Por Fray Luis de Granada.
Preso, pues, el Salvador de esta manera, lo llevan con grandes voces y
estruendo a casa de Annás, porque era suegro de Caifás, el cual era Pontífice
aquel año.
Considera, pues, primeramente,
aquella tan grande afrenta que el Salvador recibió en casa de este malvado
suegro del Pontífice. Porque preguntándole por sus discípulos y por su doctrina
y respondiendo Él cómo públicamente había enseñado a los hombres, y que de
ellos podía saber esto, uno de los criados de este perverso dio una bofetada al
Señor, diciendo: «¿Así respondes al
Pontífice?»
Mira, pues, aquí cómo el mal Pontífice y los
que presentes estaban se reirían de ver al Señor tan duramente herido; y, por
el contrario, cómo los que eran de su parte se entristecerían, no pudiendo
sufrir tan grande injuria en persona de tan grande dignidad.
Mira otro sí con cuánta caridad y mansedumbre habló al que le había
herido, diciendo: «Si mal hablé, muéstrame
en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?» Como si claramente dijera: «Mal
me has injuriado sin habértelo merecido.»
Considera luego cómo de ahí fue llevado a
casa de Caifás, y las injurias que allí recibió cuando respondió a la pregunta del
Pontífice, que le preguntó quién era. Porque allí no uno solo, sino muchos de
los que presentes estaban, arremetieron al Cordero como lobos rabiosos, y todos
a una le herían sin ninguna piedad.
Unos le daban bofetadas y pescozones; otros
escupían su rostro; otros arrancaban sus venerables cabellos, y otros decían
contra Él muchos denuestos y escarnios.
De manera que aquel rostro adorado
de los Ángeles, el cual con su hermosura alegra la Corte soberana, es aquí por
estas infernales bocas afeado con salivas, injuriado con bofetadas, afrentado
con pescozones, deshonrado con vituperios y cubierto con un velo por escarnio.
Finalmente, el
Señor de todo lo criado es aquí tratado como un sacrílego y blasfemo, estando
Él, por otra parte, con un rostro sereno y manso padeciendo todas estas
injurias.
Mas aunque todo esto sea mucho
para sentir, no es menos lo que San
Lucas cuenta, diciendo que esta misma noche los soldados que le guardaban estaban
haciendo escarnio de Él, hiriéndole y cubriendo el rostro, y diciendo: «Profetízanos, Cristo, quién es el que te hirió», y otras muchas cosas, blasfemando, decían contra Él, las
cuales el Evangelista no escribe; más de la paciencia y caridad del Señor y de
la crueldad y furor de aquellos crueles corazones que el demonio atizaba,
podemos inferir cuál sería la noche que el Señor allí pasaría en medio de tan
crueles sayones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario