Oh Dios, que
quisiste que, al anuncio del Ángel, tu Verbo se encarnase en el seno de la
Bienaventurada Virgen María: Suplicámoste hagas que, los que creemos que ella
es verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante ti por su intercesión. Por el
mismo Nuestro Señor Jesucristo.
EL TÍTULO DE MADRE DE DIOS
Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora no hay
ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser
Madre de Dios es el porqué de María, el secreto de sus gracias
y de sus privilegios.
Para nosotros este título encierra en sustancia todo el misterio de la
Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella
y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba
cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.
Y por eso la Iglesia no puede celebrar ninguna fiesta de la Virgen María
sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su
Natividad, e igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella a la Santa Madre de
Dios. Y eso es precisamente lo
que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a diario el Ave María.
LA HEREJÍA NESTORIANA
“Teotokos, Madre de
Dios”: así
se la llamó a María en todo tiempo. Hacer la historia del dogma de la
maternidad divina sería hacer toda la historia del cristianismo. El nombre
Teotokos de tal forma había penetrado en el espíritu y en el corazón de los
fieles, que se armó un escándalo enorme el día el que ante Nestorio, obispo de
Constantinopla, un sacerdote, portavoz suyo, tuvo la osadía de pretender que
María no era Madre más que de un hombre, porque era imposible que un Dios
naciese de una mujer.
Pero entonces ocupaba la silla de Alejandría un obispo, San Cirilo, a
quien Dios suscitó para defender el honor de la Madre de su Hijo. Al punto hizo
pública su extrañeza: “Estoy admirado de que haya hombres que pongan en duda que a la
Santísima Virgen se la pueda llamar Madre de Dios. Si Nuestro Señor es Dios,
¿cómo podrá ser que María, que le dio al mundo, no sea Madre de Dios? Esta es
la fe que nos transmitieron los discípulos, aunque no se sirviesen de este
término; es también la doctrina que nos enseñaron los Santos Padres.”
EL CONCILIO DE EFESO
Nestorio no admitió cambio alguno en sus ideas. El emperador convocó un
Concilio, que inauguró sus sesiones en Éfeso el 22 de junio del 431; en él
presidió San Cirilo, como legado del Papa Celestino. Se juntaron 200 obispos;
proclamaron que “la persona de Cristo es una y divina y que la Santísima Virgen
tiene que ser reconocida y venerada por todos como realmente Madre de Dios”. Al saberse esta noticia, los cristianos
de Éfeso entonaron cantos de triunfo, iluminaron la ciudad y acompañaron a sus
domicilios con antorchas a los obispos “que habían venido, gritaban, a devolvernos la
Madre de Dios y a ratificar con su autoridad santa lo que estaba escrito en
todos los corazones”.
Y, como ocurre siempre, los esfuerzos del diablo sólo sirvieron para
preparar y suscitar un triunfo magnifico a Nuestra Señora; los Padres del
Concilio, así cuenta la tradición, para perpetua memoria añadieron al Ave María esta cláusula: “Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”: oración que desde entonces recitan
todos los días millones de almas para reconocer en María la gloria de Madre de
Dios que un hereje la quiso arrebatar.
LA FIESTA DEL 11 DE OCTUBRE
El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio, pensó Pío XI
que sería “útil y grato a los fieles el meditar y reflexionar sobre un
dogma tan importante” como es el de la
maternidad divina.
Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de
Santa María la Mayor de Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que “contribuiría al aumento
de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y
presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un
modelo para las familias”, para que así se respeten cada vez más
la dignidad y la santidad del matrimonio y la educación de la juventud.
En las fiestas del 1º de enero y en las del 25 de marzo tuvimos ocasión
de considerar lo que para María lleva consigo su dignidad de Madre de Dios. El tema, por decirlo así, es
inagotable: podemos detenernos hoy todavía unos momentos más.
MARÍA EXTERMINADORA DE LAS HEREJÍAS
“Alégrate, oh Virgen
María, porque tú sola has destruido en todo el mundo todas las herejías.”
Esta antífona de la Liturgia demuestra claramente que el dogma de la maternidad divina es el sostén y la
defensa de todo el cristianismo. Confesar la maternidad divina, vale tanto como
confesar, en el Verbo Encarnado, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y
también la unidad de persona; es afirmar la distinción de personas en Dios y la
unidad de su naturaleza; es reconocer todo el orden sobrenatural de la gracia y
de la gloria.
MARÍA ES CON TODA VERDAD
MADRE DE DIOS
Ahora bien, es fácil reconocer que María es con toda propiedad Madre de
Dios. “Si el Hijo de la
Santísima Virgen es Dios, escribía Pío XI en su Encíclica Lux
Veritatis, la que le engendró debe
llamarse Madre de Dios; si la persona de Jesucristo es una y divina, no cabe
duda ninguna que todos tienen que llamar a María Madre de Dios y no sólo Madre
de Cristo-hombre… Del mismo modo que a las demás mujeres se las llama madres, y
lo son realmente, porque en su seno formaron nuestra sustancia caduca y no
porque creasen el alma humana así alcanzó la Virgen la maternidad divina por el
hecho de haber engendrado a la única persona de su Hijo.”
