lunes, 29 de abril de 2024

LA ROSA MÍSTICA. EL ROSARIO.

 

EL ROSARIO




SU ORIGEN Y SU NATURALEZA

  

    “Cuando Dios envió al arcángel Gabriel a la Bienaventurada Virgen María para anunciarle el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en su casto seno, la saludó en estos términos: Ave, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres. (San Lucas, 1, 28).  Estas palabras, las más dulces que ninguna criatura haya oído jamás, se repiten de edad en edad en los labios de los cristianos, y desde el fondo de este valle de lágrimas no cesan éstos de repetir a la madre de su Salvador: Ave, María. Las jerarquías del cielo, para dirigir a la humilde hija de David esta gloriosa salutación, habían deputado uno de sus jefes; y ahora que está sentada encima de los ángeles y de todos los coros celestiales, el linaje humano, que la tuvo por hija y por hermana, le envía desde aquí abajo la salutación angélica: Ave, María. Cuando la Virgen la oyó por primera vez de boca de Gabriel, concibió al punto en su purísimo vientre al Verbo de Dios; y ahora, cada vez que una boca humana le repite estas palabras, que fueron la señal de su maternidad, sus entrañas palpitan al recuerdo de un momento que no tuvo semejante en el cielo ni en la tierra, y toda la eternidad se llena del júbilo que ella siente.

 


   Ahora bien: aunque los cristianos tenían costumbre de convertir de esta suerte su corazón hacia María, nada de regular ni de solemne tenía, sin embargo, el uso inmemorial de esta salutación. Los fieles, para dirigírsela a su Bienaventurada protectora, no se reunían; cada cual seguía para ello el impulso privado de su amor. Domingo, que no ignoraba el poder de la asociación en la plegaria, creyó que sería útil aplicarla A la salutación angélica, y que este clamor común de todo un pueblo reunido, subiría hasta el cielo con grande eficacia. La misma brevedad de las palabras del ángel exigía que se repitiesen cierto número de veces, como aquellas uniformes aclamaciones con que la gratitud de los pueblos vitorea a los soberanos. Pero la repetición podía engendrar la distracción de la mente, y Domingo obvió este peligro distribuyendo en varias series las salutaciones orales, y a cada una de ellas unió el pensamiento de uno de los misterios de nuestra redención, que fueron sucesivamente para la bienaventurada Virgen un motivo de júbilo, de dolor y de triunfo. De este modo la meditación íntima se unía a la oración pública, y el pueblo, saludando a su Madre y a su Reina, la seguía en el fondo de su corazón en cada uno de los principales sucesos de su vida, Domingo formó una cofradía para asegurar mejor la duración y solemnidad de este modo de suplicación.

 


   Su piadoso pensamiento fué bendecido por el más grande de los triunfos: un triunfo popular; el pueblo cristiano se ha adherido a él de siglo en siglo con increíble fidelidad. Las cofradías del Rosario se han multiplicado hasta el infinito; seguramente no habrá en el mundo un solo cristiano que no tenga su rosario. En las iglesias de los pueblos, ¿quién no ha oído por la tarde la voz grave de los aldeanos recitando a dos coros la salutación angélica? ¿Quién no ha encontrado procesiones de peregrinos repasando con los dedos las cuentas de sus rosarios, y abreviando el largo afán del camino con la repetición alternativa del nombre de María? Siempre que una cosa llega a perpetuarse y a hacerse universal, necesariamente encierra una misteriosa armonía con las necesidades y el destino del hombre. El racionalista sonríe viendo pasar largas hileras de hombres que van diciendo y volviendo a decir una misma palabra; el que está iluminado por una luz mejor, comprende que el amor no tiene más que una palabra, y que, diciéndola siempre, no la repite nunca.

