domingo, 24 de octubre de 2021

SANTIFICACIÓN DEL DOMINGO… PARA LOS QUE NO PODEMOS ASISTIR A MISA DOMINICAL…



 

DÍA: DOMINGO 24 DE OCTUBRE DEL 2021.

 

—REZO DEL SANTO ROSARIO, ORACIÓN A SAN MIGUEL, LETANÍAS DE LA VIRGEN, ORACIÓN A SAN JOSÉ, Y FINALIZAMOS CON LA CONSAGRACIÓN ESPIRITUAL.

 


HOY: SAN RAFAEL ARCÁNGEL.


 

San Rafael Arcángel es el ángel que Dios envió para remedio de Tobías, a quien, para probar su paciencia, le había quitado la vista y la hacienda. Al propio tiempo auxilió a una doncella llamada Sara, que, casada siete veces, no pudo ver llegar hasta ella sus maridos, porque un demonio se los mataba. El arcángel San Rafael, apareciéndose en forma de un gallardo joven al anciano Tobías, se ofreció a acompañar a su hijo a cobrar cierta cantidad de dinero. En el camino, lavándose el joven Tobías los pies, vió que salía a él un gran pescado, y, habiéndole cogido y desentrañado, guardó la hiel, hígado y corazón. Aconsejado por el ángel, lanzó Tobías al demonio del aposento de Sara con el hígado del pescado, y después se casó con ella. Regresando a casa de su padre le dio vista con la hiel del mismo pescado. La esclarecida Orden española de San Juan de Dios venera a San Rafael por su especial protector.

 

—También recordamos a otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.

 

 

—REZAMOS LOS … MISTERIOS GLORIOSOS

 

1.La Resurrección en gloria de Nuestro Señor Jesucristo. Fruto: La Fe.

 

2. La ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los cielos. Fruto: La Esperanza y el deseo del Cielo.

 

3. La Venida del Espíritu Santo sobre María Santísima y los Apóstoles. Fruto: La Caridad y los Dones del Espíritu Santo.

 

4. La Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo. Fruto: La gracia de una buena muerte.

 

5. La Coronación de María Santísima como Reina y Señora de todo lo creado. Fruto: La verdadera devoción a la Santísima Virgen.  

 

 

 

 

 

 

ORACIÓN A SAN MIGUEL ARCÁNGEL

 

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla; se nuestro amparo contra la perversidad y asechanza del demonio. Reprímale, Dios pedimos suplicantes; y tú, príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.

 

 

—REZAMOS LAS…

 

 

Letanías de Nuestra Señora

 

 

 

Señor,     ten piedad de nosotros.

Cristo,      ten piedad de nosotros.

 

Señor,       ten piedad de nosotros.

Cristo,      óyenos.                  

Cristo,      escúchanos.         

 

Dios Padre Celestial.                                      Ten piedad de nosotros.

Dios Hijo Redentor del Mundo                      Ten piedad de nosotros.

Dios Espíritu Santo.                                       Ten piedad de nosotros.

Santa Trinidad, un solo Dios.                         Ten piedad de nosotros.

 

Santa María                                                  Ruega por nosotros (se dice en

                                                                       Cada advocación)

 

Santa Madre de Dios,                                       

Santa Virgen de las vírgenes,

Madre de Cristo,

Madre de la Iglesia,

Madre de la divina gracia,

Madre purísima,

Madre castísima,

Madre inviolada,

Madre siempre virgen,

Madre inmaculada,

Madre amable,

Madre admirable,

Madre del buen consejo,

Madre del Creador,

Madre del Salvador,

Virgen prudentísima,

Virgen venerable,

Virgen digna de veneración,

Virgen digna de alabanza,

Virgen poderosa,

Virgen clemente,

Virgen fiel,

Esclava del Señor,

Espejo de justicia,

Trono de sabiduría,

Causa de nuestra alegría,

Vaso espiritual,

Vaso honorable,

Vaso insigne de devoción,

Rosa mística,

Torre de David.

Torre de marfil,

Casa de oro,

Arca de la alianza,

Puerta del cielo.

