sábado, 30 de noviembre de 2019

MES DE MARÍA INMACULADA: DÍA VIGESIMOTERCERO.






Día: 30 de noviembre.




CONSAGRADO A HONRAR LA ASUNCIÓN DE MARÍA



Rezar la Oración inicial para todos los días:



Oración para todos los días del Mes



   ¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.

   Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.

   Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal.

   La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.

   ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén







CONSIDERACIÓN



   Los apóstoles, tristes y abatidos, preparaban el entierro de la Madre de Dios. Los bálsamos más preciosos y las telas más finas fueron traídos con inmensa profusión para honrar los restos queridos, que, depositados en un lecho portátil, condujeron los apóstoles en sus propios hombros. En el fondo del Getsemaní las piadosas mujeres habían preparado una cuna de flores, que tal parecía la fosa cineraria. Una piedra empapada en lágrimas de los fieles cubrió el santo cuerpo. Allí velaron durante tres días alternando con los Ángeles cantares dulcísimos que parecían arrullar el sueño de María. 




   Tomás, el que había puesto su mano en las llagas de Jesús resucitado, no habiendo estado presente a los últimos instantes de la divina Madre, no pudo resignarse a no ver sus restos helados para tener la satisfacción de dejar en ellos el tributo de sus lágrimas. Fue preciso ceder a sus instancias; todos los apóstoles y discípulos se congregaron para levantar la losa del sepulcro y cual no fue su sorpresa al ver que el sagrado cuerpo había desaparecido del sarcófago, no quedando en su lugar sino las flores, frescas y lozanas todavía, que le habían servido de lecho, más el sudario de finísimo lino que despedía perfume celestial. Los ángeles la habían arrebatado al sepulcro y lo habían conducido en sus alas a la mansión del gozo eterno. Porque el cuerpo en cuya formación había intervenido el cielo y había sido el tabernáculo de la divinidad no podía ser pasto de gusanos.






   Era necesario escribir sobre su tumba las mismas palabras que los ángeles pronunciaron sobre el sepulcro de Jesús: «Ha resucitado, no está aquí.» Ved el lecho en que lo habéis colocado, vedlo vacío, porque su cuerpo no está ya en la tierra, sino en el cielo, en un trono de inmensa gloria.

   Sí; María, exenta de las miserias de la naturaleza decaída, no podía pagar a la muerte sino un corto tributo. Por eso, alzándose majestuosa en cuerpo y alma sobre las plumas de los vientos, fue a tocar a las puertas del empíreo, donde su santísimo Hijo le tenía aparejado un trono de gloria sólo inferior al suyo y donde debía ser coronada por el Eterno Padre como Reina de los ángeles y de los hombres. 





   Los ángeles al verla llegar con tan brillante cortejo, exclamarían asombrados: «¿Quién es ésta que avanza como la aurora, que es más bella que la luna, elegida entre millares como el sol y fuerte como un ejército ordenado en batalla?» Y los serafines responderían: «Es la Virgen María que sube al tálamo celeste en el cual el Rey de los reyes se sienta en solio de estrellas.» Y la humilde doncella de Nazaret exclamaría: «Mi alma glorifica al Señor, porque se ha dignado mirar la humildad de su sierva, y he aquí que todas las generaciones me llamaran bienaventurada.»






   El triunfo de María en su gloriosa Asunción abre nuestro corazón a la más dulce esperanza. Ese triunfo nos enseña que las dolorosas pruebas de la vida son breves y que los sacrificios que hacemos por Dios o que soportamos con santa resignación, serán resarcidos en el cielo por una gloria que la lengua humana no puede explicar. «Las lágrimas, esa sangre del alma, triste privilegio del hombre, tributo fatal de una maldición hereditaria, expresión común de todos los sufrimientos y que forman el principal lote de la virtud,» serán enjugadas en el cielo por la mano de Dios mismo para tornarlas en otros tantos motivos de felicidad y de consuelo. Esa mano que sostiene el mundo y que pesa con terrible pesadumbre sobre el infierno, se cambiara entonces en mano llena de misericordia y de bondad. No habrá una sola lágrima, por oculta y silenciosa que haya sido, que no sea recogida por Dios y recompensada en el cielo.

