Día: 30 de noviembre.
CONSAGRADO A HONRAR LA ASUNCIÓN DE MARÍA
Rezar la Oración inicial para todos los días:
Oración para todos los días del Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y
nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas
flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores
cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son
las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una
madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus
pies es la de sus virtudes.
Sí; los lirios que Vos nos pedís son la
inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de
este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en
separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal.
La
rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una
misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia
fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la
humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos
a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén
CONSIDERACIÓN
Los apóstoles, tristes y abatidos,
preparaban el entierro de la Madre de Dios. Los bálsamos más preciosos y
las telas más finas fueron traídos con inmensa profusión para honrar los restos
queridos, que, depositados en un lecho portátil, condujeron
los apóstoles en sus propios hombros. En el fondo del Getsemaní las piadosas
mujeres habían preparado una cuna de flores, que tal parecía la fosa cineraria.
Una piedra empapada en lágrimas de los fieles cubrió el santo cuerpo. Allí velaron durante tres días alternando con los Ángeles
cantares dulcísimos que parecían arrullar el sueño de María.
Tomás, el que había puesto su mano en las
llagas de Jesús resucitado, no habiendo estado presente a los últimos instantes
de la divina Madre, no pudo resignarse a no ver sus restos helados para tener
la satisfacción de dejar en ellos el tributo de sus lágrimas. Fue preciso ceder a sus instancias; todos los apóstoles y
discípulos se congregaron para levantar la losa del sepulcro y cual no fue su
sorpresa al ver que el sagrado cuerpo había desaparecido del sarcófago, no
quedando en su lugar sino las flores, frescas y lozanas todavía, que le habían
servido de lecho, más el sudario de finísimo lino que despedía perfume
celestial. Los ángeles la habían arrebatado
al sepulcro y lo habían conducido en sus alas a la mansión del gozo eterno. Porque el cuerpo en cuya formación había intervenido el
cielo y había sido el tabernáculo de la divinidad no podía ser pasto de
gusanos.
Era necesario escribir sobre su tumba las mismas palabras que los
ángeles pronunciaron sobre el sepulcro de Jesús: «Ha resucitado, no está
aquí.» Ved el lecho en que lo habéis colocado,
vedlo vacío, porque su cuerpo no está ya en la tierra, sino en el cielo, en un
trono de inmensa gloria.
Sí; María, exenta de las miserias de la
naturaleza decaída, no podía pagar a la muerte sino un corto tributo. Por eso,
alzándose majestuosa en cuerpo y alma sobre las plumas de los vientos, fue a
tocar a las puertas del empíreo, donde su santísimo Hijo le tenía aparejado un
trono de gloria sólo inferior al suyo y donde debía ser coronada por el Eterno
Padre como Reina de los ángeles y de los hombres.
Los ángeles al verla llegar con tan brillante cortejo, exclamarían
asombrados: «¿Quién
es ésta que avanza como la aurora, que es más bella que la luna, elegida entre
millares como el sol y fuerte como un ejército ordenado en batalla?» Y
los serafines responderían: «Es
la Virgen María que sube al tálamo celeste en el cual el Rey de los reyes se
sienta en solio de estrellas.» Y la humilde doncella de Nazaret exclamaría: «Mi alma glorifica al
Señor, porque se ha dignado mirar la humildad de su sierva, y he aquí que todas
las generaciones me llamaran bienaventurada.»
El triunfo de María en su gloriosa Asunción
abre nuestro corazón a la más dulce esperanza. Ese triunfo nos enseña
que las dolorosas pruebas de la vida son breves y que los sacrificios que
hacemos por Dios o que soportamos con santa resignación, serán resarcidos en el
cielo por una gloria que la lengua humana no puede explicar. «Las lágrimas, esa sangre del alma, triste privilegio del
hombre, tributo fatal de una maldición hereditaria, expresión común de todos
los sufrimientos y que forman el principal lote de la virtud,» serán
enjugadas en el cielo por la mano de Dios mismo para tornarlas en otros tantos
motivos de felicidad y de consuelo. Esa mano que sostiene el mundo y que pesa
con terrible pesadumbre sobre el infierno, se cambiara entonces en mano llena
de misericordia y de bondad. No habrá una sola
lágrima, por oculta y silenciosa que haya sido, que no sea recogida por Dios y
recompensada en el cielo.
He aquí lo que está reservado a las almas que siguen las huellas de
María estampadas en el camino real de la cruz. ¿Quién
no querrá derramarlas en abundancia si tan grandes son los premios que le están
reservados? «Por
largo que sea el camino, marchad, viajeros de la vida, porque, en verdad os
digo, las visiones de la patria valen de sobra las penas que os impone la
trabajosa jornada del tiempo.»
EJEMPLO
María, Reina del Santísimo Rosario
No
hay tal vez devoción más grata a los maternales ojos de María que la del
Santísimo Rosario, práctica que ella misma se dignó inspirar a Santo Domingo de
Guzmán, y con la cual convirtió innumerables herejes y obstinados pecadores. El
que practica esta santa devoción puede tener la seguridad de merecer una
protección especial de la Madre de Dios. Entre mil casos que pudiéramos
citar, prueba esta consoladora verdad el hecho siguiente.
El célebre artista Gluk, tan fervoroso cristiano
como hábil músico, dio los primeros pasos en la senda del arte cantando,
cuando niño, bajo las suntuosas bóvedas de una basílica católica. Dios lo había dotado de una voz tan maravillosa que era
inmenso el número de fieles que concurría al templo, cuando se anunciaba que él
cantaría algún cántico sagrado.
