viernes, 28 de septiembre de 2018

SIGNIFICACIÓN DEL NOMBRE DE MARÍA.


   María quiere decir doctora, maestra, guía en el mar. María dice San Isidoro, significa luz o estrella del mar; porque María dió al mundo la luz eterna.

   Tobías pronunció estas proféticas palabras: “Invocándoos, invocarán un gran nombre”: (Tob. 13, 15).

   Seréis grande, se dijo de Judit, y vuestro nombre será conocido en toda la tierra: (11, 21). Y Judith no era más que la figura de María.

   El Señor ha hecho hoy tan glorioso vuestro nombre, que los labios de los hombres no dejarán de alabaros: (12, 15).

   El nombre de María equivale a una profecía, dice S. Pedro Crisólogo. Significa salvación para los que renacen, gloria de la virtud, honor de la pureza, llegada de la castidad, sacrificio de un Dios, ternura misericordiosa que a nadie rechaza, reunión de todo lo santo. El nombre de la Madre de Jesucristo con justicia es un nombre maternal.

   Vuestro nombre, o madre de Dios, está lleno de bendiciones, dice Metodio.
   Los enemigos que nuestros ojos, pueden ver, dice S. Bernardo, temen menos a un numeroso ejército puesto en batalla, de lo que los poderes del aire temen el nombre de María. Siempre que lo encuentran pronunciado con frecuencia y devotamente invocado, siempre que se imitan las virtudes de la que lo lleva, se derriten y desaparecen como la cera ante el fuego.

   La invocación del nombre de María salva algunas veces más pronto que la del nombre de Jesús, dice S. Anselmo; no porque aquél sea más grande y poderoso: no saca su poder y su grandeza de María, pero sí de Jesús. Cuando no escucha, si se invoca su propio nombre, obra con justicia; pero cuando se invoca el nombre de su Madre, si no merece ser oído el que le invoca, interceden por él los méritos de María, y le hacen conseguir lo que pide en su nombre. (De Ercell. Virg., c. l.) .

   San León califica de saludabilísima a la bienaventurada Virgen: Salutiferam. (Serm, de Aununt).

   ¡Oh bendito nombre, nombro lleno de dulzura! Vuestro nombre, o María, es el bálsamo del consuelo y de la fuerza.

   El nombre de María calma la ira y todas las pasiones...; nos da la gracia y la misericordia...; sostiene el alma y le comunica el fuego de la caridad...; protege el honor y la reputación...; consuela a los afligidos...; da la victoria, embriaga con secretas delicias...; cura todos los males......

   El nombre de Jesús, dice S. Bernardo, es dulce como la miel en los labios; es una melodía para los oídos, y una alegría para el corazón. (Serm. XV in Cant.).

   Los mismos efectos produce el nombre de María......


TESOROS
de
CORNELIO Á LÁPIDE.

martes, 25 de septiembre de 2018

NATIVIDAD DE MARÍA.


     “Derramad cielos, vuestro rocío, enviad, nubes, al justo como una lluvia; ábrase la tierra, y brote de ella el Salvador” (Is. 45, 8). Estas proféticas palabras, admirable expresión de los deseos de Isaías, se aplican a Jesucristo, pero también a María, puesto que sin María no se habría encarnado el Verbo.


   “…Una estrella saldrá de Jacob, dice Balaam…”: (Num. 24, 17). Esta estrella, María, aparece en el mundo como el astro brillante de la aurora que anuncia la salida del sol de la eternidad. Por esto la invoca la Iglesia bajo el nombre de estrella de la mañana: Stella matutina. (Litan.)

   “Un retoño, dice Isaías, saldrá de la vara de Jesé; y saldrá una flor de su raíz. El espíritu del Señor descansará sobre este retoño; el espíritu de sabiduría y de inteligencia, el espíritu de consejo y de fuerza, el espíritu de ciencia y de piedad, y le llenará del temor del Señor”. (Is. 11, 1-3).

   Levántate, apresúrate, amiga mía, paloma mía, tú que eres mi bella, y ven. (Cant 2, 10). El Cielo y la tierra deseaban el nacimiento de la que debía ser Madre del prometido Libertador.