   He aquí lo que está reservado a las almas que siguen las huellas de María estampadas en el camino real de la cruz. ¿Quién no querrá derramarlas en abundancia si tan grandes son los premios que le están reservados? «Por largo que sea el camino, marchad, viajeros de la vida, porque, en verdad os digo, las visiones de la patria valen de sobra las penas que os impone la trabajosa jornada del tiempo.»





EJEMPLO



María, Reina del Santísimo Rosario



   No hay tal vez devoción más grata a los maternales ojos de María que la del Santísimo Rosario, práctica que ella misma se dignó inspirar a Santo Domingo de Guzmán, y con la cual convirtió innumerables herejes y obstinados pecadores. El que practica esta santa devoción puede tener la seguridad de merecer una protección especial de la Madre de Dios. Entre mil casos que pudiéramos citar, prueba esta consoladora verdad el hecho siguiente. 






   El célebre artista Gluk, tan fervoroso cristiano como hábil músico, dio los primeros pasos en la senda del arte cantando, cuando niño, bajo las suntuosas bóvedas de una basílica católica. Dios lo había dotado de una voz tan maravillosa que era inmenso el número de fieles que concurría al templo, cuando se anunciaba que él cantaría algún cántico sagrado. 






   Nada hay que contribuya más poderosamente a desenvolver el sentimiento religioso en las almas bien dispuestas que la práctica del arte musical en el santuario. Por eso el joven artista sentía que su fe y piedad se acrecentaban a medida que, haciendo el oficio de los ángeles en el cielo, cantaba las alabanzas del Señor en el templo católico.

   Salía un día del coro, después de haber cantado admirablemente una plegaria a María, cuando se acercó un religioso con los ojos húmedos en lágrimas para felicitarlo por su talento artístico.
   «Quisiera tener, le dijo, algo digno de tu mérito para expresarte la complacencia que siento al ver que empleas tus admirables talentos en honrar al soberano Señor que te los ha dado. Pero soy pobre, lo único que puedo ofrecerte es este rosario, que pongo en tus manos con la súplica de que lo reces todas las tardes en honra y gloria de la Madre de Dios: si así lo hicieres, te pronostico que el cielo bendecirá tus esfuerzos y llegaras a ser grande entre los hombres.»

   Sorprendido y a la vez complacido de lo que acababa de oír, Gluk tomó respetuosamente el rosario que le ofrecía aquella mano escuálida por las austeridades, prometiendo rezar el rosario todos los días de su vida.

   No tardó la Santísima Virgen en premiar el obsequio del joven artista. Sus padres, comprendiendo las felices disposiciones de su hijo, resolvieron enviarlo a Roma para que se perfeccionase en el arte. Pero eran pobres, carecían de los recursos necesarios para educar al niño y costear su permanencia en país extranjero. Una tarde en que Gluk acababa de terminar su rosario, llamaron reciamente a la puerta de su humilde morada. Era el Maestro de Capilla de la Catedral de Viena que encargado de ir a Italia para formar la colección de las obras de Palestrina, llegaba por encargo del Arzobispo a proponer a los padres de Gluk el cargo de secretario para su hijo.

   Sus deseos estaban cumplidos: Gluk iría a Roma sin sacrificio alguno y bajo el patrocinio de un sabio profesor. Gluk dejaba a los quince años la casa paterna para ocupar un puesto que envidiarían muchos hombres después de una larga carrera. Su fama llegó hasta los palacios de los reyes, quienes lo colmaron de honores. Fue el favorito de dos reinas, María Teresa y María Antonieta de Austria, y el preferido de la corte de Versalles. 





   Pero, en medio de los honores, de la gloria y de las riquezas, no olvidó ni un solo día la promesa que había hecho al monje al salir del templo de su pueblo. Interrumpía los banquetes y los saraos de las cortes para rezar el rosario con el fervor de los primeros días. Durante los años de su larga y brillante carrera resistió con admirable entereza a las seducciones del mundo y a la voz insidiosa de las pasiones. Cruzó por entre las perversiones de la sociedad de su época sin contaminarse, como la paloma vuela por encima de los pantanos sin manchar sus blancas alas.




JACULATORIA



Ruega por mí, ¡oh Madre mía!
para que sufra contigo
y contigo goce un día.




