Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración. (Para todos los días).
Creo en Dios Padre, mi
Creador; creo en Dios Hijo, mi Redentor; creo en Dios Espíritu Santo, mi
Salvador: tres personas distintas y un solo Dios, verdadero: en Él espero como
verdad infalible en sus promesas; a Él amo como a la suma bondad, más que a
todas las cosas y criaturas y me pesa de todo corazón de haberle ofendido; no
sólo por ser tan bueno, sino también por su justicia, y por el temor del infierno
y de perder el cielo. Así ofrezco a mi Dios todo cuanto en mi vida hiciere y
padeciere en satisfacción de mis culpas. A Vos, oh Espíritu Santo, dispensador
de todas las gracias, una os pido ahora en particular, que es: la de hacer como
debo y quiero esta santa Novena, que a honra y gloria vuestra dedico, a la de
la Agustísima Trinidad y de vuestra divina Esposa, la Inmaculada Virgen María,
y pido en ella el aumento de vuestro culto; por la intención del Romano Pontífice,
por su salud y prosperidad y por la de los demás Obispos, sacerdotes y fieles;
por el triunfo de la fe católica, conversión de los infieles herejes y
pecadores; por la salud de los enfermos, redención de los cautivos, alivio de
las almas del purgatorio y por el bien espiritual y temporal de todos mis
deudos, bienhechores, amigos y enemigos; por la prosperidad y acierto de los
gobernantes y por todos los demás fines que pide la Santa Iglesia. Amén.
HIMNO SAGRADO (para todos los días).
Venid, ¡oh Santo
Espíritu!
y
desde el cielo enviadnos,
con
su fulgor espléndido
un
rayo abrasador.
¡Oh
Padre de los míseros!
dispensador
de bienes,
venid,
y vuestras ráfagas
den
luz al corazón.
Consolador
magnánimo,
del
alma dulce huésped,
sed
Vos el refrigerio
que
calme nuestro afán.
En
las fatigas horridas
Vos
sois nuestro descanso,
templáis
las estaciones
y
el llanto mitigáis.
¡Oh
luz del cielo fúlgida!
llenad
los corazones
de
vuestros fieles siervos
con
vivo resplandor.
Sin
Vos ni somos átomos,
el
hombre es ser impuro,
y
nada en él existe
si
no viene de Vos.
Regad
todo lo árido,
purificad
las manchas
y
aquello que está enfermo,
sanad,
Señor, sanad.
Doblad
todo lo rígido,
calor
dad a los hielos,
y
lo que está desviado
dignaos
enderezar.
A
vuestros fieles súbditos,
que
en vos tienen confianza,
el
sacro septenario
de
vuestros dones dad.
De
la virtud el mérito,
de
la salud la gracia,
de
Vos tengamos todos,
y
el goce perennal.
Amén.
¡Aleluya!
Venid, Espíritu Santo, llenad los corazones de vuestro amor.
Enviad, ¡oh Señor, vuestro Espíritu y renovaréis la faz de la
tierra.
ORACIÓN:
¡Oh Dios, que habéis
iluminado é instruido el corazón de los fieles con la luz del Espíritu Santo,
haced, Señor, que en el mismo Espíritu sepamos siempre apreciar el bien y ser
llenos de vuestros consuelos divinos, por Cristo Nuestro Señor. Amén.
CONSIDERACIÓN
PARA EL PRIMER DÍA
Venid, Padre de los pobres.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, alma
piadosa, la tierna expresión de Padre con la que hoy invocamos a Dios Espíritu
Santo. No hay atributo, dice un gran santo, que mejor corresponda a la bondad
de Dios, que el llamarle Padre. Por eso, al dictarnos nuestro divino Maestro,
la oración dominical, que es la más sublime que conocemos, comenzó por la palabra Padre, diciendo: PADRE
NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS, etc. etc. Así también,
cuando Jesús, salud y vida nuestra, nos quiso dar a comprender la suma bondad y
misericordia de Dios para con él pecador arrepentido, nos trazó la parábola del
Hijo Pródigo. “¡Padre!”, le dijo aquél: “pequé delante del cielo y contra ti” y al instante le abrazó su padre, le
vistió de gala y le dispuso un convite. ¡Ah! cuántos favores alcanzaría yo del
Espíritu Santo, si lo invocara con fervor, con afecto de hijo y con un “¡pequé de corazón!”
PUNTO
SEGUNDO.
Considera luego, cómo
la Santa Madre Iglesia invoca al Espíritu Santo con el título de PADRE
DE LOS POBRES. Y en efecto: Dios
Espíritu Santo es el Padre de los pobres pecadores: pobres de méritos, pobres
de virtudes y miserables como yo. Pero mía es en verdad la culpa. Dios Espíritu
Santo me había enriquecido con sus siete dones cuando recibí el Santo Bautismo,
la Confirmación y otros sacramentos que me administró la Iglesia; mas todo lo
he perdido por el pecado, me he desterrado a tierra extraña y entre enemigos,
que me han despojado dejándome más andrajoso, pobre y miserable, que lo que
otro tiempo, al Hijo Prodigo.
PUNTO
TERCERO.
Considera, en tercer
lugar, cómo el Espíritu Santo es la síntesis del amor divino, puesto que
procede del amor mutuo entre Dios Padre y Dios Hijo. Así es que no hay amor
comparable con el amor del Espíritu Santo para con sus devotos, ya justos, ya
pecadores arrepentidos: procura, pues, corresponderle de igual modo, volviendo
amor por amor que es el lema de los que deverás se aman y corrígete por amor
suyo, hasta de las faltas más leves.
