lunes, 29 de abril de 2019

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN DE NOGOYÁ.




   La historia de esta imagen arranca en julio de 1782, cuando el Pbro. Fernando Andrés Quiroga y Taboada dio principio a la construcción de la primera capilla de Nogoyá, en la que expuso, a la veneración de los fieles, la “imagen de la Virgen del Carmen que fabrique y adorne con mis propias manos”.

PRIMERA CAPILLA DE NOGOYÁ


   Es de madera, y tiene una altura de 88 centímetros, sin la corona. En la Virgen es dable observar la delicada factura del rostro y las manos, y en el Niño su leve y viva sonrisa, que tanta confianza inspira en quien la contempla.

   La imagen está considerada como la única reliquia existente de la fundación de Nogoyá, en la Provincia de Entre Ríos, ciudad que por muchos años fue conocida como de “Nuestra Señora del Carmen de Nogoyá”, tal como la mencionara el Pbro. Quiroga y Taboada en un documento del 29 de octubre de 1782, que obra en el Archivo General de la Nación.  

   Entre otros muchos el General Urquiza tenia especial devoción por esta imagen. Así lo confirma la carta que el 5 de mayo de 1850 escribiera el párroco de Nogoyá, Pbro. José Leonardo Acevedo, en la que dice: “Dirija sus votos a mi abogada, la Virgen del Carmen, para que me saque ileso de los peligros y haga triunfar la justicia de nuestra noble causa” (al emprender una campaña contra los paraguayos que habían invadido a Corriente).

   El 3 de noviembre de 1851, el Papa Pío IX designo canónicamente a la Virgen del Carmen como Patrona de Nogoyá.


   Un siglo más tarde, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional, fechado el 16 de julio de 1951, se impuso la faja de Generala del Ejército Argentino a la imagen fundadora de Nogoyá.

   El 21 de junio de 1966, la Santa Sede otorgó la Coronación Pontificia a la histórica imagen de la Virgen. Tal honor dio lugar, el siguiente 16 de julio, a un apretado programa de celebraciones jubilosas, que presidio el Nuncio de Su Santidad, y del que tomaron parte una incontable cantidad de fieles venidos de todos los pueblos y ciudades de la Provincia de Entre Ríos. 



   En la misa solemne celebrada ese día, se dio lectura al documento se S. S. Pablo VI por el cual se elevó a la dignidad de Basílica la Iglesia Parroquial.


   Así, el Santuario de Nuestra Señora del Carmen de Nogoyá, donde se venera la imagen fundadora desde 1782, reconstruido y ampliado a través de los tiempos hasta el que hoy conocemos, es el primero en Entre Ríos honrado con la designación de Basílica.

“MARÍA REINA y MADRE
De los ARGENTINOS”

sábado, 20 de abril de 2019

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR. Por Fray Luis de Granada.




   Acababa ya la batalla de la Pasión, cuando aquel dragón infernal pensó que había alcanzado victoria del Cordero, comenzó a resplandecer en su alma la potencia de su Divinidad, con la cual nuestro león fortísimo descendió a los infiernos, y, vencido y preso aquel fuerte armado, lo despojó de la rica presa que allí tenía cautiva, para que, pues el tirano había acometido a la cabeza sin tener derecho a ella, perdiese por vía de justicia el que pensaba tener en los miembros.

   Entonces el verdadero Sansón, muriendo, mató sus enemigos. Entonces el Cordero sin mancilla, con la sangre de su testamento sacó sus prisioneros del lago donde no había agua. Entonces el verdadero David, con la espada de Goliás, cortó la cabeza a Goliás, cuando el Salvador con la muerte venció al autor de la muerte, el cual, por medio de ella, llevaba todos los hombres cautivos a su reino.

   Habida, pues, esta tan gloriosa victoria, al tercero día el autor de la vida, vencida la muerte, resucitó de los muertos; y así salió el verdadero José de la cárcel del infierno por voluntad y mandamiento del Rey soberano, trasquilados ya los cabellos de la mortalidad y flaqueza y vestido de ropas de hermosura e inmortalidad.

