Enviad, Señor, os lo ruego, al que debéis
enviar.
Van a cumplirse las promesas hechas a los Patriarcas......
El ángel
Gabriel, dice el Evangelio, fué enviado por Dios a una Virgen
que vivía en un pueblo de Galilea llamado Nazaret; María era el nombre de la
Virgen. Y habiendo entrado el ángel en su habitación, le dijo: Te
saludo; llena eres de gracia, el Señor es contigo y bendita eres entre todas
las mujeres.
Te
saludo, exclama san Gregorio Taumaturgo, te saludo, templo de Dios vivo;
parirás al que será la suprema alegría del Universo, y serás la gloria de las Vírgenes
y la dicha da las madres.
Llena
de gracia: “Gratia plena”. Todas las ha recibido. Maria es la predilecta
de Dios… La gracia ha bajado sobre ella como un rio inmenso...
Esta
es, dice S. Pedro Crisólogo, esta es la gracia que ha dado la
gloria al Cielo un Dios a la tierra, fe a las naciones, muerte a los vivos,
orden a la vida y regla a las costumbres.
El ángel
trajo esta gracia, continúa aquel gran Santo, y la Virgen la recibió, ella que debía
dar la salvación a todos los siglos.
Maria
está llena de gracias, dice S. Agustín. Eva está purificada de
su falta, y la maldición de Eva se convierte en bendición en María.
El Señor está contigo: “Dominus tecum”. Estas
palabras del ángel explican la plenitud de gracias con que estaba enriquecida
María.
Por
esto dice S. Agustín al comentar estas palabras:
El Señor, oh Maria, está con
vos, está en vuestra alma, ha venido en auxilio vuestro, está en vuestro seno.
¿Qué
extraño es, dice S. Bernardo, que María estuviera llena de gracia,
estando Dios con ella? Lo que más bien debe admirarnos, añade aquel
gran Doctor, es que
el que había enviado el ángel fuese ya hallado presente por éste en Maria. Dios
fué más ágil que el ángel, y se le adelantó. En verdad, Dios está con lodos los
Santos; pero estaba especialmente con Maria, a la que se unió tan estrechamente
que, no sólo dejó en ella su voluntad, sino su cuerpo, como si de su sustancia y
de la de la Virgen formase un Cristo, que sin ser enteramente obra de Dios ni di;
María, fuera a la par todo de Dios y todo de María, y no fuera dos hijos, sino
un sólo hijo de uno y otra.
San Bernardo enseña también que
la Santísima Trinidad está con María. Dios
el Hijo a quien cubrís con vuestra carne, exclama, no está sólo con vos, oh
María; sino también Dios el Espíritu Santo por quien concebís, y Dios el Padre
que ha engendrado al que concebís. Con vos está el Padre que ha hecho hijo
vuestro a su Hijo; con Vos está el Hijo que cumple un admirable misterio de la
Encarnación; y con Vos está el Espíritu Santo que, de acuerdo con el Padre y el
Hijo, santifica vuestro seno virginal.
Bendita
eres entre todas las mujeres: “Benedicta tu in mulieribus”.
María
es verdaderamente bendita, dice S. Pedro Crisólogo: ella fué
más elevada que el cielo, fué más poderosa que la tierra y más grande que el
universo; pues ella sola ha abrigado en su seno al que el mundo entero no puede
abrigar. Ha llevado al que lleva el mundo; ha engendrado a su Creador; ha
alimentado al que alimenta todo lo que vive. En otro tiempo la bendición de los
Patriarcas estribó en la fertilidad de la tierra. Ved ahí que a su vez nuestra
tierra, el seno de María, da su divino fruto.
Habiendo María oído al ángel, quedó turbada con sus palabras, y pensaba
en si misma que salutación podía ser aquélla. Pero el ángel le dijo: “No temas, María, has hallado
gracia ante el Señor”.
