jueves, 20 de octubre de 2022

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 19.

 



—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.








DIA DÉCIMONOVENO —19 de octubre.

 

 

Segunda consideración sobre el tercer

Misterio doloroso.

 

 

De la mortificación Interior.

 

 

   Si queremos practicar bien la mortificación interior, no es bastante que mortifiquemos la vista y el oído; hemos de mortificar también nuestra lengua, guardando, en cuanto nos sea posible, un virtuoso silencio. Nada, por cierto, demuestra más claramente, no sólo la falta de espíritu, sino también la de cordura y educación, que ese inmoderado afán de hablar, que pudiera compararse al resonar de la vasija cuando está vacía. Pero principalmente es perjudicial el no saber guardar silencio, porque el que habla mucho, muchas faltas ha de cometer necesariamente; y porque el hablar más de lo que dicta la prudencia, va contra la perfección a que debemos aspirar. «Nuestro Señor (dice el padre Jandel) por el silencio que guardó durante su Pasión, nos ha demostrado el aprecio que hace de esta virtud, y cómo debemos practicarla aun en medio de las injurias, desprecios, injusticias y malos tratamientos. El Apóstol Santiago hace del gobierno de la lengua una irrecusable medida de la perfección. Si alguno cree—dice—practicar la piedad y ser religioso sin poner freno a su lengua, su piedad y su religión son vanas. Y como más fácil es a la fragilidad humana callar, que hablar debidamente, resulta que el silencio será siempre un gran bien, mientras que con él no faltemos a la caridad del prójimo. Dichosa (ha dicho un gran Santo) el alma que guarda silencio sobre las cosas de que le es permitido hablar, pues no encontrará dificultad en callar cuando sea conveniente; y San Ambrosio no tenía reparo en decir a las vírgenes de su Tiempo, que es frecuentemente un crimen para una virgen consagrada a Dios, querer hablar mucho, aunque sea de cosas buenas, y que el pudor nunca es más agradable al Señor que cuando está acompañado del silencio. Un alma silenciosa por virtud, se preserva de muchos escollos. El silencio es tan necesario como difícil en el mundo, en el que la disipación forzada de la vida ofrece tantos obstáculos al espíritu interior; y es también un sacrificio muy meritorio que ofrecemos a Dios, porque el deseo de hablar y de comunicar sus propias impresiones es vivo é imperioso en el alma humana.»

 

   También el P. Cormier asegura que la mortificación de la lengua será una buena compensación a las penitencias que no se puedan observar, diciendo: —«Difícil sería encontrar una compensación más adecuada, pues la mortificación bien elegida debe ser medicinal y verdaderamente penosa, sin ser perjudicial; pues bien, la mortificación de la lengua reúne todas estas condiciones. Ella consiste en no hablar con inconsideración y altanería, vanidad u otros motivos humanos; en callarse voluntariamente para dejar la palabra a otro, o para reprimir la precipitación, y en no prolongar las conversaciones más de lo que una prudente conveniencia aconseja. Es preciso trabajar mucho tiempo para adquirir esta mortificación, aun en un grado ordinario. ¡Felices los que saben evitar las palabras inútiles, y que hasta oírlas les causa tedio! Tal sucedía a la Beata Margarita d'Ipres, que cuando las pronunciaban en su presencia, era acometida del sueño o entraba en éxtasis.»

 

