Las emociones —el miedo, la alegría, la tristeza— están muy
presentes en las apariciones de la Virgen María en Fátima. Las
conversaciones entre María y los tres pastorcitos están impregnadas de estos
aspectos muy humanos. Así la reina del cielo se
inclina hacia Jacinta, Lucía y Francisco con la delicadeza de un corazón maternal.
Su mirada es tan bondadosa como su lenguaje. La
bondad se refleja en sus ojos y en sus palabras; brilla tanto como la luz, para
dirigirse directamente al corazón de los tres niños. María crea así un
clima de confianza con los pastorcitos: ahora la enseñanza puede desarrollarse,
los alumnos sólo tienen que adherirse.
La mirada bondadosa
del Corazón
Inmaculado:
la emoción
reconocida y guiada
Estamos en el 13 de mayo de 1917. Los pastorcitos
deciden llevar a pastar su rebaño a Cova da Iría. Se encuentran allí divirtiéndose
cuando ven un relámpago. Entonces deciden guardar su rebaño temiendo una
tormenta. Otro relámpago los sorprende y sobre un roble verde, ven a una dama
vestida de blanco. Los tres pastorcitos están acostumbrados a los ruidos del
campo, al movimiento de los árboles, al soplo del viento; así que esto los sorprende
no podían estar más que emocionados: “Nos
quedamos quietos, dice Lucía, sorprendidos por esta aparición”.
Con su mirada bondadosa, María observa la sorpresa y adivina el miedo.
En consecuencia sus primeras palabras se dirigen derecho
a los corazones emocionados de los tres niños a fin de aplacar su temor. Entonces
poniéndose al nivel de los pastorcitos, María va a evocar la emoción pasada, reconocerla,
comprenderla y buscar dominarla: “No
tengáis miedo, no voy a haceros daño”.
María no podía sino adivinar el miedo y la angustia de los tres niños
ante la manifestación de una visión y de una presencia sobrenatural. Dos mil
años antes, ella también había vivido una sorpresa, un desconcierto en el día
de la Anunciación. El Ángel Gabriel, adivinando su temor, le había dicho en
esta ocasión: “No
temas Maria”. La Virgen Maria conoce muy bien nuestra
naturaleza humana. Ella también ha experimentado emociones: la alegría del pesebre, el miedo de saber que su hijo estaba
perdido en el templo, la angustia de que no hubiera más vino en Caná, la
inmensa tristeza al ver a su hijo sufrir y morir en la Cruz… ¡y tantas otras más! María ha conocido las
emociones pero nunca se ha dejado invadir por ellas. Siempre las ha dominado y
ordenado hacia el servicio de Dios. En Fátima, va a mostrar a los niños un
camino, enseñándoles a ser dueños de los movimientos de su alma para no dejarse
dominar por ellos.
Así pues en la segunda aparición, cuando María anuncia
a Jacinta y a Francisco que ellos van a ir pronto al cielo, Lucía siente una
gran tristeza. Tristeza de ver que ella va quedarse sola sobre esta tierra,
sin sus primos. Tristeza de no poder reunirse más pronto en el Cielo ya prometido
dos veces por María. Desánimo y sufrimiento ante las dificultades futuras que ella
adivina. Escuchémoslos:
“— ¿Voy a
quedarme aquí sola?— pregunta Lucía.
—No,
hija mía —responde María— ¿Sufres mucho? ¡No te desanimes,
yo no te abandonaré jamás! Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que
te conducirá a Dios.”
Hay una gran lección en esta conversación. Lucía
nos enseña que es posible y necesario contar a María nuestras penas, tristezas
y sufrimientos. Como el Corazón de Jesús, “el Corazón de María está atento
a la voz de vuestras súplicas” había dicho el Ángel en la primera aparición.
Este Corazón es bondadoso, se entera, escucha y al comprender nuestra pena, tiene
una respuesta para ayudarnos a sobrellevarla. María nos
enseña pues que su Corazón Inmaculado está siempre para escucharnos y que
siempre está con nosotros; no nos abandonará jamás y dentro de su Corazón
podremos encontrar refugio. Ella nos enseña que nos mantendrá en el
camino de Dios si tenemos la humildad de confesarle nuestros desalientos. La
mejor manera de no dejarse invadir por nuestras emociones, es la de confiar humildemente nuestra alegrías, tristezas y
temores al Corazón Inmaculado de María.
