CRIMEN QUE CLAMA VENGANZA AL
CIELO.
El
libro de Daniel, al contarnos el episodio de la casta Susana, en que dos jueces
inicuos, viejos verdes, pretendieron condenar a muerte a una mujer inocente,
para disimular la pasión que a ellos los encendía y vengarse de quien no había
querido ceder a ella, dice de los mismos:
«En aquel año fueron
elegidos jueces del pueblo dos ancianos de aquellos de quienes dijo el Señor
que la iniquidad había salido en Babilonia de los ancianos que eran jueces, los
cuales parecía que gobernaban al pueblo» (Dan. 13 5).
Eso
mismo está pasando en nuestras patrias. El pasado 13 de junio de 2018 fue
aprobado en la Argentina, en la Cámara de Diputados de la Nación, el proyecto
de ley de despenalización del aborto. Ya el pasado 25 de mayo lo había sido en
Irlanda, por el 65% de los votos, y en Chile el mes de septiembre de 2017. La iniquidad sale
de aquellos mismos que tienen por cargo gobernar al pueblo dándole leyes; los
inocentes, en este caso los niños por nacer, se ven condenados a muerte por
aquellos mismos que debían velar por su vida, y ello en aras a intereses
sórdidos, a pasiones inconfesadas.
Ante el caos de ideas y
de argumentos que sobre el tema del aborto se han exhibido, hace falta hacer
una puntualización clarificadora, que presente la realidad tal cual es.
Intentémoslo con algunas reflexiones.
1º El aborto, crimen que clama venganza
al cielo.
Pareciera, por el amplio «debate» que tuvo lugar antes de la
aprobación parcial del proyecto de ley del aborto, que el aborto es un tema «opinable», y que no se sabe a ciencia
cierta qué se está haciendo al practicar un aborto: si se está librando a la madre de un quiste o
de una enfermedad, si se está suprimiendo o no una vida humana, si el niño en
el seno materno es o no un verdadero ser humano, si la madre tiene derecho o no
a interrumpir un «embarazo no deseado»… ¡Qué triste, y qué
culpable, tener tanta ciencia para carecer de tanto sentido común! Pero es que, una vez que
uno se deja enredar con la ideología de los «derechos humanos», todo es posible.
Dejemos,
pues, de lado toda esa panoplia de argumentos bobalicones, y vayamos derechito
al verdadero argumento, de todos olvidado: la ley de Dios. ¿Qué dice ella? Que el niño en el seno materno es un verdadero ser
humano, y que por lo tanto el aborto es un asesinato puro y simple, prohibido
expresamente por el quinto mandamiento del Decálogo: «No matarás», o más exactamente:
«No asesinarás», esto
es:
«No darás muerte al inocente». Por lo tanto, es Dios,
Dios mismo, quien viene en defensa del niño por nacer; y contra esta ley, nada
valen las leyes humanas.
Eufemísticamente se llama
al aborto, para librarlo de toda connotación criminal, «interrupción voluntaria del embarazo». En realidad, su verdadero nombre es «asesinato voluntario en el seno materno», tanto más grave cuanto que el niño es un
ser a la vez inocente y sumamente indefenso, cuya vida depende del cuidado y
protección de los padres y de las leyes humanas. Y así:
• Una sociedad
justa debería juzgar y condenar a los partidarios del aborto, y a los
promotores de su despenalización, como a verdaderos criminales, reos del delito
de «incitación al homicidio».
• La mujer que muere
por abortar, sentimos mucho decirlo, tiene su merecida pena, sufriendo en sí la misma sentencia que ella impone a su hijo
inocente. Sostener que ella tiene derecho a salvar su vida, cuando se está
entregando a un acto criminal, es lo mismo que decir que un ladrón tiene
derecho a salvar su pellejo y su botín después de asesinar a su víctima para
robarle. Hagamos, pues, una ley para protegerlo.
Pero no para ahí la cosa.
