jueves, 5 de noviembre de 2020

MES DE MARÍA INMACULADA. Parte IV.


   Hagamos ahora algunas indicaciones practicas acerca de la manera de hacerlo con mayor provecho espiritual.

 

   Como lo dejamos indicado, la estación de las flores es la más adecuada para los ejercicios de este hermoso Mes. Por eso en el viejo continente se ha elegido el mes de Mayo. Entre nosotros, la costumbre lo ha fijado en el mes de Noviembre, en que la primavera esta en todo su vigor y lozanía, viniendo a ser como la corona del año y como una digna preparación para celebrar con fruto la festividad de la Inmaculada Concepción, ese dogma cuya declaración solemne ha cabido en suerte a nuestro siglo; hermosa piedra colocada en la brillante diadema de María por las manos del inmortal Pontífice Pío IX.

 

   Por consiguiente, para que el MES DE MARÍA termine con esta festividad, que la Iglesia celebra el 8 de diciembre. Conviene hacer su apertura el 7 de noviembre. En este día se aderezará en el sitio de la casa más apropiado para el recogimiento un pequeño altar con alguna imagen de la Santísima Virgen, adornado con flores del tiempo y con algunas luces. Nadie ignora que este aparato exterior es muy propio para inspirar devoción y avivar la piedad. En torno de ese altar, la madre de familia reunirá cada día a sus hijos y domésticos para hacer en común los santos ejercicios de este Mes de bendición.

 

   Sin embargo, siempre que las atenciones y obligaciones de la propia condición lo permitan, conviene que se asista al templo, lugar más conveniente para la solemnidad de estos ejercicios. Algunas personas piadosas acostumbran hacerlos en el hogar y en el templo, para que los que no puedan concurrir a este último, no se defrauden del beneficio de esta devoción.

 

   Entre las prácticas que forman el MES DE MARÍA, una de las más útiles es la consideración de las prerrogativas y virtudes de la Reina del cielo. Por eso conviene que las consideraciones de cada día se lean con atención y con espíritu de piedad, pudiendo servir de materia para la meditación diaria. De esta manera se inflamará el alma en amor a María, crecerá la devoción y la confianza que debemos tener en ella y nos alentaremos a imitar sus perfecciones y virtudes.

 

   Si durante este Mes bendito se cogen de los jardines las más bellas flores para llevarlas en ramillete y guirnaldas a los pies de María, es precisamente que esas flores sean el símbolo de otras más hermosas y perfumadas que el hálito de la tarde no marchita: las flores del alma. Por esto cada día es preciso ofrecer a la Virgen Inmaculada un obsequio espiritual, haciendo una obra meritoria que tenga por fin su gloria o la santificación del alma.

 

   Para conseguirlo, se escribirán diversas prácticas en cédulas separadas, si el mes se reza en familia o entre un número poco considerable de personas, cada uno de los asistentes sorteara una cédula y ejecutara fielmente al siguiente día la práctica que ella contenga.

 

   En los templos, anunciará el director tres prácticas cada día. Antes de publicarlas, cada uno de los asistentes elegirá mentalmente cualquiera de los números que contienen las cinco prácticas, y la que corresponde al número de antemano elegido será la que practique al día siguiente.

 

   Para la mayor perfección de este importante ejercicio, conviene que se lleve un diario, en el que se señalara cada día con signos arbitrarios si se ha cumplido o no con la práctica que ha cabido en suerte. Así, podrá conocerse al terminar cada semana del Mes si ha habido o no exactitud y piadoso celo en honrar a la Santísima Virgen, llevándole en homenaje, junto con las flores del tiempo, las flores inmarcesibles del alma.

 

   Al concluir el Mes, puede presentarse ese hermoso ramillete a los pies de María como la más preciosa ofrenda, pidiendo en retorno su maternal bendición.

 

   Además de esta ofrenda diaria, conviene también elegir a la suerte una práctica que se cumplirá durante todo el Mes, la cual podrá sortearse el día de la apertura.

 

   El Mes de María deberá coronarse con una solemne y perpetua consagración de sí mismo a la Reina de los cielos.

 

 

Presbítero Don Rodolfo Vergara Antúnez.

 


 

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