   “Cumpliendo el juramento que he hecho a tu padre Abrahán, te bendeciré, dijo el Señor a Isaac, y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu posteridad”. (Gen. 26, 3-4). Venid, o libertadora del género humano; en vos, como en Jesucristo, o más bien en vos, por medio de Jesucristo, serán benditas todas las naciones de la tierra. Os saludo, llena sois de gracia, el Señor está con vos, y bendita sois entre todas las mujeres: Ave, gratia plena, Dominus tecum; benedicta tu in mulieribus. (Luc. 1, 28).

   Al nacer esta incomparable Virgen, exclaman los ángeles: ¿Quién es ésta que se adelanta como los primeros destellos de la aurora, hermosa como la luna, brillante como el sol, y terrible como un ejército ordenado en batalla? (Cant. 6, 10).

   En Jesucristo pensaba Dios al crear a María, y sólo por él trabajaba, dice Tertuliano. (De Resurrect. carnis, n. 2).

   El Señor eligió a María para sí: considerad las gracias y las riquezas con que la adornaría desde su nacimiento. Ya veo brillar en ella la inocencia de Jesucristo que corona su cabeza. “Al nacer la Virgen, despuntó la aurora del gran día de Jesucristo”, dice S. Pedro Damián: (Serm. XL. in Assumpl.). Viniendo por fin María a anunciar la luz, nos dió con su nacimiento la más pura y la más brillante de las mañanas, añade el mismo Padre.
¿Quién pensáis que será este niño? decían al nacer Juan Bautista. ¿Y qué hemos de pensar de la niña María? ¿Qué será? ¡Madre de Dios! ¡Es el templo vivo donde ha de descansar Jehovah! Será la Madre de todos los mortales......


TESOROS
de
CORNELIO Á LÁPIDE.



domingo, 23 de septiembre de 2018

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED. —24 de septiembre.




ORACION

Virgen y Señora nuestra de la Merced,
a ti suplicamos que, mediante tu
maternal intercesión ante tu hijo
Jesucristo, nos alcances la verdadera l
ibertad de los hijos de Dios y nos
hagas libres de cualquier esclavitud,
de modo que experimentemos en
nosotros la alegría de la salvación.
Amén.




ORACION

María, Merced de Dios, regalo de
Cristo a los hombres. La Trinidad
Santa te envió a Barcelona, mensajera
de libertad y misericordia, para, por
medio de Pedro Nolasco, mostrarte
corredentora, mediadora, Madre de
todos, ternura de Dios para los pobres.

Madre de la Merced, enséñanos a
valorar nuestra fe cristiana, haznos
capaces de amar con caridad
mercedaria, conviértenos en
portadores de paz.

Que tus besos derritan la violencia
que nos envuelve, hasta que recuperemos,
en tu regazo materno, la ilusión de familia,
transformado el mundo en un hogar.

Bendice esta ciudad tuya, que
te proclama patrona y princesa y gusta,
enamorada, de llamarte madre.

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED. —24 de septiembre.




FORTALEZA Y SUAVIDAD.


   — Se termina septiembre con la lectura del libro de Judit y el de Ester en el Oficio del Tiempo. Dos libertadoras gloriosas, que fueron figura de María; el nacimiento de María ilumina este mes con un resplandor tan claro, que, sin esperar más, el mundo siente ya su ayuda.

   “Adonaí, Señor, tú eres grande; te admiramos, oh Dios, a ti, que pones la salvación en manos de la mujer” (Antífona del Magníficat de las primeras Vísperas del 4.° Domingo de septiembre) de este modo abre la Iglesia la historia de la heroína que salvó a Betulia con la espada, mientras la sobrina de Mardoqueo tan sólo empleó, para librar de la muerte a su pueblo, halagos y peticiones. Dulzura en una, valentía en otra, y en las dos bellezas; pero la Reina que se escogió el Rey de reyes, lo eclipsa todo con su perfección sin igual; ahora bien, la presente fiesta es un monumento del poder que despliega para poner también ella en libertad a los suyos.