ORACIÓN



   ¡Qué grato es para nosotros! ¡Oh Madre bienaventurada! ¡verte en el cielo al lado de tu divino Hijo en un océano de inefables delicias después de la furiosa tormenta que se descargó sobre Ti! Hijos de vuestros dolores, queremos manifestarte hoy con nuestros himnos de júbilo que compartimos también contigo la alegría de que disfrutas en la mansión del perenne gozo. Jamás un hijo puede ser indiferente así a las lágrimas como a la felicidad de su adorada madre; por eso nosotros, que hemos llorado contigo al pie de la cruz, nos gozamos también contigo de la gloria de que gozas al pie del árbol de la vida.

   Peregrinos en este valle de lágrimas, tenemos también mucho que padecer. Permítenos, dulce Madre, descansar en tu regazo en las horas de la tribulación para no desfallecer en la prueba y perder el mérito del padecimiento. ¡Oh María, ten piedad de los que llevamos a cuestas la cruz del sacrificio; pero que no se haga, no, nuestra voluntad, sino la de Dios! Queremos seguir en tu compañía a Jesús hasta la muerte, para poder decir con él y como él: «Todo está consumado, ya no hay más que sufrir, vengan ahora las eternas coronas y las palmas inmarcesibles.»

   Hasta que ese momento llegue, dígnate sostenernos en nuestra debilidad; permítenos tomar algún reposo en tus brazos, y en medio de la tribulación, habla a nuestro corazón palabras de aliento y esperanza, a fin de que, cesando un día para siempre nuestras lágrimas, den lugar a los eternos gozos del cielo. Amén.







Rezar la oración final para todos los días:



Oración final para todos los días



  ¡Oh María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.

   Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.

   Que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.




PRÁCTICAS ESPIRITUALES



1—Hacer una visita a la Santísima Virgen en alguno de sus Santuarios para felicitarla por la gloria de que disfruta en el cielo.



2—Rezar devotamente el Acordaos por la conversión de los pecadores.



3—Dar una limosna para contribuir a los gastos que demanda la celebración del Mes de María en los templos en que se practican estos santos ejercicios.




Presbítero Vergara Antúnez.


viernes, 29 de noviembre de 2019

NOVENA EN HONRA DÉ LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA.




—COMENZAMOS: 29 de noviembre.


—FINALIZAMOS: 7 de diciembre.



—8 DE DICIEMBRE: Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María).




DÍA PRIMERO (29 de noviembre).




—Por la señal de la santa cruz, etc.




ACTO DE CONTRICIÓN



   Señor mío, Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, en quien creo y espero, a quien amo y quisiera haber siempre amado sobre todas las cosas; me pesa, sí, una y mil veces me pesa de haberos ofendido, por ser Vos quien sois, bondad infinita; pésame también porque merecí las terribles penas del Purgatorio y ¡ay! tal vez las eternas llamas del infierno. Propongo firmemente nunca más pecar, y apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, ayudado de vuestra divina gracia. ¡Oh! tenga yo, Jesús mío, la dicha de confesarme bien, enmendar la vida y perseverar hasta la muerte. Os lo pido por esas benditas Ánimas, por vuestra Sangre preciosísima y por los dolores de vuestra afligidísima Madre. Amén.





Puntos de Meditación para el primer día:




1—Concebirte María fue fabricar con todo esmero una Casa de Divina Sabiduría, mira, si sacaría la más pequeña falta; Obra hecha de tal modo, y por tal Arquitecto. Piensa, si sería la culpa Original pequeña falta.



2—Que pocas veces has alabado a Dios, y dándole gracias por ello, preciándote tanto de muy devoto de MARÍA.



3—Dios te hizo en el Bautismo Templo. Cuantas veces has profanado este Templo con tus culpas. Cuan pocas has procurado santificarle de nuevo con la penitencia.







Oración propia de este día.



   Sapientísimo Dios mío, que empleaste con especial esmero tu saber infinito fabricando una celestial Casa en la Concepción de María: y así fue en cierta manera preciso, que cuanto distan de ti los yerros, distasen de tal Obra las faltas; yo deseando cordialmente, que todas las criaturas me acompañen, te alabo, y doy infinitas gracias por ello, y por el singular beneficio, de haberme hecho también Templo tuyo en el Santo Bautismo; y te suplico me perdones las culpas, con que osadamente sacrílego he profanado cantas veces este Templo; y me des gracia, para que santificándole en esta vida cada dia mas mediante la Contrición y penitencia, pase a alabar, y bendecir en la otra las perfecciones todas de esta admirable Casa, tan sabiamente fabricada por ti en la Inmaculada Concepción de MARÍA.  