Estrella de la mañana,

Salud de los enfermos,

Refugio de los pecadores,

Consuelo de los afligidos,

Auxilio de los cristianos,

Reina de los Ángeles,

Reina de los Patriarcas,

Reina de los Profetas,

Reina de los Apóstoles,

Reina de los Mártires,

Reina de los Confesores,

Reina de las Vírgenes,

Reina de todos los santos,

Reina concebida sin mancha original,

Reina asunta a los cielos,

Reina del Santísimo Rosario,

Reina de la familia,

Reina de la paz,

 

 

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.       Perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.       Escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.       Ten piedad de

                                                                                Nosotros.  

                                        

 

 

—Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,

—Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

 

 

 

OREMOS:

 

 

Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo; y por la intercesión gloriosa de Santa María, la Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos gozar de la eterna alegría del cielo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

 

 

 

El “Acordaos” a San José

 

 

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío, San José, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, sin haber sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a vos con todo fervor. ¡Ah! no desechéis mis súplicas, ¡oh Padre del Redentor!, antes bien acogedlas piadosamente. Amén.

 

 

COMUNIÓN ESPIRITUAL…

 

Creo Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el Cielo y en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas, y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma; pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven a lo menos espiritualmente, ven a lo menos espiritualmente a mi corazón; y como si ya hubiese venido te abrazo y me uno a Ti. No permitas, Señor, que jamás me aparte de Ti. (fórmula de San Alfonso María de Ligorio).


martes, 19 de octubre de 2021

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 18.


 


—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.






DIA DECIMOCTAVO —18 de octubre.

 

 

Primera consideración sobre el tercer

Misterio doloroso.



De la mortificación interior.

 


   Verdaderamente que, si supiésemos meditar bien los Misterios del Santo Rosario, serían para nosotros un manantial inagotable de ejemplos, consuelos y enseñanzas. Contemplábamos en el Misterio anterior a nuestro Divino Salvador, sufriendo ignominiosos y cruelísimos azotes, y allí, junto a aquella columna, donde tanto sufrió por nuestro amor, proponíamos ser más fieles en la práctica de la mortificación exterior. Pero como ella es incompleta y, por decirlo así, cual un cuerpo sin alma si no va unida y es animada por la interna mortificación, nos ocuparemos de ésta, al considerar en el tercer Misterio doloroso la coronación de espinas de nuestro divino Redentor. “¡Oh dulcísimo Salvador mío! (pudiéramos exclamar con el Venerable Granada, al contemplar este Misterio.) Cuando yo abro los ojos y miro ese retablo tan doloroso que aquí se me pone delante, ¿cómo no se me parte el corazón de dolor? Veo esa delicadísima cabeza, de quien tiemblan los poderes del cielo, traspasada con crueles espinas; veo escupido y abofeteado ese divino rostro, oscurecida la lumbre, de esa fuente clara, cegados con la lluvia de la sangre esos ojos serenos, y veo los hilos de sangre que gotean de la cabeza, descendiendo por el rostro y borrando la hermosura de esa divina cara.”

 

   Y, en efecto, por duro que sea nuestro corazón no podrá menos de conmoverse si contemplamos al Señor en tan espantoso suplicio. ¡Ah! Miremos cómo, después de haber recibido aquellos terribles azotes que llagaron cruelmente su Cuerpo Sacratísimo, colocan sobre las llagas, como único vendaje, un pedazo de manta vieja, raída y llena de basura; y si una sola llaga, cuando es profunda, tanto atormenta, aun curada cuidadosamente, ¿qué sufrimiento causarían al Salvador tantas y tan terribles, sobre las que no caía otro bálsamo que la desnudez, aquel inmundo ropaje, y los empellones y malos tratamientos de los soldados? ¡Oh Jesús amorosísimo! Qué, ¿no es este bastante tormento para que todavía quieran añadir, mientras lo sufrís, otro nuevo y más espantoso, cuya sola consideración estremece? Sí, oigamos cómo entre las carcajadas producidas por la befa y escarnio que se hace del Salvador tan atormentado, se percibe un ruido leve, pero terrible. Son agudísimas espinas que penetran su sacrosanta cabeza. ¡Y con cuánta ferocidad se las clavan! ¿Quién podrá ponderar la intensidad del dolor que ellas causarían al atravesar los nervios y penetrar hasta los más dolorosos? ¡Ah! Estos nervios tan delicados, en los que por parecernos intolerables los dolores, multiplicamos los calmantes para aliviarlos, son en Jesús atravesados y destrozados por cruelísimas espinas, clavadas con inhumana crueldad.