ORACIÓN:
¡Oh Dios Espíritu
Santo, el más rico y bondadoso padre del hijo más ingrato y necesitado: yo soy
aquel hijo sin entrañas, que desprecié vuestros dones y malversé la gracia que
de Vos recibí en el Santo Bautismo. Yo desprecié vuestras caricias, desoí
vuestras inspiraciones, me afilié en el bando de vuestros contrarios, y me he
hecho indigno de vuestro amor. Pero vuelvo arrepentido, y aquí me tenéis a
vuestros pies implorando el perdón de todas mis culpas. ¡Perdonadme, Padre mío!
y derramad sobre mí la luz de vuestros dones para que conozca mis yerros, haga
penitencia y no me aparte jamás de Vos. Amen.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos siempre
de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Oh dulcísima María,
Esposa del Espíritu Santo; Hija del Padre y Madre del Hijo, Reina soberana de
los ángeles y de los hombres, que siendo concebida en gracia y enriquecida con
los dones de vuestro divino esposo, concebisteis a nuestro Redentor Jesucristo;
os suplicamos que nos alcancéis el don de Sabiduría y el santo temor de Dios
para que nunca le ofendamos, nos arrepintamos de nuestras culpas y le sirvamos
fielmente hasta la hora postrera. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
SEGUNDO DÍA.
Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Venid, Dispensador de dones.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, cristiano
carísimo, como el Espíritu Santo, compadecido de la caída de nuestros primeros
padres y de las miserias ocasionadas por ella a todo el género humano, coopera
eficazmente a la creación de la segunda Eva, madre y guía de los mortales, que
ha vencido a la serpiente; le aplastó su cabeza, y confundió el poder y astucia
del ángel de las tinieblas. Pondérese aquí el don de tan inmenso valor que ese
divino Espíritu nos prepara, y cuán grande sea la dicha de los hijos de la
nueva Eva y los poderosos motivos que a todo cristiano obligan a tributar
gracias, culto y homenaje a la tercera persona dé la Trinidad Beatísima.
PUNTO
SEGUNDO.
A considerar
la magnitud del beneficio que recibimos conviene también ponderar la suma
bondad y grandeza de aquel de quien se recibe los motivos que le mueven a
concederlo. Así el Espíritu Santo es la misma grandeza de Dios, la bondad por
excelencia e igual en todo al Padre y al Hijo, de quienes procede según la fe.
Y siendo Dios Trino, todo candad, según el apóstol San Juan, ésta se derrama
sobre nosotros por el mismo divino Espíritu, según nos dice San Basilio: TODO CUÁNTO POSEEN LAS CRIATURAS DEL CIELO Y DE LA
TIERRA EN EL ORDEN NATURAL Y DE LA GRACIA LES VIENE DEL ESPÍRITU SANTO. Altísimo don de
Dios, lo titula la Santa Madre Iglesia. Y así como Él procede del Padre y del
Hijo por amor, por el mismo atributo derrama sobre nosotros, el divino
Espíritu, todas las gracias que recibimos, comenzando por enviarnos a la
segunda Eva, María Santísima amparo, consuelo y Madre de todos nosotros.
PUNTO
TERCERO
Considera, lector
carísimo, cómo y de qué manera el Espíritu vivificador, riega y fecundiza los
campos yermos y estériles de nuestras almas, restaurándolas a la vida de la
gracia por medio de los Santos Sacramentos, y las convierte en vergeles divinos
y templos de sí mismo. Pondera como esos siete dones, de que nos habla Isaías,
han fecundado toda la tierra a manera de caudalosos ríos, como aquellos que
regaban el Paraíso, durante la inocencia de nuestros primeros padres. ¿Cuántas almas
subieron al cielo, que en este mundo practicaron virtudes de todo género, desde
los patriarcas y profetas de la antigua ley hasta los mártires, vírgenes y confesores
de la ley de gracia? Lee y relee las crónicas de los justos, la vida de los
santos y los triunfos de los mártires en toda la redondez del globo, para que más
y más comprendas el influjo del divino Espíritu, lo ames, le sirvas y le veneres
como Dios dispensador de todos los dones.
ORACIÓN:
¡Oh Dios Espíritu
Santo: fuente de todas las gracias y centro del amor divino! Mil veces me
confundo al considerar mi extremada miseria, necedad y tibieza. Siendo Vos tan
rico y generoso, yo me olvido de Vos y perezco en la inercia, tedio y pobreza
de las virtudes. ¡Ah! cuán diferente, Dios mío, fué la conducta de los santos y
santas que escalaron el Paraíso, siendo de la misma naturaleza que yo, y quizá
tuvieron que vencer mayores obstáculos para salvarse. No, divino Espíritu, no
permitáis que, se pierda mi alma. Concededme, os ruego, la gracia de vuestros dones;
y un amor eterno hacia Vos y hacia vuestra divina Esposa, la Virgen María, para
que, valido de vuestro divino auxilio, os sirva como los santos y os vea y
posea eternamente. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Sacratísima Virgen y
Madre mía María: yo, la más vil, ingrata y necia de todas las criaturas, quiero
en este día hacer un pacto con Vos. Desde que el Espíritu Santo os eligió para
ser el terror del infierno, segunda Eva y Madre del género humano, creo
firmemente que Vos sois la Reina más poderosa del Universo y la abogada más
portentosa de los mortales. Quiero pues, de hoy en adelante, ser vuestro en el
tiempo y en la eternidad: y que Vos seáis mi Madre, mi Reina y Soberana,
después de Dios. Os lego así mi alma, vida y corazón, únicas prendas que poseo.
Alcanzadme de Vuestro divino Esposo la gracia que necesito para cumpliros mis
promesas y seros fiel hasta la muerte. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
TERCER DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
Venid luz de los
corazones.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, alma mía,
como el divino Espíritu es luz de los corazones. Él es quien, con los rayos de
celestial luz ilumina no sólo nuestra vida sensible, como al pueblo hebreo a la
salida de Egipto: sino que ilumina principalmente, la vista del alma, de
nuestro entendimiento oscurecido por el pecado. ¿Qué sería del género humano,
que, tan a menudo, rodeado de la densa noche de nuestras pasiones, navega entre
las encrespadas olas del piélago proceloso de nuestra vida, sembrado de
escollos, si no fuera por la mística luz del Espíritu Santo, que nos guía y
advierte los peligros? Seguro, nos pasaría lo que al Apóstol San Pablo, cuando
perseguía a los fieles de Cristo, por el camino de Damasco; o lo que a San
Agustín cuando pecador; nos precipitaríamos a mil abismos que nos preparan el
mundo, el demonio, y la carne. ¡Considera cuan distinta fué la conducta de los
santos, iluminados con la luz del Espíritu Santo! Y ¿quién, en toda la creación,
será tan sabio como lo fueron ellos?
