viernes, 31 de mayo de 2019

SANTA MARÍA REINA - 31 DE MAYO.




FIESTA DE LA REALEZA DE MARÍA


La realeza de Cristo es dogma fundamental de la Iglesia y a la par canon supremo de la vida cristiana.

Esta realeza, consustancial con el cristianismo, es objeto de una fiesta inserta solemnemente en la sagrada liturgia por el Papa Pío XI a través de la Encíclica QUAS PRIMAS del 11 de diciembre de 1925. Era como el broche de oro que cerraba los actos oficiales de aquel Año Santo.

La idea primordial de la encíclica podría formularse de esta guisa: Cristo, aun como hombre, participa de la realeza de Dios por doble manera: por derecho natural y por derecho adquirido. Por derecho natural, ante todo, a causa de su personalidad divina; por derecho adquirido, a causa de la redención del género humano por El realizada.

Si algún día juzgase oportuno la Iglesia -decía un teólogo español en el Congreso Mariano de Zaragoza de 1940- proclamar en forma solemne y oficial la realeza de María, podría casi transcribir a la letra, en su justa medida y proporción claro está, los principales argumentos de aquélla encíclica.

Y así ha sido. El 11 de octubre de 1954 publicó Pío XII la encíclica AD CAELI REGINAM. Resulta una verdadera tesis doctoral acerca de la realeza de la Madre de Dios. En ella, luego de explanar ampliamente las altas razones teológicas que justifican aquélla prerrogativa mariana, instituye una fiesta litúrgica en honor de la realeza de María para el 31 de mayo. Era también como el broche de oro que cerraba las memorables jornadas del Año Santo concepcionista.

El paralelismo entre ambos documentos pontificios y aun entre las dos festividades litúrgicas, salta a la vista.

La realeza de Cristo es consustancial, escribíamos antes, con el cristianismo; la de María también. La realeza de Cristo ha sido fijada para siempre en el bronce de las Sagradas Escrituras y de la tradición patrística; la de María lo mismo.

La realeza de Cristo, lo insinuábamos al principio, descansa sobre dos hechos fundamentales: la unión hipostática -así la llaman los teólogos, y no acierta uno a desprenderse de esta nomenclatura- y la redención; la de María, por parecida manera, estriba sobre el misterio de su maternidad divina y el de corredención.

Ni podría suceder de otra manera. Los títulos y grandezas de Nuestra Señora son todos reflejos, en cuanto que, arrancando fontalmente del Hijo, reverberan en la Madre, y la realeza no había de ser excepción. La Virgen, escribe el óptimo doctor mariano San Alfonso de Ligorio, es Reina por su Hijo, con su Hijo y como su Hijo. Es patente que se trata de una semejanza, no de una identidad absoluta.

El fundamento principal -decía Pío XII-, documentado por la tradición y la sagrada liturgia, en que se apoya la realeza de María es, indudablemente, su divina maternidad. Y así aparecen entrelazadas la realeza del Hijo y la de la Madre en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. El evangelio de la maternidad divina es el evangelio de su realeza, como lo reconoce expresamente el Papa; y el mensaje del arcángel es mensaje de un Hijo Rey y de una Madre Reina.

Entre Jesús y María se da una relación estrechísima e indisoluble -de tal la califican Pío IX y Pío XII-, no sólo de sangre o de orden puramente natural, sino de raigambre y alcance sobrenatural trascendente. Esta vinculación estrechísima e indisoluble, de rango no sólo pasivo, sino activo y operante, la constituye a la Virgen particionera de la realeza de Jesucristo. Que no fue María una mujer que llegó a ser Reina. No. Nació Reina. Su realeza y su existencia se compenetran. Nunca, fuera de Jesús, tuvo el verbo "ser" un alcance tan verdadero y sustantivo. Su realeza, al igual que su maternidad, no es en Ella un accidente o modalidad cronológica. Más bien fue toda su razón de ser. La predestinó a el cielo, desde los albores de la eternidad, para ser Reina y Madre de misericordia.

Toda realeza, como toda paternidad, viene de Dios, Rey inmortal de los siglos. Pero un día quiso Dios hacerse carne en el seno de una mujer, entre todas las mujeres bendita, para así asociarla entrañablemente a su gran hazaña redentora. y este doble hecho comunica a la Virgen Madre una dignidad, alteza y misión evidentemente reales.