   Pero hay un silencio interior, que consiste en recoger nuestro espíritu, sin dejarle vagar por inútiles pensamientos, que hemos de procurar también, pues «más vale un pensamiento del hombre, que todo el mundo (dice San Juan de la Cruz), y por eso sólo Dios es digno de él, a Él se le debe, y cualquier pensamiento del hombre que no se tenga en Dios, se le hurtamos.» Este silencio interior supone una continua vigilancia y una serie no interrumpida de sacrificios, ya que para practicarlo es preciso, no sólo renunciar a toda novedad o espectáculo, sino aun a aquellas conversaciones o distracciones que, aunque no sean malas y no nos estén prohibidas, ocupan nuestra atención. Sí: hay que sacrificar toda curiosidad, vivir en el mundo, ignorando cuanto en él pasa, fuera de lo que sea necesario saber para el cumplimiento de nuestras particulares obligaciones; hay que prohibirse; no sólo y a las lecturas dañosas que circulan como veneno mortífero por las venas de nuestra sociedad contemporánea, sino hasta las indiferentes, aunque no contengan nada malo, ceñirse a aquellas, que nuestro director nos prescribe, y no leer ni aun libros piadosos sin especial licencia; hay que trabajar, con la gracia de Dios, para que ningún acontecimiento exterior turbe esta paz deliciosa de nuestro espíritu, siquiera estemos obligados a oír cómo se nos injuria o calumnia; y hay que soportar (lo cual es aún más difícil) toda pena interior, angustia, tentación o desolación, procurando no perder la paz ni buscar con ansia exterior el consuelo, sino esperar solamente el alivio de Dios, permaneciendo en esta silenciosa soledad de espíritu.

 

   Este silencio, esta vida interior, no se alcanza con facilidad; pero precisamente los esfuerzos que hemos de hacer para conseguirlos, constituirán esa interna mortificación de que nos estamos ocupando. Pero no nos desanimemos, si no adelantamos cuanto desearíamos; y para practicar en la presencia del Señor la mortificación interior, sin retroceder nunca, por penosa que nos sea, miremos a nuestro Divino Salvador sufriendo crueles e innumerables heridas en su sacratísima cabeza, ocasionadas por aquellas penetrantes espinas, y pidámosle gracia para sufrir por su amor, en nuestro corazón, las espinas de continuos y penosos actos de interna mortificación.

  




    ¡Oh Jesús mío! Al contemplar cubierto de sangre vuestro di vino rostro por esas crueles espinas, sin que hayáis opuesto la menor resistencia a tan doloroso tormento, me lleno de confusión por· mi flojedad é inmortificación. ¡Cuánto habéis sufrido por mi amor, Jesús de mi alma! ¿Y será posible que yo huya del sacrificio? No. ¡Basta de ingratitud! Tomad, Señor, incondicionalmente, mi pobre corazón; unidle al vuestro sacratísimo, y heridle, según os plazca, con las espinas que le circundan. No oigáis mis indiscretas lamentaciones; estrechadle fuertemente contra ellas para que más se aproxime a vuestro divino Corazón, y concededme que vuestro amor penetre por las heridas de estas espinas en mi espíritu, y que cada una de ellas sea una boca que procure vuestra gloria y la salvación de las almas.

 

 


 

EJEMPLO

 

 

   Las Hermanitas de los Pobres, en París, habían visto caer rotos todos los cristales de la casa durante el bombardeo. Terminado el sitio, hubieron de llamar a un vidriero, como era natural. Mientras que éste colocaba los cristales, una Hermanita trataba de evangelizarle; pero sus palabras, si bien eran escuchadas con atención, por pura cortesía, no hacían mella en el espíritu del obrero. La Hermanita, viendo al fin su indiferencia, le dio un rosario, explicándole la manera de servirse de él, y le dijo: «Aceptadlo, amigo mío; llevadle siempre en el bolsillo; él os hará dichoso, y cuando os encontréis en algún peligro, rezadle como os he dicho, y estad seguro de que la Santísima Virgen os atenderá en vuestras aflicciones.»

   Pocos días después, firmado el armisticio, comenzó a permitirse a algunos la salida de París. Nuestro vidriero se procuró un pase y fué en busca de algunas provisiones para su familia y amigos. Al llegar a Villeneuve Saint-Georges entró en una cantina, con ánimo de echar un trago; pero traspasando los límites que se había propuesto, se puso más alegre de lo que convenía a las circunstancias y dirigió terribles apóstrofes contra los prusianos, y aun contra el mismo Emperador. Los soldados prusianos que estaban presentes, concluyeron por impacientarse, le detuvieron, y le llevaron a la cárcel. Allí, calmándose poco a poco, se hizo cargo de su situación el pobre vidriero. «¿Cuánto tiempo permaneceré aquí? —se preguntaba asombrado. —¿Me llevarán a Alemania? ¿Qué será entonces de mi mujer y de mis hijos? ¡En buena me he metido! —dice—y tengo un hambre espantosa.»