PUNTO
SEGUNDO.
Pondera luego, cuan
grandes desatinos cometen los hombres sin la luz divina, y atenidos sólo a la razón,
viciada ésta y ciega por las pasiones sin freno. Causa espanto ver, como unos
deifican la misma razón humana, otros a la naturaleza insensible, a los ídolos,
al mismo Satanás; otros dudan de todo, se desesperan, pierden el juicio o se
dan la muerte con el tósigo o con un dardo mortal. ¡Jesús bendito! a qué abismo
de horrores se precipita el desgraciado, que fía en su vana sabiduría y sin la
luz sobrenatural. ¡Qué tempestad tan desecha de males infinitos se le espera al
infeliz, que así vive y así muere! Esa vana presunción, esa obstinación y
soberbia, son a menudo, pecados enormes contra el Espíritu Santo, que, sin un
previo y eficaz arrepentimiento, no se perdonan en esta ni en la otra vida,
como dice San Marcos en su Evangelio.
PUNTO
TERCERO.
Considera en tercer
lugar, cuál sea la eficacia de la luz del Espíritu Santo y los maravillosos
efectos que su divino influjo causa como en los doce Apóstoles; que, siendo
hombres tan rudos y tan tardíos en entender el lenguaje de Jesucristo, tan pronto
como les tocó un rayo divino del Espíritu Santo alcanzaron el don de lenguas y
de sabiduría en tan alto grado, que parecieron oráculos de la Deidad, y
admiraban al mundo con su elocuencia prodigiosa, y exponiendo el sentido de las
Santas Escrituras con tal facilidad y acierto que confundían a los sabios de la
Sinagoga y a los filósofos de aquel tiempo. Pondera bien el cambio tan asombroso
que experimentaron ellos; antes tan rudos; ahora tan elocuentes; antes tan cobardes;
ahora tan esforzados; antes tan tibios y débiles en la fe; ahora desafían a los
tiranos y sellan con el martirio las verdades que predican por todo el mundo.
Pídele pues, al divino Paráclito, que derrame sobre tu alma un rayo de luz
celestial.
ORACIÓN:
¡Oh divina luz de los
corazones y médico sapientísimo de nuestras almas! Derramad sobre mí un rayo de esa luz celestial
y en el acto alcanzaré la verdadera sabiduría, adquiriré la virtud de la fortaleza
en los trabajos y la constancia en el bien obrar; hollaré los respetos humanos,
emprenderé impávido la senda de mi salvación, cueste lo que costare, y triunfaré
de los engaños y sutilezas de la humana sabiduría para alcanzar la de los santos
y santas que moran en el cielo. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Virgen Santísima,
tierna madre mía, refugio de pecadores arrepentidos y trono de la sabiduría! alcanzadme
de vuestro divino Esposo un rayo de aquella luz que ilumina, fortalece y da la
gracia para el bien obrar. Pedíselo Vos, madre mía. Judit venturosa, Raquel
hermosa, divina Esther; y lo lograré de seguro. Yo, rodeado de tosquedad,
rudeza y miseria no sé cómo ni lo que debo pedir; siendo Vos la única y
predilecta Esposa del divino Asuero lograréis cuanto quisiereis en favor mío.
Ea pues, mostrad que sois mi madre, que así os lo pide vuestro hijo. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
CUARTO DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
¡Oh! consolador óptimo.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, alma devota
del divino Espíritu, como en Él hallamos nuestro mayor consuelo. Cuando
perdemos la paz del espíritu, bien porque carecemos de alguna virtud cardinal,
o porque nos domina alguno de los vicios capitales, turbada nuestra alma por
negra pesadumbre, busca consuelo y no lo halla. Lo busca en los pasatiempos
mundanos en la falsa amistad, en las tertulias y frivolidades, pasadas las
cuales se queda ella aún más perpleja y desolada, o tal vez, más lejos de Dios.
Nuestras inquietudes nacen también, a veces, de nuestra poca fe y desmayamos
luego cuando Dios nos prueba, privándonos por algún tiempo de aquello que más
anhela nuestro amor sensible; así como privó a Job de sus hijos y salud
corporal; a Tobías de la vista y á Abrahán de su hijo Isaac. Mas la fe de
aquellos patriarcas, no sólo les consoló luego, sino que aquella pasajera
vicisitud se convirtió en mayor gozo y alegría y les atrajo del cielo mayor
número de mejores bienes.
PUNTO
SEGUNDO.
Isaías llama Espíritus
a los dones del divino Consolador: y Santo Tomás les titula, soplo de siete
formas, que mueve y atrae todas las virtudes. De la misma manera se expresa San
Antonio cuando dice: el espíritu de temor echa al de soberbia; el de piedad al
de envidia; el de ciencia al de ira; el de consejo al de codicia; el de fortaleza
vence al de pereza: el de inteligencia modera la gula y el de sabiduría refrena
la lujuria. Considera, bien, cristiano, cómo estos espíritus viciosos, son,
comúnmente, la causa de nuestro tedio, de nuestros remordimientos y de las
congojas de nuestras pobrecitas almas; y que sólo hallamos consuelo y socorro
invocando fervorosamente a los espíritus del bien, que son los dones del Espíritu
Santo, el que nos conforta, en Él lo podemos todo, como nos dice el Apóstol San
Pablo. Y ¿quién pasó tantas tribulaciones por mar y tierra como ese santo que
así nos habla?
PUNTO
TERCERO.