Nada hay que contribuya más poderosamente a desenvolver el sentimiento
religioso en las almas bien dispuestas que la práctica del arte musical en el
santuario. Por eso el joven artista sentía que su fe y piedad se acrecentaban a
medida que, haciendo el oficio de los ángeles en el
cielo, cantaba las alabanzas del Señor en el templo católico.
Salía un día del coro, después de haber cantado admirablemente una
plegaria a María, cuando se acercó un religioso con los ojos húmedos en
lágrimas para felicitarlo por su talento artístico.
–«Quisiera tener, le dijo, algo digno de tu
mérito para expresarte la complacencia que siento al ver que empleas tus
admirables talentos en honrar al soberano Señor que te los ha dado. Pero soy
pobre, lo único que puedo ofrecerte es este rosario, que pongo en tus manos con
la súplica de que lo reces todas las tardes en honra y gloria de la Madre de
Dios: si así lo hicieres, te pronostico que el cielo bendecirá tus esfuerzos y
llegaras a ser grande entre los hombres.»
Sorprendido y a la vez complacido de lo que acababa de oír, Gluk tomó
respetuosamente el rosario que le ofrecía aquella mano escuálida por las austeridades,
prometiendo rezar el rosario todos los días de su vida.
No tardó la Santísima Virgen en premiar el
obsequio del joven artista. Sus padres, comprendiendo las felices disposiciones de su
hijo, resolvieron enviarlo a Roma para que se perfeccionase en el arte. Pero
eran pobres, carecían de los recursos necesarios para educar al niño y costear
su permanencia en país extranjero. Una tarde en que Gluk acababa de terminar su
rosario, llamaron reciamente a la puerta de su humilde morada. Era el Maestro
de Capilla de la Catedral de Viena que encargado de ir a Italia para formar la
colección de las obras de Palestrina, llegaba por encargo del Arzobispo a
proponer a los padres de Gluk el cargo de secretario para su hijo.
Sus deseos estaban cumplidos: Gluk iría a Roma sin sacrificio alguno y
bajo el patrocinio de un sabio profesor. Gluk dejaba a los quince años la casa
paterna para ocupar un puesto que envidiarían muchos hombres después de una
larga carrera. Su fama llegó hasta los palacios de los reyes, quienes lo
colmaron de honores. Fue el favorito de dos reinas, María Teresa y María
Antonieta de Austria, y el preferido de la corte de Versalles.
Pero, en
medio de los honores, de la gloria y de las riquezas, no olvidó ni un solo día
la promesa que había hecho al monje al salir del templo de su pueblo.
Interrumpía los banquetes y los saraos de las cortes para rezar el rosario con
el fervor de los primeros días. Durante los años de su larga y brillante
carrera resistió con admirable entereza a las seducciones del mundo y a la voz
insidiosa de las pasiones. Cruzó por entre las perversiones de la sociedad de
su época sin contaminarse, como la paloma vuela por encima de los pantanos sin
manchar sus blancas alas.
JACULATORIA
Ruega por mí, ¡oh Madre mía!
para que sufra contigo
y contigo goce un día.
ORACIÓN
¡Qué grato es para nosotros! ¡Oh
Madre bienaventurada! ¡verte en el cielo
al lado de tu divino Hijo en un océano de inefables delicias después de la
furiosa tormenta que se descargó sobre Ti! Hijos de vuestros dolores,
queremos manifestarte hoy con nuestros himnos de júbilo que compartimos también
contigo la alegría de que disfrutas en la mansión del perenne gozo. Jamás un
hijo puede ser indiferente así a las lágrimas como a la felicidad de su adorada
madre; por eso nosotros, que hemos llorado contigo al pie de la cruz, nos
gozamos también contigo de la gloria de que gozas al pie del árbol de la vida.
Peregrinos en este valle de lágrimas, tenemos también mucho que padecer.
Permítenos, dulce Madre, descansar en tu regazo en las horas de la tribulación
para no desfallecer en la prueba y perder el mérito del padecimiento. ¡Oh María, ten piedad de los que llevamos a cuestas la
cruz del sacrificio; pero que no se haga, no, nuestra voluntad, sino la de
Dios! Queremos seguir en tu compañía a Jesús hasta la muerte,
para poder decir con él y como él: «Todo está consumado, ya no hay más que
sufrir, vengan ahora las eternas coronas y las palmas inmarcesibles.»
Hasta que ese momento llegue, dígnate sostenernos en nuestra debilidad;
permítenos tomar algún reposo en tus brazos, y en medio de la tribulación,
habla a nuestro corazón palabras de aliento y esperanza, a fin de que, cesando
un día para siempre nuestras lágrimas, den lugar a los eternos gozos del cielo.
Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
Oración final para todos los días
¡Oh María!, Madre de Jesús, nuestro
Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venirnos a ofreceros con estos
obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros
agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo
servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo;
que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre dirija nuestros pasos
por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe
sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia
regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia, y
que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos
colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para
el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1—Hacer
una visita a la Santísima Virgen en alguno de sus Santuarios para felicitarla
por la gloria de que disfruta en el cielo.
2—Rezar
devotamente el Acordaos por la conversión de los pecadores.
3—Dar
una limosna para contribuir a los gastos que demanda la celebración del Mes de
María en los templos en que se practican estos santos ejercicios.
Presbítero Vergara Antúnez.