El lenguaje
bondadoso
del Corazón
Inmaculado:
la emoción
expresada
y compartida
Si María tiene una mirada bondadosa sobre sus niños, así también va a
dirigirse a nosotros utilizando nuestro propio lenguaje: va a evocar su propia tristeza y la de Dios, su propia
alegría y la de Dios. Para hacer entender las realidades celestes, para
corresponder con sus alumnos, María no sólo emplea nuestras palabras sino
también nuestras emociones. Yo me atrevo a decir que María va aún a provocarlas
para empujar a los niños a la acción.
Por naturaleza Dios es impasible, no tiene emociones y no siente ni
tristeza, ni alegría, ni cólera. No podemos comprender esto. Y por lo tanto Él va mostrar a los niños su tristeza. En efecto, el
13 de mayo de 1917, la Santísima Virgen extiende los brazos al final de la
aparición y deja entrever el reflejo de Dios, de Dios triste.
“Lo que
impresionaba a Francisco y sobretodo lo absorbía, dirá Lucía, era Dios y la Santísima
Trinidad, en esta luz inmensa que nos penetraba hasta lo más íntimo del alma.
Nosotros estábamos allí, quemándonos en esta luz que es Dios, pero no éramos consumidos.
¿Cómo es Dios? ¡No podemos decirlo! Sí, verdaderamente, no podremos jamás decirlo.
Pero da pena que esté tan triste ¡Si pudiese por lo menos consolarlo!”. María mostró
a sus alumnos la tristeza de Dios; invadido por esta
tristeza, Francisco no tenía más que una idea en la cabeza: consolar a Dios. Esta fue su
vocación. “Francisco
parecía pensar solamente en consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que le
habían parecido tan tristes, dirá Lucía”. La
bondad puede llevar a la compasión.
Un día Jacinta pregunta a su hermano: “Francisco
¿Qué prefieres: consolar a Nuestro Señor o convertir a los pecadores para que
haya menos almas que vayan al infierno?- Prefiero
consolar a Nuestro Señor ¿No te has dado cuenta cómo Nuestra Señora se ha
puesto triste cuando, en el último mes, nos ha dicho que no había que ofender
más a Nuestro Señor porque ya está demasiado ofendido? Yo quisiera consolar a
Nuestro Señor y también convertir a los pecadores para que no lo ofendan más.”
Por otro lado
María igualmente hace partícipes a los niños de la alegría de Dios.
Esto
sucede en la quinta aparición del 13 de septiembre de 1917. María ha acabado su
enseñanza. Ya ha podido comprobar cuánto había sido escuchada: su enseñanza ha
sido comprendida y puesta en práctica; ha podido medir cuánto han crecido los
niños en el ejercicio de las virtudes de religión y caridad. Ella sabe la
fecundidad de su obra sobre los pecadores ¿Cuántos pecados
han sido ya reparados? ¿Cuántas almas han sido salvadas del infierno por las
oraciones y los sacrificios de estos tres alumnos? ¿Cuántas gracias ya han
caído sobre “los
que no creen, no adoran, no esperan y no aman”? ¿Cuánta
entrega en la misión confiada? ¿Cuánta generosidad en la devoción al Corazón
Inmaculado? Ha llegado el tiempo de expresar la alegría de
Dios: “Dios
está satisfecho con vuestros sacrificios”, dirá Nuestra
Señora a los tres niños. Esto es un gran aliento para estos tres pastorcitos. Ellos conocían a Dios triste y ahora conocen su alegría. La
alegría de Dios que es una fuente de aliento para los pastorcitos. Por otro
lado estos niños, contentos de saber que Dios está contento con ellos, no deben
detenerse aquí y la Virgen se preocupa por comunicárselo: “llevad la cuerda solamente
durante el día”. Dicho de otro modo: “Dios está contento pero debéis
continuar con vuestros sacrificios de manera mesurada”. Las
emociones, aunque positivas, deben ser
igualmente dominadas.
Conclusión
La
bondad reina en Fátima. La naturalidad de los tres niños, la vivacidad de
Jacinta, la tristeza del pequeño consolador de Dios, la madurez de Lucia, nos
conmueven a todos. El Corazón de María es educador y maternal. Desciende hacia
nuestra humanidad con nuestras palabras y emociones para elevarnos mejor a
Dios. Ella nos toma de donde estamos para conducirnos “al trono del mismo Dios”.
Ser
alumno del Corazón Inmaculado no puede sino arrastrar nuestro entusiasmo ya que
expande un calor radiante y comunicativo. Está lleno del fuego del Espíritu Santo:
“Ah, si pudiera poner en
todos los corazones el fuego que tengo en mi pecho, que me quema y que me hace
amar tanto el Corazón de Jesús y el Corazón de María” —exclamaba Jacinta.
Estanislao Muel
Cruzado Francés.
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