Considera, en tercer
lugar, cuan a menudo nos confundimos, los hijos de Eva, al obstinarnos en
seguir el impulso de la propia voluntad. La voz del divino Espíritu y el ángel
de nuestra guarda nos amonestan interiormente a fin de que nos abstengamos de
gustar las frutas prohibidas, esto es: los goces ilícitos, el rencor, la
murmuración, el orgullo, la vanidad y la vanagloria; mas nosotros no cesamos de
mirarlas, dando oídos al tentador y acallando la voz de la conciencia: resultado,
que comemos aquellas frutas y participamos de ellas a los demás, pero pronto
experimentamos la desnudez de la gracia, quedamos turbados, tristes y pesarosos.
Muy diferente es, por cierto, la norma de las almas justas y que temen a Dios:
renuncian, desde luego, la voluntad propia; se miran como inferiores a los demás,
cierran las puertas a los sentidos y moderan los ímpetus de las pasiones,
invocando la presencia de Dios y la Gracia del Espíritu Santo. ¿Por qué, pues, no
he de hacer lo mismo que las almas buenas, que me sirven de ejemplo y viven en
paz aún en medio de las borrascas?
ORACIÓN:
¡Oh Espíritu
consolador! heme aquí, triste y desconsolada mi alma. Busco la paz entre las
criaturas y no la hallo, entre las diversiones de los mundanos y bienes
terrenos y tampoco la alcanzo, porque veo que todo pasa como la sombra y que
todo lo he de dejar. ¡Ah, cuan necio soy, triste de mí, y falto de
entendimiento! Pero, Señor, os diré con San Pablo ¿qué queréis que yo haga, tan
falto de virtudes como ciego del alma? El bien que quiero hacer no lo hago, ni
evito el mal que evitar quisiera porque mi propia voluntad me desvía de la
senda que vos, Señor, me habéis trazado y sigo por otra llena de escollos y
precipicios y por donde los espíritus del mal me asaltan a cada paso. ¿Quién,
pues, me abrirá los ojos, me dará la gracia y la paz en mi alma? ¡Vos, oh
Espíritu consolador! Vos podéis concederme ese gran beneficio. Hacedlo, pues,
así os lo ruego por intercesión de vuestra divina Esposa: iluminad mi
entendimiento, guiad mi alma para que yo haga siempre vuestra divina voluntad y
no la mía y así hallaré la paz. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Virgen, Madre y Reina
mía! Miradme a vuestras plantas como el hijo más triste y desconsolado;
obstinado en hacer mi propia voluntad y terco en mis caprichos, he perdido la
paz de mi alma y no hallo tranquilidad. A Vos acudo, que sois el consuelo del
afligido. Alcanzad me de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones, en
particular el de entendimiento, con que yo sepa vencer mi propia voluntad y
ajustarla a la divina. Así en algo os deseo imitar a Vos, y hallaré la paz y el
consuelo del divino Espíritu consolador, y de que tanto necesito. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
QUINTO DÍA.
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
Amado huésped del alma.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, alma y
alcázar del amor divino, como el Espíritu Santo es, no solo el huésped de las
almas, sino también la misma vida de ellas por la gracia que les comunica con
cada uno de los siete dones, como nos lo dice San Cipriano. Siendo el divino
Espíritu, puro fuego y luz celestial, ilumina el alma de tal manera, que realza
su hermosura sobre estado en que la creó Dios Padre. De la misma manera, dice
Santo Tomás que el Espíritu Santo embellece, graba nuevos primores a las demás
obras de la creación, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Un
ejemplo, por excelencia, lo tenemos en los Apóstoles, a quienes creó Dios Padre;
los redimió Dios Hijo y los instruyó en la celestial doctrina; mas el Espíritu
Santo perfeccionó la obra allá en el Santo Cenáculo al manifestárseles en lenguas
de fuego, transformándolos, de rudos y cobardes que eran, en verdaderos sabios
y héroes que confundían a los sabios del mundo y desafiaban hasta la misma
muerte.
PUNTO
SEGUNDO.
Considera además, cómo
los dones que este divino huésped nos comunica nos alcanzan los doce frutos, a
saber: caridad, gozo espiritual, Paz, paciencia longanimidad, bondad,
benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad. Mas estos frutos
disponen el alma a practicar gustosa las obras heroicas comprendidas en las
bienaventuranzas, que constituyen en sí la perfección de la vida cristiana y
elevan el alma a lo sobrenatural. Bien puede el infierno levantar tinieblas,
borrascas y tempestades, cuando las apacigua y disipa el divino huésped, constituyéndose
nuestro defensor, consejero y guía. Con su don de consejo obramos con acierto,
y proseguimos sin tropiezo la senda de nuestra santificación y salvación
eterna. El don de consejo nos hace discernir, dice S. Antonio, los mejores
medios de llegar al cielo.
PUNTO
TERCERO
Consideremos, en tercer
lugar, cuánto nos interesa el tener siempre en nuestra alma a este huésped
dulcísimo, que nos colma de tantos bienes. Siendo El fuego nos enciende y
abrasa en el amor divino y disipa nuestra tibieza y negligencia; siendo
sapientísimo nos aconseja y saca de las dudas cuando se lo pedimos
fervorosamente. El mismo nos amonesta por Tobías, cuando nos dice: «hijo mío, pide
siempre consejo al sabio. Y añade San Agustín: AUN CUANDO CORRIERAS TU A GRAN PRISA, MAL CORRERÁS SI NO SABES HACIA DONDE.
San Agustín se lamenta de las almas que, heladas por la tibieza, no medran en
el camino de la virtud, lo que equivale a volver hacia atrás. Mas así como hay
luz artificial, que, a la vez ilumina y pone a los cuerpos en movimiento, así
también el divino huésped, que es luz y fuego, nos ilumina y nos pone en
movimiento en la senda de la virtud y caminamos con paso firme hacia el cielo.
ORACIÓN:
¡Oh huésped amabilísimo
de mi alma, Santo y divino Espíritu! heme aquí en vuestra presencia, yerto como
un cadáver y sin avanzar en manera alguna por el camino de la virtud.
