lunes, 29 de mayo de 2017

NOVENA EN HONOR Y GLORIA DEL ESPÍRITU SANTO



Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración. (Para todos los días).

Creo en Dios Padre, mi Creador; creo en Dios Hijo, mi Redentor; creo en Dios Espíritu Santo, mi Salvador: tres personas distintas y un solo Dios, verdadero: en Él espero como verdad infalible en sus promesas; a Él amo como a la suma bondad, más que a todas las cosas y criaturas y me pesa de todo corazón de haberle ofendido; no sólo por ser tan bueno, sino también por su justicia, y por el temor del infierno y de perder el cielo. Así ofrezco a mi Dios todo cuanto en mi vida hiciere y padeciere en satisfacción de mis culpas. A Vos, oh Espíritu Santo, dispensador de todas las gracias, una os pido ahora en particular, que es: la de hacer como debo y quiero esta santa Novena, que a honra y gloria vuestra dedico, a la de la Agustísima Trinidad y de vuestra divina Esposa, la Inmaculada Virgen María, y pido en ella el aumento de vuestro culto; por la intención del Romano Pontífice, por su salud y prosperidad y por la de los demás Obispos, sacerdotes y fieles; por el triunfo de la fe católica, conversión de los infieles herejes y pecadores; por la salud de los enfermos, redención de los cautivos, alivio de las almas del purgatorio y por el bien espiritual y temporal de todos mis deudos, bienhechores, amigos y enemigos; por la prosperidad y acierto de los gobernantes y por todos los demás fines que pide la Santa Iglesia. Amén.





HIMNO SAGRADO (para todos los días).


Venid, ¡oh Santo Espíritu!


y desde el cielo enviadnos,
con su fulgor espléndido
un rayo abrasador.


¡Oh Padre de los míseros!
dispensador de bienes,
venid, y vuestras ráfagas
den luz al corazón.


Consolador magnánimo,
del alma dulce huésped,
sed Vos el refrigerio
que calme nuestro afán.


En las fatigas horridas
Vos sois nuestro descanso,
templáis las estaciones
y el llanto mitigáis.


¡Oh luz del cielo fúlgida!
llenad los corazones
de vuestros fieles siervos
con vivo resplandor.


Sin Vos ni somos átomos,
el hombre es ser impuro,
y nada en él existe
si no viene de Vos.


Regad todo lo árido,
purificad las manchas
y aquello que está enfermo,
sanad, Señor, sanad.


Doblad todo lo rígido,
calor dad a los hielos,
y lo que está desviado
dignaos enderezar.


A vuestros fieles súbditos,
que en vos tienen confianza,
el sacro septenario
de vuestros dones dad.


De la virtud el mérito,
de la salud la gracia,
de Vos tengamos todos,
y el goce perennal.
Amén. ¡Aleluya!


Venid, Espíritu Santo, llenad los corazones de vuestro amor.
Enviad, ¡oh Señor, vuestro Espíritu y renovaréis la faz de la tierra.






ORACIÓN:

¡Oh Dios, que habéis iluminado é instruido el corazón de los fieles con la luz del Espíritu Santo, haced, Señor, que en el mismo Espíritu sepamos siempre apreciar el bien y ser llenos de vuestros consuelos divinos, por Cristo Nuestro Señor. Amén.


CONSIDERACIÓN PARA EL PRIMER DÍA


 Venid, Padre de los pobres.


PUNTO PRIMERO.


Considera, alma piadosa, la tierna expresión de Padre con la que hoy invocamos a Dios Espíritu Santo. No hay atributo, dice un gran santo, que mejor corresponda a la bondad de Dios, que el llamarle Padre. Por eso, al dictarnos nuestro divino Maestro, la oración dominical, que es la más sublime que conocemos, comenzó  por la palabra Padre, diciendo: PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS, etc. etc. Así también, cuando Jesús, salud y vida nuestra, nos quiso dar a comprender la suma bondad y misericordia de Dios para con él pecador arrepentido, nos trazó la parábola del Hijo Pródigo. “¡Padre!”, le dijo aquél: “pequé delante del cielo y contra ti” y al instante le abrazó su padre, le vistió de gala y le dispuso un convite. ¡Ah! cuántos favores alcanzaría yo del Espíritu Santo, si lo invocara con fervor, con afecto de hijo y con un “¡pequé de corazón!”


PUNTO SEGUNDO.


Considera luego, cómo la Santa Madre Iglesia invoca al Espíritu Santo con el título de PADRE DE LOS POBRES. Y en efecto: Dios Espíritu Santo es el Padre de los pobres pecadores: pobres de méritos, pobres de virtudes y miserables como yo. Pero mía es en verdad la culpa. Dios Espíritu Santo me había enriquecido con sus siete dones cuando recibí el Santo Bautismo, la Confirmación y otros sacramentos que me administró la Iglesia; mas todo lo he perdido por el pecado, me he desterrado a tierra extraña y entre enemigos, que me han despojado dejándome más andrajoso, pobre y miserable, que lo que otro tiempo, al Hijo Prodigo.


PUNTO TERCERO.


Considera, en tercer lugar, cómo el Espíritu Santo es la síntesis del amor divino, puesto que procede del amor mutuo entre Dios Padre y Dios Hijo. Así es que no hay amor comparable con el amor del Espíritu Santo para con sus devotos, ya justos, ya pecadores arrepentidos: procura, pues, corresponderle de igual modo, volviendo amor por amor que es el lema de los que deverás se aman y corrígete por amor suyo, hasta de las faltas más leves.


