidió salvar lo que podía,
especialmente el dinero, hasta que pudiese llegarse a alguna decisión sobre su
uso. Intentó ofrecer el dinero primero a uno de los hijos mayores de la familia
Marto, pero él rotundamente lo rechazó. Al siguiente día pensó en dárselo al
señor Marto. Cuando llegó a la casa Marto, “estaban
allí la señora María Rosa y el señor Cura, que lo presenció todo apoyado en la
pared”
– recuerda ella. “Estuve
hasta descortés, porque le di el dinero al señor Marto, en vez de al señor
Cura. Pero el padre de Jacinta no quiso aceptarlo de ninguna manera: ¡‘No me tiente mujer porque
tentado ya estoy’”! La señora
Olimpia tampoco quiso tener nada que ver con eso. Apenas entonces fue que María
da Capelinha recurrió al Párroco quien también lo rechazó fríamente.
“‘Pues
tampoco es mío – ella insistía – Voy a dejarlo allá donde lo he
cogido’.
¡‘No
haga eso mujer! – la calmó el Párroco. ¡‘Guárdelo o entrégueselo a
alguien hasta que veamos en qué queda todo esto’!
Por lo tanto, María
da Capelinha continuaba todos los días recogiendo el
dinero en un saquito y vendiendo las legumbres, aumentando así la tesorería.
Mientras los fondos crecían, la gente hablaba cada vez más de construir una
capilla en Cova da iría. Pasado el tiempo, sin embargo, nada se hizo sobre
ello. Por supuesto, las autoridades civiles estaban completamente en contra de
la idea de una capilla, y los eclesiásticos eran prudentemente indiferentes.
Entretanto, empezaron a circular rumores de que María
da Capelinha estaba guardando el dinero para su familia.
María
fue al párroco a pedirle consejo.
“El
señor Cura me llevó a su despacho y me leyó una carta del señor Patriarca, donde
se decía que el dinero se guardara bien en casa de confianza, pero no en casa
de los padres de los videntes, hasta nueva orden”.
Era para que no fuesen acusados de aprovecharse de las apariciones para
fines económicos. El párroco le pidió que continuase guardando los fondos. Los
rumores continuaron y hasta el punto en que Manuel Carreira, el marido de
María, fue llamado a compadecer ante el magistrado. El pobre hombre se imaginó
toda clase de cosas, pero nada resultó del interrogatorio, sino que había
aumentado más aquellos deseos de construir una capilla. El padre de Lucía, con gusto,
donó la tierra, y en un mes una capilla pequeñita se levantó.
Luego que la capilla se hubo terminado,
alguien propuso hacer una imagen para completarla. La propuesta
fue recibida con gran entusiasmo, e inmediatamente se pensó en una procesión
para la colocación de la imagen. No pasó mucho tiempo hasta que los hostiles
funcionarios gubernamentales se enteraron, e hicieron sus propios planes para
impedir el acontecimiento. Cuando llegó el día de la procesión, había un gran
revuelo alrededor de la parroquia de Fátima en el lugar en donde la imagen iba
a ser llevada. Una
inesperada tormenta dispersó a los guardias gubernamentales haciendo posible
que la imagen fuese llevada al interior de la Iglesia, donde fue bendecida y
venerada y después escondida por temor de que la robasen. No hubo
procesión. Mientras tanto el lugar en la capilla de Cova da Iría fue velado
para que pareciese que la imagen ya estaba allí. Cuando nada sucedió después de
un tiempo, la imagen se movió discretamente al lugar dispuesto para ella.
Los rumores empezaron de nuevo de que lo
iban a robar todo o quemar y por eso María da Capelinha y su marido pensaron
que mejor sería llevarse la imagen a su casa cada noche. La verdad es que
temían con razón.
Dos años más tarde, el 6 de marzo de 1922,
dos bombas se hicieron detonar en Cova da Iría, una en la capilla y otra a la
encina.
El techo de la capilla se destruyó, pero la bomba de la encina no
estalló. Según María da Capelinha, “Hubiéramos
querido arreglar la capilla, pero el señor Obispo no lo permitió hasta nuevas
órdenes.” En consecuencia, la gente pasaba
largas horas fuera de la casa Carreira, donde ahora se guardaba la imagen.
“Siempre
había aquí gente – decía la Señora Carreira – y Nuestra Señora siempre les
atendía: esto hacía que aumentase la devoción entre la gente.” Querían
volver con la imagen a Cova da Iría el 13 de mayo.
“Aún no había andas, de forma que todos
querían traerla, porque habían hecho promesas y así la traían cada uno un poco.
Cada 13 se juntaba mucha gente para traer la imagen a Cova da Iría. Rezando y
cantando llegábamos aquí y hacíamos las devociones toda la tarde, con
procesión”.
Entretanto, la destrucción de la capilla
había provocado que la gente hiciese una manifestación al gobierno, y
determinaron organizar una gran peregrinación el 13 de mayo del año siguiente
(1923) para reparar a Nuestra Señora por este ultraje terrible. Unos oficiales
intentaron impedir el acontecimiento, pero cuando el día llegó, más que 60.000
personas se reunían para ir en procesión a Fátima y rendirle homenaje a su
Reina.
Muchos
años han pasado desde el tiempo de las apariciones y en los campos áridos en
los que Lucía, Francisco y Jacinta solían pastar sus ovejas, hay ahora grandes
y hermosos edificios. La capilla pequeñita puede ser vista todavía, pero hay un
gran santuario en honor de Nuestra Señora de Fátima que domina el área,
flanqueado por un hospital, un convento y una casa de retiro y todo esto da
testimonio del poder y de la misericordia de Nuestra Santísima Madre María.
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