Saliendo al paso de una objeción que podría hacerse fácilmente al precedente raciocinio, escribe nuestro Cristóbal Vega que, si la dignidad y el poder consular o presidencial resulta intransferible, ello se debe a su peculiar naturaleza o modo de ser, por venir como viene conferido por elección popular. Pero la realeza de Cristo no se cimienta en el sufragio veleidoso del pueblo, sino en la roca viva de su propia personalidad.

Y, por consecuencia legítima, la de su Madre tampoco es una realeza sobrevenida o episódica, sino natural, contemporánea y consustancial con su maternidad divina y función corredentora. Con atuendo real, vestida del sol, calzada de la luna y coronada de doce estrellas la vio San Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis asociada a su Hijo en la lucha y en la victoria sobre la serpiente según que ya se había profetizado en el Génesis.

Y esta realeza es cantada por los Santos Padres y la sagrada liturgia en himnos inspiradísimos, que repiten en todos los tonos el "Salve, Regina".

Hable por todos nuestro San Ildefonso, el capellán de la Virgen, cantor incomparable de la realeza de María, que, anticipándose a Grignon de Monfort y al español Bartolomé de los Ríos agota los apelativos reales de la lengua del Lacio: Señora mía: Dueña mía, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas Dominadora mía y Emperatriz.

Realeza celebrada en octavas reales, sonoras como sartal de perlas orientales y perfectas como las premisas de un silogismo coruscante, por el capellán de la catedral primada don José de Valdivielso cuando, dirigiéndose a la Virgen del Sagrario, le dice:


Sois, Virgen santa, universal Señora
de cuanto en cielo y tierra ha Dios formado;
todo se humilla a Vos, todo os adora
y todo os honra y a vuestro honrado;
que quien os hizo de Dios engendradora,
que es lo que pudo más haberos dado,
lo que es menos os debe de derecho,
que es Reina universal haberos hecho.



Los dos versos finales se imponen con la rotundidez lógica de una conclusión silogística.

En el 2º concilio de Nicea, VII ecuménico, celebrado bajo Adriano en 787, se leyó una carta de Gregorio II (715-731) a San Germán, el patriarca de Constantinopla, en que el Papa vindica el culto especial a la "Señora de todos y verdadera Madre de Dios".

Inocencio III (1198-1216) compuso y enriqueció con gracias espirituales una preciosa poesía en honor de la Reina y Emperatriz de los ángeles.

Nicolás IV (1288-1292) edificó un templo en 1290 a María, Reina de los Ángeles. Juan XXII (1316-1334) indulgenció la antífona "Dios te salve, Reina", que viene a ser como el himno oficial de la realeza de María.

Los papas Bonifacio IX, Sixto IV, Paulo V, Gregorio XV, Benedicto XIV, León XIII, San Pío X, Benedicto XV y Pío XI repiten esta soberanía real de la Madre de Dios.




Y Pío XII, recogiendo la voz solemne de los siglos cristianos, refrenda con su autoridad magisterial los títulos y poder reales de la Virgen y consagra la Iglesia al Inmaculado Corazón de María, Reina del mundo. Y en el radiomensaje para la coronación de la Virgen de Fátima, al conjuro de aquellas vibraciones marianas de la Cova da Iría, parece trasladarse al día aquel, eternamente solemne, al día sin ocaso de la eternidad, cuando la Virgen gloriosa, entrando triunfante en los cielos, es elevada por los serafines bienaventurados y los coros de los ángeles hasta el trono de la Santísima Trinidad, que, poniéndole en la frente triple diadema de gloria, la presentó a la corte celeste coronada Reina del universo... "Y el empíreo vio que era verdaderamente digna de recibir el honor, la gloria, el imperio, por estar infinitamente más llena de gracias, por ser más santa, más bella, más sublime, incomparablemente más que los mayores santos y que los más excelsos ángeles, solos o todos juntos; por estar misteriosamente emparentada, en virtud de la maternidad divina, con la Santísima Trinidad, con Aquel que es por esencia Majestad infinita, Rey de reyes y Señor de señores, como Hija primogénita del Padre, Madre ternísima del Verbo, Esposa predilecta del Espíritu Santo, por ser Madre del Rey divino; de Aquel a quien el Señor Dios, desde el seno materno, dio el trono de David y la realeza eterna de la casa de Jacob; de Aquel que ofreció tener todo el poder en el cielo y en la tierra. El, el Hijo de Dios, refleja sobre su Madre celeste la gloria, la majestad, el imperio de su realeza, porque, como Madre y servidora del Rey de los mártires en la obra inefable de la redención, le está asociada para siempre con un poder casi inmenso en la distribución de las gracias que de la redención derivan..."