No
temáis, oh María, dice S. Bernardo, ni os admire la llegada del
ángel Aquel que es más grande que el
ángel viene también.
No os admire la llegada del ángel, ¡con vos está el Señor del ángel! ¿Por
qué no habéis de ver a un ángel, vos que vivís de una manera angélica? ¿Por qué
no ha de visitar el ángel a la que imita su vida? La virginidad es la vida
misma de los ángeles: los que permanezcan vírgenes,
dice la Escritura, serán como ángeles de Dios.
Ved
dijo
el ángel a María, ved
que concebiréis en vuestro seno, y pariréis a un Hijo a quien daréis el nombre
de Jesús. Será grande y será llamado hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará
el trono de David su padre; y reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su
reino no tendrá fin. María contestó al ángel: ¿Cómo sucederá esto? porque no
conozco a varón. (Luc. 1, 31-34). Y el ángel continuó: Bajará sobre vos el Espíritu
Santo, y la virtud del Altísimo os cubrirá con su sombra. Por cuya razón, el
santo fruto que de vos nacerá, ha de ser llamado hijo de Dios. (Luc. 1, 35).
Por consiguiente la concepción de Jesucristo
es santa.
El Señor, dice S.
Cirilo de Jerusalén, quiso
nacer de una virgen, para indicar que sus miembros nacerían, según el Espíritu
Santo, de la Iglesia, que también es virgen.
Un
Dios, dice S. Bernardo, no podía nacer sino de una virgen; y
una virgen no podía concebir y parir más que a un Dios.
Y
la virtud del Altísimo os cubrirá con su sombra. (Luc. 1, 35).
Es decir, según la explicación de S. Gregorio, el
Verbo de Dios tomará en vos un cuerpo que será como la sombra de la Divinidad,
y ésta quedará velada y oculta como una sombra. (Lib. XXX III. Moral., c. II).
San Ambrosio entiende por la palabra sombra, la vida presente y moral que el Espíritu Santo dió a
Jesucristo: ella es, en efecto, como la sombra de la verdadera vida de la
eternidad. S. Ambrosio, S. Agustín. S. Hilario y muchos otros Padres,
comentan estas palabras del Evangelio del modo siguiente: Como una sombra refrescante, la gracia
del Espíritu Santo os defenderá, oh Virgen santa, del fuego de la
concupiscencia carnal para que concibáis a Jesucristo bajo la sola impresión de
un purísimo amor. El Espíritu Santo os cubrirá con su sombra, es decir,
ocultará el secreto de los secretos, el misterio de los misterios que en vos se
ha verificado, ¡oh María!
Oigamos ahora a S. Bernardo: La
maravillosa encarnación del Verbo era un misterio, y la Trinidad sola ha
querido operarlo por sí misma en María sola, y con María sola. Sólo a la
bienaventurada Virgen ha sido dado comprender lo que ella sola debía
experimentar. ¿Por
qué me preguntáis, le dijo el ángel, lo que pronto hallaréis en vos?
Lo sabréis a ciencia cierta y lo sabréis con dicha infinita; pero lo sabréis
por el que es autor del prodigio. Sólo he sido enviado para anunciaros vuestra
concepción virginal y divina. (Serm. IV. Super Missus est).
El fruto de la Virgen fue santo por la operación del Espíritu Santo y
por su unión hipostática con el Verbo: fué hijo de Dios por naturaleza, al paso
que nosotros lo somos sólo por gracia y por adopción...
Y ved, continuó el
ángel, que
vuestra parienta Isabel ha concebido también en su vejez a un hijo; porque nada
es imposible a Dios. (Luc. 1, 36 -37). El ángel confirma el
milagro de la encarnación con otro milagro, a fin de que, como dice S.
Bernardo, agregándose
un milagro a otro milagro, fuera más intenso el regocijo y llegase a su colmo.
Nada es imposible a Dios.
En Dios, dice S.