ORACIÓN:

¡Oh Dios Espíritu Santo, el más rico y bondadoso padre del hijo más ingrato y necesitado: yo soy aquel hijo sin entrañas, que desprecié vuestros dones y malversé la gracia que de Vos recibí en el Santo Bautismo. Yo desprecié vuestras caricias, desoí vuestras inspiraciones, me afilié en el bando de vuestros contrarios, y me he hecho indigno de vuestro amor. Pero vuelvo arrepentido, y aquí me tenéis a vuestros pies implorando el perdón de todas mis culpas. ¡Perdonadme, Padre mío! y derramad sobre mí la luz de vuestros dones para que conozca mis yerros, haga penitencia y no me aparte jamás de Vos. Amen.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.

ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.


ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.

¡Oh dulcísima María, Esposa del Espíritu Santo; Hija del Padre y Madre del Hijo, Reina soberana de los ángeles y de los hombres, que siendo concebida en gracia y enriquecida con los dones de vuestro divino esposo, concebisteis a nuestro Redentor Jesucristo; os suplicamos que nos alcancéis el don de Sabiduría y el santo temor de Dios para que nunca le ofendamos, nos arrepintamos de nuestras culpas y le sirvamos fielmente hasta la hora postrera. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





SEGUNDO DÍA.


Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.


 Venid, Dispensador de dones.



PUNTO PRIMERO.


Considera, cristiano carísimo, como el Espíritu Santo, compadecido de la caída de nuestros primeros padres y de las miserias ocasionadas por ella a todo el género humano, coopera eficazmente a la creación de la segunda Eva, madre y guía de los mortales, que ha vencido a la serpiente; le aplastó su cabeza, y confundió el poder y astucia del ángel de las tinieblas. Pondérese aquí el don de tan inmenso valor que ese divino Espíritu nos prepara, y cuán grande sea la dicha de los hijos de la nueva Eva y los poderosos motivos que a todo cristiano obligan a tributar gracias, culto y homenaje a la tercera persona dé la Trinidad Beatísima.



PUNTO SEGUNDO.


 A  considerar la magnitud del beneficio que recibimos conviene también ponderar la suma bondad y grandeza de aquel de quien se recibe los motivos que le mueven a concederlo. Así el Espíritu Santo es la misma grandeza de Dios, la bondad por excelencia e igual en todo al Padre y al Hijo, de quienes procede según la fe. Y siendo Dios Trino, todo candad, según el apóstol San Juan, ésta se derrama sobre nosotros por el mismo divino Espíritu, según nos dice San Basilio: TODO CUÁNTO POSEEN LAS CRIATURAS DEL CIELO Y DE LA TIERRA EN EL ORDEN NATURAL Y DE LA GRACIA LES VIENE DEL ESPÍRITU SANTO. Altísimo don de Dios, lo titula la Santa Madre Iglesia. Y así como Él procede del Padre y del Hijo por amor, por el mismo atributo derrama sobre nosotros, el divino Espíritu, todas las gracias que recibimos, comenzando por enviarnos a la segunda Eva, María Santísima amparo, consuelo y Madre de todos nosotros.


PUNTO TERCERO


Considera, lector carísimo, cómo y de qué manera el Espíritu vivificador, riega y fecundiza los campos yermos y estériles de nuestras almas, restaurándolas a la vida de la gracia por medio de los Santos Sacramentos, y las convierte en vergeles divinos y templos de sí mismo. Pondera como esos siete dones, de que nos habla Isaías, han fecundado toda la tierra a manera de caudalosos ríos, como aquellos que regaban el Paraíso, durante la inocencia de nuestros primeros padres. ¿Cuántas almas subieron al cielo, que en este mundo practicaron virtudes de todo género, desde los patriarcas y profetas de la antigua ley hasta los mártires, vírgenes y confesores de la ley de gracia? Lee y relee las crónicas de los justos, la vida de los santos y los triunfos de los mártires en toda la redondez del globo, para que más y más comprendas el influjo del divino Espíritu, lo ames, le sirvas y le veneres como Dios dispensador de todos los dones.


ORACIÓN:


¡Oh Dios Espíritu Santo: fuente de todas las gracias y centro del amor divino! Mil veces me confundo al considerar mi extremada miseria, necedad y tibieza. Siendo Vos tan rico y generoso, yo me olvido de Vos y perezco en la inercia, tedio y pobreza de las virtudes. ¡Ah! cuán diferente, Dios mío, fué la conducta de los santos y santas que escalaron el Paraíso, siendo de la misma naturaleza que yo, y quizá tuvieron que vencer mayores obstáculos para salvarse. No, divino Espíritu, no permitáis que, se pierda mi alma. Concededme, os ruego, la gracia de vuestros dones; y un amor eterno hacia Vos y hacia vuestra divina Esposa, la Virgen María, para que, valido de vuestro divino auxilio, os sirva como los santos y os vea y posea eternamente. Amén.


ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.


ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.





ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA


Sacratísima Virgen y Madre mía María: yo, la más vil, ingrata y necia de todas las criaturas, quiero en este día hacer un pacto con Vos. Desde que el Espíritu Santo os eligió para ser el terror del infierno, segunda Eva y Madre del género humano, creo firmemente que Vos sois la Reina más poderosa del Universo y la abogada más portentosa de los mortales. Quiero pues, de hoy en adelante, ser vuestro en el tiempo y en la eternidad: y que Vos seáis mi Madre, mi Reina y Soberana, después de Dios. Os lego así mi alma, vida y corazón, únicas prendas que poseo. Alcanzadme de Vuestro divino Esposo la gracia que necesito para cumpliros mis promesas y seros fiel hasta la muerte. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





TERCER DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.


Venid luz de los corazones.



PUNTO PRIMERO.


