Hagamos ahora algunas indicaciones practicas acerca de la manera de
hacerlo con mayor provecho espiritual.
Como lo dejamos indicado, la estación de las flores es la más adecuada para los
ejercicios de este hermoso Mes. Por eso en el viejo continente se ha
elegido el mes de Mayo. Entre nosotros, la
costumbre lo ha fijado en el mes de Noviembre, en que la primavera esta en todo
su vigor y lozanía, viniendo a ser como la corona del año y como una digna
preparación para celebrar con fruto la festividad de la Inmaculada Concepción,
ese dogma cuya declaración solemne ha cabido en suerte a nuestro siglo; hermosa piedra colocada en la brillante diadema de María
por las manos del inmortal Pontífice Pío IX.
Por consiguiente, para que el MES DE MARÍA
termine con esta festividad, que la Iglesia celebra
el 8 de diciembre. Conviene hacer su apertura el 7 de noviembre. En este
día se aderezará en el sitio de la casa más apropiado para el recogimiento un
pequeño altar con alguna imagen de la Santísima Virgen, adornado con flores del
tiempo y con algunas luces. Nadie ignora que este aparato exterior es muy
propio para inspirar devoción y avivar la piedad. En torno de ese altar, la
madre de familia reunirá cada día a sus hijos y domésticos para hacer en común
los santos ejercicios de este Mes de bendición.
Sin embargo, siempre que las atenciones y
obligaciones de la propia condición lo permitan, conviene que se asista al
templo, lugar más conveniente para la solemnidad de estos ejercicios. Algunas
personas piadosas acostumbran hacerlos en el hogar y en el templo, para que los
que no puedan concurrir a este último, no se defrauden del beneficio de esta
devoción.
Entre las prácticas que forman el MES DE MARÍA, una
de las más útiles es la consideración de las prerrogativas y virtudes de la
Reina del cielo. Por eso conviene que las consideraciones de cada día se lean
con atención y con espíritu de piedad, pudiendo servir de materia para la
meditación diaria. De esta manera se inflamará el
alma en amor a María, crecerá la devoción y la confianza que debemos tener en ella y nos
alentaremos a imitar sus perfecciones y virtudes.
Si durante este
Mes bendito se cogen de los jardines las más bellas flores para llevarlas en
ramillete y guirnaldas a los pies de María, es precisamente que esas flores
sean el símbolo de otras más hermosas y perfumadas que el hálito de la tarde no
marchita: las
flores del alma. Por esto cada
día es preciso ofrecer a la Virgen Inmaculada un obsequio
espiritual, haciendo una obra meritoria que tenga por
fin su gloria
o la santificación del alma.
Para conseguirlo, se escribirán diversas
prácticas en cédulas separadas, si el mes se reza en familia o entre un número
poco considerable de personas, cada uno de los asistentes sorteara una cédula y
ejecutara fielmente al siguiente día la práctica que ella contenga.
En los templos, anunciará el director tres
prácticas cada día. Antes de publicarlas, cada uno de los asistentes elegirá
mentalmente cualquiera de los números que contienen las cinco prácticas, y la
que corresponde al número de antemano elegido será la que practique al día
siguiente.
Para la mayor perfección de este importante
ejercicio, conviene que se lleve un diario, en el que se señalara cada día con
signos arbitrarios si se ha cumplido o no con la práctica que ha cabido en
suerte. Así, podrá conocerse al terminar cada semana del Mes si ha habido o no
exactitud y piadoso celo en honrar a la Santísima Virgen, llevándole en homenaje, junto con las flores del tiempo, las flores
inmarcesibles del alma.
Al
concluir el Mes, puede presentarse ese hermoso ramillete a los pies de María
como la más preciosa ofrenda, pidiendo en retorno su maternal bendición.
Además de esta ofrenda diaria, conviene
también elegir a la suerte una práctica que se cumplirá durante todo el Mes, la
cual podrá sortearse el día de la apertura.
El Mes de María deberá coronarse con una
solemne y perpetua consagración de sí mismo a la Reina de los cielos.
Presbítero Don Rodolfo Vergara Antúnez.
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