LA ESCLAVITUD.

   La Media Luna no se extendía ya más. Rechazada en España, contenida en Oriente por el reino latino de Jerusalén, se la vio a lo largo del siglo XII hacer más que nunca esclavos entre los piratas, ya que no podía tenerlos conquistando nuevas regiones. Menos molestada por los cruzados de entonces, el África sarracena cruzó el mar para sostener el mercado musulmán. Se estremece el alma al pensar en tantísimos desgraciados de toda clase, sexo y edad, arrebatados de las costas de los países cristianos o apresados mares adentro y rápidamente repartidos entre el harén y la mazmorra. Con todo, hubo allí, en el secreto espantoso de prisiones sin historia, admirables heroísmos con que se honró tanto a Dios como en las luchas de los mártires antiguos que con razón llenan el mundo con su fama; después de doce siglos, bajo de la mirada de los Ángeles, allí encontró María ocasión de abrir horizontes, en los dominios de la caridad, a aquellos cristianos libres que, dedicándose a salvar a sus hermanos, quisiesen dar ellos también pruebas de un heroísmo desconocido hasta entonces. ¿Y no está aquí harto bien justificada, la razón que permite el mal pasajero en este mundo? El cielo que tiene que ser eterno, sin el mal no sería tan bello.

   Cuando en 1696, Inocencio XII extendió la fiesta de hoy a la Iglesia universal, no hizo más que ofrecer al mundo agradecido el medio de hacer una declaración tan universal como lo era el beneficio.



LAS ÓRDENES REDENTORAS.

— En su origen, la Orden de la Merced, fundada, si así se puede decir, en pleno campo de batalla contra los Moros, contó más caballeros que clérigos; cosa que no ocurría en la Orden de la Santísima Trinidad, que la precedió veinte años. Se la llamó la Orden real, militar y religiosa de Nuestra Señora de la Merced para la redención de cautivos. Sus clérigos se dedicaban de modo más especial al cumplimiento del Oficio del coro en las encomiendas; los caballeros vigilaban las costas y desempeñaban la comisión peligrosa de rescatar a los prisioneros cristianos. San Pedro Nolasco fué el primer Comendador o gran Maestre de la Orden; al hallarse sus preciosos restos, se encontró al santo todavía armado de la coraza y de la espada. 




   Leamos las líneas siguientes, en las que la Iglesia nos da hoy su pensamiento, recordando hechos ya conocidos.

   Cuando el yugo sarraceno pesaba con todo su peso sobre la mayor parte de España y la más rica, y eran innumerables los desgraciados creyentes que en una espantosa esclavitud estaban expuestos al peligro inminente de renegar de la fe y de olvidar su salvación eterna, la bienaventurada Reina de los cielos, acudiendo con bondad a tantos males, demostró su gran caridad para rescatar a los suyos. Se apareció a San Pedro Nolasco, cuya piedad corría parejas con su fortuna, el cual, meditando en la presencia de Dios, pensaba sin cesar en el medio de socorrer a tantos desgraciados cristianos prisioneros de los moros; dulce y propicia, la bienaventurada Virgen se dignó decir que para Ella y para su único Hijo sería muy agradable, el que se fundase en su honor una Orden religiosa a la que incumbiese la tarea de libertar a los cautivos de la tiranía de los Turcos. Animado con esta visión del cielo, es imposible expresar en qué ardor de caridad se abrazaba el varón de Dios; no tuvo más que un pensamiento en su corazón: entregarse él, y la Orden que debía fundar, a la práctica de esta altísima caridad que consiste en entregar su vida por sus amigos y por su prójimo. 



   Pues bien, la misma noche, la Santísima Virgen se aparecía al bienaventurado Raimundo de Peñafort y al rey Jaime I de Aragón, haciéndoles saber igualmente su deseo respecto a los dichos religiosos y rogándolos se ocupasen en una obra de tal importancia. Pedro, pues, acudió rápidamente y se puso a los pies de Raimundo, que era su confesor, para referirle todo; se encontró con que estaba instruido de lo alto, y se sometió humildemente a su dirección. El rey Jaime llegó entonces, favorecido también de las revelaciones de la bienaventurada Virgen y resuelto a llevarlas adelante. Por lo cual, después de tratarlo entre ellos, de común acuerdo tomaron a su cuenta el instituir en honor de la Virgen Madre la Orden que se llamaría de Santa María de la Merced para la Redención de cautivos.