 


   La devoción del Rosario fué interrumpida por la terrible peste que asoló la Europa en el siglo XIV, y la renovó en el XV Alán de la Roche, dominico bretón. En 1573, el Soberano Pontífice Gregorio XIII, en conmemoración de la famosa batalla de Lepanto, ganada contra los turcos en tiempo de un Papa dominico, en el día mismo en que las cofradías del Rosario hacían en Roma y en el mundo cristiano procesiones públicas, instituyó la fiesta que toda la Iglesia celebra bajo el nombre de fiesta de la Virgen del Rosario, cada año el primer domingo de Octubre”.

(P. LACORDAIRE: Vida de Santo Domingo, cap. VI)

 

   Tal es el origen del Santo Rosario: este hecho histórico no es posible ponerlo en duda, desde que doce Sumos Pontífices proclamaron a Santo Domingo autor y fundador de esta santa devoción.

 

   Vamos a desarrollar brevemente su naturaleza, dejando las condiciones y las ventajas para el curso de esta obrita.

 

   Consiste el Rosario en rezar quince veces un Padre nuestro, diez Ave Marías y un Gloria Patri, y en meditar en cada decena sobre uno de los quince principales misterios, que se dividen en Gozosos, Dolorosos y Gloriosos.

Los cinco misterios Gozosos son: la Encarnación del Hijo de Dios, la Visitación de Nuestra Señora, el Nacimiento de Jesucristo, la Purificación y el Encuentro de Jesús en el templo.

 

   Los cinco misterios dolorosos son: la Oración del huerto, los Azotes en la columna, la Coronación de espinas, la Cruz a cuestas, y la Crucifixión.

 

   Los cinco misterios gloriosos son: la Resurrección y la Ascensión del Salvador, la Venida del Espíritu Santo, la Asunción y la coronación de Nuestra Señora.

 

   La devoción del Rosario se justifica por sí misma; basta comprender su objeto, su fin, su espíritu y sus prácticas. Su objeto es hacernos conocer a Dios y a Jesucristo su Hijo, honrar a María y dar gracias a la Trinidad Beatísima; sus prácticas son la meditación de los santos misterios de la Religión, y la recitación de las tres más hermosas, plegarias de la Iglesia, el Padre nuestro, el Ave Marta y el Gloria Patri. Una devoción que descansa sobre estos fundamentos, es necesariamente una devoción sólida y excelente. Para conocer mejor esta excelencia; basta recorrer las meditaciones de los quince misterios que se ponen más abajo, y leer la paráfrasis del Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri que se halla en muchos libros; tratemos, sin embargo, de exponer aquí su espíritu, a fin de dar más alta idea del Rosario, y de probar que es a la vez un libro de meditación, de oración y de acción de gracias.

1.° El Rosario es un libro de meditación, es decir, el libro de la vida, de la pasión y de la gloria del Hijo de Dios, Jesucristo Señor nuestro; es la sustancia de todo el Evangelio, el compendio de su doctrina y el resumen de las grandezas de María.

 


   En efecto: en los Misterios Gozosos descubre el cristiano cómo Dios nos ha amado hasta darnos a su propio Hijo, cuál ha sido el celo de Jesucristo por nuestra salud, cuál la senda que recorrió para señalarnos la que debemos seguir; en ellos aprende el cristiano cuáles son los obstáculos de la salvación que es preciso vencer; el menosprecio de los honores, de las riquezas y de los placeres; la práctica de las virtudes de humildad, pobreza y obediencia; en una palabra: ve en la vida del divino Salvador todo lo que su amor infinito hizo por nosotros, y todo lo que nosotros debemos hacer por él.

 


   En los Misterios Dolorosos, comprende el cristiano cuánta es la malicia del pecado, el horror que debe inspirarnos, los castigos que nos prepara y qué venganza tomará Dios de los pecadores impenitentes cuando no perdonó a su propio Hijo. Aquí conoce el cristiano lo que es el pecado, puesto que Dios necesitó de tan gran víctima para repararle; lo que es el infierno, pues se necesitaron tantos dolores para librarnos de él; lo que es el paraíso, pues fué precisa la muerte del Hijo de Dios para merecérnosle; lo que vale nuestra alma, rescatada por tan grande precio, con el precio de la sangre de un Dios. ¡Ah! Ante la consideración de los tormentos de Nuestro Señor, ¿quién se negará a llevar con paciencia la cruz de esta vida? ¡Cuán ligera debe parecemos en comparación de nuestras ofensas, y con qué reconocimiento debemos recibirla de manos de Dios!