Considera, alma mía, como el divino Espíritu es luz de los corazones. Él es quien, con los rayos de celestial luz ilumina no sólo nuestra vida sensible, como al pueblo hebreo a la salida de Egipto: sino que ilumina principalmente, la vista del alma, de nuestro entendimiento oscurecido por el pecado. ¿Qué sería del género humano, que, tan a menudo, rodeado de la densa noche de nuestras pasiones, navega entre las encrespadas olas del piélago proceloso de nuestra vida, sembrado de escollos, si no fuera por la mística luz del Espíritu Santo, que nos guía y advierte los peligros? Seguro, nos pasaría lo que al Apóstol San Pablo, cuando perseguía a los fieles de Cristo, por el camino de Damasco; o lo que a San Agustín cuando pecador; nos precipitaríamos a mil abismos que nos preparan el mundo, el demonio, y la carne. ¡Considera cuan distinta fué la conducta de los santos, iluminados con la luz del Espíritu Santo! Y ¿quién, en toda la creación, será tan sabio como lo fueron ellos?


PUNTO SEGUNDO.

Pondera luego, cuan grandes desatinos cometen los hombres sin la luz divina, y atenidos sólo a la razón, viciada ésta y ciega por las pasiones sin freno. Causa espanto ver, como unos deifican la misma razón humana, otros a la naturaleza insensible, a los ídolos, al mismo Satanás; otros dudan de todo, se desesperan, pierden el juicio o se dan la muerte con el tósigo o con un dardo mortal. ¡Jesús bendito! a qué abismo de horrores se precipita el desgraciado, que fía en su vana sabiduría y sin la luz sobrenatural. ¡Qué tempestad tan desecha de males infinitos se le espera al infeliz, que así vive y así muere! Esa vana presunción, esa obstinación y soberbia, son a menudo, pecados enormes contra el Espíritu Santo, que, sin un previo y eficaz arrepentimiento, no se perdonan en esta ni en la otra vida, como dice San Marcos en su Evangelio.


PUNTO TERCERO.

Considera en tercer lugar, cuál sea la eficacia de la luz del Espíritu Santo y los maravillosos efectos que su divino influjo causa como en los doce Apóstoles; que, siendo hombres tan rudos y tan tardíos en entender el lenguaje de Jesucristo, tan pronto como les tocó un rayo divino del Espíritu Santo alcanzaron el don de lenguas y de sabiduría en tan alto grado, que parecieron oráculos de la Deidad, y admiraban al mundo con su elocuencia prodigiosa, y exponiendo el sentido de las Santas Escrituras con tal facilidad y acierto que confundían a los sabios de la Sinagoga y a los filósofos de aquel tiempo. Pondera bien el cambio tan asombroso que experimentaron ellos; antes tan rudos; ahora tan elocuentes; antes tan cobardes; ahora tan esforzados; antes tan tibios y débiles en la fe; ahora desafían a los tiranos y sellan con el martirio las verdades que predican por todo el mundo. Pídele pues, al divino Paráclito, que derrame sobre tu alma un rayo de luz celestial.


ORACIÓN:


¡Oh divina luz de los corazones y médico sapientísimo de nuestras almas!  Derramad sobre mí un rayo de esa luz celestial y en el acto alcanzaré la verdadera sabiduría, adquiriré la virtud de la fortaleza en los trabajos y la constancia en el bien obrar; hollaré los respetos humanos, emprenderé impávido la senda de mi salvación, cueste lo que costare, y triunfaré de los engaños y sutilezas de la humana sabiduría para alcanzar la de los santos y santas que moran en el cielo. Amén.


ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.

ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


¡Virgen Santísima, tierna madre mía, refugio de pecadores arrepentidos y trono de la sabiduría! alcanzadme de vuestro divino Esposo un rayo de aquella luz que ilumina, fortalece y da la gracia para el bien obrar. Pedíselo Vos, madre mía. Judit venturosa, Raquel hermosa, divina Esther; y lo lograré de seguro. Yo, rodeado de tosquedad, rudeza y miseria no sé cómo ni lo que debo pedir; siendo Vos la única y predilecta Esposa del divino Asuero lograréis cuanto quisiereis en favor mío. Ea pues, mostrad que sois mi madre, que así os lo pide vuestro hijo. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





CUARTO DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.



¡Oh! consolador óptimo.


PUNTO PRIMERO.

Considera, alma devota del divino Espíritu, como en Él hallamos nuestro mayor consuelo. Cuando perdemos la paz del espíritu, bien porque carecemos de alguna virtud cardinal, o porque nos domina alguno de los vicios capitales, turbada nuestra alma por negra pesadumbre, busca consuelo y no lo halla. Lo busca en los pasatiempos mundanos en la falsa amistad, en las tertulias y frivolidades, pasadas las cuales se queda ella aún más perpleja y desolada, o tal vez, más lejos de Dios. Nuestras inquietudes nacen también, a veces, de nuestra poca fe y desmayamos luego cuando Dios nos prueba, privándonos por algún tiempo de aquello que más anhela nuestro amor sensible; así como privó a Job de sus hijos y salud corporal; a Tobías de la vista y á Abrahán de su hijo Isaac. Mas la fe de aquellos patriarcas, no sólo les consoló luego, sino que aquella pasajera vicisitud se convirtió en mayor gozo y alegría y les atrajo del cielo mayor número de mejores bienes.


PUNTO SEGUNDO.

Isaías llama Espíritus a los dones del divino Consolador: y Santo Tomás les titula, soplo de siete formas, que mueve y atrae todas las virtudes. De la misma manera se expresa San Antonio cuando dice: el espíritu de temor echa al de soberbia; el de piedad al de envidia; el de ciencia al de ira; el de consejo al de codicia; el de fortaleza vence al de pereza: el de inteligencia modera la gula y el de sabiduría refrena la lujuria. Considera, bien, cristiano, cómo estos espíritus viciosos, son, comúnmente, la causa de nuestro tedio, de nuestros remordimientos y de las congojas de nuestras pobrecitas almas; y que sólo hallamos consuelo y socorro invocando fervorosamente a los espíritus del bien, que son los dones del Espíritu Santo, el que nos conforta, en Él lo podemos todo, como nos dice el Apóstol San Pablo. Y ¿quién pasó tantas tribulaciones por mar y tierra como ese santo que así nos habla?


PUNTO TERCERO.