Comunicadme el fuego del amor divino para ponerme en movimiento; aguijoneadme
como al buey perezoso para que ande, trabaje y cultive el campo y logre frutos
de vida eterna. Regad y fecundad Vos esta tierra estéril, con las fuentes de
vuestros dones, y concededme en especial el don de consejo para que yo sepa
elegir la senda segura que conduce al cielo, donde os pueda alabar y bendecir
por los siglos de los siglos. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Reina celestial y
esposa de mi divino huésped, alcanzadme de Él el don de consejo para que yo
sepa escoger el medio más cierto y seguro para agradar a Dios y salvar mi alma.
Enseñadme, maestra celestial, cómo debo tratar al amado huésped de mi alma para
que El me la enriquezca con sus divinos clones, prenda de los doce frutos y
bienaventuranzas. Y así como Él os enriqueció a Vos desde el primer instante en
que fuisteis concebida, y os eligió por Esposa suya, ejerced también ¡oh Madre
mía! Vuestro poderoso influjo a favor mío, bien seguro de que nada os negará un
esposo tan dadivoso y tan bien correspondido de Vos. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
SEXTO DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
Mi suave refrigerio.
CONSIDERACIÓN.
Considera, devoto
cristiano, en qué sentido debemos llamar refrigerio a Dios Espíritu Santo,
puesto que templa nuestra sed y calor, o nos da la gracia para soportarlos,
infundiendo en el alma el don de fortaleza, con el cual se acometen grandes
empresas para gloria de Dios y las llevamos a cabo venciendo todos los obstáculos.
Según opina Santo Tomás de Aquino, es el don de fortaleza superior en eficacia
a la virtud cardinal, que así se llama, pues da mayor fuerza para emprender
cosas arduas y difíciles y hasta contrarias a todos los instintos de nuestra naturaleza,
como el negarnos a nosotros mismos, sufrir las afrentas con alegría, practicar
los consejos evangélicos y hasta para sufrir el martirio. Así se comprende cómo
los Santos le pedían a Dios penas y trabajos. Padecer o morir, decía Santa
Teresa de Jesús; padecer y no morir decía Santa Magdalena de Pazzis; padecer y
ser despreciado por Dios fué la aspiración constante de San Juan de la Cruz.
PUNTO
SEGUNDO.
Considera atentamente
la gigantesca empresa, que todos los mortales debemos acometer si queremos
escalar el cielo por la senda que la practicaron muchos santos y santas:
pondera el cúmulo de obstáculos que nos presentan, el demonio con su astucia,
odio y porfía; la carne con el fuego de las pasiones, el amor impuro, los goces
sensuales, el orgullo, la vanidad, la tristeza del bien ajeno, el tedio, el
hastío, la desesperación, la gula, la ira, la venganza, el ímpetu la osadía, el
miedo, la terquedad, etc.; el mundo, esa turba loca y desenfrenada de
chocarrerías, máximas, lujo, banquetes, teatros, modas, blasfemias, herejías,
impiedad, bailes, cantos, sátiras, novelas, espectáculos inmorales, etc., y con
todos conspira contra nosotros y nos pone obstáculos en la senda de la virtud.
De ahí nace la necesidad que todos tenemos del don de fortaleza para que podamos
resistir tantos obstáculos y vencer a nuestros numerosos enemigos.
PUNTO
TERCERO.
Considera, en tercer
lugar, las empresas el valor, que mediante el don de fortaleza, hombre y
mujeres han alcanzado realizar en todo tiempo: Moisés arguye y reprocha al
terrible Faraón; Sansón mata a miles de filisteos él solo y sin armas; Gedeón
vence y destroza un poderoso ejército con trescientos soldados; Judit corta la
cabeza al poderoso Holofernes; David mata un león, a un oso y al gigante Goliat; Judas Macabeo atraviesa el
caudaloso Jordán y persigue a un ejército diez veces más numeroso que el suyo;
los tres niños alaban a Dios en el horno de Babilonia, Daniel entre los leones y
la madre de los macabeos entre los verdugos de sus siete hijos. Y mediante el mismo
don de fortaleza, millones de nuestros hermanos han sufrido los tormentos más
inauditos de fuego y sangre que inventar pudieron los verdugos paganos y
herejes; así, por fin, los Apóstoles alcanzaron la palma del martirio y en todo
tiempo han tenido imitadores en todas las partes del mundo.
ORACIÓN:
¡Poderosísimo Espíritu
Santo, que siendo lazo de amor divino entre el Padre y el Hijo, os llama la
iglesia suave refrigerio para aliento de los mortales, concededme el don de
fortaleza para emprender y llevar a término todo género de empresas que me
exijan la gloria de Dios, y para triunfar de todos los enemigos que me acechen
para perderme y llenar de escollos el camino de mi eterna salvación! Guiad me,
pues, por el camino que debo seguir, para que pueda llegar sin tropiezo al
cielo, donde Vos habitáis. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Portentosa Virgen María, ejemplo de valor y
fortaleza, por los lances de vuestra vida más gloriosos y por la gracia
alcanzada de vuestro divino Esposo, con la cual vencisteis los mayores
obstáculos y pudisteis resistir los mayores trabajos, alcanzadme de vuestro
divino Esposo el don de fortaleza, para que a imitación vuestra, pueda y sepa
triunfar de todos los peligros y tentaciones, con que me persiguen el mundo,
demonio y carne. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
SEPTIMO DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
Tú, descanso en mis trabajos.
PUNTO
PRIMERO
Considera, alma
cristiana, que entre los siete dones del Espíritu Santo es eminente el de
ciencia. Esta es considerada por Salomón como el mayor de todos los bienes; todo
lo demás, según él, no es más que vanidad de vanidades y aflicción de espíritu.