Por esto la Iglesia la confiesa y saluda Señora y Reina de los ángeles y de los hombres.

Reina de todo lo creado en el orden de la naturaleza y de la gracia.

Reina de los reyes y de los vasallos.

Reina de los cielos y de la tierra.

Reina de la Iglesia triunfante y militante.

Reina de la fe y de las misiones.

Reina de la misericordia.

Reina del mundo, y Reina especialmente nuestra, de las tierras y de las gentes hispanas ya desde los días del Pilar bendita.

Reina del reino de Cristo, que es reino de "verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz".

Y en este reino reinado de Cristo que es la Iglesia santa es Ella Reina por fueros de maternidad y de mediación universal y, además, por aclamación universal de todos sus hijos.

En este gran día jubilar de la realeza de María renovemos nuestro vasallaje espiritual a la Señora y con fervor y piedad entrañables digámosla esa plegaria dulcísima, de solera hispánica, que aprendimos de niños en el regazo de nuestras madres para ya no olvidarla jamás:

"Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; Dios te salve...



FILIBERTO DÍAZ PARDO.


. MARÍA REINA, De la "Mística Ciudad de Dios". Ven. Sor María de Jesús de Agreda.

. LA REINA DEL CIELO EN LA RESURRECCIÓN DE SU DIVINO HIJO, Ven. Sor María de Jesús de Agreda, de la (Mística Ciudad de Dios", Libro VI, Cap. 26.

. MARÍA SANTÍSIMA, NUESTRA REINA, San Luis María Grignion de Montfort, de su "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen.



Texto tomado de: Santoral Católico Tradicional

miércoles, 29 de mayo de 2019

BREVE PRÁCTICA, DEL MES DE MAYO CONSAGRADO A LA MADRE DE DIOS: MEDITACIÓN DÍA 29 DE MAYO.




POR FELIX SARDA Y SALVANY, PBRO.


ACTO DE CONTRICIÓN.


Por la señal, etc.

   A vuestra soberana Madre vengo a honrar, Señor mío Jesucristo, y al querer debidamente hacerlo, me avergüenza ante todo el estado de mi pobre alma, tan llena de ofensas a Vos. Os he faltado, Señor, mil veces, y agraviándoos a Vos, he agraviado juntamente a vuestra dulcísima Madre y mía. ¿Cómo he de poder, pues, presentarme en su presencia sin que le provoque a asco y enojo mi indignidad?

   Vos, Señor mío, que tan misericordioso sois y que desde las entrañas de vuestra dulce Madre habéis traído al mundo tesoros de bondad y de compasión, tenedla de ese pobrecito pecador, y perdonadle una vez más sus negras ingratitudes. ¡Pésame, Señor en lo más vivo de mi alma haber herido con ellas vuestro amante Corazón! ¡Pésame, Padre mío y no quiero ofenderos con ellas ya más! Ayudadme con vuestra gracia para perseverar en este mi arrepentimiento y firme propósito hasta el fin de mi vida. Amén.


ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


   Vuestro permiso imploro, Madre y Señora mía, para acercarme, a pesar de mi indignidad, a vuestro altar sagrado. A él vengo, celestial Maestra, para que me instruyáis; a él corro, bondadosa Madre, para que me consoléis; a él me refugio, Abogada poderosísima, para que me protejáis. Todo lo sois, Señora, para el pueblo cristiano y para este infeliz pecador, luz, consuelo, amparo, fuerza, esperanza y segura protección. Enseñadme con el ejemplo de vuestra vida, especialmente con el paso de ella que me propongo hoy meditar; fortalecedme con la divina gracia que benévolamente me alcanzaréis de vuestro Hijo Jesús; consoladme y acariciadme con las infinitas dulzuras de vuestro culto y amor, singularmente en este vuestro devoto Mes. Amén.

   ¡Madre y Señora mía! De vuestro Soberano Hijo y Señor mío otorgadme en estos momentos el especial beneficio de hacer con fruto para mi alma estos breves puntos de meditación.



MEDITACIÓN DÍA 29 DE MAYO.

María en su Resurrección. —Nuestra carne glorificada.