   De pronto se acuerda de que en uno de sus bolsillos ha guardado un pedazo de pan. Buscándole, encuentra en él un objeto pequeño, que saca por curiosidad: era su rosario.     

   «¡Ah! —exclama—Sí, me acuerdo; es el rosario de la Hermanita. ¡Pobre Hermana, cómo perdió el tiempo con sus sermones! Ella me dijo que le guardase, que me daría buena suerte, y que lo rezara cuando me viese en un apuro. A fe mía que éste es el caso. Pero ¿cómo se reza el Rosario? ... Esta es la dificultad. Bien me lo explicó, lo recuerdo; pero yo no hice caso de lo que me decía.»




   Entretanto, mientras el pobre prisionero trata de recordar en vano, las instrucciones de la buena Hermanita, y criando comienza su primera Avemaría, que de mucho tiempo atrás no había salido de sus labios, oye dar vuelta a la llave de su prisión. La puerta se abre, y un oficial bávaro entra. Al ver al prisionero sentado sobre la paja con el rosario en la mano se detiene sorprendido: «Pero, ¿cómo —dice el oficial, —no sois incrédulo?» «No»contesta el prisionero maquinalmente. «¿Y sois católico?»   «En efecto; y como veis, rezo el Rosario.»  —«Entonces, salid, y sed en adelante algo más comedido con nosotros que somos católicos y también rezamos el Rosario.»

   No hubo necesidad de que el oficial repitiese la orden. A la mañana siguiente, nuestro vidriero se apresuró a ir a dar las gracias a la buena Hermanita que le había regalado el rosario y la prometió guardarlo toda su vida é invocar en los momentos difíciles a aquella que había acudido en su auxilio de una manera tan oportuna y manifiesta (De L 'Ilustré pour tous.)

 

 

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

 

 

   La Beata Margarita María de Alacoque, desde la edad de cuatro años, rezaba el Rosario entero diariamente, besando la tierra a cada Avemaría. De creer es que a causa de esta fervorosa devoción le alcanzó la Santísima Virgen una luz especial para descubrir los inestimables tesoros del Corazón de Jesús. (Revista del Rosario.)

 



   De los Reyes de Escocia y de los nobles de aquel reino se refiere que era tal su confianza en el Rosario, que todos llevaban uno de cuentas de oro al cuello, para preservarse de todo mal. (P. Alvarez.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 




   Por inspiración divina conoció Santo Domingo que, con el Rosario, a manera de instrumento bélico, serían vencidos y derrotados los enemigos, y humillada su perversa audacia, como asimismo acaeció. (León XIII.)

 


OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

 



miércoles, 12 de octubre de 2022

Nuestra Señora de Aparecida. —12 de octubre.

 




La Historia

 

   La historia cuenta que, en el año 1717, El gobernador de Sao Paulo y Minas Gerais, don Pedro de Almeida y Portugal, Conde de Assumar, pasó por la villa de Guaratinguetá camino a villa Rica. Por tal motivo, los pobladores del lugar, queriendo agasajar al invitado, solicitaron a tres pescadores, Domingos Garcia, Filipe Pedroso e João Alves, una provisión de peces.

 

   Estos hombres se encontraban en el río Paraiba, arrojando sus redes en el agua, cuando de repente al levantar una de ellas, encontraron una figura rota de terracota de la Virgen de la Concepción, de tan solo 36 cm. Primero hallaron el cuerpo y al arrojar otra vez la red lograron ubicar la cabeza. Luego del suceso, la pesca, que hasta ese momento había sido escasa, fue tan abundante, que tuvieron que volver a la costa por el peso que tenían sus pequeñas embarcaciones.

 



   Uno de los pescadores llevó la imagen a su casa y le realizó un pequeño altar, unos años después crearon un oratorio, lugar que era visitado por todos los lugareños.