   Aquí tienes luego que considerar la alegría de todos los aparecimientos que hubo en este día tan glorioso, que son: la alegría de los Padres del Limbo, a quien el Salvador primeramente visitó y sacó de cautivos; la alegría de la Sacratísima Virgen nuestra Señora; la alegría de aquellas santas mujeres que le iban a ungir al sepulcro, y la alegría también de los discípulos, que tan desconsolados estaban sin su Maestro y tanta consolación recibieron en verle resucitado.


  

   Pues, según esto, considera primeramente qué tan grande sería la alegría de aquellos Santos Padres del Limbo en este día, con la visitación y presencia de su libertador y qué gracias y alabanzas le darían por esta salud tan deseada y esperada.

   Dicen los que vuelven de las Indias orientales a España, que tienen por bien empleado el trabajo de la navegación pasada, por la alegría que reciben el día que entran en su tierra.

   Pues si esto hace la navegación y destierro de un año o de dos años, ¿qué haría el destierro de tres o cuatro mil años, el día que recibiesen tan gran salud y viniesen a tomar puerto en la tierra de los vivientes?


   Pues la alegría que la Sacratísima Virgen recibió este día con la vista del hijo resucitado, ¿quién la explicará?

   Porque es cierto que como ella fue la que más sintió los dolores de su Pasión, así ella fue a quien más parte cupo de la alegría de su resurrección.

   Pues ¿qué sentiría esta bendita Señora cuando viese ante sí su Hijo vivo y glorioso, acompañado de todos aquellos Santos Padres que resucitaron? ¿Cuáles serían sus abrazos y besos? ¿Y las lágrimas de sus piadosos ojos? ¿Y los deseos de irse tras Él si le fuera concedido?



   Pues ¿qué diré de la alegría de aquellas santas Marías, y especialmente de aquella que perseveraba llorando par del sepulcro, cuando se derribase ante los pies del Señor y le viese en tan gloriosa figura?

   Y mira bien que después de la Madre a aquella primero apareció, que más amó, más perseveró, más lloró y más solícitamente le buscó; para que así tengas por cierto que hallarás a Dios si con estas mismas lágrimas y diligencias le buscares.



   Después de esto considera también por una parte la flaqueza de los discípulos, que tan presto desfallecieron y perdieron la fe con el escándalo de la Pasión; y entiende por aquí cuán grande sea nuestra miseria, y cuán pocas cosas bastan para hacernos perder el esfuerzo y la confianza, por mayores prendas y firmezas que tengamos.

   Y considera por otra la bondad y providencia paternal del Señor, que no desampara a los suyos por mucho tiempo, sino luego los consuela y socorre con el regalo de su visitación.

   Conoce muy bien nuestra flaqueza; sabe la masa de que somos compuestos, y por esto no permite que seamos tentados más de lo que podemos.

   Cinco veces les apareció el mismo día que resucitó, y los tres días del sepulcro abrevio en cuarenta horas, contando desde que expiró en la Cruz, que aún no hacen dos días naturales, y en lugar de estas cuarenta horas de tristeza les dio cuarenta días de alegría; para que veas cuán piadoso es este Señor para con los suyos, y cuán más largo en darles consolaciones que trabajos.



   Considera también de la manera que apareció a los dos discípulos que iban a Emaús, en hábito de peregrino, y mira cuán afable se les mostró, cuán familiarmente los acompañó, cuán dulcemente se les disimuló, y en cabo cuán amorosamente se les descubrió, dejándolos con toda la miel y suavidad en los labios.



   Sean, pues, tales tus pláticas cuales eran las de éstos, y trata con dolor y sentimiento lo que trataban éstos, que eran los dolores y trabajos de la Pasión de Cristo, y ten por cierto que no te faltará su presencia y compañía, así como a éstos no faltó.



viernes, 19 de abril de 2019

DE COMO FUE CRUCIFICADO EL SALVADOR. Por Fray Luis de Granada.




   Llegado el Salvador al monte Calvario, fue allí despojado de sus vestiduras, las cuales estaban pegadas a las llagas que los azotes habían dejado. Y al tiempo de quitárselas es de creer que se las desnudarían aquellos crueles ministros con inhumanidad, que volverían a renovarse las heridas pasadas y a manar sangre por ellas.

  Pues ¿qué haría el bendito Señor cuando así se viese desollado y desnudo? Parece que levantaría entonces los ojos al Padre, y le daría gracias por haber llegado a tal punto que se viese así tan pobre, tan deshonrado y desnudo por su amor. 