 


   En los Misterios Gloriosos vislumbra el cristiano los bienes y la gloria que prepara Jesucristo en el cielo para los que le hayan imitado sobre la tierra, la dicha de un alma resucitada y confirmada en gracia por el Espíritu Santo; el inquebrantable fundamento de nuestra esperanza, Jesús, sentado en lo alto de los cielos, donde es nuestro pontífice, nuestro abogado y nuestro intercesor; descubre, en fin, en la elevación y coronación de María las grandezas de la Madre de Dios, y el motivo de nuestra confianza en el poder y bondad de la que ha sido constituida Reina del cielo y de la tierra, dispensadora de las gracias, Madre y mediadora de todos los cristianos, y protectora de todos los pueblos y de todos los imperios.

 

2.° El Rosario es un libro de oraciones: se compone de las más perfectas y más usadas en la Iglesia.

 

   ¿Qué hay más perfecto que la oración del Padre nuestro, la oración dominical, la oración que el mismo Señor se ha dignado enseñarnos? ¿Podremos encontrar jamás una oración más sublime que esta oración bajada de los cielos, que encierra todo lo que podemos pedir para la gloria de Dios, para nosotros mismos y para el prójimo? Pedimos para gloria de Dios el cumplimiento de su voluntad en la tierra, como los ángeles la cumplen en el cielo; para nosotros y para el prójimo, los bienes espirituales de la salud, los bienes temporales de la vida presente y los bienes eternos del reino de Dios; finalmente, la gracia de vernos libres de los males pasados por el perdón de nuestras faltas, de los males presentes por la preservación del pecado, y de los males futuros por el triunfo sobre nuestras pasiones, para gozar de la paz de esta vida y de la dicha de la otra.

 

   ¿Qué hay más tierno que la oración del Ave María, compuesta con las palabras de la Santa Escritura y con las de la Iglesia, que nos recuerda las grandezas y los privilegios de María, y añade las alabanzas dé la Madre de Dios, para aumentar los motivos de nuestra confianza y el fervor de nuestra plegaria?

 

   ¿Y qué más noble que la doxología del Gloria Patri, que termina cada decena, profesión de fe tan precisa con respecto al misterio inefable de un solo Dios en tres personas, que jamás será bastante alabado y bendito; himno sublime de reconocimiento, que los fieles, á ejemplo de los coros celestiales, repiten frecuentemente con la Iglesia en el oficio divino, para honor de la Santísima Trinidad?

 

   He aquí desenvuelto todo el plan del Rosario; he aquí su espíritu puesto al alcance de todos: ahora bien: ¿hay aquí algo que pueda desaprobar una razón ilustrada? Si no hay ninguna cosa más sencilla, más natural ni más popular, tampoco la hay más bella, más profunda, ni más sublime. ¿Puede haberla más agradable a Jesús y a María, más útil a los hombres, y, por consiguiente, más digna de Dios? ¿Qué podemos desear para Dios más grande que la santificación de su nombre, la venida de su reino y el cumplimiento de su voluntad? ¿Qué podemos pedirle más necesario para nosotros que el pan nuestro de cada día, el perdón de nuestras culpas, el socorro contra las tentaciones, y la libertad de todo mal? ¿Qué podemos decir a María más grato a su corazón que las palabras del arcángel anunciándole el misterio del Verbo Encarnado? ¿Y podemos emplear más útilmente la protección de María, que rogándole que sea nuestra mediadora en la vida y en la muerte? Admiremos la divina Providencia: no le plugo confiar a la elocuencia humana el modelo de nuestras oraciones ni el elogio de las virtudes de María; el Hijo de Dios vino a enseñarnos él mismo a orar bien, y envió un arcángel para enseñarnos a alabar a su Madre.