 




   ¿Qué decir ante tan doloroso espectáculo? Fijémonos un momento en ese hermosísimo rostro, en el que desean mirarse los ángeles, y le veremos desfigurado por la sangre y los cardenales; contemplemos al Rey inmortal de los siglos: mas ¡ah! tiene por trono un miserable banquillo, por cetro una caña y por corona cruelísimas espinas; miremos todavía a nuestro amorosísimo Salvador y divino modelo en tan lastimosa figura, rodeado de soldados, que no tienen otro consuelo para sus dolores que el escarnio, tratarle de loco tapándole los ojos, y renovar sus llagas con fieros tratamientos; y allí, cerca de Jesús, pensemos en esos supuestos agravios de que nos quejamos y digamos, si nos atrevemos, que no se nos considera cual merecemos, y que no queremos sufrir las injurias que se nos hacen. Pero no, Jesús mío; bien conocemos ahora cuánta es nuestra insensatez cuando, pretendiendo ser discípulos vuestros y mirándoos á Vos burlado y despreciado, buscamos con afán la honra y consideración de nuestros semejantes y no podemos sufrir que se nos injurie o calumnie.

 

   Mucho podremos aprender ciertamente a los pies del Salvador, colocados entre aquella chusma impía que de Él se burla, en orden á la mortificación interior, significada en aquellas espinas que atormentan su sagrada cabeza, y que, si en apariencia no son tan crueles como los azotes, no son por esto menos dolorosas. Así la mortificación interior no parece a primera vista tan penosa como la exterior; más bien practicada, no es menos costosa, pues sus actos, se nos presentan continuamente como espinas que han de taladrar nuestras inclinaciones y deseos, y no solamente los malos, sino hasta los lícitos también, en muchas ocasiones; que, si bien se reflexiona, un santo es una víctima ante Dios, un loco a los ojos del mundo y un verdugo para consigo mismo. Así vemos que todos los Santos practicaron en grado heroico la mortificación de los sentidos, pues con razón se ha dicho que ellos son las ventanas del alma. Y así como en destemplado invierno, por mucho calor que haya en una habitación, pronto se enfría si se abren las ventanas, así también, si no cuidamos de recoger nuestros sentidos, pronto se resfriará en nuestra alma el calor de la devoción, y se disiparán en la atmósfera de mil puerilidades inútiles, los preciosos aromas de celestiales gracias que la habían embalsamado durante la oración y el recogimiento. Y todavía éste es el menor mal que puede causarnos la falta de la mortificación de los sentidos, y difícilmente se librará de pecado el que en medio del mundo vive sin ejercitarla; pues la falta de moralidad que en él se observa, hace un deber para el cristiano, de esta regla de perfección, particularmente en lo que se refiere a la vista y al oído; ya que no todo lo que a su paso en las calles se presenta le es lícito ver ni o ir, y mucho se expondría si sin reserva en sus sentidos las atravesara.

 

   Resolvámonos, pues, considerando a nuestro divino Redentor coronado de espinas, a practicar generosamente la mortificación interior, y no olvidemos que la disipación de los sentidos es completamente opuesta a la perfección a que debemos aspirar, y un peligro terrible para la salvación de nuestras almas.

 

 


 

EJEMPLO

 

 

   Júzguese por la siguiente gracia, obtenida merced a la fidelidad de la hora del Rosario, con cuánta razón debemos de ser devotísimos de tan hermosa práctica.