Considera, en tercer lugar, cuan a menudo nos confundimos, los hijos de Eva, al obstinarnos en seguir el impulso de la propia voluntad. La voz del divino Espíritu y el ángel de nuestra guarda nos amonestan interiormente a fin de que nos abstengamos de gustar las frutas prohibidas, esto es: los goces ilícitos, el rencor, la murmuración, el orgullo, la vanidad y la vanagloria; mas nosotros no cesamos de mirarlas, dando oídos al tentador y acallando la voz de la conciencia: resultado, que comemos aquellas frutas y participamos de ellas a los demás, pero pronto experimentamos la desnudez de la gracia, quedamos turbados, tristes y pesarosos. Muy diferente es, por cierto, la norma de las almas justas y que temen a Dios: renuncian, desde luego, la voluntad propia; se miran como inferiores a los demás, cierran las puertas a los sentidos y moderan los ímpetus de las pasiones, invocando la presencia de Dios y la Gracia del Espíritu Santo. ¿Por qué, pues, no he de hacer lo mismo que las almas buenas, que me sirven de ejemplo y viven en paz aún en medio de las borrascas?


ORACIÓN:


¡Oh Espíritu consolador! heme aquí, triste y desconsolada mi alma. Busco la paz entre las criaturas y no la hallo, entre las diversiones de los mundanos y bienes terrenos y tampoco la alcanzo, porque veo que todo pasa como la sombra y que todo lo he de dejar. ¡Ah, cuan necio soy, triste de mí, y falto de entendimiento! Pero, Señor, os diré con San Pablo ¿qué queréis que yo haga, tan falto de virtudes como ciego del alma? El bien que quiero hacer no lo hago, ni evito el mal que evitar quisiera porque mi propia voluntad me desvía de la senda que vos, Señor, me habéis trazado y sigo por otra llena de escollos y precipicios y por donde los espíritus del mal me asaltan a cada paso. ¿Quién, pues, me abrirá los ojos, me dará la gracia y la paz en mi alma? ¡Vos, oh Espíritu consolador! Vos podéis concederme ese gran beneficio. Hacedlo, pues, así os lo ruego por intercesión de vuestra divina Esposa: iluminad mi entendimiento, guiad mi alma para que yo haga siempre vuestra divina voluntad y no la mía y así hallaré la paz. Amén.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.

ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


¡Virgen, Madre y Reina mía! Miradme a vuestras plantas como el hijo más triste y desconsolado; obstinado en hacer mi propia voluntad y terco en mis caprichos, he perdido la paz de mi alma y no hallo tranquilidad. A Vos acudo, que sois el consuelo del afligido. Alcanzad me de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones, en particular el de entendimiento, con que yo sepa vencer mi propia voluntad y ajustarla a la divina. Así en algo os deseo imitar a Vos, y hallaré la paz y el consuelo del divino Espíritu consolador, y de que tanto necesito. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





QUINTO DÍA.


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.




Amado huésped del alma.


PUNTO PRIMERO.

Considera, alma y alcázar del amor divino, como el Espíritu Santo es, no solo el huésped de las almas, sino también la misma vida de ellas por la gracia que les comunica con cada uno de los siete dones, como nos lo dice San Cipriano. Siendo el divino Espíritu, puro fuego y luz celestial, ilumina el alma de tal manera, que realza su hermosura sobre estado en que la creó Dios Padre. De la misma manera, dice Santo Tomás que el Espíritu Santo embellece, graba nuevos primores a las demás obras de la creación, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Un ejemplo, por excelencia, lo tenemos en los Apóstoles, a quienes creó Dios Padre; los redimió Dios Hijo y los instruyó en la celestial doctrina; mas el Espíritu Santo perfeccionó la obra allá en el Santo Cenáculo al manifestárseles en lenguas de fuego, transformándolos, de rudos y cobardes que eran, en verdaderos sabios y héroes que confundían a los sabios del mundo y desafiaban hasta la misma muerte.


PUNTO SEGUNDO.


Considera además, cómo los dones que este divino huésped nos comunica nos alcanzan los doce frutos, a saber: caridad, gozo espiritual, Paz, paciencia longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad. Mas estos frutos disponen el alma a practicar gustosa las obras heroicas comprendidas en las bienaventuranzas, que constituyen en sí la perfección de la vida cristiana y elevan el alma a lo sobrenatural. Bien puede el infierno levantar tinieblas, borrascas y tempestades, cuando las apacigua y disipa el divino huésped, constituyéndose nuestro defensor, consejero y guía. Con su don de consejo obramos con acierto, y proseguimos sin tropiezo la senda de nuestra santificación y salvación eterna. El don de consejo nos hace discernir, dice S. Antonio, los mejores medios de llegar al cielo.


PUNTO TERCERO


Consideremos, en tercer lugar, cuánto nos interesa el tener siempre en nuestra alma a este huésped dulcísimo, que nos colma de tantos bienes. Siendo El fuego nos enciende y abrasa en el amor divino y disipa nuestra tibieza y negligencia; siendo sapientísimo nos aconseja y saca de las dudas cuando se lo pedimos fervorosamente. El mismo nos amonesta por Tobías, cuando nos dice: «hijo mío, pide siempre consejo al sabio. Y añade San Agustín: AUN CUANDO CORRIERAS TU A GRAN PRISA, MAL CORRERÁS SI NO SABES HACIA DONDE. San Agustín se lamenta de las almas que, heladas por la tibieza, no medran en el camino de la virtud, lo que equivale a volver hacia atrás. Mas así como hay luz artificial, que, a la vez ilumina y pone a los cuerpos en movimiento, así también el divino huésped, que es luz y fuego, nos ilumina y nos pone en movimiento en la senda de la virtud y caminamos con paso firme hacia el cielo.


