El día 16 de julio es la
fiesta de Nuestra Señora del Carmen, advocación
muy popular de la Virgen, por ser la Patrona de una de las más insignes Órdenes
religiosas, y por habernos dado el Santo Escapulario, que es una de las
devociones marianas más queridas del pueblo fiel.
1º Historia de la Orden del Carmen.
La
Orden del Carmen y la advocación de Nuestra Señora del Carmen, según antiguas
tradiciones, se remonta al profeta Elías, que vivió en el siglo IX a.C. Este
profeta vivía en el monte Carmelo, situado en Palestina, en un promontorio que
entra en el mar Mediterráneo, y es famoso por dos acontecimientos de la vida
del profeta Elías:
•
La victoria contra los sacerdotes idólatras de
Baal, en tiempo del impío rey Acab (860-852
a.C.), a los que el profeta hizo matar después de castigar a Israel con una
sequía de tres años y medio.
•
La visión de la nubecilla misteriosa que trajo
la lluvia: después
de matar a los sacerdotes de Baal, Elías volvió a abrir el cielo que antes
había cerrado; y fue entonces cuando vio venir del mar una nube misteriosa, muy
pequeña al principio, pero que fue creciendo progresivamente, hasta traer una
lluvia abundantísima; y por revelación divina supo Elías que esta nube era una
figura de la futura Madre del Mesías.
San Antonio María Claret enseña
que más tarde, por divina inspiración, Elías se retiró al monte Carmelo con sus
discípulos para venerar allí a la futura Madre de Dios. Su sucesor Eliseo
siguió morando allí, recogiendo a toda una compañía de santos personajes,
llamados «hijos de los profetas», a los que prescribió ciertas reglas
de abstinencia, ayunos, oraciones y otros ejercicios de piedad, que los
distinguían del común de los judíos. Ellos formaron lo que podríamos llamar la «Orden del Carmelo», que
se perpetuó hasta la venida del Señor, tanto como lo permitió la dominación de
los reyes de Babilonia, Siria, Persia y Egipto.
«Cuando el día de
Pentecostés los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, hablaban diversas
lenguas y hacían multitud de prodigios por la sola invocación del nombre de
Jesús, muchos hombres que, según la tradición, habían seguido los ejemplos de
los santos profetas Elías y Eliseo, y que habían sido preparados a la venida
del Mesías por la predicación de San Juan Bautista, convencidos de la verdad de
la doctrina apostólica, abrazaron la fe evangélica y empezaron a honrar con
ternura filial a la Santísima Virgen, de cuya presencia y conversación pudieron
gozar mientras Ella estuvo en vida; y fueron los primeros que elevaron una
capilla a la Madre de Dios, en el mismo lugar del Monte Carmelo donde el
profeta Elías había visto elevarse en otro tiempo una brillante nube en el
cielo, figura de esta augusta Virgen. Reuníanse varias veces al día en la nueva
capilla, y allí honraban con toda suerte de oraciones, cánticos y piadosos
ejercicios a la Santísima Virgen como a la soberana protectora de su Orden, por
lo que empezaron a llamarse “hermanos de Nuestra Señora del Monte
Carmelo”; y los Sumos Pontífices no sólo
confirmaron dicho título, sino que concedieron particulares indulgencias a los
que honrasen con este nombre a la Orden o a sus miembros» (Breviario
Romano, lecciones de la fiesta del 16 de julio).
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En la foto los profetas Elías, Eliseo y Juan Bautista encabezando la lista de los santos carmelitas |
Así,
pues, los religiosos provenientes de Elías se convirtieron a la fe a partir de
Pentecostés, conocieron a la Madre de Dios, a quien ya antes habían consagrado su
vida, y empezaron a llevar una vida religiosa totalmente consagrada a la
Santísima Virgen.