   Estando Él, pues, así, le mandan extender en la Cruz, que estaba tendida en el suelo, y obedece Él como cordero a este mandamiento, y se acuesta en aquella cama que el mundo le tenía aparejada, y entrega liberalmente sus pies y manos a los verdugos para el tormento.

   Pues cuando el Salvador se viese así tendido sobre la Cruz y sus ojos puestos en el cielo, ¿qué tal estaría su piadoso corazón? ¿Qué pensaría? ¿Qué diría en este tiempo?

   Volverse ahí a su Eterno Padre y decirle ahí así: ¡Oh Padre Eterno!, gracias doy a vuestra infinita bondad por las obras que en todo el discurso de la vida pasada habéis obrado por Mí. Ahora, fenecido ya con vuestra obediencia el curso de mis días, vuelvo a Vos, no por otro camino que el de la Cruz. Vos mandasteis que Yo padeciese esta muerte por la salud de los hombres. Yo vengo a cumplir esta obediencia y ofrecer aquí mi vida en sacrificio por vuestro amor.

   Tendido, pues, el Salvador en esta cama, llegó uno de aquellos malvados ministros con un grueso clavo en la mano, y puesta la punta del clavo en medio de la sagrada palma, comenzó a dar golpes con el martillo y hacer camino al hierro duro por las blandas carnes del Salvador.


   Los oídos de la Virgen oyeron estas martilladas y recibieron estos golpes en medio del corazón. Y sus ojos pudieron ver tal espectáculo como éste sin morir. Verdaderamente aquí fue su corazón traspasado con esta mano, y aquí fueron con este clavo sus virginales entrañas rasgadas.

   Con la fuerza del dolor de la herida, todas las cuerdas y nervios del cuerpo se encogieron hacia la parte de la mano clavada, y llevaron en pos de sí todo el peso del cuerpo. Y estando así cargado el buen Jesús hacia esta parte, tomó el cruel sayón la otra mano, y por hacer que llegase al agujero que estaba hecho, la estiró tan fuertemente, que los huesos del sagrado pecho se desabrocharon y quedaron tan señalados y distintos que, como el Profeta dice, uno a uno los pudiera contar. Y de esta misma crueldad es de creer que usaron cuando le enclavaron los pies; y de esta manera quedó el sagrado cuerpo afijado en la Cruz.

   Este tormento de cruz fue el mayor de los tormentos corporales que el Salvador sufrió en su Pasión. Porque este linaje de muerte de cruz era uno de los más acerbos y penosos que en aquel tiempo se acostumbraban. Porque las heridas son en pies y manos, que son los lugares del cuerpo en que hay más junturas de huesos y de nervios, los cuales son órganos e instrumentos del sentir, y así las heridas en esta parte son más sensibles y más penosas.

   También esta manera de muerte no es acelerada, como otras, sino prolija y larga, en la cual los matadores no sólo pretenden matar, sino también atormentar al que muere.

   Y en todo este espacio tan largo, el cuerpo que está en el aire colgado de los clavos, naturalmente carga para abajo, y así está siempre rasgando las llagas, y rompiendo los nervios, y ensanchando las heridas, y acrecentando continuamente el dolor.

   Y con ser tal este tormento, que un animal bruto que lo padeciera pudiera mover a compasión, sus enemigos eran tales, que en este mismo tiempo estaban meneando la cabeza, y haciendo fiesta, y diciendo donaires, y haciendo escarnio del Salvador. Pues ¿qué era esto sino estar echando sal en las llagas recientes y frescas, y crucificar con las lenguas a quien con los clavos habían ya crucificado?

   Más aún no se acaban aquí los trabajos del Salvador, sino pasan más adelante, porque ni el fervor de su caridad ni el furor de sus enemigos se contentaban con esto. Y así añadieron ellos otra nueva y nunca vista crueldad a todas las otras. Porque estando el Señor ya todo desangrado, secas las entrañas y agotadas todas las fuentes de las venas, como naturalmente padeciese grandísima sed y dijese aquella dolorosa palabra: Silio, que es: Sed he, aquellos malvados enemigos usaron con Él de tanta crueldad que en este tiempo le dieron a beber una esponja de vinagre.