ORACIÓN:


¡Oh huésped amabilísimo de mi alma, Santo y divino Espíritu! heme aquí en vuestra presencia, yerto como un cadáver y sin avanzar en manera alguna por el camino de la virtud. Comunicadme el fuego del amor divino para ponerme en movimiento; aguijoneadme como al buey perezoso para que ande, trabaje y cultive el campo y logre frutos de vida eterna. Regad y fecundad Vos esta tierra estéril, con las fuentes de vuestros dones, y concededme en especial el don de consejo para que yo sepa elegir la senda segura que conduce al cielo, donde os pueda alabar y bendecir por los siglos de los siglos. Amén.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.


ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.


ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA


Reina celestial y esposa de mi divino huésped, alcanzadme de Él el don de consejo para que yo sepa escoger el medio más cierto y seguro para agradar a Dios y salvar mi alma. Enseñadme, maestra celestial, cómo debo tratar al amado huésped de mi alma para que El me la enriquezca con sus divinos clones, prenda de los doce frutos y bienaventuranzas. Y así como Él os enriqueció a Vos desde el primer instante en que fuisteis concebida, y os eligió por Esposa suya, ejerced también ¡oh Madre mía! Vuestro poderoso influjo a favor mío, bien seguro de que nada os negará un esposo tan dadivoso y tan bien correspondido de Vos. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





                                                            SEXTO DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.


Mi suave refrigerio.


CONSIDERACIÓN.

Considera, devoto cristiano, en qué sentido debemos llamar refrigerio a Dios Espíritu Santo, puesto que templa nuestra sed y calor, o nos da la gracia para soportarlos, infundiendo en el alma el don de fortaleza, con el cual se acometen grandes empresas para gloria de Dios y las llevamos a cabo venciendo todos los obstáculos. Según opina Santo Tomás de Aquino, es el don de fortaleza superior en eficacia a la virtud cardinal, que así se llama, pues da mayor fuerza para emprender cosas arduas y difíciles y hasta contrarias a todos los instintos de nuestra naturaleza, como el negarnos a nosotros mismos, sufrir las afrentas con alegría, practicar los consejos evangélicos y hasta para sufrir el martirio. Así se comprende cómo los Santos le pedían a Dios penas y trabajos. Padecer o morir, decía Santa Teresa de Jesús; padecer y no morir decía Santa Magdalena de Pazzis; padecer y ser despreciado por Dios fué la aspiración constante de San Juan de la Cruz.


PUNTO SEGUNDO.


Considera atentamente la gigantesca empresa, que todos los mortales debemos acometer si queremos escalar el cielo por la senda que la practicaron muchos santos y santas: pondera el cúmulo de obstáculos que nos presentan, el demonio con su astucia, odio y porfía; la carne con el fuego de las pasiones, el amor impuro, los goces sensuales, el orgullo, la vanidad, la tristeza del bien ajeno, el tedio, el hastío, la desesperación, la gula, la ira, la venganza, el ímpetu la osadía, el miedo, la terquedad, etc.; el mundo, esa turba loca y desenfrenada de chocarrerías, máximas, lujo, banquetes, teatros, modas, blasfemias, herejías, impiedad, bailes, cantos, sátiras, novelas, espectáculos inmorales, etc., y con todos conspira contra nosotros y nos pone obstáculos en la senda de la virtud. De ahí nace la necesidad que todos tenemos del don de fortaleza para que podamos resistir tantos obstáculos y vencer a nuestros numerosos enemigos.


PUNTO TERCERO.


Considera, en tercer lugar, las empresas el valor, que mediante el don de fortaleza, hombre y mujeres han alcanzado realizar en todo tiempo: Moisés arguye y reprocha al terrible Faraón; Sansón mata a miles de filisteos él solo y sin armas; Gedeón vence y destroza un poderoso ejército con trescientos soldados; Judit corta la cabeza al poderoso Holofernes; David mata un león, a un oso y al   gigante Goliat; Judas Macabeo atraviesa el caudaloso Jordán y persigue a un ejército diez veces más numeroso que el suyo; los tres niños alaban a Dios en el horno de Babilonia, Daniel entre los leones y la madre de los macabeos entre los verdugos de sus siete hijos. Y mediante el mismo don de fortaleza, millones de nuestros hermanos han sufrido los tormentos más inauditos de fuego y sangre que inventar pudieron los verdugos paganos y herejes; así, por fin, los Apóstoles alcanzaron la palma del martirio y en todo tiempo han tenido imitadores en todas las partes del mundo.


ORACIÓN:

¡Poderosísimo Espíritu Santo, que siendo lazo de amor divino entre el Padre y el Hijo, os llama la iglesia suave refrigerio para aliento de los mortales, concededme el don de fortaleza para emprender y llevar a término todo género de empresas que me exijan la gloria de Dios, y para triunfar de todos los enemigos que me acechen para perderme y llenar de escollos el camino de mi eterna salvación! Guiad me, pues, por el camino que debo seguir, para que pueda llegar sin tropiezo al cielo, donde Vos habitáis. Amén.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.


ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.




ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA


 Portentosa Virgen María, ejemplo de valor y fortaleza, por los lances de vuestra vida más gloriosos y por la gracia alcanzada de vuestro divino Esposo, con la cual vencisteis los mayores obstáculos y pudisteis resistir los mayores trabajos, alcanzadme de vuestro divino Esposo el don de fortaleza, para que a imitación vuestra, pueda y sepa triunfar de todos los peligros y tentaciones, con que me persiguen el mundo, demonio y carne. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!




SEPTIMO DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.



 Tú, descanso en mis trabajos.