   El diez de agosto, pues, del año del Señor 1218, el rey Jaime llevó al cabo el proyecto anteriormente madurado por estos santos personajes; los nuevos religiosos se obligaban, por un cuarto voto, a quedar en rehenes bajo del poder de los paganos, si era ello necesario para la liberación de los cristianos. El rey les concedió llevar en el pecho sus propias armas; tuvo empeño en conseguir de Gregorio IX la confirmación de un instituto religioso que practicaba una caridad tan eminente con el prójimo. Pero el mismo Dios, por medio de la Virgen Madre, dió también tales acrecentamientos a la obra que fué pronto felizmente conocida en todo el mundo; contó multitud de sujetos notables en santidad, piedad, caridad, recogiendo las limosnas de los fieles de Jesucristo y empleándolas en el rescate del prójimo, entregándose más de una vez a sí mismos para la liberación de muchísimos. Convenía que por tal institución y por tantos beneficios se diesen a Dios dignas acciones de gracias y también a la Virgen Madre; y por eso, la Sede Apostólica, después de otros mil privilegios con que había colmado a esta Orden, dispuso la celebración de esta fiesta particular y de su Oficio.



NUESTRA SEÑORA LIBERTADORA.

   ¡Sé, bendita, oh tú, gloria de tu pueblo y alegría nuestra! El día de tu Asunción gloriosa subiste por nosotros a tomar posesión de tu título de Reina; los anales del linaje humano están llenos de tus intervenciones misericordiosas. Por millones se cuentan los que dejaron caer sus grillos gracias a tu protección, y los cautivos que sacaste del infierno sarraceno, vestíbulo del de Satanás. Ha bastado siempre tu sonrisa para disipar las nubes, para secar las lágrimas de este mundo, que saltaba de gozo al recordar hace poco tu nacimiento. ¡Cuántos dolores hay todavía hoy en el mundo! ¡Tú misma quisiste saborearlos durante tu vida mortal en el cáliz del sufrimiento! para algunos, dolores fecundos, dolores santificadores; pero ¡qué lástima!, dolores estériles y perniciosos también en los desgraciados amargados por la injusticia social, para quienes la esclavitud de la fábrica, las mil formas de explotación del débil por el fuerte, pronto se echa de ver que son peor que la esclavitud de Argel o de Túnez.

   Tú sola, oh María, puedes desenredar esas cadenas tan enmarañadas con que el príncipe del mundo irónicamente tiene apresada a una sociedad que él extravió en nombre de las grandes palabras de igualdad y de libertad. Dígnate intervenir y prueba que eres Reina. El mundo entero, todo el género humano te dice como Mardoqueo a la que había criado: Habla al Rey por nosotros y líbranos de la muerte.





DOM PROSPERO GUÉRANGER


ABAD DE SOLESMES.



viernes, 21 de septiembre de 2018

MARÍA INMACULADA EN SU CONCEPCIÓN.




María no ha pecado nunca: es como impecable.

   María, concebida sin pecado, inmaculada en su concepción, nacida sin mancha, vivió sin mancha, y jamás cometió la menor falta, ni el más ligero pecado venial. Tal es la creencia firme y la formal enseñanza de la Iglesia: y así lo declaró el santo Concilio de Trento. (Sess. VI. Can. XIII).


   Exteriormente Dios alejaba de María las ocasiones del pecado, é interiormente le sugería pensamientos santos y deseos sublimes. Sólo se ocupaba de Dios. Su inteligencia estaba llena de luces, y su voluntad de afectos celestiales.


   Es menester convenir que por su dignidad de Madre de Dios bien merecía María estos favores, y ser confirmada en la gracia y como impecable. Muchos Doctores han sostenido que María era absolutamente impecable. Tal es la creencia de S. Buenaventura, de Ricardo de San Víctor, de Marsilio y de muchos otros. La mayor parte creen que María era cuando menos moralmente impecable, y por esta impecabilidad moral entienden la certidumbre infalible que tenia de no pecar.


