Por la señal de la
santa cruz, etc.
Oración
preparatoria
Oh amabilísima Madre
mía: aunque indigno de comparecer ante vuestro acatamiento, confiado no
obstante en vuestra bondad y postrado a vuestros pies, os suplico me alcancéis
gracia para meditar con fruto vuestros acerbísimos dolores. No permitáis queden
malogrados tantos dolores como vos padecisteis, y tanta sangre derramada por
vuestro Hijo santísimo. ¡Oh! ¡Llegue a todos una redención tan abundante! Alcanzad,
pues, perseverancia a los justos, fervor a los tibios, conversión a los
pecadores, luz de fe a los infieles, humildad y sumisión a los cismáticos y
herejes, alivio a las Ánimas del Purgatorio y exaltación a la santa fe
católica. Traspasen nuestro corazón esas espadas que atraviesan vuestro pecho
purísimo, corten y arranquen de nuestra alma todo afecto desordenado, para que,
triunfando con vuestra protección de las acechanzas del infierno, de las
máximas del siglo y de los halagos de la carne, logremos triunfar con vos en la
eterna bienaventuranza. Amén.
PRIMER DOLOR
Simeón profetiza a María
la pasión de Jesús
¿Y tan pronto, Señor,
acibaráis las dulzuras de esta tierna Madre? ¿Tan pronto se acabarán sus gozos
y delicias? ¿No bastaba el mar de amargura que le estaba reservado en la Pasión
de su Hijo? ¡Ay! ¿Qué placer
tendrá en adelante, cuando abrace y acaricie a su querido Jesús? ¡Ah, hermosa frente, dirá; un día te veré taladrada con
agudas espinas! ¡Ojos, ahora más claros que el sol, seréis un día eclipsados y
cubiertos de polvo y de sangre! ¡Ay, manos purísimas; ay, tiernecitos pies;
seréis un día atravesados con cruelísimos clavos! Y este cuerpo, tan
delicado y hermoso, ¡veré yo un día rasgado con bárbaros azotes!
¡Siquiera se aprovechasen los hombres de esa Pasión! Pero ¡ay! ¡Oís que la Sangre divina que formáis con vuestra
leche virginal será sacrílegamente profanada y perdida para muchos! No permitáis, Madre mía, que sea yo uno de ellos; quiero, sí,
acrecentaros el consuelo, no la aflicción; quiero vivir de suerte que vuestro
Hijo no me sea ocasión de ruina, sino de resurrección.
Padrenuestro,
siete Ave Marías y un Gloria Patri.
Coro:
¿Y tan presto, Simeón,
Dura muerte profetizas?
¡Ay! ¿no ves cuál
martirizas
De la Madre el corazón?
PUEBLO:
Por tan acerbo dolor,
Oh Virgen, cuando expiremos
Haced que el alma entreguemos
En las manos del Señor.
Segundo dolor
Huida a Egipto
Qué
sobresalto el de María cuando José la despierta, y le dice: “El Ángel del
Señor manda que huyamos a Egipto con el santo Niño, y permanezcamos allí hasta
nuevo aviso!” ¡Qué precepto tan arduo! ¡Ir a Egipto, región idólatra, desconocida,
de noche, sin despedirse de nadie, sin provisión alguna! ¡Cuáles serían los
temores de la Madre, cuáles las incomodidades del tierno Infante, cuáles las
congojas y trabajos de José! La peregrinación es larga, penosa y
arriesgada; y cuando con su espíritu penetrante oyese el alarido de tantas
madres, y viese correr la sangre de tantos niños inocentes, ¿cuál sería el
dolor de aquel corazón tan compasivo?
¿Y querrás tú también, pecador, renovar pena tan acerba? ¡Ay! ¡Cuántas veces, más cruel que Herodes, quitaste con
tus escándalos la vida a inocentes almas!... Perdona,
oh dulce Madre mía; y por tan penoso viaje y tan precipitada fuga, haced que
camine siempre por los senderos de la justicia, sin desviarme jamás, hasta
llegar al suspirado término de la eterna salvación.
Padrenuestro,
siete Ave Marías y un Gloria Patri.
¡Qué congoja cuando visteis
Perseguido al tierno Infante,
Y con desvelo anhelante
En Egipto os guarecisteis!
Por tan acerbo dolor,
Oh Virgen, cuando expiremos
Haced que el alma entreguemos
En las manos del Señor.