   El 5 de mayo de 1743, se comenzó a construir un templo, que se inauguró el 26 de julio de 1745, venerando a la Virgen bajo la invocación de Nuestra Señora Aparecida.

 

   El pueblo de Nuestra Señora Aparecida se encuentra a unos cuantos kilómetros de Guaratinguetá, villa del Estado de Sao Paulo.

 



   Se ignora completamente como es que la imagen fue a parar al río, pero si se conoce su autor, un monje de Sao Paulo, llamado Frei Agostino de Jesús quien la moldeo en el año 1650.

 

   La Virgen es de color moreno y esta vestida con un manto grueso bordado, sus manos se ubican en el pecho en posición de oración, fue coronada solemnemente en 1904, por don José de Camargo Barros, obispo de Sao Paulo.

 

   Durante quince años la imagen permaneció en la residencia del pescador Felipe Pedroso, donde los pescadores se reunían para rezar. 





   El primer milagro atribuido a la imagen ocurrió una noche mientras la familia y los vecinos “cantaban el rosario”. Dos velas se apagaron y se encendieron solas. La luz de aquellas velas, que milagrosamente se volvieron a encender esa noche, iluminó sus corazones y despertó en ellos un gran amor y devoción a Nuestra Señora Aparecida.

 

   La devoción fue creciendo entre el pueblo pues se decía que muchos favores fueron alcanzados por aquellas gentes que rezaban delante de la imagen. La fama de los poderes extraordinarios de Nuestra Señora llegó hasta otras regiones de Brasil. Se construyó una capilla, que pronto se quedó pequeña. Debido al aumento de fieles, en 1834 se inició la construcción de una gran iglesia, la actual Basílica de Nuestra Señora Aparecida.

 

   En 1904 la imagen fue coronada con la corona ofrecida años antes por la Princesa Isabel en presencia del Nuncio Apostólico y del presidente de la República.

 

   El 16 de julio de 1930, Pío XI la declaró a Nuestra Señora Aparecida patrona de Brasil. El día 4 de julio de 1980, el Papa Juan Pablo II visito el santuario y le dio el título de Basílica.

 


Descripción de la imagen

 


Imagen en el interior de la basílica



   La imagen sacada del río era de terracota y medía 36 cm de altura. Los monjes benedictinos que la describen en aquella época, acreditan que originalmente estaba policromada, como era costumbre en la época. El color canela que presenta en la actualidad probablemente se debe a la exposición al humo de las velas de los devotos.

 

   En 1978, tras sufrir un atentado que la redujo a casi doscientos fragmentos, fue puesta para su reconstrucción en manos de la artista Maria Helena Chartuni, que la restauró totalmente.

 




martes, 11 de octubre de 2022

Maternidad de la Santísima Virgen. —11 de octubre.

 




   Oh Dios, que quisiste que, al anuncio del Ángel, tu Verbo se encarnase en el seno de la Bienaventurada Virgen María: Suplicámoste hagas que, los que creemos que ella es verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante ti por su intercesión. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.

 

EL TÍTULO DE MADRE DE DIOS

 

   Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora no hay ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser Madre de Dios es el porqué de María, el secreto de sus gracias y de sus privilegios.

 

   Para nosotros este título encierra en sustancia todo el misterio de la Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.

 

   Y por eso la Iglesia no puede celebrar ninguna fiesta de la Virgen María sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su Natividad, e igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella a la Santa Madre de Dios. Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a diario el Ave María.

 


LA HEREJÍA NESTORIANA


   “Teotokos, Madre de Dios”: así se la llamó a María en todo tiempo. Hacer la historia del dogma de la maternidad divina sería hacer toda la historia del cristianismo. El nombre Teotokos de tal forma había penetrado en el espíritu y en el corazón de los fieles, que se armó un escándalo enorme el día el que ante Nestorio, obispo de Constantinopla, un sacerdote, portavoz suyo, tuvo la osadía de pretender que María no era Madre más que de un hombre, porque era imposible que un Dios naciese de una mujer.

