viernes, 16 de octubre de 2020

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 4.


 


DÍA CUARTO —4 de octubre.


 

—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.

 

 


 

 

Segunda consideración sobre el segundo: Misterio gozoso.

 

 

De la caridad con el prójimo.

 

 

   Muchos son los ejemplos que en la Visitación nos ofrece la Santísima. Virgen; pues ¿Quién podrá decir cuál sería la cordialidad, dulzura y caritativo trato de que fué modelo en la dichosa morada de su santa prima? ¡Ah y cuán necesaria nos es imitarla ejercitando con nuestros prójimos, esta virtuosa condescendencia! Ella pudiera llamarse pequeña moneda de la caridad; pero como las ocasiones de adquirirla son continuas, nos es dado con su práctica acumular tesoros de méritos para nuestras almas, al propio tiempo que ayudar al espiritual aprovechamiento de nuestros hermanos.

 

 

   Personas hay, piadosas por otra parte, y capaces hasta de hacer sacrificios por su prójimo, en ocasión determinada, pero cuyo trato ordinario es tan áspero e intransigente, que desvían; no sólo de su comunicación, con la que tanto bien podrían hacer, sino hasta de la piedad de que hacen profesión, pues con su adusto proceder la presentan bajo un aspecto sombrío e insoportable. Si estas personas se hubiesen encontrado en las bodas de Canaán, ciertamente que no hubiesen intercedido por los esposos, para que el Salvador les proveyese por milagro de excelente y abundante vino. Hubieran pensado que esta falta era provechosa, pues hacía practicar la abstinencia a los convidados y la humillación a los esposos. Pero la Santísima Virgen no piensa de este modo. El espíritu de la verdadera piedad es rígido solamente para con nosotros mismos, pero indulgente para con el prójimo, no sólo socorriéndole en las necesidades graves, sino también procurándole cuanto pueda convenirle y proporcionándole todo aquello que lícitamente puede serle agradable. Y, por cierto, qué hermoso ejemplo de esta complacencia es el que nos ofrece en estas bodas la Santísima Virgen, pues no parece sin misterio que el Evangelio nos hable de un solo milagro obrado por el Divino Salvador a instancias de su Santísima Madre, y no tenga él por objeto una causa grave, sino solamente el proporcionar vino a aquellos convidados y evitar la confusión que los esposos hubiesen sufrido por su falta. Y para esto, insiste María, sin desanimarse por la negativa de su Divino Hijo, como para de-mostrarnos que, si tanto se interesa en nuestra felicidad temporal, ¿Cuál será su solicitud cuando se trate de nuestra salvación eterna? Creen algunos que la práctica de la caridad se limita a alargar con desdén un socorro al menesteroso, a quien quizá tratarían duramente si en algo les contrariara, pero la verdadera caridad es dulce, benigna e indulgente; todo lo sufre, lo embellece todo y no admite resentimiento ni antagonismo de ningún género. El que su inspiración sigue, no reconoce más que dos clases de hombres: una, los discípulos del Evangelio, a quienes ama en Dios, y otra, los desgraciados que le ofenden, por cuya conversión ruega y se inmola con todas las veras de su alma. ¡Ah! ¡Cuán hermosa es la caridad! Para su predicación, podemos decir que reservó el Divino Maestro sus más memorables enseñanzas. Quiso que ella fuese como el distintivo de nuestra adhesión a su doctrina, cuando dijo: «En esto conocerá el mundo que sois mis discípulos, en que os amáis;» al darnos el dulce nombre de hijos de Dios, lo hace a título de esta misma caridad, exclamando: «Bienaventurados los pacíficos;» y en la memorable noche de la Cena, en la, que quiso dar una prueba suprema del amor de su Divino Corazón a los hombres, instituyendo la Sagrada Eucaristía, exhorta todavía a sus discípulos a la práctica de la caridad, y anunciándoles un precepto nuevo, como si quisiese que su atención se fijase especialmente en aquellos supremos momentos, les dice: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.» Pero ¿Cómo es posible esto? ¿Podremos nosotros nunca, no ya imitar, pero ni siquiera comprender, cómo nuestro Divino Salvador nos ha amado? Mas si no es posible la imitación de este inmenso amor en su extensión, debemos al menos esforzarnos en copiar algunos rasgos de este bellísimo original, siquiera sea imperfectamente.

