La alegre natividad de
nuestra Señora la Virgen santísima Madre de Dios, había sido anunciada en el
Paraíso terrenal a nuestros primeros padres, vislumbrada por los santos
patriarcas, vaticinada por los profetas y decretada por los eternos consejos de
Dios en los divinos misterios de la reparación del mundo.
El
padre de la Virgen fue Joaquín, de Nazareth; su madre, Ana, de la ciudad de
Belén, y los dos eran de la tribu de Judá y del linaje de David.
Eran ricos y nobles y de sangre
ilustrísima, porque descendían de muchos reyes, de valerosos capitanes, de
grandes y sabios jueces y de santísimos patriarcas del pueblo escogido.
Y
lo que más importa, eran personas santísimas; porque tal convenía que fuese el
árbol que había de producir tal fruto.
Habían vivido veinte años casados sin tener
hijos; mas Dios nuestro Señor ordenó que fuese
estéril santa Ana para que el nacimiento de su hija santísima fuese milagroso;
y así habiendo
oído el Señor las oraciones de los dos santos esposos les envió el arcángel san
Gabriel para anunciarles la venida al mundo de aquella que había de ser la
Madre del Mesías prometido.
Nació pues esta gloriosa niña en una casa
que tenían sus padres en el campo, entre los balidos de las ovejas y alegres
cantares de los pastores, como dice san Damasceno; y fue en el cuerpo más
linda, más bella y hermosa que ninguna pura criatura, y en el alma tan sin
mancha de pecado original, y tan perfecta y adornada de gracias y virtudes, que
los mismos serafines y querubines se admiraban y estaban suspensos de verla.
Porque como del cuerpo de la Virgen había de formarse el cuerpo de
Jesucristo y organizarse de su delicada sangre, fue cosa muy conveniente que
aquella carne de la cual se había de vestir el Verbo eterno, fuese muy proporcionada a la del Hijo y bien compuesta y en
todos los dones naturales acabada con suma perfección; y para que la Madre
fuese digna de tal Hijo, no menos convenía que fuese adornada el alma de la
Virgen con la plenitud de la gracia y las inmensas riquezas de todas las
virtudes.
Y así
todas las gracias que Dios repartió a todos los otros santos y ángeles, las
atesoró y juntó en la Virgen santísima con mayor perfección y con medida más
colmada.
Pues, ¡oh
bienaventurada y dichosa Señora! ¡Qué lengua, aunque sea de ángeles, podrá
explicar o qué mente comprender las maravillas que obró en ti toda la santísima
Trinidad para ensalzarte y engrandecerte! Nacida
eres de la carne de Adán, más sin la corrupción de Adán; hija eres de Eva, más
para reparar las miserias de Eva; hija eres de hombre, pero Madre de Dios.
Con razón pues, hoy
jubila y se alegra con grande fiesta y regocijo la santa Iglesia; porque tu
santísimo nacimiento es como la aurora suspirada del claro día de la redención
del mundo y el principio tan deseado de nuestra salud.
Reflexión: Exclama
lleno de gozo san Juan Damasceno: «Venid
todas las gentes y todos los estados de hombres de cualquiera lengua, edad y
condición que sean, para celebrar con grande afecto el dichoso y alegre
nacimiento de esta Virgen soberana. Demos el parabién a esta niña que nace,
predestinada para ser Madre de Dios y corredentora del mundo. Hagamos la
reverencia como humildes vasallos a nuestra gran reina, para que en este día de
su bendito nacimiento comencemos a renacer a la vida de la gracia y a recobrar
el derecho a la vida eterna y gloriosa.»
Oración: Te rogamos, Señor,
que
concedas a tus siervos el don de la gracia celestial, para que la votiva
solemnidad del Nacimiento de la bienaventurada Virgen, acreciente la paz del
cielo a los que fue su parto el principio de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA.
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