Bernardo, la
palabra no es diferente de la intención: porque es la verdad; ni la acción de la
palabra, porque es la omnipotencia, ni la manera del hecho, porque es la
sabiduría.
El ángel se detiene y se calla, aguardando respetuosamente la respuesta
y el consentimiento de la Virgen. Adán, dice S.
Bernardo, Abraham, David y todos los patriarcas y profetas, deseosos de la venida del Mesías y
de la salvación de los hombres, aguardan aquel consentimiento. El universo
entero, oh bienaventurada Virgen, lo espera prosternado a vuestros pies. (Serm. IV. Super
Missus est). Y con
muchísima razón, puesto que de vuestros labios ha de venir el consuelo de los
desgraciados, la redención de los cautivos, la libertad de los hombres
condenados, y finalmente la salvación do todos los hijos de Adán de todo el género
humano.
Dad, oh
incomparable Virgen, dad pronto una respuesta afirmativa. (Serm,
ejusd.). ¡Oh
Señora mía, pronunciad la palabra que aguardan la tierra, los limbos y el cielo!
El Señor y el mismo Rey del universo
desea vuestra respuesta y vuestro consentimiento, con tanto ardor como ha
deseado gozar de vuestra hermosura; porque con este consentimiento quiere salvar
al mundo.
Cielos,
limbos y tierra, alegraos, ¡María consiente! María dice: He aquí la criada del Señor;
hágase según vuestra palabra. Fiat y en aquel momento dichoso y supremo se
encarnó el Verbo: “Et
Verbum caro factum est”. (Juan 1, 14). Dios se hace hombre, el hombre llega
a ser Dios; el Cielo se baja, la tierra se eleva; Dios tiene una Madre, y una
Virgen tiene por hijo a Dios. Los ángeles se admiran, la tierra se estremece y
el infierno se espanta. ¡Todo se ha salvado!...
Hágase según vuestra voluntad: “Fiat mihi
secundum Verbum tuum”. (Luc. 1, 38). María llega a ser esposa
de Dios y nuestra carne esposa del Verbo.
Un ángel anuncia, dice S. Bernardo: la
virtud de lo alto cubre a María, el Espíritu Santo obra, la Virgen cree,
concibe, pare y permanece virgen.
El
ángel la dejó. El ángel se despidió después de haber
terminado su misión y obtenido el consentimiento de María, y por consiguiente
despues de la encarnación del Verbo. Se cree que al retirarse, el ángel Gabriel
se prosternó a los pies de María, ya para venerar a la Madre de Dios, ya para
adorar al Verbo divino encarnado en Ella. Por esto al pronunciar estas
palabras: “Et
Verbum caro factum est”, debemos inclinar
la cabeza y doblar la rodilla...
El milagro de la
Encarnación encierra muchos milagros. El primero es que una virgen concibió
permaneciendo virgen..., el segundo fue que el Espíritu Santo cubrió a
María con su sombra, formó al punto en ella el cuerpo entero de Jesucristo, y
colocó allí un alma perfecta…; el tercero es que el Verbo se unió de repente a
aquella alma y a aquel cuerpo...; el cuarto es que se hizo hombre...; el quinto es que
el hombre llegó a ser Dios...; el sexto es que en el mismo instante de la Encarnación
el niño Jesús quedó lleno de sabiduría y de inteligencia...; el
séptimo que
fué concebido sin mancha original y lleno de gracia...; el
octavo que
el alma santa de Jesucristo, desde el momento de su creación, vio la esencia de
Dios y se ofreció a Él para sufrir el suplicio del calvario y rescatar a los
hombres...
Eva,
la primera virgen, fué formada del cuerpo del primer hombre virgen, y por el contrario
Jesucristo, el primer hombre virgen, fué formado del cuerpo de la segunda
virgen, la bienaventurada María.
TESOROS
de CORNELIO Á LÁPIDE.
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