PUNTO PRIMERO


Considera, alma cristiana, que entre los siete dones del Espíritu Santo es eminente el de ciencia. Esta es considerada por Salomón como el mayor de todos los bienes; todo lo demás, según él, no es más que vanidad de vanidades y aflicción de espíritu. La ciencia es un don del Espíritu Santo, que perfecciona el juicio y nos hace discernir lo verdadero de lo falso. Este don sólo se adquiere del Espíritu Santo, y no por el estudio, por la observación ni por el discurso. Con el don de ciencia interpretaban los Apóstoles y Santos Padres el verdadero sentido de las santas Escrituras, y con él saben distinguir los santos la verdadera ciencia de las falsas teorías del siglo. Cada uno de los siete dones se opone a alguno de los siete vicios capitales, y así el don de ciencia se opone al vicio de la ira, que es el que más pronto ofusca la razón. El don de ciencia, dice el Doctor angélico, es semejante a la ciencia de Dios, aunque no es la misma, y comunica al entendimiento una luz y claridad tales, que hace ver las cosas como Dios las ve o las ha previsto. ¡Pondera cuánto te importa alcanzar tú, este don del Espíritu Santo para que lo pidas y lo poseas!


PUNTO SEGUNDO


Considera lo que sería del mundo y del género humano si nadie poseyera el don de ciencia, que el divino Espíritu reparte de cuando en cuando a aquellos que lo piden con fe y constancia. ¿Qué de atrocidades y desatinos no han cometido los sabios del gentilismo, con su filosofía, costumbres y sacrificios humanos? Ni en nuestros días espantan menos los monstruosos errores de todo género, que propagan los hombres sin fe, y sin temor de Dios. Unos pregonan el comunismo otros la impiedad, otros el racionalismo, el escepticismo, el anarquismo, el duelo, el suicidio o, en fin, el caos hacia el cual camina una gran parte de la sociedad actual, la que, por otra parte, tiene mil pretensiones de sabia e ilustrada. Conque, pondera pues, la necesidad que tienen los hombres de poseer la verdadera ciencia, la que sólo se alcanza con la gracia de Dios, la fe y el don del Espíritu Santo



PUNTO TERCERO


Discurre, cristiano carísimo, en tercer lugar, cómo el don de ciencia aligera y suaviza las cruces y penas de esta vida. Con el auxilio del Espíritu Santo sobrellevamos sin inquietud los trabajos más arduos y dificultosos, porque Él constituye en ellos nuestro descanso; Él nos da resignación en las privaciones y pérdidas que sufrimos de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestros amigos o de nuestros bienes, de nuestra salud, de nuestra honra, etc., etc., y además, nos da fuerza para resistir nuestras enfermedades, el calor, el frío, la sed y el cansancio, porque en todas estas y otras fatigas de la vida, es Dios Espíritu Santo nuestra ayuda y nuestro descanso. Procura pues, hermano carísimo, pedir el auxilio del divino Espíritu en todas las pruebas y cruces que Dios te envíe.



ORACIÓN:

Oh benignísimo Dios Espíritu Santo, que inseparablemente obráis con el Padre y con el Hijo, y la Iglesia os llama descanso en nuestras fatigas, dignificad, os ruego, el mérito de mis acciones y concededme el don de ciencia para mejor conocer el modo de serviros con toda mi voluntad y agrado vuestro, y ayudadme a llevar la cruz de mi estado y demás penas de la vida, para que merezca llegar a poseer un día las delicias inefables de la gloria. Amén.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.


ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


Benditísima Madre mía, vos, Madre del Salvador, Esposa de Dios Espíritu Santo y llena también de dolores, habéis experimentado más que ninguno la eficacia del auxilio de estos dones. ¿Quién, como vos, fué agobiada de cruces o traspasada con tantas espadas de dolor, tanto en la profecía de Simeón, como en la huida a Egipto, la pérdida del Niño Dios, la calle de la Amargura, las tres horas al pie de la Cruz, el sepulcro de Vuestro Hijo y en vuestra soledad? Vuestras pruebas y amargaras fueron capaces de causaros la muerte; mas vuestro divino Esposo os confortó en medio de vuestras penas. Alcanzadme pues, Madre mía, la gracia que necesito para saber sufrir y llevar con paciencia y resignación cristianas las penas y cruces que se me esperan en este valle de lágrimas, para que os imite en esta vida y os vea en el cielo. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





OCTAVO DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA



 Tú moderas el calor.



CONSIDERACIÓN.


Considera, alma fiel y devota de Dios Espíritu Santo, lo que simboliza el número siete, sagrado en las santas Escrituras, en la antigua y nueva ley. Los siete dones del Espíritu Santo son realmente otros tantos auxilios de que necesita el alma para elevarse a Dios,, mediante el cumplimiento de los diez mandamientos. Observa que nuestra corrompida naturaleza, agravada por nuestras culpas, nos atrae siempre hacia el abismo, así como el plomo sigue siempre las leyes de gravedad. Mas nuestra alma fué creada bajo otras leyes, para que siga un curso distinto, y se eleve a lo sublime hasta juntarse, con los demás espíritus que circundan el trono del Señor. Luego nuestra senda está trazada hacia arriba y sólo cumpliendo los diez mandamientos desde el primero hasta el último, que son como otros diez peldaños, seremos conducidos a la cumbre del monte Sión. Pero nos será imposible si fiamos en nuestras propias fuerzas. Sin mí nada podéis hacer nos dice Jesucristo. Luego necesitamos de auxilios sobrenaturales como lo son los Santos Sacramentos y los siete dones del Espíritu Santo. Los primeros para que nos aligeren el peso de nuestras culpas; los segundos para que nos den aliento y valor para subir la cuesta y nos sirvan de luz y guía en una senda tan llena de enemigos y cercada de precipicios.


PUNTO SEGUNDO.