 

   La oración dominical es el compendio de toda la Religión, la regla de nuestros deberes, el símbolo más sublime de fe, el código más perfecto de moral, y la más encantadora lección de caridad. Un Padre que nos lo promete todo, el Hijo que todo lo perdona, el Espíritu Santo que todo lo otorga, nada se ha olvidado; y en la salutación angélica, el misterio inefable de un Dios hecho hombre, de una Virgen fecunda, de una criatura Madre de Dios: ¡qué objetos tan dignos de contemplación! ¿Quién será capaz de admirarlos, y de repetir absorto las palabras consagradas a recordarlos? ¡Qué placer el decirla cien veces! ¿Por ventura no es dulce el recuerdo de lo que uno ama? Sólo un corazón indiferente puede encontrar enojosa esta repetición.

 

   En cuanto al orden y a la división de estos misterios, nada hay más adaptado a la economía de nuestra santa Religión. Los misterios del primer orden son objeto de gozo para María, porque son el principio de nuestra salud; los misterios del segundo orden son el motivo de sus dolores, porque acusan nuestra ingratitud; los misterios del tercer orden son materia de su gloria, porque nos abren el paraíso. ¡Qué lecciones más instructivas en todos sus detalles y en todos sus objetos, en sus motivos como en sus ejemplos! ¿Qué puede haber más propio para iluminar nuestro espíritu, mover nuestro corazón y dirigir nuestras acciones? El Rosario nos enseñó a orar bien, a vivir bien y a morir bien; estúdienle con cuidado todos los fieles: los ignorantes, para instruirse; los pecadores, para convertirse; los justos, para santificarse; los perfectos, para perseverar en la perfección de los caminos del Señor. La razón sola nos impondría el deber de hacerlo así, si la fe no hubiera ya puesto de relieve las ventajas (Sambucy, Manual del Rosario, cap. II, página 123 y siguientes.)

 


3.° Con lo dicho se comprende que el Rosario es un libro de acción de gracias: por él ofrecemos a Dios, en reconocimiento de los beneficios recibidos, todos los méritos de la redención, que son el fundamento de nuestra esperanza, y el amor de Jesús y de María, que es lo más perfecto que encuentra Dios en sus obras. Los devotos del Rosario encontrarán la ampliación de estas indicaciones en el curso de esta obrita.

 

 

 

 

LA

ROSA MÍSTICA

DESPLEGADA

Ó EL SANTO ROSARIO

EXPLICADO

POR EL

P. R. MARTÍNEZ VIGIL

del Orden de Predicadores, Obispo de Oviedo.

(1894)


lunes, 15 de abril de 2024

LA ROSA MÍSTICA. ¡MARÍA!

 


¡MARÍA!




   El alma salta de alegría al dulce nombre de María, y el corazón se ensancha como una flor con el matutino aliento de una brisa embalsamada. ¡Ah! ¡Tan grandes misterios de amor nos recuerda!

 

   Él nos trae a la memoria la encarnación del Verbo Divino para la salud del mundo: el sacrificio de una madre al pie de la cruz. Nos recuerda la dulce consoladora de los afligidos, la abogada de los pecadores, la protectora de la inocencia, y el seguro refugio y amparo de todos cuantos sufren en este valle de miserias.

 

   ¡María!... es nuestra Madre, nuestra medianera, nuestra esperanza, nuestra amiga, nuestra dicha, nuestro todo después de Jesús.

 

   ¡María! es como un manantial inagotable, de donde traen su origen todas nuestras alegrías y nuestra salud.

Es Madre del Salvador.

 

   ¡María! es como un vaso precioso del que salen las gracias que convierten y santifican. Es la tesorera de Dios.

 

   Ella es también la que dulcifica nuestros males, la que enjuga de sobre nuestras frentes el sudor de la agonía, mostrándonos el cielo, del cual es refulgente puerta: Fulgida coeliporta.