La ciencia es un don del Espíritu Santo, que perfecciona el juicio y nos hace
discernir lo verdadero de lo falso. Este don sólo se adquiere del Espíritu Santo,
y no por el estudio, por la observación ni por el discurso. Con el don de
ciencia interpretaban los Apóstoles y Santos Padres el verdadero sentido de las
santas Escrituras, y con él saben distinguir los santos la verdadera ciencia de
las falsas teorías del siglo. Cada uno de los siete dones se opone a alguno de los
siete vicios capitales, y así el don de ciencia se opone al vicio de la ira,
que es el que más pronto ofusca la razón. El don de ciencia, dice el Doctor
angélico, es semejante a la ciencia de Dios, aunque no es la misma, y comunica
al entendimiento una luz y claridad tales, que hace ver las cosas como Dios las
ve o las ha previsto. ¡Pondera cuánto te importa alcanzar tú, este don del
Espíritu Santo para que lo pidas y lo poseas!
PUNTO
SEGUNDO
Considera lo que sería
del mundo y del género humano si nadie poseyera el don de ciencia, que el
divino Espíritu reparte de cuando en cuando a aquellos que lo piden con fe y
constancia. ¿Qué de atrocidades y desatinos no han cometido los sabios del
gentilismo, con su filosofía, costumbres y sacrificios humanos? Ni en nuestros
días espantan menos los monstruosos errores de todo género, que propagan los
hombres sin fe, y sin temor de Dios. Unos pregonan el comunismo otros la impiedad,
otros el racionalismo, el escepticismo, el anarquismo, el duelo, el suicidio o,
en fin, el caos hacia el cual camina una gran parte de la sociedad actual, la
que, por otra parte, tiene mil pretensiones de sabia e ilustrada. Conque, pondera
pues, la necesidad que tienen los hombres de poseer la verdadera ciencia, la que
sólo se alcanza con la gracia de Dios, la fe y el don del Espíritu Santo
PUNTO
TERCERO
Discurre, cristiano
carísimo, en tercer lugar, cómo el don de ciencia aligera y suaviza las cruces
y penas de esta vida. Con el auxilio del Espíritu Santo sobrellevamos sin
inquietud los trabajos más arduos y dificultosos, porque Él constituye en ellos
nuestro descanso; Él nos da resignación en las privaciones y pérdidas que sufrimos
de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestros amigos o de nuestros bienes,
de nuestra salud, de nuestra honra, etc., etc., y además, nos da fuerza para resistir
nuestras enfermedades, el calor, el frío, la sed y el cansancio, porque en
todas estas y otras fatigas de la vida, es Dios Espíritu Santo nuestra ayuda y nuestro
descanso. Procura pues, hermano carísimo, pedir el auxilio del divino Espíritu
en todas las pruebas y cruces que Dios te envíe.
ORACIÓN:
Oh benignísimo Dios
Espíritu Santo, que inseparablemente obráis con el Padre y con el Hijo, y la
Iglesia os llama descanso en nuestras fatigas, dignificad, os ruego, el mérito
de mis acciones y concededme el don de ciencia para mejor conocer el modo de
serviros con toda mi voluntad y agrado vuestro, y ayudadme a llevar la cruz de
mi estado y demás penas de la vida, para que merezca llegar a poseer un día las
delicias inefables de la gloria. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
Benditísima Madre mía,
vos, Madre del Salvador, Esposa de Dios Espíritu Santo y llena también de
dolores, habéis experimentado más que ninguno la eficacia del auxilio de estos
dones. ¿Quién, como vos, fué agobiada de cruces o traspasada con tantas espadas
de dolor, tanto en la profecía de Simeón, como en la huida a Egipto, la pérdida
del Niño Dios, la calle de la Amargura, las tres horas al pie de la Cruz, el
sepulcro de Vuestro Hijo y en vuestra soledad? Vuestras pruebas y amargaras
fueron capaces de causaros la muerte; mas vuestro divino Esposo os confortó en
medio de vuestras penas. Alcanzadme pues, Madre mía, la gracia que necesito
para saber sufrir y llevar con paciencia y resignación cristianas las penas y
cruces que se me esperan en este valle de lágrimas, para que os imite en esta
vida y os vea en el cielo. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
OCTAVO DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA
Tú moderas el calor.
CONSIDERACIÓN.
Considera, alma fiel y
devota de Dios Espíritu Santo, lo que simboliza el número siete, sagrado en las
santas Escrituras, en la antigua y nueva ley. Los siete dones del Espíritu
Santo son realmente otros tantos auxilios de que necesita el alma para elevarse
a Dios,, mediante el cumplimiento de los diez mandamientos. Observa que nuestra
corrompida naturaleza, agravada por nuestras culpas, nos atrae siempre hacia el
abismo, así como el plomo sigue siempre las leyes de gravedad. Mas nuestra alma
fué creada bajo otras leyes, para que siga un curso distinto, y se eleve a lo
sublime hasta juntarse, con los demás espíritus que circundan el trono del
Señor. Luego nuestra senda está trazada hacia arriba y sólo cumpliendo los diez
mandamientos desde el primero hasta el último, que son como otros diez
peldaños, seremos conducidos a la cumbre del monte Sión. Pero nos será
imposible si fiamos en nuestras propias fuerzas. Sin mí nada podéis hacer nos
dice Jesucristo. Luego necesitamos de auxilios sobrenaturales como lo son los
Santos Sacramentos y los siete dones del Espíritu Santo. Los primeros para que
nos aligeren el peso de nuestras culpas; los segundos para que nos den aliento
y valor para subir la cuesta y nos sirvan de luz y guía en una senda tan llena
de enemigos y cercada de precipicios.
PUNTO
SEGUNDO.
Considera, en segundo
lugar, que los siete dones del Espíritu Santo nos son tan necesarios como el
cumplimiento de los diez mandamientos, si queremos pertenecer al número de los
santos, que es el estado más perfecto que los justos alcanzan en esta vida. Si
quieres salvarte, dijo Jesús, al sabio en la ley, guarda los mandamientos; más
si quieres ser perfecto vende tus bienes terrenos, da el precio a los pobres y
ven en pos de mí. Esto es: si nada más pretendes que alcanzar la vida eterna,
observa los diez mandamientos y esto te será bastante; pero si aspiras a ceñir
la aureola de los santos o héroes del cristianismo, será preciso entonces que,
como lo hicieron ellos, te renuncies a ti mismo, cedas a la mía tu propia
voluntad y observes los demás preceptos y consejos evangélicos. Así serás
santo, serás héroe, y como tal, serás coronado allá en el cielo. Más conviene
tengas presente que para ello necesitas el auxilio de los siete dones del
Espíritu Santo, como lo advierte San Agustín.