   Aquí rezar tres Ave Marías y añadir al fin de cada una: Gloria Patri y esta breve salutación:



   Ave María Madre de Dios Santísima sin pecado Concebida.




ORACIÓN


Que se ha de decir todos los nueve días.


   Oh Purísima Virgen María, que, habiéndote fabricado para Casa tuya, y poniéndote como tal desde el principio el verdadero Señor de la vida; no pudiste, ni por un instante, ser poseída del Autor alevoso de la Muerte; que habiendo sido en tu Concepción plantada, para crecer en Árbol Celestial, cuyo fruto fuese el Autor mismo de la Gracia; no pudiste jamás tener embebido en la raíz el infernal humor de la culpa: que habiendo sido concebida, para nobilísima Reina del Cielo; no pudiste ser, ni por un instante, Esclava infame del Infierno: que habiendo sido finalmente concebida, para ser ilustre Madre de aquel, que es esclarecido Padre de las luces; no pudiste ser, ni por un instante, hija vilísimo del Príncipe de las tinieblas; yo me gozo sumamente de todas tus prerrogativas, y especialmente de tu Pureza Original, y deseo que Cielo y Tierra; incesantemente se rcgosígen y te suplico, me alcances, de él que te hizo tan Pura, especial gracia; para imitarte en la Pureza de la vida; y que no haya en mi Alma mancha alguna a la hora de mi muerte, que le estorbe pasar luego a admirar, y alabar para siempre tu Limpieza en aquellos purísimos Alcázares de la Gloría: donde no entra cosa manchada. Amén.



—Aquí puede añadirse la petición de lo que cada uno desea conseguir en esta Novena.





Fray Manuel José Murillo,
Religioso de la Orden de San Agustín.

MES DE MARÍA INMACULADA: VIGESIMOSEGUNDO.





Día 29 de noviembre.




CONSAGRADO A HONRAR LA FELICÍSIMA MUERTE DE MARÍA




Rezar la Oración inicial para todos los días:




ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.



   ¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.

   Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.

   Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal.

   La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.

   ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.









CONSIDERACIÓN


   El Sol de justicia no derramaba ya sobre el mundo la luz de sus enseñanzas y de sus ejemplos; pero la Estrella de los mares alumbraba aún con sus suaves resplandores el campo inculto y dilatado en que los obreros del Evangelio sembraban semillas divinas. Jesús había subido al cielo y María vegetaba aún en la tierra como una enredadera separada del olmo que la sostiene. Lejos estaba su tesoro y allí estaba su corazón. La tierra era para ella un doloroso destierro, y en medio de los rigores de su ostracismo, se consolaba tan sólo tornando al cielo sus miradas y respirando de lejos los aires puros de la patria. Peregrina aun sobre la tierra, daba aliento a los sembradores de la palabra divina, que a sus pies iban a deponer las primeras espigas cosechadas en la heredad que había hecho fecunda la sangre de su Hijo.

   Cuando la Iglesia, fortalecida por la persecución, había afianzado sus cimientos, su presencia era menos necesaria, y “como una segadora fatigada que busca el descanso en medio del día, quiere reposar a la sombra del árbol de la vida que crece cerca del trono del Señor.” Un ángel desprendido de la celestial milicia, vino a anunciarle que sus deseos serian bien pronto realizados.





   Retiróse María al lugar santificado por la venida del Espíritu Santo para aguardar allí su última hora. Los apóstoles y discípulos congregados en gran número, fueron a rendir a la Madre de Dios los postreros homenajes de su amor filial. Reclinada sobre su humilde lecho, los recibió a todos con la afabilidad encantadora que le era característica.