 

  

   Pero ¡cuán difícil es ya encontrar ese hermoso espíritu de caridad en toda su pureza! El mundo le desconoce, y lo que es más triste, las personas que se llaman piadosas le olvidan frecuentemente. El hombre enemigo, es decir, el demonio, parece que siembra el orgullo y la envidia en el hermoso campo de las almas, y ya casi se percibe entre esta cizaña maldita, el hermoso grano de la caridad, paz, dulzura, compasión y misericordia. Denominase a esta cizaña con diversos títulos, llamándola espíritu de partido, de nacionalidad, etc.; pero realmente por ella se destruye la caridad y se renuncia a ser discípulos del Divino Maestro, que dejó este mutuo amor como señal de que pertenecemos a su escuela. Mucho tenemos que llorar de parte de nuestros enemigos; pero ¡cuán diferente sería nuestra situación si ellos pudiesen decir de nosotros lo que se decía de los primeros cristianos: «¡Mirad cómo se aman!» y ¡cuántas almas conquistaríamos para Dios mediante el ejemplo de esta verdadera unión y caridad!

 

   ¡Oh Jesús mío! Venid en medio de nosotros en este borrascoso mar del mundo, e instruidnos de nuevo con vuestras inspiraciones. Decidnos que no sabemos a qué espíritu pertenecemos, cuando un falso celo nos haga ser duros con nuestros hermanos; enseñadnos a conducir con dulzura al pobre paralítico a la piscina de la penitencia, y a no huir del que, muerto a la gracia, exhala el mal olor de sus pecados; dadnos el espíritu de los primeros fieles, para que mutuamente nos exhortemos a la caridad con aquella ternura con que el Apóstol San Juan lo hacía en su ancianidad a sus discípulos, dándoles por único consejo este mutuo amor; y grabad en nuestro corazón aquellas sublimes palabras que desde la Cruz pronunciasteis, rogando por vuestros verdugos, para que a vuestra imitación y por vuestro amor todo lo suframos y perdonemos.

 

 


 

EJEMPLO

 

 

   Un religioso que salía a pedir limosna por los pueblos tuvo que pasar la noche y parte de un día en una gran casa, habitada por una viuda, el hijo casado, la nuera y los hijos de éstos. A la hora de comer el religioso observo cierta tristeza y malestar en la familia. Todos obsequiaban al buen fraile, todos hablaban con él, pero ellos entre sí no se dirigían la palabra. Después de concluida la comida el religioso quedó un momento solo con la nuera, y no por curiosidad, sino por caridad, le preguntó:

   ¿Que os sucede, hija mía? Veo aquí una tristeza que no comprendo.

    ¡Ay, Padre! —dijo la joven— lo que sucede en casa es que tenemos en ella un verdadero infiero. Mi suegra tiene un genio atroz. Hace cerca de un año que tuvimos una reyerta, y desde entonces no nos hemos hablado, ni nos hablaremos hasta el día del juicio.

   ¿Y rezáis el Rosario juntas? —dijo el Padre. —

   Todos los días —contestó la nuera. — Mi suegra lo guía como ama de casa, y los demás la acompañamos en el rezo.

   ¿Y las dos juntas habláis con Dios, y con su Santísima Madre, durante el rezo del Rosario, y no os habláis después? ¿Y piensas tú que Dios, ni la Santísima Virgen os escuchan rezando con el corazón lleno de odio y de resentimiento?

   La joven bajó la cabeza y no contestó.

 

 

   Antes de cenar rezaron el Rosario. Al fraile le pareció observar que la nuera contestaba con voz trémula y conmovida. Al decir el Padre «Ave María Purísima,» se levantó, cogió la mano a su suegra delante de toda la familia y se la besó, diciendo con voz entrecortada por las lágrimas: «Perdonadme, madre mía; os he faltado hace un año y os pido perdón, pues soy mal educada y poco cristiana. Toda la culpa es mía».  La anciana cogió entre sus brazos a la esposa de su hijo y entre lágrimas y besos, dijo: «No, que es mía; pues tengo un genio que no me aguantarían los Santos del cielo.»

   No, no, que soy yo la que he faltado, no haciéndome cargo de vuestra edad y de lo que habéis sufrido durante vuestra vida, y al fin y al cabo, nuestra disputa vino de que no queríais que se gastase el dinero, que de seguro no os llevaríais al otro mundo, sino que lo ahorrabais para vuestro hijo, y todo quedaba en casa.

   De todos modos —intervino el religioso— resulta que erais dos personas buenas, y que el diablo se había metido en medio, teniendo bastante ganancia, y la Virgen del Rosario le ha obligado a huir.

 

 

   El buen fraile se marchó al día siguiente. Un año después volvió a visitar a la familia. Allí todos estaban alegres, y vió a la viuda que tenía en sus rodillas a una criatura de pocos meses.

   ¡Hola! —dijo el religioso— gente nueva tenemos.

   Es una niña —dijo la anciana— qué Dios nos ha mandado hace tres meses.

   Y se llama Rosario —dijo el ama joven.

   ¡Bendito sea Dios! —contestó el religioso.

   Ahora ya podemos rezar el Rosario —dijo la nuera— ¿no es verdad, madre?

  No callarás —contestó la buena mujer dando con la mano un golpecito en la mejilla a su nuera.

