lunes, 15 de abril de 2024

LA ROSA MÍSTICA. ¡MARÍA!

 


¡MARÍA!




   El alma salta de alegría al dulce nombre de María, y el corazón se ensancha como una flor con el matutino aliento de una brisa embalsamada. ¡Ah! ¡Tan grandes misterios de amor nos recuerda!

 

   Él nos trae a la memoria la encarnación del Verbo Divino para la salud del mundo: el sacrificio de una madre al pie de la cruz. Nos recuerda la dulce consoladora de los afligidos, la abogada de los pecadores, la protectora de la inocencia, y el seguro refugio y amparo de todos cuantos sufren en este valle de miserias.

 

   ¡María!... es nuestra Madre, nuestra medianera, nuestra esperanza, nuestra amiga, nuestra dicha, nuestro todo después de Jesús.

 

   ¡María! es como un manantial inagotable, de donde traen su origen todas nuestras alegrías y nuestra salud.

Es Madre del Salvador.

 

   ¡María! es como un vaso precioso del que salen las gracias que convierten y santifican. Es la tesorera de Dios.

 

   Ella es también la que dulcifica nuestros males, la que enjuga de sobre nuestras frentes el sudor de la agonía, mostrándonos el cielo, del cual es refulgente puerta: Fulgida coeliporta.

 

   ¡Oh Madre, más apreciable y más poderosa que todas las criaturas, más dulce que la armonía de los cielos, más graciosa que la misma gracia; que vuestro nombre, suave y perfumado como los aromas del Oriente, esté siempre en nuestros labios para refrescarlos, y vuestra memoria en lo íntimo de nuestros corazones para robustecerlos y consolarlos!

 

   ¡María! Los ángeles en el cielo la veneran, los arcángeles y los tronos son sus fieles mensajeros, las dominaciones deponen ante ella sus coronas, y los querubines se glorían de celebrar sus grandezas. En la tierra los privilegiados genios que se ciernen en lo más encumbrado del mundo de las inteligencias, como el águila en las elevadas regiones de la atmósfera, han puesto sus delicias en celebrar sus glorias. Los Agustinos, los Bernardos, los Tomás de Aquino y mil otros han entonado a su honor himnos de la más encantadora armonía. Algunos otros, más pequeños y más modestos, han procurado también, como la curruca sobre el florido rosal silvestre, tartamudear siquiera algún cántico de amor, sintiendo todos en el fondo de su corazón un impulso irresistible que los constreñía a cantar a María.

 

   El canto, ¿no es el idioma del amor? Y el amor de Jesús y de María, ¿no es el pan cotidiano, asi de los hombres como dé los ángeles? Por eso queremos cantar a María, y mezclar nuestra voz, aunque débil, con ese solemne concierto que hace diez y nueve siglos se levanta para gloria de María inmaculada. La cantaremos desenvolviendo su Rosario, y mostrando a sus hijos las riquezas y las bellezas encerradas en esta Rosa mística, a quien la santa Iglesia nos hace saludar en sus Letanías: Rosa mystica, ora pro nobis.




 

   El Rosario, ¡oh María!, es la corona de zafir que resplandece en torno de vuestra frente.

   El Rosario, ¡oh María!, es la diadema real de preciosos diamantes que ciñe vuestra augusta cabeza.

   El Rosario, ¡oh María!, es el vestido de mil colores que, formando ondulantes pliegues, desciende de vuestras santas espaldas.

   El Rosario, ¿no es la guirnalda de flores que enlaza y une con vuestro maternal corazón el corazón de vuestros hijos? ¿No es la misteriosa escalera de Jacob que conduce al cielo? ¿El arpa santa del rey David, con la cual cantamos vuestras alabanzas, meditando vuestro Rosario? ¡Sí, Reina de los cielos; vos sois el objeto de nuestros cultos en esta devoción toda divina!

 

   Mas... ¿qué cosa es el Rosario, atendida su esencia?

  

   Hablándonos la santa Iglesia de María, la llama Rosa mística: Rosa mystica.

 

   Esta Rosa mística, como todas las rosas, tiene un corazón que forma y constituye en ella la belleza por excelencia; este corazón divino es Jesús. Y todo el conjunto de esta Rosa mística, que simboliza a María, se despliega o desenvuelve en quince hojas o pétalos.

 

   Cinco son de una blancura deslumbrante como el lirio de los valles; y se llaman: Anunciación, Visitación, Natividad, Purificación é Invención del Niño Dios en el templo. Tales son los Misterios gozosos.

 

   Cinco están rociados de sangre como la rosa de púrpura, y se llaman: Oración del huerto, Flagelación, Coronación de espinas, Cruz a cuestas y Crucifixión. Tales son los Misterios dolorosos.