    Era la noche: la luz pálida de una bujía alumbraba aquella multitud silenciosa y conmovida que, deshaciéndose en torrentes de lágrimas, rodeaba el lecho de la mujer bendita. Ella entre tanto, con rostro sereno, pero en el cual se dibujaba un tinte melancólico que realzaba admirablemente su belleza más que humana, fijó en todos sus hijos adoptivos mirada cariñosa. Su voz dulcísima, resonando en el recinto fúnebre, los consolaba prometiéndoles que no los olvidaría jamás; que, en medio de las celestiales delicias, siempre abrigaría por ellos y por todos los redimidos con la sangre de su Hijo un amor verdaderamente maternal. Clavó después sus ojos en el cielo; una sonrisa suave como el último rayo de la tarde se dibujó en sus labios; un color más encendido que el de la rosa de Jericó se pintó en su rostro embellecido con celestial belleza. Acababa de ver que el cielo se abría en su presencia y que su Hijo bajaba sentado en nube resplandeciente para recibirla entre las purísimas efusiones del amor filial. Veía a legiones innumerables de espíritus angélicos que venían a su encuentro agitando palmas triunfales y trayendo coronas inmarcesibles para coronarla como Reina del empíreo. Arrebatada en inefable arrobamiento, su alma se desprendió dulcemente de su cuerpo a la manera que el lirio de los valles despide al marchitarse un último perfume. El ángel de la muerte, a quien ningún poder humano detiene en su carrera, revoloteaba en torno de esa humilde hija de David sin atreverse a herirla; pero si el Hijo pagó tributo voluntario a la muerte, la madre hubo de someterse también a su imperio.





   Al punto, luz misteriosa bañó con resplandores celestiales la estancia de María y cánticos que no ha escuchado jamás oído humano, turbaron el silencio de la callada noche, cuyos ecos repitieron los sepulcros de los reyes y las ruinas de sus palacios. María había dejado de existir; pero la muerte se había despojado en su presencia de todos sus horrores: ella no fue más que un dulce y apacible sueño. Las brisas de la noche, robando sus aromas a las flores del valle, soplaban perfumadas en la fúnebre estancia, y el brillo melancólico de las estrellas penetraba por entre sus rejas silenciosas.

   La muerte es ordinariamente el reflejo de la vida. María, cuya existencia fue enteramente consagrada a Dios, no podía dejar de tener un fin adecuado a lo que fue su vida. María murió a impulso del deseo de unirse al amado de su corazón. Su vida fue un largo y prolongado suspiro de amor; su muerte fue el instante en que ese suspiro se escapé de su pecho para ir a clavarse como una saeta en el corazón de Jesús y no separarse jamás de ahí. 






   Por mucho que amase María a su castísimo cuerpo, su separación le era grata, porque mediante esa separación iba a unirse con Dios. Si tanto anhelaba ese momento el apóstol San Pablo, ¿cuánto lo anhelaría aquella que no hizo otra cosa que amar? No hay un deseo más vehemente en el corazón del que verdaderamente ama, que el de unirse con el objeto amado; por eso María, sí vivía en la tierra separada de Jesús, era solamente porque cumplía la voluntad de Dios, pero para ella la vida era un tormento y uno de los muchos sacrificios que le fueron impuestos. Jamás recibió María noticia más fausta que la de su muerte, y jamás un alma humana se desprendió más fácilmente de un cuerpo humano. El fruto bien maduro se desprende del árbol con la más leve sacudida. Así como la paloma, libre de los lazos que la tenían cautiva, emprende sin violencia el vuelo a las alturas, así María, libre de Su cuerpo, voló a las regiones del gozo eterno.


   ¡Qué muerte tan envidiable! De todas las ventajas del amor divino es ésta la más preciosa y la más apetecible. ¡Qué dulce es la muerte para las almas que aman!





EJEMPLO



María, Auxilio de los cristianos


   La bondadosísima Madre de Dios, no solamente se complace en acudir en auxilio de las necesidades particulares de sus devotos, sino que ostenta su misericordia y poder en las calamidades públicas que afligen a los pueblos. Testimonio fehaciente de esta verdad es la célebre victoria obtenida en las aguas de Lepanto por las armas cristianas contra los musulmanes, que amenazaban con una formidable flota a Italia y a la Europa entera.

   Para conjurar este peligro, el gran Pontífice San Pío V convocó a los príncipes cristianos para resistir unidos al poderoso enemigo de la Cristiandad y de los pueblos. Respondieron a su llamamiento Italia, España y Venecia, y con su auxilio se reunió una flota de doscientas galeras tripuladas con más de veinte mil combatientes, bajo las órdenes del denodado guerrero español Don Juan de Austria. 






   Aunque la armada cristiana era una de las más poderosas que había surcado los mares de Europa, era inferior a la flota otomana en número y calidad. Pero los cristianos, más que del poder de sus armas, esperaban la victoria de la protección divina alcanzada por la intercesión de María, que por disposición del Papa, era invocada en toda la Cristiandad por medio del Santísimo Rosario. Animosos marcharon al combate los cristianos bajo tan poderoso patrocinio, mientras que el turco ensoberbecido con su poder se regocijaba de antemano de su triunfo.