   Pues ¿qué mayor crueldad que acudir con tal bebida a quien estaba en esa sazón y negar un jarro de agua a quien la pedía muriendo?

   En lo cual parece cómo no quiso este piadoso Señor que alguno de sus miembros quedase sin su propio tormento, y por esto quiso que la lengua también padeciese su pena, pues todos los otros miembros habían pasado la suya.

   Pues si a este linaje de pobreza y aspereza llegó el Señor de todo lo criado por nuestro remedio, ¿cómo el cristiano redimido por este medio, y enseñado por este ejemplo, y obligado con este tan grande beneficio, pondrá toda su felicidad en deleites y regalos de carne y no holgará de padecer algo por imitación y honra de Cristo?

   Aquí es razón de considerar que, aunque fue tan acerba y dolorosa la Pasión de este Señor, como aquí habernos visto, no menos fue injuriosa que dolorosa, porque con lo uno padeciese la vida y con lo otro padeciese la honra.

   Porque el linaje de muerte que padeció fue ignominiosísimo, que era muerte de cruz, que en aquel tiempo era castigo de ladrones; el lugar también lo era, porque era público y donde justiciaban los públicos malhechores; y la compañía también lo era, pues fue de ladrones y malos hombres; y, además de esto, el día era solemne, porque era víspera de fiesta, adonde había acudido mucha gente de todas partes; y para mayor confusión y deshonra suya fue puesto en la Cruz desnudo, que es cosa vergonzosa y afrentosa para nobles corazones.

   De lo cual todo parece claro cómo en la sacratísima Pasión del Señor hubo suma deshonra, suma pobreza y sumo dolor. Lo cual convenía así, porque su sagrada Pasión había de ser cuchillo y muerte del amor propio, que es la primera raíz de todos los males, de la cual nacen tres ramas pestilenciales, que son amor de honra, amor de hacienda y amor de deleites, las cuales son yesca e incentivo de todos ellos.

   Pues contra el amor de la honra milita esta suma ignominia, y contra el amor de la hacienda esta suma pobreza, y contra el amor del regalo este sumo dolor. Y de esta manera el amor propio, que es el árbol de la muerte, se cura con el bendito fruto de este árbol de vida, el cual es general medicina de todos los males, cuyas hojas, como dice San Juan son para salud de las gentes.

   Mas desviando ahora un poco los ojos del Hijo, pongámoslos en su Santísima Madre, que a todos estos trabajos y dolores se halló presente.

   Pues ¿qué sentiría vuestro piadoso corazón, Virgen bienaventurada, la cual asistiendo a todos estos martirios y bebiendo tanta parte de este cáliz, vistes con vuestros propios ojos aquel cuerpo santísimo que Vos tan castamente concebisteis, y tan dulcemente criasteis, y que tantas veces reclinaste en vuestro seno, y trajisteis en vuestros brazos, ser despedazado con espinas, deshonrado con bofetadas, rasgado con clavos, levantado en un madero y despedazado con su propio peso, y al cabo jaropado con hiel y vinagre?



   Y no menos vistes con los ojos espirituales aquella alma santísima llena de la hiel de todas las amarguras del mundo, ya entristecida, ya turbada, ya congojada, ya temiendo, ya agonizando, parte por el sentimiento vivísimo de sus dolores, parte por las ofensas y pecados de los hombres, parte por la compasión de nuestras miserias y parte por la compasión que de Vos su Madre dulcísima tenía, viéndoos asistir presente a todos estos trabajos.

   Verdaderamente aquí fue su bendita alma espiritualmente crucificada con su Hijo; aquí fue traspasada con agudísimo cuchillo de dolor, y aquí jaropada con la hiel y vinagre que Él bebió.

   Aquí vio muy por entero cumplidas las profecías que aquel Santo Simeón le había profetizado, así de las persecuciones que había de padecer al Hijo, como de los dolores que habían de traspasar el corazón de la Madre.



   Aquí vio la inmensidad de la bondad de Dios, la grandeza de su justicia, la malicia del pecado, el precio del mundo y la estima en que Él tiene los trabajos llevados en paciencia, pues tan a manos llenas los reparte con sus tan grandes amigos.