Esta Orden no tardó en
ser muy floreciente, pues ya a fines del siglo I el Monte Carmelo se encuentra
poblado de monjes y llama la atención de los mismos paganos; y en el año 400 el
número de religiosos aumentó considerablemente, por haberse retirado multitud
de monjes a Palestina, al Monte Carmelo, donde abrazaron fervorosamente los
ejercicios de la vida religiosa, unos en comunidad, otros en lugares solitarios.
Los fieles que acudían al Monte Carmelo visitaban asiduamente la capilla en
honor de la Virgen, asistían a los ejercicios de los religiosos y rendían en común
sus cultos a la Reina del Cielo; de ahí nació la Cofradía de
Nuestra Señora del Monte Carmelo, que debió
ya existir a principios del siglo IX, puesto que el Papa León IV le concedió
indulgencias en el año 847. Esta Cofradía fue, por lo tanto, la más antigua y
la más favorecida de Dios, de la Virgen María y de la Santa Sede.
Los
religiosos del Carmen, célebres desde hacía siglos en Palestina, vinieron al
Occidente antes de las Cruzadas, para escapar a la persecución sarracena, y se establecieron
en Italia, Francia e Inglaterra, pero no fueron bastante conocidos en Europa
hasta que San Luis, que había visto en Palestina su vida angelical, los trajo a
Francia al volver de su primera Cruzada.
Los buenos religiosos
gozaban en paz del glorioso título de Hermanos de Nuestra Señora del Monte
Carmelo, que los Sumos Pontífices habían
confirmado, y se extendía su Orden en Europa, cuando arreció una dura
persecución contra ella por parte de algunos hombres influyentes que quisieron
suprimirla; tan furiosa fue la persecución, que el Papa Honorio III
(1216-1227), vacilando, decidió suprimirla.
Entonces se le apareció en sueños la Santísima Virgen y le manifestó que tenía a dicha Orden bajo su especial
protección, y que de ningún modo cediese a las instancias de sus adversarios,
antes bien la honrara y favoreciera, y confirmara su regla, su título y sus
privilegios. Y para mostrarle la verdad de sus mandatos, dijo a Honorio
III que esa misma noche dos de sus íntimos
consejeros, los mayores adversarios de su Orden, encargados de preparar el
Breve de disolución, morirían durante el sueño de manera imprevista.
Efectivamente, cuando el Papa despertó, le notificaron la muerte de sus dos consejeros.
El Papa mandó entonces reunir el Sacro Colegio de Cardenales, refirió la
aparición de la Santísima Virgen y sus
deseos, y aprobó la Orden de Nuestra
Señora del Monte Carmelo, dándole una Regla
por medio de una Bula especial (30 de enero de 1226).
2º Historia del Santo Escapulario.
Como
a pesar de todo no cesó la persecución contra la Orden Carmelita, decidió la
Santísima Virgen conceder un nuevo privilegio a sus queridos Hermanos, con que
la Orden quedara de nuevo enaltecida: fue el Santo Escapulario.
El 16 de julio de 1251 se
apareció a San Simón Stock, carmelita inglés y General de los
Carmelitas de Occidente, para entregarle la insignia del Santo Escapulario con
las siguientes palabras:
«Recibe, hijo mío
amadísimo, este escapulario de tu orden, como el signo distintivo de mi
Cofradía y la señal del privilegio que he obtenido para ti y para todos los carmelitas:
quien muera revestido de él no padecerá
el fuego eterno. He aquí el signo de salvación,
salvaguardia en los peligros, y la prenda de una paz y de una protección
especial hasta el fin de los siglos».
San Simón envió al punto una circular a todos
los conventos de la Orden, en que les notificaba la buena nueva. Cuando el pueblo
fiel conoció el privilegio concedido por la Virgen a esta su Orden, el nombre
de sus devotos se multiplicó considerablemente, desapareció de repente la feroz
persecución que se le hacía, y la Orden del Carmen pudo prosperar en Occidente,
en todos los países.