Considera, en segundo lugar, que los siete dones del Espíritu Santo nos son tan necesarios como el cumplimiento de los diez mandamientos, si queremos pertenecer al número de los santos, que es el estado más perfecto que los justos alcanzan en esta vida. Si quieres salvarte, dijo Jesús, al sabio en la ley, guarda los mandamientos; más si quieres ser perfecto vende tus bienes terrenos, da el precio a los pobres y ven en pos de mí. Esto es: si nada más pretendes que alcanzar la vida eterna, observa los diez mandamientos y esto te será bastante; pero si aspiras a ceñir la aureola de los santos o héroes del cristianismo, será preciso entonces que, como lo hicieron ellos, te renuncies a ti mismo, cedas a la mía tu propia voluntad y observes los demás preceptos y consejos evangélicos. Así serás santo, serás héroe, y como tal, serás coronado allá en el cielo. Más conviene tengas presente que para ello necesitas el auxilio de los siete dones del Espíritu Santo, como lo advierte San Agustín.


PUNTO TERCERO.


Considera, en tercer lugar, cómo el número siete se tiene por sagrado en las santas Escrituras: siete fueron los días que el Creador asignó a la semana; de siete dones dotó al hombre: entendimiento, memoria y voluntad a su semejanza; materia, forma y libertad y un ángel para su guía; siete fueron los objetos que Faraón vio en sueños: siete los sacerdotes que por orden de Josué, derribaron a Jericó, así como los siete dones del Espíritu Santo derribaron las siete cabezas del dragón inmundo; siete coros acompañan el arca de la alianza cantando David siete veces al día las divinas alabanzas; en siete años se construye el templo de Salomón, ayuna el rey siete días y en otros siete lo consagra a Dios; siete ojos tiene grabados la piedra angular del templo, como los siete dones forman la piedra angular de la Iglesia militante y triunfante: a siete leones fué Daniel arrojado y por Dios libertado, como el Espíritu Santo nos libra de los siete demonios que nos cita el Evangelio: siete panes alimentan a cuatro mil hombres en el desierto y siete diáconos son elegidos por los Apóstoles para practicar obras de caridad espiritual y corporal. San Juan escribe a siete Iglesias y ve al hijo de Dios rodeado de siete candeleras de oro; siete ángeles tocan la trompeta y se oyen siete truenos y el mundo delincuente es herido con siete plagas. Profecías terribles sobre los últimos días. Por último siete son las palabras de Cristo moribundo; siete los principales dolores de María Santísima; siete las virtudes que hemos de tener, tres teologales y cuatro cardinales y siete son los Santos Sacramentos de la Iglesia, así como siete son los dones del Espíritu Santo. Admira pues, cristiano, los símbolos y significado de este número tan repetido, para que logres los siete dones del Espíritu Santo y te defiendas del dragón fiero de siete cabezas con siete ojos, símbolo de los siete pecados capitales, que nos dañan en el cuerpo y en el alma.



ORACIÓN:


¡Oh Dios Espíritu Santo! que consagrasteis el número siete al beneficio del género humano por medio de vuestras divinas operaciones, y con la eficacia de vuestros siete dones defendéis a vuestros devotos del poder de los siete espíritus malignos, y los eleváis en la senda de la perfección; defendedme a mí también de los lazos del mundo, demonio y carne. Desbastad, divino Espíritu, con el fuego de vuestros encendidos rayos, el peso de mis pecados que me arrastran hacia el abismo. Santificadme con vuestros siete dones; dadme alientos para volar como paloma hacia el cielo y defendedme de las asechanzas del dragón inmundo, que, con sus siete cabezas, quiere devorarme y encadenar mi alma para hacerme difícil la observancia de la divina ley e imposible el cumplimiento de los diez mandamientos, sin lo cual nadie puede llegar al cielo. Amén.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.


ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA


Oh Virgen Santísima, mi augusta y dolorida Madre, Esposa de Dios Espíritu Santo: por los siete dolores que padecisteis alcanzadme de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones para poder triunfar de los siete espíritus del mal, que no cesan de perseguirme. Haced, oh Madre mía, que el divino Espíritu, disipe con el calor de sus rayos, el fuego de mis pasiones, que me detienen sin medrar en el camino de mi salvación. Sí, Madre atribulada al pie de la Cruz, renovad en mí a cada instante el recuerdo de vuestros siete dolores y alcanzadme por vuestros méritos la asistencia del Espíritu Santo para hacerme sufrido y resignado en mis penas y que me sirvan de estímulo para merecer el cielo. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





NOVENO DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN, ETC., COMO EL PRIMER DÍA.



Consuelo en la aflicción.



CONSIDERACIÓN.


Considera, alma cristiana, cuál sea la excelencia de los dones del Espíritu Santo, por medio de los cuales nos inclinamos a la práctica de todas las virtudes, de un modo tan fácil y agradable, que desde esta vida experimentamos el principio de dicha de los bienaventurados. Los actos de virtud de esa manera ascienden, y los llama Santo Tomás, actos beatíficos o que comprenden las bienaventuranzas. Estas, que San Mateo hace llegar a ocho, Santo Tomás, San Agustín, San Antonino y algunos concilios las reducen a compendio o número de siete, cuantos son los dones del Espíritu Santo. Pondera bien la dicha dé los justos o bienaventurados ya en esta vida, y el gusto con que sufren por Dios los trabajos que Él envía: las Privaciones, el calor, la sed el hambre, las persecuciones y las penas que ellos mismos se imponen para seguir la senda de la gloria, como San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa y tantos otros, que le piden al Señor más trabajos, o padecer o morir; mientras que los menos virtuosos y los mundanos se afligen y se les hacen insoportables aún las más ligeras y triviales penas.



PUNTO SEGUNDO.


Pondera, cristiano carísimo, con qué constancia el pobre labrador trabaja y sufre los rigores del sol, del frío y del cansancio para ver luego reverdecer sus campos con lozanas mieses, objetivo de sus legítimas esperanzas; contento va al trabajo y cantando vuelve de él; saborea gustoso el bocado de frugal cena, en su humilde, pero risueña choza; se acuesta en el duro suelo y duerme como un santo. Mas esto no es sino un pálido reflejo de la dicha del justo, que trabaja, sufre y alaba a Dios en medio de las cruces y pesadumbres de la vida, y lleno de amor y de esperanzas porque experimenta el influjo benéfico de las bienaventuranzas. Viniendo a suceder que sus actos de virtud no sólo son meritorios sino que también en ellos experimenta ya el principio de la recompensa, como el mismo Santo Tomás lo consigna.