Tercer dolor
Pierde la Virgen a su
preciosísimo Hijo
¡Cuál sería el dolor de
María cuando advirtiese que había perdido a su Hijo! Búscale
desconsolada, día y noche, entre parientes y conocidos; pregunta por él al
cielo, a la tierra y a las criaturas todas; y nadie le da razón de su prenda
adorada. Desanda el camino de Jerusalén; recorre las calles y plazas de la
ciudad; y en ninguna parte encuentra a Jesús en tres días y noches enteras.
Éstos fueron acaso los días más amargos de toda tu vida, oh desolada Madre;
pues, aunque en la Pasión del Señor sufrió tanto tu corazón, te quedaba el
consuelo de tenerle presente; y cuando te lo quitaron para darle sepultura,
sabías a lo menos que era sin culpa tuya. . . Mas ahora te ves privada de su
amable vista, y la humildad te hace temer no sea por tu culpa. Con esto ¡qué amargas
lágrimas bañan tus mejillas! ¡Qué ayes, qué gemidos exhala tu corazón! Sólo
comprenderá tu inmensa pena el que acierte a medir lo amable que es tu Hijo, y
lo mucho que tú le amas.
Pero ¡ay! pecador, sólo tres
días perdió María la compañía de su Hijo, y sin culpa: ¡y a no
sostenerla Dios, muriera de dolor! Y tú, habiendo
perdido su gracia y amistad tantos años hace, y por tu culpa, ¡duermes, sin embargo tranquilo, te ríes y diviertes
alegre! ¡Oh, monstruosa estupidez!
Padrenuestro,
siete Ave Marías y un Gloria Patri.
Deshecha
en un mar de llanto...
Buscas
al Hijo amoroso:
Yo
le perdí caprichoso;
¿Y no muero de quebranto?
Por tan acerbo dolor,
Oh Virgen, cuando expiremos
Haced que el alma entreguemos
En las manos del Señor.
Cuarto dolor
María encuentra a su Hijo
con la cruz a cuestas
¡Qué fúnebre espectáculo! Va
la más amante y amable de todas las madres a presenciar el infame suplicio de
su Hijo Dios. Y oye la lúgubre trompeta que proclama reo de muerte al Autor de
la vida: ya pasa la multitud amotinada que aplaude la sentencia; ya ve a los
soldados que le escoltan: ve a dos facinerosos. . . y luego al Hijo de sus
entrañas, encorvado, oprimido con el enorme peso de la cruz... Le ve
ensangrentado, hecho el oprobio de los hombres, cayendo en tierra y a punto de
expirar, ¡y
no le puede socorrer! ¡Qué situación! ¡Qué doloroso encuentro!
¡Cuál quedaría la Madre viendo a tal Hijo y en tal estado! ¡Qué sentiría el
Hijo a la vista de tal Madre, y en tanta amargura!...
Sólo tú, pecador, tú que eres cómplice y causa de tanta pena,
¿serás
insensible a los tormentos del Hijo, y al dolor de la Madre? ¡No lo
permitáis, oh angustiada Señora!. . .
Padrenuestro,
siete Ave Marías y un Gloria Patri.
Bañado
en sangre y sudor
Le
encuentras, ¡ay! sin figura:
Madre,
¿Cuál fue tu
amargura?
Hijo,
¿Cuál fue tu
dolor?
Por tan acerbo dolor,
Oh Virgen, cuando expiremos
Haced que el alma entreguemos
En las manos del Señor.
Quinto dolor
María al pie de la cruz
Contemplad, mortales, y decid si es posible
hallar dolor semejante al de esta amantísima Madre. Ve a su Hijo hecho todo una
llaga, sin color, sin hermosura, ni aspecto de hombre. Ve mesados sus cabellos,
la barba arrancada, los hombros molidos, con el peso de la cruz, las espaldas
abiertas, y todo el cuerpo llagado de los azotes, traspasada la cabeza con
espinas, el pecho levantado, las manos y los pies barrenados y colgados de tres
clavos, desangradas las venas, descoyuntados los huesos, seca la boca de tanta
sed, ¡y
ningún alivio, ni una gota de agua puede darle! Más ¡oh dolor sobre todo dolor! cuando despidiéndose Jesús de su Madre, le
dice: “Mujer,
he ahí a tu Hijo”. ¡Oh! ¡Qué cambio! ¡El discípulo por el Maestro, el
esclavo por el Señor, el hijo de Zebedo por el Hijo de Dios!
