María Santísima comenzó su viaje por el camino a la
perfección a una altura a la que otros santos solamente llegan al final de una
larga vida de santidad. En todos los demás hijos de Adán el pecado original ha
impedido que la divina generosidad pudiera seguir libremente su camino. Pero Nuestra Señora fue creada inmaculada, y por lo tanto la gracia de Dios
operó en su alma sin impedimentos ni obstáculos. Su impecabilidad, su pureza
celestial, dirigió cada acción y cada movimiento suyo hacia Dios. Su corazón era el patrón y el modelo de todas las
virtudes y de toda pureza: “¡Bienaventurados los
limpios de corazón!”.
No
tiene lugar en ella cosa manchada: como que es el
resplandor de la luz eterna, un espejo sin mancilla de la majestad de Dios, y
una imagen de su bondad. Yo soy de mi amado, y mi amado es mío, el pastor entre
los lirios.
Misal
Diario Católico Apostólico Romano. (1962).
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