 

   Pero entonces ocupaba la silla de Alejandría un obispo, San Cirilo, a quien Dios suscitó para defender el honor de la Madre de su Hijo. Al punto hizo pública su extrañeza: “Estoy admirado de que haya hombres que pongan en duda que a la Santísima Virgen se la pueda llamar Madre de Dios. Si Nuestro Señor es Dios, ¿cómo podrá ser que María, que le dio al mundo, no sea Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos, aunque no se sirviesen de este término; es también la doctrina que nos enseñaron los Santos Padres.”

 

EL CONCILIO DE EFESO

 

   Nestorio no admitió cambio alguno en sus ideas. El emperador convocó un Concilio, que inauguró sus sesiones en Éfeso el 22 de junio del 431; en él presidió San Cirilo, como legado del Papa Celestino. Se juntaron 200 obispos; proclamaron que “la persona de Cristo es una y divina y que la Santísima Virgen tiene que ser reconocida y venerada por todos como realmente Madre de Dios”. Al saberse esta noticia, los cristianos de Éfeso entonaron cantos de triunfo, iluminaron la ciudad y acompañaron a sus domicilios con antorchas a los obispos “que habían venido, gritaban, a devolvernos la Madre de Dios y a ratificar con su autoridad santa lo que estaba escrito en todos los corazones”.

 

   Y, como ocurre siempre, los esfuerzos del diablo sólo sirvieron para preparar y suscitar un triunfo magnifico a Nuestra Señora; los Padres del Concilio, así cuenta la tradición, para perpetua memoria añadieron al Ave María esta cláusula: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”: oración que desde entonces recitan todos los días millones de almas para reconocer en María la gloria de Madre de Dios que un hereje la quiso arrebatar.

   





LA FIESTA DEL 11 DE OCTUBRE

 

   El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio, pensó Pío XI que sería “útil y grato a los fieles el meditar y reflexionar sobre un dogma tan importante” como es el de la maternidad divina.

 

   Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de Santa María la Mayor de Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que “contribuiría al aumento de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un modelo para las familias”, para que así se respeten cada vez más la dignidad y la santidad del matrimonio y la educación de la juventud.

 

   En las fiestas del 1º de enero y en las del 25 de marzo tuvimos ocasión de considerar lo que para María lleva consigo su dignidad de Madre de Dios. El tema, por decirlo así, es inagotable: podemos detenernos hoy todavía unos momentos más.

 

MARÍA EXTERMINADORA DE LAS HEREJÍAS

 

   “Alégrate, oh Virgen María, porque tú sola has destruido en todo el mundo todas las herejías.”

 

   Esta antífona de la Liturgia demuestra claramente que el dogma de la maternidad divina es el sostén y la defensa de todo el cristianismo. Confesar la maternidad divina, vale tanto como confesar, en el Verbo Encarnado, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y también la unidad de persona; es afirmar la distinción de personas en Dios y la unidad de su naturaleza; es reconocer todo el orden sobrenatural de la gracia y de la gloria.

 

MARÍA ES CON TODA VERDAD MADRE DE DIOS

 

   Ahora bien, es fácil reconocer que María es con toda propiedad Madre de Dios. “Si el Hijo de la Santísima Virgen es Dios, escribía Pío XI en su Encíclica Lux Veritatis, la que le engendró debe llamarse Madre de Dios; si la persona de Jesucristo es una y divina, no cabe duda ninguna que todos tienen que llamar a María Madre de Dios y no sólo Madre de Cristo-hombre… Del mismo modo que a las demás mujeres se las llama madres, y lo son realmente, porque en su seno formaron nuestra sustancia caduca y no porque creasen el alma humana así alcanzó la Virgen la maternidad divina por el hecho de haber engendrado a la única persona de su Hijo.”