   No podía permitir el Eterno que la carne purísima de la que había tomado la suya para su encarnación el Verbo, pasase por la corrupción del sepulcro y aguardase en él la hora de la resurrección antes del universal juicio. Así, según pías y venerandas tradiciones, María resucitó como su Hijo Divino, al tercer día de su fallecimiento.


   No al tercer día, pero sí un día, resucitarás tú, cristiano, y también a tu pobre carne reserva el Señor antes del universal juicio los resplandores de la resurrección. Sí, esta carne vil y miserable que te acompaña en el viaje de la vida, participará de la glorificación del alma justa, pues participó de sus luchas y trabajos y la ayudó para su santificación. Respeta, pues, ese cuerpo grosero que un día será un cuerpo glorificado, pero respétale como se respeta al que se quiere bien, es decir, no permitiéndole encenagarse en los charcos del pecado, ni degradarse condescendiendo á ruines concupiscencias. Cuerpo es que ha de tener un día su trono en los cielos; bien puede tascar el freno durante su permanencia en la tierra, donde ha de granjearse méritos para esta tan preciosa herencia. Carne es, que un día ha de resplandecer como astro de maravillosa luz, a semejanza de Cristo y de su Madre resucitados: vergüenza sería, pues, permitirle se redujese durante esta su peregrinación a la ruin condición de las bestias. No llegaría a ocupar un lugar en la celestial jerarquía de los Ángeles, si acá no hubiese sabido vivir más que con los instintos de los brutos. Note aflija, pues, cuerpo mío, no te aflija la mortificación, aunque sea dura; no se te haga recia de llevar la cruz, aunque sea pesada. Mucho se puede y debe trabajar por lo que mucho vale, y sólo a ese precio compraron Cristo y su Madre las glorias de su triunfante Resurrección.


   A ese precio las quiero comprar yo desde hoy, Madre mía; alcanzadme fuerzas para reducir mi cuerpo a esa debida sujeción que puede merecerme tanta gloria.





DESPUÉS DE LA MEDITACIÓN.


   Ahora saludaremos fervorosamente el Nombre suavísimo de nuestra Divina Madre con las siguientes jaculatorias y Ave Marías:

Madre mía amantísima, en todos los instantes de mi vida acordaos de mí, pobre pecador. Ave María.

Arca de Dios y Tesorera del cielo, concededme abundantes gracias para detestar y llorar mis pecados. Ave María.

Reina de cielos y tierra, sedme amparo y defensa en las tentaciones de mis enemigos. Ave María.

Inmaculada Madre de mi Dios y Señor, alcanzadme lo que os pido para mi salvación. Ave María.

Abogada mía y refugio mío, amparadme en el trance espantoso de la muerte y abridme las puertas del cielo. Ave María y Gloria.


ORACIÓN DE SAN BERNARDO.

(Memorare).


   Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que alguno de los que acudieron a vuestra mediación e imploraron vuestro auxilio fuese desamparado de Vos. Alentado con esta seguridad, a Vos acudo, Virgen Reina de las vírgenes, y aunque agobiado bajo el peso de mis culpas, atrévome á parecer ante vuestra presencia. No despreciéis mis ruegos, antes dignaos atenderlos y favorablemente despacharlos. Amén.


OFRECIMIENTO DEL DÍA...


   Cuanto piense, cuanto hable, cuanto obre y cuanto quiera en este día de vuestro sagrado Mes, os lo ofrezco, purísima Reina de los cielos, como florido homenaje de amor consagrado a vuestra devoción. Sean por Vos todas y cada una de mis respiraciones. Sean por Vos todos y cada uno de los latidos de mi corazón, sean por Vos los deseos más íntimos de mi alma. Os dedico muy especialmente el obsequio o flor espiritual de hoy, y deseo lo recibáis como nueva prenda de mi fidelidad a vuestro amor. Y haced, Señora, que según Vos viva, y en Vos muera, y con Vos reine felizmente por toda la eternidad. Amén.


   Aquí se leerá la Flor espiritual correspondiente al día, sacándola por suerte entre el catálogo que se hallará continuado al fin. Meditaciones Dará los diferentes días del mes.



FLORES ESPIRITUALES:



—29. Advertir por caridad a un prójimo de un defecto en que acostumbre incurrir.

BREVE PRÁCTICA, DEL MES DE MAYO CONSAGRADO A LA MADRE DE DIOS: MEDITACIÓN DÍA 28 DE MAYO.