   Escriben a La Corona de Lyon. La escena ocurre en París el 4 de Mayo de 1897, en casa de una amiga mía: “No te olvides del Bazar de la Caridad—la dice su esposo: —hoy es la gran fiesta. Prepárate: se dice que asistirá Su Excelencia el Nuncio de Su Santidad. Con mucho gusto iría—respondió ella; —pero me corresponde hoy la hora del Rosario Perpetuo, y de tres a cuatro estaré ocupada en ella; no quiero que sea hoy el primer día que la deje. Bien —replicó el marido—haz lo que quieras. Mi devota amiga se retiró cuanto la fué posible del bullicio de la ciudad, de las diversiones, hizo su hora de guardia, y fortalecida en el retiro y el recogimiento, se disponía a salir. Mas he aquí que de pronto se oyen gritos de: «¡Al fuego! ¡Al fuego!» en la calle de Jean Gonjon. Y en seguida se sabe la noticia de la espantosa catástrofe. La piadosa señora, al tener noticia de aquellas desastrosas muertes, adoró los inescrutables designios de la Divina Providencia, aunque a veces terribles también, y dio gracias a la Madre de Dios, que por medio de la hora de guardia la había salvado.» ·

   En esta misma catástrofe murieron heroicamente dos Hermanas de la Caridad, que despreciaron su vida por salvar del fuego a algunas personas más, y afirman testigos oculares que una de ellas, la Superiora de Raynecey, murió de rodillas, con el rosario en la mano, el cual dejaron intacto las llamas, por singular prodigio. (Revista del Rosario)

 

 


 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

 



San Ignacio de Loyola rezaba el Rosario todos los días, y acostumbraba a tenerle en la mano cuando dormía, como para dar á entender que jamás olvidaba sus Misterios y que al despertar quería consagrarles su primer pensamiento. (P. Pradel)

 

 



La Infanta Margarita de Austria, desde su infancia, rezaba fervorosamente el Rosario todos los días, le llevaba siempre en la mano y distribuyó rosarios en todas las partes del mundo; recibiendo gran cantidad de ellos, de su parte, los misioneros que iban a evangelizar distintas regiones. (P. Pradel)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 

 



Clérigos y seglares, hombres y mujeres, llegaron con el Rosario a tal fervor de devoción, que alcanzaron de María gracias en gran número, y hasta obraron muchos prodigios. (Clemente VII)

 


lunes, 18 de octubre de 2021

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 17.


 


—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.

 





DÍA DECIMOSÉPTIMO —17 de octubre.

 

 

Tercera consideración sobre el segundo

Misterio doloroso.

 

 

De la Mortificación.

 

 

   Ya que nos hemos ocupado en los días anteriores de la necesidad que de la mortificación cristiana tenemos, y de las condiciones que esta mortificación debe reunir, consideraremos hoy las mortificaciones que continuamente se presentan en la vida, y que tanto pueden ayudarnos a la santificación de nuestra alma. No es necesario advertir que, entre ellas, ocupan el primer lugar todas cuantas sean necesarias para cumplir exactamente los Mandamientos de la Ley de Dios, los de la Iglesia, y las obligaciones particulares de cada uno; pero además de éstas de precepto, se nos presentan, sin buscarlas, mortificaciones cotidianas, cuyo valor es mucho mayor de lo que aparece a primera vista, y que pueden enriquecernos de méritos y ayudar grandemente a santificarnos si las sabemos mirar y recibir en espíritu de fe y de sacrificio. Entre estas mortificaciones son las principales, no olvidando que hablamos de la mortificación corporal, las enfermedades. Si ellas son violentas, no hay, en efecto, mortificación más penosa, ya que no está en nuestra mano apartarlas de nosotros al cabo de tanto o cuánto tiempo, y que hemos de sufrir sin alivio, pues poco valen, los exteriores cuidados cuando el sufrimiento es intenso. Por lo tanto, son tales enfermedades ocasiones preciosas para las almas santas de mostrar su amor al Señor, y tiempo oportuno para hacer rápidos progresos en la perfección de este mismo amor. Mas prescindiendo ahora de ellas, hay otros males, si no tan violentos, más frecuentes, de los que se sirve a menudo la Divina Providencia para nuestra santificación. Muchos Santos vemos que padecieron de este modo durante largos años; y así debernos de mirar esas enfermedades habituales que más o menos nos mortifican constantemente y nos hacen penosas las más ordinarias acciones, como medio adecuado para nuestra perfección, y besar amorosamente la mano soberana que para nuestro bien nos las envía.