   Después de esto puedes considerar aquellas siete palabras que el Salvador hablo en la Cruz, pues las palabras que los hombres hablan al tiempo que parten de esta vida suelen ser muy notadas y encomendadas a la memoria, mayormente cuando son de padres o amigos o de personas señaladas.

   Y pues el más sabio de los sabios, y más amigo de los amigos, y más padre que todos los padres, habló siete palabras al fin de la vida, justo es que nosotros, que somos sus espirituales hijos, las tengamos siempre en la memoria y que en ellas estudiemos toda la vida.

Mira, pues, con cuánta caridad en estas palabras encomendó sus enemigos al Padre; con cuánta misericordia recibió al ladrón que le confesaba; con qué entrañas encomendó la piadosa Madre al amado discípulo; con cuánta sed y ardor mostró que deseaba la salud de los hombres; con cuánta dolorosa voz derramó su oración y pronunció su tribulación ante el acatamiento divino; cómo llevó hasta el cabo tan perfectamente la obediencia del Padre, y cómo, finalmente, le encomendó su espíritu y se resignó todo en sus benditísimas manos.

   Por eso parece que en cada una de estas palabras está encerrado un singular documento de virtud. Porque en la primera se nos encomendó la caridad para con los enemigos; en la segunda, la misericordia para los pecadores; en la tercera, la piedad para con los padres, en la cuarta, el deseo de la salud de los hombres; en la quinta, oración en las tribulaciones; en la sexta, la virtud de la obediencia y perseverancia; y en la séptima, la perfecta resignación en las manos de Dios, que es la suma de toda nuestra perfección.

   Con esta postrera palabra acabó el Salvador juntamente con la vida la obra de nuestra redención y la obediencia que le era encomendada; y así, como verdadero hijo de obediencia, inclinada la cabeza, encomendó su espíritu en las manos del Padre.

   Entonces el velo del Templo súbitamente se rasgó, y la tierra tembló, y las piedras se hicieron pedazos, y las sepulturas de los muertos se abrieron.



   Entonces el más hermoso de los hombres, oscurecidos los ojos y cubierto el rostro de amarillez de muerte, quedó el más maltratado de todos, hecho holocausto de suavísimo olor por ellos, para revocar la ira del padre.

Mira, pues, ¡oh Santo Padre!, desde tu santuario, la faz de tu Cristo; mira esta sacratísima Hostia, la cual te ofrece este sumo Pontífice por nuestros pecados, y mira tú también, hombre redimido, cuál y cuán grande es Este que está pendiente en el madero, cuya muerte resucita los muertos, cuyo tránsito lloran los Cielos, cuyos dolores sienten las piedras y todos los elementos del mundo. Pues ¡oh corazón humano más duro que todas ellas, si teniendo tal espectáculo delante ni te espanta el temor, ni te mueve la compasión, ni te ablanda la piedad!

LA PRISIÓN DEL SALVADOR. Por Fray Luis de Granada.




   Después de esto considera cómo, acabada esta oración, vino luego todo aquel escuadrón de gente armada, y con ellos también muchos de los Príncipes de los Sacerdotes y Fariseos, para prender al Cordero.

   Porque no se atrevieron a fiar este negocio de los ministros y soldados mercenarios, porque no les acaeciese lo que otra vez, cuando la predicación del Señor los convirtió e hizo volver vacíos, sino ellos mismos vinieron en persona, como gente tan confiada de su malicia, que ni por sermones ni cosas que viesen esperaban desistir de su maldad.

   De manera que los que eran mayores en la dignidad fueron los mayores en la maldad cuando vinieron a estragarse.

   De donde aprenderás que, así como del mejor vino se hace más fuerte vinagre, cuando se viene a corromper, así aquellos que por razón de su estado están más altos y más allegados a Dios, como son todas las personas eclesiásticas y dedicadas a Dios, cuando se dañan vienen a ser peores de todos los otros hombres, como vemos que el mayor Ángel se hizo mayor demonio cuando pecó.

   Venía Judas por adalid y capitán de este ejército, caído ya, como otro Lucifer, del más alto estado de la Iglesia en el más profundo abismo de maldad, que era ser el primer conjurado en la muerte de Cristo.