   La que estaba destinada a aplastar la cabeza de la serpiente, no podía caer en los lazos del enemigo de los hombres…La que debía llevar en su seno al Salvador del mundo, debía estar sin mancha.


TESOROS
de
CORNELIO Á LÁPIDE.

MATER CREATÓRIS.



MADRE DEL CREADOR.


Qui creavit me requievit in tabernáculo meo. Eccli. 24.

El que me creo descansó en mi tabernáculo.


CONSIDERACION I.


   María Santísima se representa comúnmente cargando en los brazos a su hijo, del cual se dice que con dos dedos sustenta el orbe, pues dice el texto; carga todas las cosas con solo la eficacia de su voluntad. De este modo se indica suficientemente que María es Madre del Creador: porque así como Cristo en cuanto es un Dios con el Padre, es también Creador del mundo; así por esto mismo la Madre de Cristo es también Madre del Creador, y puede en verdad decir de sí mismo: el que me creo descansó en mi tabernáculo.


CONSIDERACION II.


   En verdad que el hombre cayendo en pecado mortal, en cierto modo vuelve a la nada: testigo David que despues del pecado exclamó: me he vuelto a la nada y me hice ignorante.

   Por esto Jesucristo redimiéndonos, nos creó como de nuevo, porque por su redención fuimos restituidos dé la muerte del alma a la vida, de tal suerte que cualquier hombre es hecho nueva criatura en Cristo, según San Pablo.


CONSIDERACION III.


   Por lo expuesto no solo se representa a María como Madre del Creador, sino que también se manifiesta su gran virtud y poder. A la verdad, María Santísima no solo carga a aquel que carga al mundo, sino lo que es más, carga al mundo y juntamente al que lo creó, para indicar que por el creador le es dada una suma potestad sobre el mundo, y así es justo y decente que cuanto es posible participe la hija de la potestad del Padre, la Madre de la del Hijo y la Esposa de la del Esposo.


ORACION.


¡Oh María! Yo sé y conozco que todas las criaturas han sido formadas para el servicio de su creador; pero juntamente conozco mi ingratitud, pues hasta ahora más he servido a las criaturas que a mi creador. Por esto alcánzame gracia para que enmiende mi error, y en lo de adelante sirva solo a mi Dios creador, al fin que está prefijado por Dios a los que fielmente le sirven que es la bienaventuranza. ¡0h María!

Madre del Creador, ruega por nosotros.


P. FRANCISCO JAVIER DORNN
DEAN Y PREDICADOR DE PRIDBER
(1834).   

jueves, 20 de septiembre de 2018

MARÍA ES LA OBRA MAESTRA DE DIOS.



   Señor, dice el profeta Habacuc, concluid vuestra obra en medio de  nuestros años; dadla a conocer en medio de nuestros años: en el tiempo de vuestra ira os acordaréis de vuestra misericordia. Esta obra, la obra por excelencia de Dios, es Jesucristo y María, que el profeta ruega a Dios manifieste al mundo. De tal manera es María la obra maestra de Dios, que, según S. Agustín, Dios agotó su sabiduría, su poder y sus riquezas en ella. Dios no ha hecho ni podrá jamás hacer una criatura tan perfecta. Según Sto. Tomás, no puede haber creación más grande que la de la bienaventurada Virgen, porque es Madre de Dios.  

   Hablando de María, se puede decir a Dios lo que el mismo Dios dijo al Océano: Llegarás hasta aquí, y no más lejos.

   San Bernardino llama a María magnificencia de Dios. La misma María, en su profunda humildad, se ve obligada a exclamar: El poderoso ha hecho en mi grandes cosas. (Luc. 1,49). Ha manifestado el poder de su brazo.

   Jesucristo prometió a su augusta Madre, por medio de Salomón, que le concedería cuanto pidiese, diciendo que no le es lícito negar nada a su Madre.


TESOROS
de
CORNELIO Á LÁPIDE.

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