POR FELIX SARDA Y SALVANY, PBRO.


ACTO DE CONTRICIÓN.


Por la señal, etc.

   A vuestra soberana Madre vengo a honrar, Señor mío Jesucristo, y al querer debidamente hacerlo, me avergüenza ante todo el estado de mi pobre alma, tan llena de ofensas a Vos. Os he faltado, Señor, mil veces, y agraviándoos a Vos, he agraviado juntamente a vuestra dulcísima Madre y mía. ¿Cómo he de poder, pues, presentarme en su presencia sin que le provoque a asco y enojo mi indignidad?

   Vos, Señor mío, que tan misericordioso sois y que desde las entrañas de vuestra dulce Madre habéis traído al mundo tesoros de bondad y de compasión, tenedla de ese pobrecito pecador, y perdonadle una vez más sus negras ingratitudes. ¡Pésame, Señor en lo más vivo de mi alma haber herido con ellas vuestro amante Corazón! ¡Pésame, Padre mío y no quiero ofenderos con ellas ya más! Ayudadme con vuestra gracia para perseverar en este mi arrepentimiento y firme propósito hasta el fin de mi vida. Amén.


ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


   Vuestro permiso imploro, Madre y Señora mía, para acercarme, a pesar de mi indignidad, a vuestro altar sagrado. A él vengo, celestial Maestra, para que me instruyáis; a él corro, bondadosa Madre, para que me consoléis; a él me refugio, Abogada poderosísima, para que me protejáis. Todo lo sois, Señora, para el pueblo cristiano y para este infeliz pecador, luz, consuelo, amparo, fuerza, esperanza y segura protección. Enseñadme con el ejemplo de vuestra vida, especialmente con el paso de ella que me propongo hoy meditar; fortalecedme con la divina gracia que benévolamente me alcanzaréis de vuestro Hijo Jesús; consoladme y acariciadme con las infinitas dulzuras de vuestro culto y amor, singularmente en este vuestro devoto Mes. Amén.

   ¡Madre y Señora mía! De vuestro Soberano Hijo y Señor mío otorgadme en estos momentos el especial beneficio de hacer con fruto para mi alma estos breves puntos de meditación.


MEDITACIÓN DÍA 28 DE MAYO.


María en su Tránsito glorioso. — Perfecta unión con Dios.


   Llegó entre tanto la hora suspirada. María, como hija de Adán, debía morir; pero su muerte fue apacible y suavísima, como hubiera sido la de todos los hombres a no haber contraído la primera culpa de aquel padre prevaricador. Su muerte no fue, pues, otra cosa que el suavísimo desprenderse su alma del cuerpo mortal para volar a la íntima unión con Dios.

   Muere, alma mía, desde ahora a todo lo terreno, y únete desde ahora cuanto te sea posible con unión de verdadero afecto a tu Dios y Señor, para que sea perfecta un día está tu unión con El al romperse los lazos que te tienen en este miserable cuerpo aprisionada. Bajo este punto de vista debes mirar la muerte, a fin de que no te sea espantosa, sino risueña y apacible su perspectiva. Así la miró María, y así la miraron los Santos, y la vieron venir con calma y sosiego; esperándola como se espera la visita de un buen amigo que nos viene a dar una fausta noticia. Observa a María en su lecho de muerte. Sobre su frente y sobre sus ojos diríase se reflejan ya anticipados los resplandores de la eternidad feliz. No merecemos tanta dicha nosotros, que no tuvimos en esta vida su integridad e inocencia; pero si lloramos arrepentidos, la misericordia de Dios guardará todavía inefables sonrisas para la hora de nuestra agonía. Vamos a poseer para siempre a Dios; vamos a vernos estrechados en su dulce abrazo, y así eternamente, y sin temor de perderle ya más. Abrazo más estrecho entre el Criador y su criatura no existirá sino en la unión personal que tienen la naturaleza humana y la divina en el Verbo encarnado. Así me querrá Dios, y así me querrá para siempre, y así me tendrá eternamente unido a su dulcísimo Corazón.

   Hagámonos dignos de una muerte dichosa que nos traslade, como a María, de las borrascas de este mundo al puerto seguro de aquella feliz y suspirada unión.



DESPUÉS DE LA MEDITACIÓN.