   Mira, pues, a qué extremo de males llegó este miserable, por no resistir a los principios de sus codicias. ¡Ay de ti si no resistes a las tuyas!

Porque ¿qué se podrá esperar de ti, que no tienes tantos aparejos para la virtud como tenía éste? Pues no aprendes en tal escuela, no ves tales milagros, no conversas con tal Maestro, ni con tales discípulos. Pues ¿qué puedes esperar de ti, si por todas partes no te velas?

   Les había este traidor dado señal, diciendo: «A quienquiera que yo besare, ése es; tenedlo fuertemente».

   Al Maestro dulcísimo, y fuente de caridad y amor, ¿con qué otro cebo le había de armar lazos? ¿Con qué otra señal le había de prender sino con señal de amor?


   Aceptó el Señor este cruel beso, por quebrantar siquiera con la dulzura de la mansedumbre la dureza de aquel rebelde corazón; mas al ánimo obstinado y pervertido por demás son los remedios.

   Mas tú, alma mía, considera que, si este dulcísimo Cordero no desechó el engañoso beso del que tan cruelmente le vendía, ¿cómo desechará el beso interior del que entrañablemente le ama?

   Mas porque conociese la presunción humana que ninguna cosa podía contra la Omnipotencia divina, antes que le prendiesen, con una sola palabra derribó a aquellas huestes infernales en tierra, aunque ellos, como ciegos y obstinados en su malicia, ni aun con esta tan evidente maravilla se convirtieron; para que veas adonde llega un hombre desamparado de Dios y cuán incurable es aquel a quien Él no cura, pues esta tan eficaz medicina no sanó aquel a quien Él había desamparado. Maldito sea su furor tan pertinaz, pues ni con la vista de tan gran milagro se rindió, ni con la dulzura de tan grande beneficio se amansó.

   Mas no sólo mostró aquí el Señor su poder, sino también su misericordia, restituyendo la oreja que San Pedro había cortado y tomándola a su lugar.


   Donde son también para considerar las palabras que el Salvador dijo a Pedro en este acto. Vuelve, dice, la espada a su lugar. El cáliz que me dio mi Padre, ¿no quieres que beba?

   Este es el escudo general con que se ha de defender el cristiano en todas las tribulaciones y trabajos que se le ofrecieren, porque todo es cáliz que nos da a beber el Padre Eterno por nuestro ejercicio y purgatorio.

   Así lo confesó el Santo Job, cuando, viéndose tan afligido y maltratado del demonio, dijo: «El Señor lo dio y el Señor lo quitó; como al Señor plugo, así se hizo; sea el nombre del Señor bendito».

   Así lo confesó también el Rey David cuando le maldecía Semeí, diciendo que Dios le había mandado que le maldijese.

   Y pues todos éstos son cálices del Padre, no hay por qué temer la purga ordenada por mano de Físico tan sabio, y que tiene nombre y obras de Padre; ni tampoco hay por qué recelar la amargura del vaso, después que aquellos dulcísimos labios del Hijo de Dios, en quien toda la gracia fue derramada, quedaron impresos en él.

   Acabada esta cura, huyen luego los discípulos y desamparan al Señor.

   Le acompañaron a la cena y le dejaron solo en la Pasión.

   Todos somos en esta parte imitadores de los discípulos, pues todos huimos de los trabajos y dejamos de seguir a Cristo cuando camina a la Cruz, deseándole seguir cuando camina a su Reino. Y si por ventura alguna vez le seguimos, seguírnosle desde lejos, como los discípulos le seguían, que es poniéndonos a muy pequeñas cosas por El.

   Mas ¡ay de mí! que ellos huían de Vos, Señor, por el peligro que veían; mas yo sin peligro huyo; y no sólo sin peligro, mas antes viendo el peligro que se me sigue de apartarme de Vos, pues apartarme de Vos es apartarme de la luz, de la vida, de la paz y de todos los bienes. ¡Cuánto es, pues, mayor mi culpa que la suya!

   Desamparando, pues, al Salvador los discípulos, arremete luego toda aquella manada de lobos hambrientos al Cordero sin mancilla, que solo había quedado en sus manos.

   Más ¿quién podrá oír sin dolor de la manera que aquellos crueles sayones extendieron sus sacrílegas manos y ataron las de aquel mansísimo Señor, que ni contradecía ni se defendía?