Si la ley divina protege la vida humana, no es sólo por un «derecho a la vida» natural,
ni por una simple «dignidad humana», sino para garantizarle al niño, a través
de los padres y de las leyes, el acceso al bautismo, y por él a la vida eterna,
que es el fin para el que Dios ha creado a todos y cada uno de los hombres.
Privar al niño de la vida en el seno materno significa condenarlo para siempre
a carecer de la visión de Dios: crimen
inmensamente mayor al de privarle de la vida natural, que a la vida eterna se
ordena.
«Apartaos de mí,
malditos –dirá el Señor el día del juicio, a quienes se
han hecho reos de ese crimen y no se han arrepentido debidamente de él–; porque estaba necesitado de vuestra ayuda, de vuestra
protección, de vuestras leyes, y no sólo no me asististeis, sino que me
quitasteis la vida». Si ya merecerán la muerte eterna quienes no practicaron
con el prójimo la más elemental caridad, ¿qué pena merecerán por toda la eternidad quienes se
hayan hecho reos ante Dios de haberle quitado hijos y almas capaces de la
bienaventuranza?
2º El aborto, señal de la apostasía de
una sociedad.
Los
tres países que últimamente despenalizaron el aborto, o están procediendo a
despenalizarlo, eran de supuesta tradición católica. Decimos de supuesta, pues
cuando en un país entra en vigor la despenalización del aborto, ese país ha
dejado de ser católico y ha vuelto a ser pagano. Un país es católico cuando se
rige por las leyes de Dios y de la Iglesia; pero deja de serlo cuando desprecia
la ley de Dios y aprueba acciones que van directamente contra ella. Y la
despenalización del aborto supone que nuestros países desprecian la ley divina
en su principio, en su aplicación y en sus consecuencias.
• En su principio: ya el solo
hecho de discutir la despenalización del aborto es un pecado contra la ley de
Dios, pues significa replantearse si está bien o no matar al niño inocente. La
democracia aparece entonces como una institución netamente anticristiana, y lo
mismo la Constitución salida de ella, que si bien dice proteger la vida desde
la concepción, permite debatir y aprobar cosas que su misma letra condena.
•
En su aplicación: erigir como una ley la despenalización del aborto significa
declarar que la ley de Dios ya no pinta para nada al momento de sancionar una
acción, la cual ya no es juzgada buena o mala por su conformidad con la ley
divina, sino en conformidad con la voluntad del pueblo o de los legisladores,
erigidos como norma suprema del derecho. Lo cual es la suma iniquidad.
• En sus consecuencias: una vez que el
aborto queda despenalizado, la ley obliga al país y a todas sus instituciones a
hacerse cómplice de dicho crimen: los hospitales y clínicas, tanto públicas
como privadas, deben asegurar los abortos, y se convierten así en lugares
homicidas; los médicos, si quieren conservar sus puestos, han de consentir en
matar vidas humanas, y se convierten en asesinos; las enfermeras han de ser formadas
para ayudar en los abortos; las escuelas mismas han de asegurar la educación
sexual que explique a los niños los métodos abortivos en vigor; los padres de
familia ya no pueden oponerse a que sus hijas aborten, ni los maridos a que lo
hagan sus esposas; la justicia debe penalizar a los médicos que se nieguen a
matar vidas humanas.
El hecho de que países otrora católicos desechen tan
alevosamente la ley divina es muestra de todo un proceso de apostasía, llevado
a cabo por el Misterio (hoy
triunfante) de Iniquidad, y del derrumbe de toda
una civilización cristiana; todo ello preparado progresivamente por toda una
serie de concomitantes, que dieron comienzo a esta apostasía.
• El aborto supone ya destruida la
familia. En una familia bien formada, se tienen hijos y se protege
la vida. El aborto se da sobre todo en los juntorios con derecho a divorcio. El
aborto implica, por lo general, el divorcio promovido y practicado a gran
escala.
• El aborto supone la destrucción de la
moral. El aborto, se dice, es un derecho de la mujer frente al
embarazo no deseado. Lo cual supone la práctica indiscriminada del amor libre o
de la infidelidad conyugal, la promoción social de la pornografía y de la
sexualidad, la infancia y la juventud expuestas a la violencia de las pasiones
más infames.