Sesenta
años más tarde, en 1314, la Santísima Virgen se apareció de nuevo al Papa
Juan XXII
diciéndole estas consoladoras palabras:
«Quiero que anuncies que
a todos los que por devoción entraren en mi Cofradía del Carmen y llevaren
puesto mi Escapulario..., Yo, como Madre de misericordia, por medio de mis
oraciones, méritos y protección especial, les concederé que sean libres de sus penas en el Purgatorio el
sábado inmediato a su muerte, trasladándolos de allí a la
eterna bienaventuranza».
Juan XXII promulgó este favor en la Bula llamada
«sabatina»; y
desde entonces los Papas que le sucedieron, como Alejandro
V, Clemente VII, Pablo III, San Pío V y Gregorio XIII no dejaron de añadir nuevas
indulgencias al Escapulario del Carmen.
Dos
son, pues, los principales privilegios que la Virgen nos obtiene por el porte
devoto del Santo Escapulario:
—el
primero es la salvación eterna;
—el
segundo es la liberación del Purgatorio
el sábado siguiente a la muerte.
Para
ganar dichos privilegios, la Santísima Virgen pidió varias condiciones, que
podemos resumir a cuatro:
1º
recibir la imposición del
Escapulario de
un sacerdote con poder para imponerlo, y llevarlo siempre puesto devotamente,
esto es, como expresión de la devoción a Nuestra Señora (esta primera condición
es la única requerida para ganar el primer privilegio; para ganar el segundo se
requieren otras tres);
2º guardar castidad según el propio estado de vida;
3º
rezar diariamente el Oficio Parvo, para los que saben leer, el cual suele
conmutarse ya habitualmente por el rezo diario del Santo
Rosario;
4º
para los que no saben leer, observar ayuno y abstinencia todos los miércoles, viernes y
sábados del año.
3º Espíritu de la devoción a Nuestra
Señora del Carmen.
Pero hay más.
El Escapulario ha
de conducir al fiel a una tierna devoción a la Santísima Virgen, asimilándose
el espíritu de la Cofradía del Carmen, que es unirse a los religiosos y
religiosas del Carmen, en la profesión particular que hacen de honrar a la
Madre de Dios, esto es, a la más pura de las Vírgenes, a la más gloriosa de todas
las Madres; en una palabra, a lo que hay de más grande después de Dios, según
la frase de San Bernardo: «Sobre ti, sólo Dios; por
debajo de ti, todo lo que no sea Dios».
Los
cofrades, en señal de su devoción a esta gloriosa Virgen, se revisten de su
hábito, para profesar por medio de él el culto que quieren dar a Nuestra
Señora.
De
este modo enarbolan las señales de su dependencia, la librea de su Soberana; anuncian
públicamente que pertenecen a María, y que no sólo quieren honrarla y
respetarla, sino ser protegidos por ella, y vivir bajo su manto.
Conclusión.
La
devoción a la Santísima Virgen ha sido siempre considerada en la Iglesia como
señal infalible de predestinación: «Un siervo de María no
perecerá jamás». Y
la fiesta de Nuestra Señora del Carmen confirma este sentir. En efecto, Nuestra
Señora promete a sus devotos, en este caso a través del porte devoto del Santo Escapulario,
la gracia de la perseverancia final. Lo
mismo sucede con otras prácticas marianas, tales como el rezo diario del Santo
Rosario, y la comunión reparadora de los primeros sábados de mes:
«Prometo asistir en la
hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de su
alma, a todos los que el primer sábado, durante cinco meses, se confiesen,
reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante quince
minutos, meditando sobre los misterios del Rosario, con espíritu de reparación».
Al
aferrarnos, pues, al Santo Escapulario, no nos aferramos a una simple tela de
lana, a modo de amuleto, sino a la promesa de Nuestra Señora del
Carmen, que
ha prometido salvar a los que lo lleven devotamente; esto es, a quienes lo lleven
como señal externa de su devoción interior hacia
la Santísima Virgen, de la confianza depositada en
su protección, y de una vida santa, como
conviene a un devoto hijo de María Inmaculada.
HOJITAS DE FE.
Seminario Internacional Nuestra Señora
Corredentora.
Moreno, Pcia. de Buenos Aires
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