 

    Al acostarse el religioso dio gracias a la Santísima Virgen por la felicidad de aquella casa; y al despedirse de la familia, el heredero le besó la mano.

   Padre —le dijo— Dios trajo aquí a vuestra reverencia. Desde que usted dijo a mi mujer que Dios y la Virgen María no escuchaban en el Rosario a los que tenían rencor, esta casa de un infierno que era, se ha trocado en un cielo, y todo se lo debemos a vuestra visita.

   No, hijo mío, gracias sean dadas a Dios —contestó el fraile— y a la Virgen del Rosario. (Semana Católica.)

 

 


 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 




 

   San Felipe Neri adopto la piadosa costumbre de dormir con su Rosario, a fin de comenzar a rezarlo tan luego como se despertase. Maravillosamente aficionado a modo de rezar tan provechoso, decía que creía disgustaría grandemente al Señor si no le rezase todo entero cada día. (Revista del Rosado.)

 

 



   La reina Ana, mujer de Luis XIII, inscribía solemnemente a sus hijos en la Cofradía del Rosario. (P. Alvarez.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO.

 

 

   El Rosario es el azote del demonio. (Adriano VI)

 


OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 


 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 



miércoles, 14 de octubre de 2020

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 3.


 



 DÍA TERCERO —3 de octubre.


 

—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.

 



 

 Primera consideración sobre al segundo: Misterio gozoso.

 

 

De la caridad para con el prójimo.

 

 

   De gran importancia para nuestra vida espiritual son las enseñanzas que en este Misterio nos ofrece la Santísima Virgen. En efecto, si la contemplamos en él después de haber concebido ya en sus purísimas entrañas al Unigénito del Padre, observaremos que lo primero que el Señor; que habita en ella cual, en inmaculado Tabernáculo, la inspira, es un acto de caridad para con el prójimo, en la visitación a su prima Santa Isabel: María corresponde fielmente a esta inspiración, sin que la detengan en su cumplimiento las dificultades y privaciones de un largo y penoso viaje; demostrándonos con su ejemplo que cuando el alma está cerca de Dios, cuando le ama verdaderamente, no puede menos de traducirse este amor en obras de caridad para con el prójimo; pues estos dos amores son cual dos ramas que partiendo de un mismo tronco, han de estar unidas para florecer y dar fruto; y pronto se marchitarían si se tratase de separarla; por lo cual dice Santa Teresa que podremos juzgar del amor que a Dios tenemos, por la medida del qué tenemos a nuestros hermanos, imagen suya.

 

 

   Esencial es este amor al prójimo, por ser uno de los dos mandamientos en los que está encerrada toda la ley; y su práctica es tan conforme con los sentimientos grabados en el fondo de nuestro ser por la mano omnipotente del Señor, que aun aquellos que no practican ninguna virtud no quieren que se les niegue la de ser compasivos en las necesidades de sus semejantes. Podríamos comparar el amor al prójimo, a una piedra preciosa de inmenso valor, sumamente rara, y que todo el que no la poseyese tratara de falsificar. Pues ¿qué otra cosa son que falsificaciones de este amor esos espectáculos en los que se ofende a Dios, y se destruye, por lo tanto, la caridad en el alma, con el pretexto de ejercitar la beneficencia con el prójimo; esas limosnas farisaicas hechas a son de trompeta, que fomentan el orgullo, publicando ostentosamente que se practica la caridad, cuando en realidad se está faltando a ella, y tantos y tantos actos que los hombres aplauden, pero que Dios reprueba y castiga?

 

 

   Pero no son estas falsificaciones de la caridad las más temibles para las personas piadosas, a las que una vida retirada pone a cubierto de tantos y tan extravagantes errores como en el mundo sé profesan, y que tratan de practicar aquel consejo del Divino Maestro, cuando nos dice que ignore nuestra mano izquierda el bien que la derecha practique Otras falsificaciones hay, qué por lo mismo que son menos groseras, pueden engañar más fácilmente, y es tristísimo observar tantos errores y faltas en esta materia, no ya sólo entre los mundanos, que es natural yerren y se extravíen caminando en tinieblas, sino también entre los que se precian de caminar a la luz del Evangelio y de practicar sus divinas enseñanzas. En efecto: ¡cuán pocas son las conversaciones en las que reina el espíritu de caridad; y qué diferentes son las visitas de los cristianos de lo que debieran ser, y de lo que fué la que la Santísima Virgen hizo a su prima Santa Isabel! María sólo busca en esta visita la gloria de Dios y el bien del prójimo, mientras que frecuentemente observamos que el móvil de muchas visitas de nuestros días es alguna de las pasiones que dominan el mísero corazón humano; siendo, por cierto, engaño lamentable el de tantas personas que se creen en camino de perfección, olvidando que la verdadera caridad es el fundamento de esa perfección a que aspiran.