PUNTO TERCERO


Hemos contemplado, piadoso cristiano, como resultado de los siete dones, los auxilios virtudes y bienaventuranzas para el justo. Mas a todos esos bienes debemos añadir otros como último triunfo en la vida presente. Glorioso es el fruto de los buenos trabajos, dice el Espíritu Santo Y en verdad, mientras el labrador cultiva sus campos con la perspectiva de lograr su recompensa, esa no la obtiene sino hasta que recoge sus frutos. De un modo parecido, los frutos del Espíritu Santo son el epílogo y colmo de todas las gracias que Él nos ha concedido. Y en esto se diferencian los frutos del Espíritu Santo, de las bienaventuranzas, y en que aquéllos resultan en mayor número. Los frutos del Espíritu Santo, dice San Pablo, son la caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad. Considera estos frutos cómo el complementó de la gracia que en este mundo se alcanza. Por medio de ella han triunfado los mártires y alabaron a Dios en medio de los más atroces tormentos, y por medio de ella el justo se habitúa en el amor perfecto de Dios de tal suerte que ni las cárceles, persecuciones, ni suplicios son capaces de separamos de su amor, como decía el mismo apóstol. ¡Considera, por fin, cristiano, cuál sea la eficacia del amor y devoción al Espíritu Santo y lo mucho que te importa alcanzar sus dones, y sus frutos para que pertenezcas al número de los bienaventurados allá en el cielo!



ORACIÓN:

¡Oh divino y paráclito Espíritu! Gracias infinitas os tributamos; os alabamos y bendecimos por habernos permitido terminar esta Novena dedicada a honor y gloria vuestra y provecho de nuestras almas. Dignaos, os suplicamos, por intercesión de vuestra purísima Esposa y Madre del divino Verbo, concedernos el favor de vuestros siete dones para que practiquemos las virtudes cristianas, alcancemos las bienaventuranzas y los frutos de vuestro divino Ser y nos inscribáis en el número de vuestros santos y elegidos. ¡Concedednos vuestra gracia, para que siempre os amemos y veneremos como a la tercera persona de la Trinidad Beatísima y os proclamemos igual al Padre y al Hijo, de cuyo mutuo amor procedéis, con igualdad perfecta de atributos!

No permitáis, oh Dios Espíritu Santo, que jamás nosotros, ni nuestros prójimos provoquemos la ira de la divina justicia contra aquellos que os blasfeman, que desesperan o se jactan de salvarse sin buenas obras porque sois bueno, o se obstinan en el error, envidian los bienes espirituales del prójimo o se hacen impenitentes hasta la muerte, contra los cuales recae aquel anatema tan terrible del Hijo de Dios. ¡Ah! cuánto de temer es que Dios castigue hoy al mundo, por tantos extraviados que impugnan las verdades divinas para pecar con mayor desenfreno y libertad, lo que es también gravísimo pecado contra el Espíritu Santo. Salvad, divino Espíritu, al mundo; difundid un rayo de vuestra divina luz sobre los incrédulos y sus prosélitos, que tan ciega y tenazmente impugnan la verdad revelada, persiguen a la Iglesia, extravían sus almas, roban su patrimonio y aprisionan al Vicario de Jesucristo! Asistid, Dios Espíritu Santo, al Sumo Pontífice defendedle de sus enemigos, á El y a todos los Obispos y sacerdotes, y concededles vuestros dones en abundancia para que triunfe la Santa Iglesia, la gobiernen con acierto y se salven las almas en el mundo entero. Amén.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.


ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


¡Oh Emperatriz soberana de los cielos, Reina del Universo y sacratísima Esposa de Dios Espíritu Santo! Por el misterio augusto de vuestra Concepción Inmaculada, alcanzadnos de vuestro divino Esposo, los dones, frutos y demás gracias, que necesitamos para salvarnos. ¡Compadeceos, oh Madre de misericordia, de la ceguedad y temeridad de los hombres de la época actual, que tanto se obstinan en el error, combaten la verdad revelada, se ensañan contra la Iglesia y con sus pecados contra el Espíritu Santo, provocan la ira de Dios! Unos pierden la fe ilusionados por las ciencias modernas y fementidas, otros pierden la esperanza y se suicidan locamente; mientras que un gran número de extraviados se entrega a los vicios más detestables y mueren en la impenitencia final! Apiadaos, pues, Esposa y Madre divina, de tantos males, salvad el mundo con vuestros ruegos, convertid a los pecadores. Rogad por el Romano Pontífice, hoy día tan afligido, por los que persiguen a la Iglesia y se condenan miserablemente. Interceded, Virgen Santísima, eficazmente ante la Santísima Trinidad y pronto nos venga el remedio que tanto necesitamos! Amé.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!




VENI CREATOR
HIMNO

Ven, Creador Espíritu,
Visita nuestras almas,
Llenando a tus criaturas
De gracia celestial.
Consolador benéfico,
Del Altísimo dádiva,
Viva fuente, amor, fuego,
Y unción espiritual.
De la paterna mano
Promesa soberana,
Los labios enriqueces
Con ciencia de verdad.
Ilustra los sentidos,
De amor el pecho inflama,
Fortaleciendo el cuerpo
Con virtud perennal.
Ahuyenta al enemigo
Y paz infunde al alma:
Siendo Tú nuestro guia
Huiremos todo mal.
Logremos por ti al Padre
Y al Hijo venerar
Y á ti, de ambos Espíritu,
Creer en toda edad.
A Dios Padre la gloria
Y al Hijo sea dada,
Y al Paráclito Espíritu
Por Una eternidad. —Amén.


POR: MONSEÑOR GAUME







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