 

   Los cinco últimos están dorados como las espigas de una mies ya sazonada por el sol, y se llaman: Resurrección, Ascensión, Venida del Espíritu Santo, Asunción de María y su Coronación en el cielo. Tales son los Misterios gloriosos.

 

   Ved, pues, aquí el Rosario. No es otra cosa que la expansión de esta Rosa mística, cuyo divino corazón es Jesús.

 

   A los quince misterios corresponden quince decenas de Ave Marías. Rezar, pues, el santo Rosario, es desplegar esta Rosa mística, recorriendo con el corazón los misterios, mientras que nuestros labios pronuncian las Ave Marías.

 

   El Rosario, por consiguiente, tiene mucho de grande, puesto que no es otra cosa que Jesús y María, manifestándose al mundo por medio de quince misterios, y la manifestación de estos quince misterios constituye el Cristianismo entero.

 

   Admirable composición de súplicas las más excelentes, y de materias de meditación las más tiernas, el santo Rosario es un completo homenaje tributado a María y a su divino Hijo y Señor nuestro Jesús. Mientras que por Él dirigimos a la Madre de Dios las súplicas que le son tan aceptas, honramos interiormente sus gozos, sus dolores, sus glorias y sus virtudes incomparables. Es un medio sencillo y fácil para excitar en nuestras almas la consideración de las grandes verdades de nuestra fe, y reanimar la memoria de los inmensos beneficios de Dios. Es un medio sencillo y fácil para encender en nuestros corazones el amor de Jesús y de María, el aborrecimiento del pecado, el deseo de los bienes celestiales, y para animarnos a la práctica de todas las virtudes cristianas. Es al mismo tiempo un arma invencible para combatir a los enemigos de nuestra salud, un medio poderoso para obtener de Dios, por la intercesión de María, las gracias de conversión y de santificación, tan necesarias a todos. Es, en fin, un tesoro inagotable de indulgencias y de méritos, como más adelante veremos, siempre que los asociados a su Cofradía lo rezan con las disposiciones convenientes, con piedad, fidelidad y perseverancia. El testimonio más perentorio que en prueba de esto puede aducirse es la experiencia universal, y el precio y estima en que fué siempre tenido por la Iglesia.

 

   De aquí se desprende que tan bella y fecunda devoción no ha podido ser invención de los hombres. En efecto: la historia nos dice que la misma Reina de los ángeles» María Santísima, le reveló a Santo, Domingo de Guzmán, como un eficacísimo medio para obtener la conversión y la santificación de las almas. Predica, le dice, —mi Rosario, y los pecadores que lo rezaren serán salvos. Santo Domingo, fiel siempre a las inspiraciones de su divina Señora, predicó el Rosario, y los herejes y los pecadores se convirtieron a millares: más de doscientos mil entraron en el seno de la Iglesia a impulsos de su ferviente predicación. Los hijos del gran Guzmán, herederos del espíritu y de las promesas de su santo fundador, predican aún el Rosario con amor, mirándole como el arma terrible que debe cerrar la boca del infierno; y esta predicación del Rosario va siempre acompañada de admirables frutos de bendición y de salud.

 

   Para ganar las importantes y numerosas indulgencias con las cuales se halla enriquecida esta devoción, además de la recepción en una Cofradía canónicamente erigida y de la recitación semanal del Rosario entero, es preciso meditar sus misterios, como todo más adelante se explicará. Sin la consideración de los misterios, el Rosario es un cuerpo sin alma. Deben, pues, los asociados aplicarse a esta meditación, cada uno según la medida de sus talentos: para el logro de esto no es menester poner al espíritu en tortura; y el pequeño tratado que ofrecemos a nuestros cofrades, bajo los auspicios de María, la más dulce y cariñosa de las madres, podrá facilitarles no poco este modo de oración.

 

   ¡Oh María! Meditar vuestro Rosario es celebrar vuestras grandezas y cantar vuestras virtudes, divina Reina de los ángeles. Antes de tomar en nuestras manos la mística lira que debe resonar con vuestras alabanzas, permitidnos, ¡oh excelsa Reina del cielo!, que, postrados humildemente a vuestros pies, imploremos vuestra ayuda. Somos débiles, sin talento y sin amor; pero una mirada de vuestros ojos iluminará nuestra inteligencia, una sonrisa de vuestros labios inflamará nuestro corazón, y una bendición de vuestra mano maternal nos dará fuerza y valor. Bendecidnos, pues, ¡oh muy amada María!, y a todos los hijos del Rosario.

 

LA

ROSA MÍSTICA

DESPLEGADA

Ó EL SANTO ROSARIO

EXPLICADO

POR EL

P. R. MARTÍNEZ VIGIL 

del Orden de Predicadores, Obispo de Oviedo.

(1894)


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