 

   ¡Oh Madre, más apreciable y más poderosa que todas las criaturas, más dulce que la armonía de los cielos, más graciosa que la misma gracia; que vuestro nombre, suave y perfumado como los aromas del Oriente, esté siempre en nuestros labios para refrescarlos, y vuestra memoria en lo íntimo de nuestros corazones para robustecerlos y consolarlos!

 

   ¡María! Los ángeles en el cielo la veneran, los arcángeles y los tronos son sus fieles mensajeros, las dominaciones deponen ante ella sus coronas, y los querubines se glorían de celebrar sus grandezas. En la tierra los privilegiados genios que se ciernen en lo más encumbrado del mundo de las inteligencias, como el águila en las elevadas regiones de la atmósfera, han puesto sus delicias en celebrar sus glorias. Los Agustinos, los Bernardos, los Tomás de Aquino y mil otros han entonado a su honor himnos de la más encantadora armonía. Algunos otros, más pequeños y más modestos, han procurado también, como la curruca sobre el florido rosal silvestre, tartamudear siquiera algún cántico de amor, sintiendo todos en el fondo de su corazón un impulso irresistible que los constreñía a cantar a María.

 

   El canto, ¿no es el idioma del amor? Y el amor de Jesús y de María, ¿no es el pan cotidiano, asi de los hombres como dé los ángeles? Por eso queremos cantar a María, y mezclar nuestra voz, aunque débil, con ese solemne concierto que hace diez y nueve siglos se levanta para gloria de María inmaculada. La cantaremos desenvolviendo su Rosario, y mostrando a sus hijos las riquezas y las bellezas encerradas en esta Rosa mística, a quien la santa Iglesia nos hace saludar en sus Letanías: Rosa mystica, ora pro nobis.




 

   El Rosario, ¡oh María!, es la corona de zafir que resplandece en torno de vuestra frente.

   El Rosario, ¡oh María!, es la diadema real de preciosos diamantes que ciñe vuestra augusta cabeza.

   El Rosario, ¡oh María!, es el vestido de mil colores que, formando ondulantes pliegues, desciende de vuestras santas espaldas.

   El Rosario, ¿no es la guirnalda de flores que enlaza y une con vuestro maternal corazón el corazón de vuestros hijos? ¿No es la misteriosa escalera de Jacob que conduce al cielo? ¿El arpa santa del rey David, con la cual cantamos vuestras alabanzas, meditando vuestro Rosario? ¡Sí, Reina de los cielos; vos sois el objeto de nuestros cultos en esta devoción toda divina!

 

   Mas... ¿qué cosa es el Rosario, atendida su esencia?

  

   Hablándonos la santa Iglesia de María, la llama Rosa mística: Rosa mystica.

 

   Esta Rosa mística, como todas las rosas, tiene un corazón que forma y constituye en ella la belleza por excelencia; este corazón divino es Jesús. Y todo el conjunto de esta Rosa mística, que simboliza a María, se despliega o desenvuelve en quince hojas o pétalos.

 

   Cinco son de una blancura deslumbrante como el lirio de los valles; y se llaman: Anunciación, Visitación, Natividad, Purificación é Invención del Niño Dios en el templo. Tales son los Misterios gozosos.

 

   Cinco están rociados de sangre como la rosa de púrpura, y se llaman: Oración del huerto, Flagelación, Coronación de espinas, Cruz a cuestas y Crucifixión. Tales son los Misterios dolorosos.

 

   Los cinco últimos están dorados como las espigas de una mies ya sazonada por el sol, y se llaman: Resurrección, Ascensión, Venida del Espíritu Santo, Asunción de María y su Coronación en el cielo. Tales son los Misterios gloriosos.

 

   Ved, pues, aquí el Rosario. No es otra cosa que la expansión de esta Rosa mística, cuyo divino corazón es Jesús.

 

   A los quince misterios corresponden quince decenas de Ave Marías. Rezar, pues, el santo Rosario, es desplegar esta Rosa mística, recorriendo con el corazón los misterios, mientras que nuestros labios pronuncian las Ave Marías.

 

   El Rosario, por consiguiente, tiene mucho de grande, puesto que no es otra cosa que Jesús y María, manifestándose al mundo por medio de quince misterios, y la manifestación de estos quince misterios constituye el Cristianismo entero.