 

 

   Y es tan general ya este engaño de censurar al prójimo, que casi se repara en él, y veces se le disfraza con apariencias de bien, sirviendo de excusa el deseo de que se corrijan los defectos, que tal vez infundadamente se suponen, sin reparar en las faltas que realmente se están cometiendo. O la defensa de tales o cuales principios o ideas, o la simpatía por éste o el otro instituto religioso; pretextos todos que parecen inspirados por el enemigo de las almas, que está tan interesado en que a la caridad se falte. Y ya que no pueda desconocerse que hay falta, se dice que éstas son faltas ligeras, que hay que hablar de algo, y otras muchas excusas que en nada atenúan la gravedad del mal. Pero si a la luz de la fe y libres de toda pasión lo considerásemos, ¡cuán distintamente juzgaríamos, y con qué cuidado haríamos uso de nuestra lengua, de ese pequeño miembro que puede dar la muerte en expresión del apóstol Santiago! Y si de toda palabra ociosa hemos de dar cuenta a Dios, ¿qué será de esas palabras, no ya ociosas solamente, sino injuriosas al prójimo, por más ilusiones que queramos hacernos? En el Diálogo de Santa Catalina se lee que dijo el Señor a la Santa, respecto a aquellos que juzgan temerariamente a su prójimo: “No piensan estos desgraciados que la lengua ha sido formada únicamente para honrarme, para confesar sus faltas, para practicar la virtud, y trabajar en la salvación del prójimo”.

 

 

   Examinemos, pues, si hacemos de nuestra lengua el solo uso para que fué formada. No está prohibida en él una amena y modesta conversación, pues un recreo prudente y santificado por una recta intención, honra también al Señor, ofreciéndosele como descanso para reparar nuestras fuerzas, y emplearlas después con mayor ardor en su servicio. Pero en manera alguna caben en este uso esas censuras apasionadas, esa ligereza de juicio, ese deseo de sobreponerse a los demás, esa falta de docilidad hacia los representantes de Dios, y de discreción en materias de las que nadie nos ha constituido jueces, que se observan con desconsoladora frecuencia en las conversaciones de muchas personas que deben de aspirar a la perfección. Sepamos callar, que el silencio es padre de grandes pensamientos, y practicándole en determinadas ocasiones, evitaremos grandes males a nuestra alma; no miremos como falta ligera contravenir a la ley de Dios y a los consejos y ejemplos que nuestro Divino Maestro nos dio durante su vida mortal, y tengamos siempre presente que son “bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”.

 

 


 

EJEMPLO

 

 

   El P. Alfonso de Zamora refiere lo siguiente: «En la ciudad de Valencia dio San Luis Beltrán un rosario bendito que había. Llevado de estas Indias a una persona de mucha calidad, diciéndole: «Tened en gran reverencia este Rosario, porque en las Indias ha sanado enfermos, convertido pecadores y aun pienso que ha resucitado muertos.» Fué muy público en el reino de Granada, que en un pueblo donde el Santo predicaba, con el rosario resucitó a una muchacha de pocos años, hija de, una india que había convertido. Tenía el bienaventurado Padre aquel rosario en tan gran veneración, que enviaba algunas veces a pedirle a aquella persona a quien lo había dado, para ponérselo a los enfermos. A otra persona devota y espiritual dijo claramente: «Dios me ha hecho la merced de que con este Rosario he resucitado muertos.» En la Bula de canonización del Santo se consigna esto mismo, y se añade que con el Rosario salvó a un náufrago, que por espacio de un día y dos noches estuvo en el mar nadando, al cual el santo esperó en la orilla con vestido y alimento, sabiendo que arribaría allí. Dícese también en la misma Bula que aun cuando cayeran aguas torrenciales, se libraba de la mojadura el Santo y los que le acompañaban, por virtud del rosario. (P. Pradel.)

 



 

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO.

 

 




   San Francisco de Asís, glorioso fundador de la Orden Franciscana, aprendió en sus pláticas espirituales con Santo Domingo, la devoción del Rosario, la cual recomendaba frecuentemente a sus innumerables y santos hijos. (Revista del Rosario.)

 

 



   Segismundo I, rey de Polonia, implorando el auxilio de la Virgen del Rosario, obtuvo celebérrima victoria de los moscovitas, matando cuarenta mil hombres y haciendo diez mil prisioneros, y obtuvo del Papa León X que el aniversario de esta victoria se celebrase en todas las iglesias de su reino. (P. Alvarez.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS

 

 

   El Rosario es una oración en gran manera grata a la Virgen, llena de eficacia para la defensa de la Iglesia y del pueblo cristiano, y para impetrar de Dios públicos y particulares beneficios. (León XIII)



OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 


 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 


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