 

   Por lo demás, se nos presentan ocasiones de practicar la mortificación a cada instante y, de todos modos, en mayor o menor escala, las cuales no debemos de desperdiciar por su pequeñez; pues si somos fieles en las cosas pequeñas, poco a poco, con la gracia de Dios, lo seremos también en las grandes. No pueden enumerarse estas continuas ocasiones que la vista del alma, ansiosa de sacrificio, descubre en todas partes, sabiendo aprovechar toda molestia natural de los elementos, o de las intenciones de los hombres, e imponerse constantes privaciones y sacrificios, si no notables por su importancia, sí por la continuidad y fidelidad en su práctica. Su deseo de padecer la hace descubrir estas ocasiones de que está poblada la vida, así como lo está la atmósfera de esos pequeños insectos, sólo perceptibles al que está provisto de un apropiado microscopio.

 




   Notemos que no se habla aquí del sacrificio de las cosas superfluas; pues éste, si ellas se oponen a la salvación del alma, es obligatorio al cristiano; y aunque esto no fuese, por el solo hecho de no ser necesarias; lo es al alma que, aspirando a la perfección, debe vivir según el espíritu de pobreza. Pero aun de lo necesario sabe cercenar algo el espíritu penitente, y sacrificar, siquiera sea en pequeña parte, ya el reposo, ya el alimento, ya el abrigo, algo, en fin, de lo lícitamente y sin exceso permitido, y aceptar mil y mil incomodidades que lícitamente también pudieran excusarse, en obsequio de la mortificación. Ciertamente que este constante sacrificio es penoso a la naturaleza; mas ¡dichosas las almas que le practican! Ellas podrían decirnos qué hermosos consuelos encontraron en este camino, en apariencia tan espinoso, pues hay ciertas gracias que parece no se conceden a otro precio que al del sacrificio. Animémonos a imitarlas, y aunque hayamos de hacernos alguna violencia para ello, entremos con valor en esa senda de la mortificación, tan frecuentada por los Santos. Miremos, en fin, a nuestro divino Salvador atado a la columna; arrojémonos a sus pies, y allí, contemplando aquel sacratísimo Cuerpo bañado en sangre preciosísima que dé Él mana para nuestro remedio, digámosle con fervorosas ansias de imitarle:

 

   ¡Oh amorosísimo Redentor de nuestras almas! ¡Qué confusión es para mí sensualidad veros en esa columna recibiendo con amorosa mansedumbre en vuestro inocentísimo cuerpo, los despiadados golpes de inhumanos verdugos! ¡Cuánto me habéis amado, Señor, y qué mal he correspondido yo a este amor, cuando        habiendo Vos sufrido tanto, huyo yo, miserable pecador, de los más ligeros sufrimientos, pareciéndome excesiva toda mortificación! ¡Perdón, Jesús mío, perdón y misericordia para tan vil é ingrata criatura! No obraré así en adelante, Señor, yo os lo prometo, pidiéndoos vuestra gracia, abrazado a esa columna en la que os he contemplado en suplicio tan espantoso, y regándola con mis lágrimas. ¡Cuántas veces, Jesús mío, he ligado yo también vuestras divinas manos con mis culpas, impidiendo que derramasen las gracias que vuestro amor me preparaba! Pero basta de ingratitud, Señor: ya me entrego a Vos completamente. Ligadme ahora, con los lazos de vuestro amor, a la columna de la mortificación, del sufrimiento, del sacrificio; y allí castigadme por mis culpas, que yo quiero sufrir por ellas en expiación de los pecados que en el mundo se cometen contra Vos, y sin esto, Jesús mío, quiero sufrir porque os amo. Vos sois verdaderamente Esposo de sangre, y las joyas de vuestro amor son los azotes, las espinas y la Cruz. Haced que no lo olvide en mi miseria, y que la sed de amaros y de padecer por vuestro amor, crezca siempre en mi alma, aumentando vuestro amor, el amor a la Cruz, y éste, las ansias de amaros más, de tal modo, que viva y muera en tan amoroso martirio.