 




CONSECUENCIAS DE LA MATERNIDAD DIVINA

 

   De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la gracia especial de María y su suprema dignidad después de Dios. La Bienaventurada Virgen María tiene una dignidad casi infinita, dice Santo Tomás, y proviene del bien infinito que es Dios. Cornelio a Lapide explica así estas palabras: “es Madre de Dios: sobrepuja, por consiguiente, en excelencia a todos los Ángeles, Querubines y Serafines. Es Madre de Dios: es, por tanto, la más pura y las más santa de todas las criaturas, y, excepción hecha de Dios, no es posible figurarse mayor santidad que la de la Santísima Virgen. Es Madre de Dios: por eso, se la concedió a ella su privilegio antes que a cualquier Santo se concediese cualquier privilegio del orden de la gracia santificante”.

 

DIGNIDAD DE MARÍA

 

   Este privilegio de la divina maternidad relaciona a María con Dios con una relación tan particular y tan íntima, que no hay dignidad creada que pueda compararse con la suya. Esa dignidad la pone en relación inmediata con la unión hipostática y la hace entrar en relaciones íntimas y personales con las tres personas de la Santísima Trinidad.

 

   MARÍA Y JESÚS - La maternidad divina une a María con su Hijo con un lazo mucho más fuerte que el de las demás madres con respecto a sus hijos. Estas no son las únicas que intervienen en la generación, mientras que la Santísima Virgen fue ella sola la que produjo a su Hijo, el Hombre-Dios, de su propia sustancia, Jesús es fruto de su virginidad. Pertenece a su Madre porque ella le concibió y le dio a luz en el tiempo, ella le alimentó con la leche virginal de sus pechos, ella le educó, ella ejerció sobre Él su autoridad maternal.

 

MARÍA Y EL PADRE - La maternidad divina liga a María con el Padre de una manera que no se puede expresar con palabras humanas.

 

   María tiene por Hijo al mismo Hijo de Dios; imita y reproduce en el tiempo la generación misteriosa por la que el Padre engendra a su Hijo en la eternidad. Y de ese modo llega a ser la coasociada del Padre en su Paternidad: “Si el Padre nos ha dado pruebas de un afecto sincero, decía Bossuet, porque nos ha dado a su Hijo por Maestro y Salvador, el amor inefable que siente por ti, oh María, le hizo concebir otros muchos planes en nuestro favor. Dispuso que fuese tan tuyo como de Él; y, para formar contigo una sociedad eterna, quiso que fueses la Madre de su único Hijo y ser El el Padre del tuyo”

 

MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO - La maternidad divina une igualmente a María con el Espíritu Santo, ya que por el Espíritu Santo concibió al Verbo en su seno. León XIII llama a María: Esposa del Espíritu Santo. Y María es su santuario privilegiado a causa de las maravillas inauditas de la gracia que ese Espíritu divino obró en ella.

 

   “Si Dios está con los Santos, concluye San Bernardo, está con María de un modo particularísimo; porque, entre Dios y ella la conformidad es tan perfecta, que Dios se ha unido no sólo a su voluntad, sino también a su carne, y de su sustancia y de la sustancia de la Virgen, hizo un solo Cristo; Cristo, aunque no procede en lo que es, ni todo completo de Dios ni todo completo de la Virgen, no deja de ser, esto no obstante, todo entero de Dios y todo entero de la Virgen; pues no hay dos hijos, sino uno solo, que lo es de Dios y de la Virgen. Por eso la dice el ángel: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Está contigo no sólo el Señor Hijo, a quien tú revistes de tu carne, sino el Señor Espíritu Santo, de quien tú concibes y el Señor Padre, que ha engendrado al que tú concibes. El Padre está contigo y hace que su Hijo sea tuyo; el Hijo está contigo y, para realizar en ti el admirable misterio, se abre milagrosamente para sí tu seno, pero respetando el sello de tu virginidad; el Espíritu Santo está contigo y juntamente con el Padre y el Hijo, santifica tu seno. Ciertamente, el Señor está contigo”

 

ORACIÓN

 

   Santísima Madre de Dios, en vano la herejía ha querido quitaros este glorioso título: postrados a vuestros pies os pedimos nos defendáis de los enemigos de nuestra salvación, para que sean también vanos todos los esfuerzos que hacen para arrancarnos la inocencia del corazón.

 

 

Fuente: El Año Litúrgico, Dom Gueranger



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