PUNTO
TERCERO.
Considera, en tercer
lugar, cómo el número siete se tiene por sagrado en las santas Escrituras:
siete fueron los días que el Creador asignó a la semana; de siete dones dotó al
hombre: entendimiento, memoria y voluntad a su semejanza; materia, forma y
libertad y un ángel para su guía; siete fueron los objetos que Faraón vio en
sueños: siete los sacerdotes que por orden de Josué, derribaron a Jericó, así
como los siete dones del Espíritu Santo derribaron las siete cabezas del dragón
inmundo; siete coros acompañan el arca de la alianza cantando David siete veces
al día las divinas alabanzas; en siete años se construye el templo de Salomón,
ayuna el rey siete días y en otros siete lo consagra a Dios; siete ojos tiene grabados
la piedra angular del templo, como los siete dones forman la piedra angular de
la Iglesia militante y triunfante: a siete leones fué Daniel arrojado y por Dios
libertado, como el Espíritu Santo nos libra de los siete demonios que nos cita
el Evangelio: siete panes alimentan a cuatro mil hombres en el desierto y siete
diáconos son elegidos por los Apóstoles para practicar obras de caridad
espiritual y corporal. San Juan escribe a siete Iglesias y ve al hijo de Dios
rodeado de siete candeleras de oro; siete ángeles tocan la trompeta y se oyen
siete truenos y el mundo delincuente es herido con siete plagas. Profecías
terribles sobre los últimos días. Por último siete son las palabras de Cristo
moribundo; siete los principales dolores de María Santísima; siete las virtudes
que hemos de tener, tres teologales y cuatro cardinales y siete son los Santos
Sacramentos de la Iglesia, así como siete son los dones del Espíritu Santo.
Admira pues, cristiano, los símbolos y significado de este número tan repetido,
para que logres los siete dones del Espíritu Santo y te defiendas del dragón fiero
de siete cabezas con siete ojos, símbolo de los siete pecados capitales, que nos
dañan en el cuerpo y en el alma.
ORACIÓN:
¡Oh Dios Espíritu
Santo! que consagrasteis el número siete al beneficio del género humano por
medio de vuestras divinas operaciones, y con la eficacia de vuestros siete
dones defendéis a vuestros devotos del poder de los siete espíritus malignos, y
los eleváis en la senda de la perfección; defendedme a mí también de los lazos
del mundo, demonio y carne. Desbastad, divino Espíritu, con el fuego de
vuestros encendidos rayos, el peso de mis pecados que me arrastran hacia el abismo.
Santificadme con vuestros siete dones; dadme alientos para volar como paloma
hacia el cielo y defendedme de las asechanzas del dragón inmundo, que, con sus siete
cabezas, quiere devorarme y encadenar mi alma para hacerme difícil la observancia
de la divina ley e imposible el cumplimiento de los diez mandamientos, sin lo
cual nadie puede llegar al cielo. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Oh Virgen Santísima, mi
augusta y dolorida Madre, Esposa de Dios Espíritu Santo: por los siete dolores
que padecisteis alcanzadme de vuestro divino Esposo la gracia de los siete
dones para poder triunfar de los siete espíritus del mal, que no cesan de
perseguirme. Haced, oh Madre mía, que el divino Espíritu, disipe con el calor
de sus rayos, el fuego de mis pasiones, que me detienen sin medrar en el camino
de mi salvación. Sí, Madre atribulada al pie de la Cruz, renovad en mí a cada
instante el recuerdo de vuestros siete dolores y alcanzadme por vuestros méritos
la asistencia del Espíritu Santo para hacerme sufrido y resignado en mis penas
y que me sirvan de estímulo para merecer el cielo. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
NOVENO DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN, ETC., COMO EL PRIMER DÍA.
Consuelo en la aflicción.
CONSIDERACIÓN.
Considera, alma
cristiana, cuál sea la excelencia de los dones del Espíritu Santo, por medio de
los cuales nos inclinamos a la práctica de todas las virtudes, de un modo tan
fácil y agradable, que desde esta vida experimentamos el principio de dicha de
los bienaventurados. Los actos de virtud de esa manera ascienden, y los llama
Santo Tomás, actos beatíficos o que comprenden las bienaventuranzas. Estas, que
San Mateo hace llegar a ocho, Santo Tomás, San Agustín, San Antonino y algunos
concilios las reducen a compendio o número de siete, cuantos son los dones del
Espíritu Santo. Pondera bien la dicha dé los justos o bienaventurados ya en
esta vida, y el gusto con que sufren por Dios los trabajos que Él envía: las
Privaciones, el calor, la sed el hambre, las persecuciones y las penas que ellos
mismos se imponen para seguir la senda de la gloria, como San Francisco de
Asís, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa y tantos otros, que le piden al
Señor más trabajos, o padecer o morir; mientras que los menos virtuosos y los mundanos
se afligen y se les hacen insoportables aún las más ligeras y triviales penas.
PUNTO
SEGUNDO.
Pondera, cristiano
carísimo, con qué constancia el pobre labrador trabaja y sufre los rigores del
sol, del frío y del cansancio para ver luego reverdecer sus campos con lozanas
mieses, objetivo de sus legítimas esperanzas; contento va al trabajo y cantando
vuelve de él; saborea gustoso el bocado de frugal cena, en su humilde, pero
risueña choza; se acuesta en el duro suelo y duerme como un santo. Mas esto no
es sino un pálido reflejo de la dicha del justo, que trabaja, sufre y alaba a
Dios en medio de las cruces y pesadumbres de la vida, y lleno de amor y de
esperanzas porque experimenta el influjo benéfico de las bienaventuranzas. Viniendo
a suceder que sus actos de virtud no sólo son meritorios sino que también en ellos
experimenta ya el principio de la recompensa, como el mismo Santo Tomás lo
consigna.