CONSECUENCIAS DE LA MATERNIDAD DIVINA
De aquí se derivan como de una misteriosa y viva fuente la gracia
especial de María y su suprema dignidad después de Dios. La Bienaventurada
Virgen María tiene una dignidad casi infinita, dice Santo Tomás, y proviene del
bien infinito que es Dios. Cornelio a Lapide explica así estas palabras: “es Madre de Dios:
sobrepuja, por consiguiente, en excelencia a todos los Ángeles, Querubines y
Serafines. Es Madre de Dios: es, por tanto, la más pura y las más santa de
todas las criaturas, y, excepción hecha de Dios, no es posible figurarse mayor
santidad que la de la Santísima Virgen. Es Madre de Dios: por eso, se la
concedió a ella su privilegio antes que a cualquier Santo se concediese
cualquier privilegio del orden de la gracia santificante”.
DIGNIDAD DE MARÍA
Este privilegio de la divina maternidad relaciona a María con Dios con
una relación tan particular y tan íntima, que no hay dignidad creada que pueda
compararse con la suya. Esa dignidad la pone en relación inmediata con la unión
hipostática y la hace entrar en relaciones íntimas y personales con las tres
personas de la Santísima Trinidad.
MARÍA Y JESÚS - La maternidad divina une a María con su
Hijo con un lazo mucho más fuerte que el de las demás madres con respecto a sus
hijos. Estas no son las únicas que intervienen en la generación, mientras que
la Santísima Virgen fue ella sola la que produjo a su Hijo, el Hombre-Dios, de
su propia sustancia, Jesús es fruto de su
virginidad. Pertenece a su Madre porque ella le
concibió y le dio a luz en el tiempo, ella le alimentó con la leche virginal de
sus pechos, ella le educó, ella ejerció sobre Él su autoridad maternal.
MARÍA Y EL PADRE - La maternidad divina liga a María con
el Padre de una manera que no se puede expresar con palabras humanas.
María tiene por Hijo al mismo Hijo de Dios;
imita y reproduce en el tiempo la generación misteriosa por la que el Padre
engendra a su Hijo en la eternidad. Y de ese modo llega a ser la coasociada del
Padre en su Paternidad: “Si el Padre nos ha dado pruebas de un afecto sincero,
decía Bossuet, porque nos ha dado a su Hijo por Maestro y
Salvador, el amor inefable que siente por ti, oh María, le hizo concebir otros
muchos planes en nuestro favor. Dispuso que fuese tan tuyo como de Él; y, para
formar contigo una sociedad eterna, quiso que fueses la Madre de su único Hijo
y ser El el Padre del tuyo”
MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO - La maternidad divina une igualmente a
María con el Espíritu Santo, ya que por el Espíritu Santo concibió al Verbo en
su seno. León XIII llama a María: Esposa del
Espíritu Santo. Y María es su santuario privilegiado a causa de las
maravillas inauditas de la gracia que ese Espíritu divino obró en ella.
“Si
Dios está con los Santos, concluye San Bernardo, está con María de un modo
particularísimo; porque, entre Dios y ella la conformidad es tan perfecta, que
Dios se ha unido no sólo a su voluntad, sino también a su carne, y de su
sustancia y de la sustancia de la Virgen, hizo un solo Cristo; Cristo, aunque
no procede en lo que es, ni todo completo de Dios ni todo completo de la
Virgen, no deja de ser, esto no obstante, todo entero de Dios y todo entero de
la Virgen; pues no hay dos hijos, sino uno solo, que lo es de Dios y de la
Virgen. Por eso la dice el ángel: Dios te salve, María, llena eres de gracia,
el Señor es contigo. Está contigo no sólo el Señor Hijo, a quien tú revistes de
tu carne, sino el Señor Espíritu Santo, de quien tú concibes y el Señor Padre,
que ha engendrado al que tú concibes. El Padre está contigo y hace que su Hijo
sea tuyo; el Hijo está contigo y, para realizar en ti el admirable misterio, se
abre milagrosamente para sí tu seno, pero respetando el sello de tu virginidad;
el Espíritu Santo está contigo y juntamente con el Padre y el Hijo, santifica
tu seno. Ciertamente, el Señor está contigo”
ORACIÓN
Santísima
Madre de Dios, en
vano la herejía ha querido quitaros este glorioso título: postrados a vuestros
pies os pedimos nos defendáis de los enemigos de nuestra salvación, para que
sean también vanos todos los esfuerzos que hacen para arrancarnos la inocencia
del corazón.
Fuente:
El Año Litúrgico, Dom Gueranger
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