• El aborto supone el suicidio de una
sociedad. Dios concedió al hombre la bendición de la fecundidad,
necesaria para que una sociedad perdure. En ese sentido, el aborto viene a ser
la autodestrucción de un pueblo, rematando así la esterilidad voluntaria
procurada mediante toda una serie de métodos anticonceptivos, promovidos
también a gran escala como manera de regular la natalidad. ¿De quién será la tierra, de quién será la sociedad? De quienes aceptan tener hijos; y en Europa, de los
musulmanes.
3º El aborto, patente cuño diabólico en
una nación.
Terminemos diciendo que
no hay señal más inequívoca de la presencia del demonio en una sociedad, e
incluso de la posesión de una sociedad por el demonio, que el aborto. Nuestro Señor declaró que «el demonio es homicida desde el principio» (Jn. 8 44), y siempre, en todos los tiempos, reclamó sacrificios
humanos en los lugares en que imperaba. Detrás de la ley del
aborto, que es un sacrificio masivo de niños inocentes, no puede haber otro que
el demonio con todo su odio, manipulando como marionetas a los que hoy en día
ejercen de legisladores en nuestras sociedades.
Los legisladores que
aprueban dicha ley, y el gobernante que la consiente, si es que no la impone,
bajo presiones internacionales, actúa de hecho como Faraón, figura del demonio,
en los tiempos de Moisés: viendo su territorio ocupado por un pueblo numeroso,
obligó a sus súbditos a esclavizarlo primero, y a arrojar luego en el Nilo a
todos sus varones recién nacidos. No sólo el Faraón se convirtió en homicida de
inocentes, sino que obligó a todos los habitantes de Egipto a ser cómplices
suyos en esta acción criminal. Actúan también como el rey Herodes, que para dar
muerte al Dios infante, mandó matar en toda la comarca de Belén a todos los
niños menores de dos años. Los mismos intereses terrenos que llevaron a este
crudelísimo rey a una masacre de inocentes, arrancados del seno de sus madres,
lleva ahora a los gobernantes, por un sórdido lucro, y por intereses inconfesados,
a aprobar lo que no es otra cosa que un asesinato legalizado de los inocentes.
Pero el principal instigador de todo esto, el que inspiró estas actitudes
homicidas en Faraón y en Herodes, es el diablo.
Conclusión.
Lucifer, nuevo Caín, vuelve a
convertirse, mediante la ley del aborto, en el Fuerte armado del Evangelio.
¿Quién será capaz de arrancar de las garras de esta ley criminal a los pobres
niños a los que, tanto él como su descendencia homicida, tienen sentenciados en
casi todos los países del mundo? Al igual que Abel, el clamor de esa sangre
inocente sube hasta Dios, sin que sepamos nosotros de qué manera será vengada
por el justo Juez.
El castigo de este crimen ha de ser tan severo como el de Faraón
y todo Egipto. Por haber arrojado los niños al Nilo, debió este pueblo sufrir
la plaga de ver sus aguas convertidas en sangre humana. Por haber matado a los
varones hebreos, debió sufrir la pesadumbre de encontrar muerto al primogénito
de cada familia. Por haberse hecho cómplice de la malicia de Faraón, debió
sufrir la destrucción más espantosa en su economía, en sus cosechas, en sus
ganados, completamente arruinados por las plagas, y ver luego su propio
ejército anegado en las aguas del Mar Rojo.
El único remedio ante un mal tan grande
está en nuestras familias:
• familias católicas, bien constituidas, y temerosas de la ley de
Dios;
• familias numerosas, con todos los hijos con que el Señor tenga a
bien bendecirlas;
• familias virtuosas, que encaminen aquí a sus miembros a la virtud y
santidad, para hacerlos entrar un día en la visión de Dios en el cielo.
HOJITAS DE FE.
Vigilad, orad, resistid. – Defensa de
la fe.
Seminario Internacional Nuestra Señora
Corredentora
Moreno, Pcia. De Buenos Aires.
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