   Y ¿qué sería ver de la manera que así maniatado lo llevarían con grande prisa y grita, y con grande concurso y tropel de gentes, por las calles públicas y casas de los Pontífices?

   ¿Cuál sería entonces el dolor de los discípulos, cuando viesen su dulcísimo Maestro apartado de su compañía y llevado de esta manera, vendido por uno de ellos, pues el mismo traidor que lo vendió sintió tanto el mal que había hecho que de pura pena desesperó y se ahorcó?


   Pues ¿quién, por más duro que fuese, no se movería a compasión, poniendo los ojos en un Señor de tanta santidad, y que tantos bienes había hecho en toda aquella tierra, lanzando los demonios y curando todos los enfermos, y enseñando tan maravillosa doctrina, cuando le viese llevar con tanto ímpetu por las calles públicas con una soga a la garganta, atadas las manos, y con tanta ignominia? ¡Oh crueles corazones! ¿Cómo no os mueve a piedad tanta mansedumbre?


   ¿Cómo podéis hacer mal a quien os ha hecho tanto bien? ¿Cómo no miráis siquiera esa tan grande inocencia y mansedumbre, pues provocado con tantas injurias ni os amenaza, ni se queja, ni se indigna contra tantas descortesías?

jueves, 18 de abril de 2019

DE LA PRESENTACIÓN DEL SALVADOR ANTE LOS PONTÍFICES ANNÁS Y CAIFÁS, Y DE LOS TRABAJOS QUE PASÓ LA NOCHE DE SU PASIÓN.




Por Fray Luis de Granada.


   Preso, pues, el Salvador de esta manera, lo llevan con grandes voces y estruendo a casa de Annás, porque era suegro de Caifás, el cual era Pontífice aquel año.



   Considera, pues, primeramente, aquella tan grande afrenta que el Salvador recibió en casa de este malvado suegro del Pontífice. Porque preguntándole por sus discípulos y por su doctrina y respondiendo Él cómo públicamente había enseñado a los hombres, y que de ellos podía saber esto, uno de los criados de este perverso dio una bofetada al Señor, diciendo: «¿Así respondes al Pontífice?»




   Mira, pues, aquí cómo el mal Pontífice y los que presentes estaban se reirían de ver al Señor tan duramente herido; y, por el contrario, cómo los que eran de su parte se entristecerían, no pudiendo sufrir tan grande injuria en persona de tan grande dignidad.

   Mira otro sí con cuánta caridad y mansedumbre habló al que le había herido, diciendo: «Si mal hablé, muéstrame en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?» Como si claramente dijera: «Mal me has injuriado sin habértelo merecido.»

   Considera luego cómo de ahí fue llevado a casa de Caifás, y las injurias que allí recibió cuando respondió a la pregunta del Pontífice, que le preguntó quién era. Porque allí no uno solo, sino muchos de los que presentes estaban, arremetieron al Cordero como lobos rabiosos, y todos a una le herían sin ninguna piedad.




   Unos le daban bofetadas y pescozones; otros escupían su rostro; otros arrancaban sus venerables cabellos, y otros decían contra Él muchos denuestos y escarnios.

   De manera que aquel rostro adorado de los Ángeles, el cual con su hermosura alegra la Corte soberana, es aquí por estas infernales bocas afeado con salivas, injuriado con bofetadas, afrentado con pescozones, deshonrado con vituperios y cubierto con un velo por escarnio. Finalmente, el Señor de todo lo criado es aquí tratado como un sacrílego y blasfemo, estando Él, por otra parte, con un rostro sereno y manso padeciendo todas estas injurias.

   Mas aunque todo esto sea mucho para sentir, no es menos lo que San Lucas cuenta, diciendo que esta misma noche los soldados que le guardaban estaban haciendo escarnio de Él, hiriéndole y cubriendo el rostro, y diciendo: «Profetízanos, Cristo, quién es el que te hirió», y otras muchas cosas, blasfemando, decían contra Él, las cuales el Evangelista no escribe; más de la paciencia y caridad del Señor y de la crueldad y furor de aquellos crueles corazones que el demonio atizaba, podemos inferir cuál sería la noche que el Señor allí pasaría en medio de tan crueles sayones.


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