 



 

EJEMPLO

 

 

   Dos meses antes de la guerra con los Estados Unidos había ingresado en la escuadra del contraalmirante Cervera un joven recién salido del Colegio de marinos, que fué incorporado a la oficialidad del acorazado Infanta María Teresa. Este joven fué desde su niñez devotísimo de la Santísima Virgen, no pasando día alguno sin que rezase, al menos, una parte del Rosario. Si solícito fué siempre en ofrecer este obsequio a la Virgen del Rosario, mucho más lo fué durante la guerra, sobre todo cuando pensaba que, de aceptar nuestra escuadra el combate, si se quedaba herido, forzosamente había de perecer, pues no sabía nadar.

   Llegó el 3 de Julio, día aciago y triste; la escuadra salió del puerto de Santiago, donde estaba embotellada, y a poco de salir disparó la escuadra yanqui sus potentes cañones, que por ser de mayor alcance sembraron de desolación y de cadáveres nuestros barcos. El Infanta María Teresa, que era el barco insignia, después de una hora de combate quedó incendiado, y su tripulación, reducida ya a menos de la mitad, trató de abandonar el barco para ganar a nado las costas. Nuestro marino empezó a desnudarse, invocando de todo corazón a la Santísima Virgen, cuyo Rosario rezaba en aquellos momentos. Ya con sólo la ropa interior se acercó a un amigo suyo, en el momento de coger éste una cuerda para lanzarse al agua, suplicándole que le dejase agarrar de un pie, para de este modo llegar ambos a la playa. Pero el soldado se negó diciendo: «Ya ve usted, la costa está lejos, y para quedarnos los dos en el agua, vale más que se quede uno.». Diciendo esto, se descolgó por la cuerda. Ya no había tiempo que perder. Si el marino no abandonaba el barco, o moría abrasado por las llamas, o con el barco quedaba sepultado bajo las olas. Entonces, lleno de confianza en María, se persigna, reza la Salutación Angélica y por una cuerda se deja caer en el mar. Lo primero que le sucedió, fué bajar hasta el fondo, haciendo esfuerzos desesperados para salir a flote, perdiendo el sentido después. Luego, habiéndose agarrado a una peña, se subió sobre ella, quedándose de nuevo sin sentido echado sobre él vientre. Esta postura le acabó de salvar; pues como de este modo iba arrojando el agua por la boca, fué poco a poco recobrando los sentidos.

 

   Cuando se hizo cargo de su situación, y vió muchos cadáveres sobre la playa, pregunto a los compañeros que cerca de él estaban que quién le había salvado. Todos dijeron que ellos no habían sido. «Pues entonces, dijo, ¿cómo me he salvado sin saber nadar?» En medio de su admiración divisó el cadáver de aquel amigo suyo que se había negado a dejarse coger del pie, y que, fiado en sus fuerzas, esperaba ganar a nado la playa. «¡Esto es admirable, exclamó: que se ahoguen los buenos nadadores, y que yo; que no sé nadar, me haya salvado!» Instintivamente puso la mano en un bolsillo. de los calzoncillos, y en él halló el Rosario con que todos los días rezaba a la Virgen. Arrodillado más tarde ante su maravillosa Gruta de Lourdes, la dio gracias, prometiendo invocarla en todos sus apuros y tribulaciones con la devoción del Rosario. (Revista del Rosario.)

 




SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

 



San Pablo de la Cruz, fundador de la Orden de los Pasionistas, obtuvo facultades para establecer la Cofradía en los noviciados de su Orden. Era socio del Rosario perpetuo, y como en el momento de su agonía le viniese a la memoria la hora que él había tomado, y no pudiese rezar el Rosario, suplió la imposibilidad física, repasando los Misterios con el mayor fervor de espíritu. (Revista del Rosario)

 



 

El Rey San Fernando, en sus campañas contra los sarracenos, llevaba siempre religiosos predicadores del Rosario, y una imagen de la Santísima Virgen, a la que encomendaba sus batallas. (P. Alvarez.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 

 





Por los méritos de la Virgen María, y por obra de Santo Domingo, predicador eximio de la Cofradía del Rosario, ha sido el mundo universo preservado de la ruina. (Alejandro VI)

 

 

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