   Ahora saludaremos fervorosamente el Nombre suavísimo de nuestra Divina Madre con las siguientes jaculatorias y Ave Marías:

Madre mía amantísima, en todos los instantes de mi vida acordaos de mí, pobre pecador. Ave María.

Arca de Dios y Tesorera del cielo, concededme abundantes gracias para detestar y llorar mis pecados. Ave María.

Reina de cielos y tierra, sedme amparo y defensa en las tentaciones de mis enemigos. Ave María.

Inmaculada Madre de mi Dios y Señor, alcanzadme lo que os pido para mi salvación. Ave María.

Abogada mía y refugio mío, amparadme en el trance espantoso de la muerte y abridme las puertas del cielo. Ave María y Gloria.


ORACIÓN DE SAN BERNARDO.

(Memorare).


   Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que alguno de los que acudieron a vuestra mediación e imploraron vuestro auxilio fuese desamparado de Vos. Alentado con esta seguridad, a Vos acudo, Virgen Reina de las vírgenes, y aunque agobiado bajo el peso de mis culpas, atrévome á parecer ante vuestra presencia. No despreciéis mis ruegos, antes dignaos atenderlos y favorablemente despacharlos. Amén.


OFRECIMIENTO DEL DÍA...


   Cuanto piense, cuanto hable, cuanto obre y cuanto quiera en este día de vuestro sagrado Mes, os lo ofrezco, purísima Reina de los cielos, como florido homenaje de amor consagrado a vuestra devoción. Sean por Vos todas y cada una de mis respiraciones. Sean por Vos todos y cada uno de los latidos de mi corazón, sean por Vos los deseos más íntimos de mi alma. Os dedico muy especialmente el obsequio o flor espiritual de hoy, y deseo lo recibáis como nueva prenda de mi fidelidad a vuestro amor. Y haced, Señora, que según Vos viva, y en Vos muera, y con Vos reine felizmente por toda la eternidad. Amén.


   Aquí se leerá la Flor espiritual correspondiente al día, sacándola por suerte entre el catálogo que se hallará continuado al fin. Meditaciones Dará los diferentes días del mes.



FLORES ESPIRITUALES:




—28. Guardar especial retiro todo el día como preparación para la muerte.

BREVE PRÁCTICA, DEL MES DE MAYO CONSAGRADO A LA MADRE DE DIOS: MEDITACIÓN DÍA 27 DE MAYO.




POR FELIX SARDA Y SALVANY, PBRO.


ACTO DE CONTRICIÓN.


Por la señal, etc.

   A vuestra soberana Madre vengo a honrar, Señor mío Jesucristo, y al querer debidamente hacerlo, me avergüenza ante todo el estado de mi pobre alma, tan llena de ofensas a Vos. Os he faltado, Señor, mil veces, y agraviándoos a Vos, he agraviado juntamente a vuestra dulcísima Madre y mía. ¿Cómo he de poder, pues, presentarme en su presencia sin que le provoque a asco y enojo mi indignidad?

   Vos, Señor mío, que tan misericordioso sois y que desde las entrañas de vuestra dulce Madre habéis traído al mundo tesoros de bondad y de compasión, tenedla de ese pobrecito pecador, y perdonadle una vez más sus negras ingratitudes. ¡Pésame, Señor en lo más vivo de mi alma haber herido con ellas vuestro amante Corazón! ¡Pésame, Padre mío y no quiero ofenderos con ellas ya más! Ayudadme con vuestra gracia para perseverar en este mi arrepentimiento y firme propósito hasta el fin de mi vida. Amén.


ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


   Vuestro permiso imploro, Madre y Señora mía, para acercarme, a pesar de mi indignidad, a vuestro altar sagrado. A él vengo, celestial Maestra, para que me instruyáis; a él corro, bondadosa Madre, para que me consoléis; a él me refugio, Abogada poderosísima, para que me protejáis. Todo lo sois, Señora, para el pueblo cristiano y para este infeliz pecador, luz, consuelo, amparo, fuerza, esperanza y segura protección. Enseñadme con el ejemplo de vuestra vida, especialmente con el paso de ella que me propongo hoy meditar; fortalecedme con la divina gracia que benévolamente me alcanzaréis de vuestro Hijo Jesús; consoladme y acariciadme con las infinitas dulzuras de vuestro culto y amor, singularmente en este vuestro devoto Mes. Amén.

   ¡Madre y Señora mía! De vuestro Soberano Hijo y Señor mío otorgadme en estos momentos el especial beneficio de hacer con fruto para mi alma estos breves puntos de meditación.