 

   Admirable composición de súplicas las más excelentes, y de materias de meditación las más tiernas, el santo Rosario es un completo homenaje tributado a María y a su divino Hijo y Señor nuestro Jesús. Mientras que por Él dirigimos a la Madre de Dios las súplicas que le son tan aceptas, honramos interiormente sus gozos, sus dolores, sus glorias y sus virtudes incomparables. Es un medio sencillo y fácil para excitar en nuestras almas la consideración de las grandes verdades de nuestra fe, y reanimar la memoria de los inmensos beneficios de Dios. Es un medio sencillo y fácil para encender en nuestros corazones el amor de Jesús y de María, el aborrecimiento del pecado, el deseo de los bienes celestiales, y para animarnos a la práctica de todas las virtudes cristianas. Es al mismo tiempo un arma invencible para combatir a los enemigos de nuestra salud, un medio poderoso para obtener de Dios, por la intercesión de María, las gracias de conversión y de santificación, tan necesarias a todos. Es, en fin, un tesoro inagotable de indulgencias y de méritos, como más adelante veremos, siempre que los asociados a su Cofradía lo rezan con las disposiciones convenientes, con piedad, fidelidad y perseverancia. El testimonio más perentorio que en prueba de esto puede aducirse es la experiencia universal, y el precio y estima en que fué siempre tenido por la Iglesia.

 

   De aquí se desprende que tan bella y fecunda devoción no ha podido ser invención de los hombres. En efecto: la historia nos dice que la misma Reina de los ángeles» María Santísima, le reveló a Santo, Domingo de Guzmán, como un eficacísimo medio para obtener la conversión y la santificación de las almas. Predica, le dice, —mi Rosario, y los pecadores que lo rezaren serán salvos. Santo Domingo, fiel siempre a las inspiraciones de su divina Señora, predicó el Rosario, y los herejes y los pecadores se convirtieron a millares: más de doscientos mil entraron en el seno de la Iglesia a impulsos de su ferviente predicación. Los hijos del gran Guzmán, herederos del espíritu y de las promesas de su santo fundador, predican aún el Rosario con amor, mirándole como el arma terrible que debe cerrar la boca del infierno; y esta predicación del Rosario va siempre acompañada de admirables frutos de bendición y de salud.

 

   Para ganar las importantes y numerosas indulgencias con las cuales se halla enriquecida esta devoción, además de la recepción en una Cofradía canónicamente erigida y de la recitación semanal del Rosario entero, es preciso meditar sus misterios, como todo más adelante se explicará. Sin la consideración de los misterios, el Rosario es un cuerpo sin alma. Deben, pues, los asociados aplicarse a esta meditación, cada uno según la medida de sus talentos: para el logro de esto no es menester poner al espíritu en tortura; y el pequeño tratado que ofrecemos a nuestros cofrades, bajo los auspicios de María, la más dulce y cariñosa de las madres, podrá facilitarles no poco este modo de oración.

 

   ¡Oh María! Meditar vuestro Rosario es celebrar vuestras grandezas y cantar vuestras virtudes, divina Reina de los ángeles. Antes de tomar en nuestras manos la mística lira que debe resonar con vuestras alabanzas, permitidnos, ¡oh excelsa Reina del cielo!, que, postrados humildemente a vuestros pies, imploremos vuestra ayuda. Somos débiles, sin talento y sin amor; pero una mirada de vuestros ojos iluminará nuestra inteligencia, una sonrisa de vuestros labios inflamará nuestro corazón, y una bendición de vuestra mano maternal nos dará fuerza y valor. Bendecidnos, pues, ¡oh muy amada María!, y a todos los hijos del Rosario.

 

LA

ROSA MÍSTICA

DESPLEGADA

Ó EL SANTO ROSARIO

EXPLICADO

POR EL

P. R. MARTÍNEZ VIGIL 

del Orden de Predicadores, Obispo de Oviedo.

(1894)


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