Más ¡qué dicha la mía!
desde
aquel instante Vos, oh dulcísima María, sois mi Madre, y yo soy vuestro Hijo.
Sí; quiero ser Hijo vuestro: y ya que os costé tanto, no me abandonéis, oh
tierna Madre mía.
Padrenuestro,
siete Ave Marías y un Gloria Patri.
¿Cómo tú angustia medir?;
¡En la Cruz sin refrigerio
Ver al Hijo, en improperio
Y en tormento atroz morir!
Por tan acerbo dolor,
Oh Virgen, cuando expiremos
Haced que el alma entreguemos
En las manos del Señor.
Sexto dolor
María recibe en los brazos
a su santísimo Hijo difunto
¿Le conocéis, oh Madre amantísima? ¿Es ese vuestro Hijo?
¿El más hermoso de todos los hijos de los hombres? ¡Oh! ¡Qué diferente le veo ahora de lo que estaba cuando
reposó en vuestros brazos siendo niño en el portal de Belén! ¡Qué noche aquella
tan clara, y qué día este tan oscuro! ¡Qué rica erais entonces, y qué pobre
sois ahora! Entonces erais bendita entre todas las mujeres; ahora
sois la más afligida de todas las madres. Con vos estaba entonces el Señor;
también lo tenéis ahora, mas no vivo, sino muerto; ya no mana la dulce leche de
vuestros pechos virginales, sino que vos laváis las heridas de su cuerpo con el
llanto que brota de vuestros ojos.
¿Y yo soy causa de tanto dolor? Sí: ¡yo soy quien empañó ese
espejo de hermosura; yo cerré esa boca divina de donde salían palabras de vida
eterna; por mí están yertas esas manos que resucitaban los muertos! ¡Qué dolor!
¡Qué desconsuelo debiera ser el mío!
Padrenuestro,
siete Ave Marías y un Gloria Patri.
¿Y es ése tu dulce Bien,
Tu Esposo y Dueño adorado?
¡Ay, Madre! ¡y en qué han parado
Las delicias de Belén!
Por tan acerbo dolor,
Oh Virgen, cuando expiremos
Haced que el alma entreguemos
En las manos del Señor.
Séptimo dolor
Sepultura de Jesús
Este sí que fue dolor sobre todos los
dolores. ¡María
sin su dulcísimo Hijo! ¡Huérfana y viuda, sin Padre, sin Esposo ni Maestro
divino! ¡Sola sin su tesoro, sin su bien, sin su dulce amor! ¡Oh dichoso
sepulcro, que encierras al que María encerró en sus purísimas entrañas! ¡Ay
Madre, que ni aún nos queda el consuelo de morir con Él! Su pasión
está ya acabada; la vuestra se acrecienta por instantes. El afecto tiernísimo
de Madre, el conocimiento altísimo de la Divinidad, el dulce trato de treinta y
tres años, el ardentísimo deseo de la gloria de Dios, vuestra pena por las
muchas almas que se van a perder, todo martiriza vuestro corazón. ¡Y no obstante
os resignáis y aceptáis tan amarga soledad por amor mío!
Pues yo también acepto por vuestro amor, y en honor de
vuestro amabilísimo Jesús, las penas y tribulaciones que pluguiere al cielo
enviarme en esta vida.
Padre
nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri.
Quedo
sin mi dulce Amado;
No
me llaméis venturosa:
¡Ay! una fúnebre losa
Oculta
su cuerpo helado.
Por tan acerbo dolor,
Oh Virgen, cuando expiremos
Haced que el alma entreguemos
En las manos del Señor.
ORACIÓN
¡Oh afligida Madre mía! Ya que en la persona de San Juan nos engendrasteis al pie de
la cruz, a costa de dolores tan acerbos, mostrad que sois nuestra Madre,
alcanzándonos del Señor la gracia que os pedimos con esta Corona dolorosa (Pídase el favor que se desea conseguir).
Alcanzadnos sobre todo, oh tierna y compasiva Madre, la gracia de vivir y
perseverar siempre en el servicio de vuestro Hijo benditísimo, a fin de que
merezcamos alabarle eternamente en la gloria. Amén.
ANCORA DE SALVACION
Por
el
R.
P. JOSÉ MACH, S. J. (Marzo 31 de 1949).
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