PUNTO
TERCERO
Hemos contemplado,
piadoso cristiano, como resultado de los siete dones, los auxilios virtudes y
bienaventuranzas para el justo. Mas a todos esos bienes debemos añadir otros
como último triunfo en la vida presente. Glorioso es el fruto de los buenos trabajos,
dice el Espíritu Santo Y en verdad, mientras el labrador cultiva sus campos con
la perspectiva de lograr su recompensa, esa no la obtiene sino hasta que recoge
sus frutos. De un modo parecido, los frutos del Espíritu Santo son el epílogo y
colmo de todas las gracias que Él nos ha concedido. Y en esto se diferencian
los frutos del Espíritu Santo, de las bienaventuranzas, y en que aquéllos
resultan en mayor número. Los frutos del Espíritu Santo, dice San Pablo, son la
caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia,
continencia y castidad. Considera estos frutos cómo el complementó de la gracia
que en este mundo se alcanza. Por medio de ella han triunfado los mártires y
alabaron a Dios en medio de los más atroces tormentos, y por medio de ella el
justo se habitúa en el amor perfecto de Dios de tal suerte que ni las cárceles,
persecuciones, ni suplicios son capaces de separamos de su amor, como decía el
mismo apóstol. ¡Considera, por fin, cristiano, cuál sea la eficacia del amor y
devoción al Espíritu Santo y lo mucho que te importa alcanzar sus dones, y sus
frutos para que pertenezcas al número de los bienaventurados allá en el cielo!
ORACIÓN:
¡Oh divino y paráclito
Espíritu! Gracias infinitas os tributamos; os alabamos y bendecimos por
habernos permitido terminar esta Novena dedicada a honor y gloria vuestra y
provecho de nuestras almas. Dignaos, os suplicamos, por intercesión de vuestra
purísima Esposa y Madre del divino Verbo, concedernos el favor de vuestros
siete dones para que practiquemos las virtudes cristianas, alcancemos las
bienaventuranzas y los frutos de vuestro divino Ser y nos inscribáis en el
número de vuestros santos y elegidos. ¡Concedednos vuestra gracia, para que
siempre os amemos y veneremos como a la tercera persona de la Trinidad
Beatísima y os proclamemos igual al Padre y al Hijo, de cuyo mutuo amor
procedéis, con igualdad perfecta de atributos!
No permitáis, oh Dios
Espíritu Santo, que jamás nosotros, ni nuestros prójimos provoquemos la ira de
la divina justicia contra aquellos que os blasfeman, que desesperan o se jactan
de salvarse sin buenas obras porque sois bueno, o se obstinan en el error, envidian
los bienes espirituales del prójimo o se hacen impenitentes hasta la muerte,
contra los cuales recae aquel anatema tan terrible del Hijo de Dios. ¡Ah!
cuánto de temer es que Dios castigue hoy al mundo, por tantos extraviados que
impugnan las verdades divinas para pecar con mayor desenfreno y libertad, lo
que es también gravísimo pecado contra el Espíritu Santo. Salvad, divino
Espíritu, al mundo; difundid un rayo de vuestra divina luz sobre los incrédulos
y sus prosélitos, que tan ciega y tenazmente impugnan la verdad revelada, persiguen
a la Iglesia, extravían sus almas, roban su patrimonio y aprisionan al Vicario
de Jesucristo! Asistid, Dios Espíritu Santo, al Sumo Pontífice defendedle de
sus enemigos, á El y a todos los Obispos y sacerdotes, y concededles vuestros
dones en abundancia para que triunfe la Santa Iglesia, la gobiernen con acierto
y se salven las almas en el mundo entero. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Oh Emperatriz soberana
de los cielos, Reina del Universo y sacratísima Esposa de Dios Espíritu Santo!
Por el misterio augusto de vuestra Concepción Inmaculada, alcanzadnos de
vuestro divino Esposo, los dones, frutos y demás gracias, que necesitamos para
salvarnos. ¡Compadeceos, oh Madre de misericordia, de la ceguedad y temeridad
de los hombres de la época actual, que tanto se obstinan en el error, combaten
la verdad revelada, se ensañan contra la Iglesia y con sus pecados contra el
Espíritu Santo, provocan la ira de Dios! Unos pierden la fe ilusionados por las
ciencias modernas y fementidas, otros pierden la esperanza y se suicidan
locamente; mientras que un gran número de extraviados se entrega a los vicios
más detestables y mueren en la impenitencia final! Apiadaos, pues, Esposa y
Madre divina, de tantos males, salvad el mundo con vuestros ruegos, convertid a
los pecadores. Rogad por el Romano Pontífice, hoy día tan afligido, por los que
persiguen a la Iglesia y se condenan miserablemente. Interceded, Virgen
Santísima, eficazmente ante la Santísima Trinidad y pronto nos venga el remedio
que tanto necesitamos! Amé.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
VENI CREATOR
HIMNO
Ven,
Creador Espíritu,
Visita
nuestras almas,
Llenando
a tus criaturas
De
gracia celestial.
Consolador
benéfico,
Del
Altísimo dádiva,
Viva
fuente, amor, fuego,
Y
unción espiritual.
De
la paterna mano
Promesa
soberana,
Los
labios enriqueces
Con
ciencia de verdad.
Ilustra
los sentidos,
De
amor el pecho inflama,
Fortaleciendo
el cuerpo
Con
virtud perennal.
Ahuyenta
al enemigo
Y
paz infunde al alma:
Siendo
Tú nuestro guia
Huiremos
todo mal.
Logremos
por ti al Padre
Y
al Hijo venerar
Y
á ti, de ambos Espíritu,
Creer
en toda edad.
A
Dios Padre la gloria
Y
al Hijo sea dada,
Y
al Paráclito Espíritu
Por
Una eternidad. —Amén.
POR:
MONSEÑOR
GAUME
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