   Avistáronse las dos formidables flotas en las aguas del mar jónico, y entraron en lucha el 7 de octubre de 1571. Al tiempo de entrar en batalla, don Juan de Austria izó en el palo mayor de la nave capitana una bandera con la imagen de Jesús crucificado que inflamó el valor de los guerreros cristianos, y el estandarte de María se desplegó al viento en cada una de las principales naves. A la sombra de estas gloriosas enseñas se peleó con un arrojo invencible, hasta que tomada por don Juan de Austria la nave capitana de los turcos y muerto su jefe, entró la confusión en la flota otomana, y un grito de victoria salió ardiente y sonoro de los labios de los soldados cristianos.

   Entre tanto, el Papa, como un nuevo Moisés, oraba fervorosamente en el fondo de su palacio, y una visión celestial le dio a saber el triunfo de los cristianos en el momento en que la batalla se decidía en su favor. La conmemoración de este fausto acontecimiento es el objeto de la fiesta del Rosario, que celebra la Iglesia el primer domingo de octubre. 





   Un siglo después, el poder de la Media Luna se presentó de nuevo amenazante bajo los muros de Viena con un ejército de doscientos mil hombres. Una cruzada de los príncipes cristianos, inspirada por el Papa Inocencio XI y mandada por Juan Sobieski, rey de Polonia, reprodujo el drama libertador de Lepanto. El día en que debía librarse la gran batalla asistió Sobieski a la misa con todos sus generales y se mantuvo durante toda ella con los brazos extendidos en cruz. Terminado el sacrificio se levantó exclamando: «Vamos al encuentro del enemigo bajo la protección del cielo y la asistencia de María.» Pocos días después volvía al mismo templo a depositar a los pies de su celestial protectora las banderas tomadas al enemigo.




JACULATORIA


Salud ¡oh Madre admirable!
lirio hermoso de los valles
y pura flor de los campos.




ORACIÓN



De San Ligorio para pedir una buena muerte 



   ¡Oh María! ¿Cuál será mi muerte? Cuándo yo considero mis pecados y pienso en ese momento decisivo de mi salvación o condenación eterna, me siento sobrecogido de espanto y de temor. ¡Oh Madre llena de bondad! el único sostén de mis esperanzas es la sangre de Jesucristo y vuestra poderosa intercesión. ¡Oh consoladora de los afligidos! no me abandonéis en esa hora y no rehuséis consolarme en esa extrema aflicción. Si hoy me siento atormentado por el remordimiento de mis pecados, por la incertidumbre del perdón, por el peligro de volver a caer en él, por el rigor de la Divina Justicia. ¿Qué será entonces? Si Vos no venís en mi auxilio, yo seré perdido para siempre.

   ¡Oh María! antes del momento de mi muerte, obtenedme un vivo dolor de mis pecados, un verdadero arrepentimiento y una entera fidelidad a Dios por todo el tiempo que me queda de vida. Esperanza mía, ayudadme en esas terribles angustias de la postrera agonía; alentadme para que no desespere a la vista de mis faltas que el demonio procurará poner delante de mis ojos; obtenedme la gracia de poder invocaros fervorosamente en esa hora a fin de que espire pronunciando vuestro santo nombre y el de vuestro Divino Hijo. Vos, que habéis otorgado esta gracia a tantos de vuestros siervos, no me la rehuséis a mí.

  ¡Oh María! yo espero aún el que me consoléis con vuestra amable presencia y con vuestra maternal asistencia; más si yo fuera indigno de tan inestimable favor, asistidme, al menos, desde el cielo, a fin de que salga de esta vida amando a Dios para continuar amándolo eternamente. Amén.







Rezar la oración final para todos los días:



Oración final para todos los días


  ¡Oh María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.

   Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.

   Que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.





PRACTICAS ESPIRITUALES



1— Hacer un cuarto de hora de meditación sobre la muerte de María, a fin de estimularnos a vivir santamente para obtener una muerte dichosa.



2—Examinar atentamente la conciencia para descubrir nuestra pasión dominante y aplicarnos a corregirla.



3—Rezar las Letanías de la buena muerte para alcanzar de Jesús, por mediación de María, la gracia de tenerla feliz.



Presbítero Vergara Antúnez.



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