1. ° Simeón.
—Era un varón justo, dice el Evangelio, temeroso de Dios y que esperaba la consolación de
Israel... de este modo, con la santidad de su vida, se había preparado y hecho
digno de ver y conocer al Mesías... El Espíritu Santo le había prometido interiormente
en su corazón, que no moriría sin que fuera así... Sólo esa promesa fue
bastante para estimularle a ser un santo... ¿No
te bastan a ti las promesas regalaladísimas de Jesús para lo mismo?...
¿No sabes que con la
santidad poseerás a Jesús y a María en vida y en muerte y en la eternidad?...
¿Qué más quieres?... ¿Qué otro bien mayor puedes apetecer?... ¿Por qué, pues,
no te decides a la santidad, como lo hizo Simeón, sólo por merecer la dicha de
ver y tener en sus brazos a Jesús y conocer a su Madre Santísima?
2. ° La Revelación.
—Y llegó, efectivamente, el día.
—
Iluminado Simeón por la luz del Cielo, en aquella
Mujer confundida con todas las demás..., como una de tantas..., reconoce a la
Madre del Señor, y en el Niño que lleva en brazos, al Mesías verdadero.
— Fíjate bien, por María conoce a Jesús..., por la Madre al
Hijo...; siempre, siempre lo mismo..., nunca Jesús sin María.
Entonces Simeón, se
adelanta y pide el Niño a la Madre... ¡Con qué respeto tomaría
en sus brazos al Niño Jesús!... ¡Con qué fervor le miraría y le estrecharía entre
sus brazos, mientras se abismaba en alegría y amor!
—
Mira a aquel santo viejo sosteniendo en sus
brazos al que con los suyos sostiene toda la creación... ¡Qué bien empleada dio toda su vida de austeridad y santidad por
el placer de este momento!...; sólo
con esto se daba por bien pagado... y por eso, entusiasmado, entona aquel cántico
hermosísimo de agradecimiento al Señor: Nunc dimíttis... « ¡Señor!,
ahora ya puedes disponer cuando quieras de tu siervo»...
Después de ver a
María y de tener a Jesús, ya no quiere más en este mundo..., está seguro que en
todo él, no habrá nada semejante..., ya todo le cansa, todo le hastía...; ya no
quiere ver más y desea morir.
—Y tú, que ves con la fe
diariamente a Jesús y le tocas y te alimentas de Él, ¿por qué tienes gusto de otras cosas que no son Él?..., ¿por qué
no has muerto a todas las cosas, incluso a ti mismo, para vivir sólo de Él y
sólo para Él?
3. ° La Profecía
—
Y entonces, lleno del Espíritu Santo, dirigiéndose a María, la dice: «He aquí que Éste será causa de ruina y resurrección para muchos
en Israel y señal de contradicción»... ¡Qué efecto causarían estas palabras en la Santísima Virgen!...
¡Cómo las meditaría para comprender bien su íntimo y misterioso significado, ya
que veía claramente que eran palabras dictadas por el mismo Dios!
—Trata
de comprender tú, como María, este último significado... ¡Jesús, causa de ruina y de salvación para muchos!..., es decir, desde ahora ésta será la única razón de salvación y condenación de la humanidad... Todo el que se salve, será por Jesús...; todo el
que se condene, será por ir contra Jesús.
Por tanto, es
salud y vida para quien lo desea... Él llama a todos..., a todos busca..., por
todos muere y derrama su sangre..., para todos funda su Iglesia y en ella
coloca sus Sacramentos, fuentes de vida y de salud... Él es, por consiguiente, el único Salvador del mundo.
Todas las almas que se han santificado y han
adquirido la posesión gloriosa del Cielo..., todas lo han conseguido por Él...;
ni una sola lo hubiera podido hacer por sí misma.
—
Pero, en cambio, todo el que no quiera aprovecharse
de la sangre de Jesús, se perderá irremisiblemente, ésta será la razón de la
condenación eterna de los malos.
Penetra en el corazón de María y trata de
comprender lo que pasaría por Ella, al escuchar estas palabras...; aquel
corazón vio de repente todo lo que Jesús estaba haciendo e iba a hacer por
todos los hombres..., le vio desangrado en la Cruz, muriendo por todos... y a
la vez vio a la inmensa mayoría de los hombres no aprovecharse de esos méritos
y gracias de Jesús...; vio cómo pisoteaban su sangre... y vio cómo esa sangre
eternamente clamaría venganza contra ellos y eternamente pesaría sobre sus
cabezas.
Da gracias a Jesús y
pídele sea salud y no ruina para ti, y al mismo tiempo procura sentir pena y
dolor, como la Santísima Virgen, a la vista de tantas almas para quienes Jesús
será su perdición.
4. ° Señal de contradicción.
—
Finalmente, añade Simeón: «será señal de
contradicción».
—
Ante Jesús no hay términos medios: o con Él o
contra Él.
—
Ya se ve esto, en su nacimiento... Pastores y reyes
le adoran, pero Herodes le busca para la muerte...; su presencia no es nunca
indiferente..., siempre excita o amores o rencores y odios enconados.
La historia de la Iglesia
confirma, en los veinte siglos, esta verdad...; siempre ha habido discípulos
fieles que le siguen hasta la muerte y fariseos que le calumnian y tratan de
perseguirle con odio implacable... ¡Cuántas almas enamoradas
de Jesús!... ¡Cuántas desgraciadas que no viven más que para ultrajarle!...
Convéncete de esta verdad... No hay,
realmente, términos medios: el que no está con Él,
está contra Él.
—
Fuera, pues, tibiezas y claudicaciones e
inconstancias...; abrázate a Él..., júrale un amor intenso y eterno.
— Pide a la
Virgen te lo dé así a sentir y... sobre todo, a practicar, para que toda tu
vida sea un continuo acto de amor a Jesús.
“MEDITACIONES
SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA”.
ILDEFONSO RODRÍGUEZ VILLAR— 1940.