MEDITACIÓN DÍA 27 DE MAYO.


María en su ancianidad. —Preparación para la muerte.


   La tradición nos dice que llegó María Santísima a muy avanzada edad, pues quiso el Señor dejarla mucho tiempo en la tierra para consuelo de los primeros cristianos. La ancianidad de María era su completa sazón y madurez para el cielo, al que iba a ser trasladada; y durante estos años postreros de su vida mortal su único suspiro era ya morir para más íntimamente unirse con su Dios y Señor.


   Los años, oh cristiano, que Dios te concede en esta vida mortal debes considerarlos como breves momentos de preparación para aquel momento supremo del cual depende tu suerte definitiva por toda la eternidad. La vida para el hombre, y mucho más para el cristiano, no debe ser más que el aprendizaje de bien morir. La muerte siempre ante los ojos no hace triste y tediosa la vida, como presumen los mundanos; hácela, sí, seria, formal y de graves y elevados pensamientos. La balanza de la muerte es la más exacta para pesar con ella todos los asuntos de la vida. Frívolos son y livianos los que ella declara tales, verdadera importancia y peso tienen aquellos a quienes ella se los da. Mas por esto mismo debe ser la muerte objeto de larga y detenida preparación. Si para algo es corta la vida del hombre, es para disponerla a viaje de tales consecuencias. En un instante se muere, pero en largos años tal vez no se aprende aún a bien morir. Sea éste, oh mortal, tu ejercicio de cada día. «Cada día muero,» decía un Santo; y éste es el medio más acertado de aprender a morir; ejercitarse a morir todos los días. Darle cada día voluntariamente al mundo la despedida que forzosamente tendremos que darle al fin. No traer pegada al cuerpo y menos al corazón, sino únicamente prendida con alfileres, la vestidura de que en aquella hora violentamente se nos ha de despojar.


   ¡Cristiano! esa debe ser tu ciencia principal, esa la más ingeniosa de las artes e industrias, y en que debes procurar salir perfectamente adiestrado.



DESPUÉS DE LA MEDITACIÓN.


   Ahora saludaremos fervorosamente el Nombre suavísimo de nuestra Divina Madre con las siguientes jaculatorias y Ave Marías:

Madre mía amantísima, en todos los instantes de mi vida acordaos de mí, pobre pecador. Ave María.

Arca de Dios y Tesorera del cielo, concededme abundantes gracias para detestar y llorar mis pecados. Ave María.

Reina de cielos y tierra, sedme amparo y defensa en las tentaciones de mis enemigos. Ave María.

Inmaculada Madre de mi Dios y Señor, alcanzadme lo que os pido para mi salvación. Ave María.

Abogada mía y refugio mío, amparadme en el trance espantoso de la muerte y abridme las puertas del cielo. Ave María y Gloria.



ORACIÓN DE SAN BERNARDO.

(Memorare).


   Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que alguno de los que acudieron a vuestra mediación e imploraron vuestro auxilio fuese desamparado de Vos. Alentado con esta seguridad, a Vos acudo, Virgen Reina de las vírgenes, y aunque agobiado bajo el peso de mis culpas, atrévome á parecer ante vuestra presencia. No despreciéis mis ruegos, antes dignaos atenderlos y favorablemente despacharlos. Amén.


OFRECIMIENTO DEL DÍA...


   Cuanto piense, cuanto hable, cuanto obre y cuanto quiera en este día de vuestro sagrado Mes, os lo ofrezco, purísima Reina de los cielos, como florido homenaje de amor consagrado a vuestra devoción. Sean por Vos todas y cada una de mis respiraciones. Sean por Vos todos y cada uno de los latidos de mi corazón, sean por Vos los deseos más íntimos de mi alma. Os dedico muy especialmente el obsequio o flor espiritual de hoy, y deseo lo recibáis como nueva prenda de mi fidelidad a vuestro amor. Y haced, Señora, que según Vos viva, y en Vos muera, y con Vos reine felizmente por toda la eternidad. Amén.


   Aquí se leerá la Flor espiritual correspondiente al día, sacándola por suerte entre el catálogo que se hallará continuado al fin. Meditaciones Dará los diferentes días del mes.



FLORES ESPIRITUALES:


—27. Ofrecer la Santa Misa y Comunión por el total restablecimiento delas Órdenes religiosas.


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