martes, 25 de marzo de 2025

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR - SOLEMNIDAD - 25 DE MARZO.

 



La fiesta de la Anunciación es muy antigua y siempre ha sido considerada una de las más grandes.

En tiempos de San Agustín, como él mismo afirma, ya estaba fijado el 25 de marzo.

El X Concilio de Toledo, en el año 656, llama a la solemnidad de este día “la fiesta por excelencia de la Madre de Dios, la gran fiesta de la Virgen”.

Por coincidir esta solemnidad con el momento de la Pasión, la iglesia de Toledo la fijó el 18 de diciembre y la de Milán el domingo anterior a Navidad.

Pero como la Iglesia romana, en el siglo IX, la colocó en su propio día, fue imitada por las demás.

La fiesta de la Anunciación del Ángel a la Virgen María se celebra desde el siglo V en Oriente y desde el siglo VI en Occidente, nueve meses antes de Navidad, y se traslada cuando coincide con Semana Santa o en domingo.

 



 

LA FIESTA

 

Hoy celebramos la fiesta establecida para el 25 de marzo.  Celebramos el misterio de la encarnación de Jesús. El Arcángel Gabriel va a Nazaret y, ante la Virgen María, le manifiesta el deseo de Dios: que por obra y gracia divina se convierta en la madre del Salvador. María, aunque no comprendía la profundidad del misterio, se declaró totalmente dedicada a cumplir la voluntad del Señor.

 

María era una joven sencilla, comprometida con José, un carpintero del linaje de la casa de David. María quedó turbada al recibir el aviso del ángel de que había sido elegida para dar a luz al Hijo de Dios, a quien debería llamar Jesús, y que Él había sido enviado para salvar a la Humanidad y cuyo Reino sería eterno.

 

Con su sí, María aceptó la dignidad y el honor de la maternidad divina, pero al mismo tiempo también los sufrimientos y los sacrificios que a ella iban ligados. Ella se declaró dispuesta a cumplir la voluntad de Dios en todo, como su sierva.

Por eso la fecha de hoy marca y celebra este acontecimiento, que es uno de los misterios más sublimes e importantes de la historia del hombre sobre la Tierra: la llegada del Mesías, profetizado siglos antes, varias veces.

 

 


ILUMINACIÓN BÍBLICA EN NUESTRAS VIDAS

 

Ante la grandeza del misterio de la divina encarnación, nuestra reacción es de admiración y de fe.

 

Esto se ve respaldado por el pasaje de la Anunciación según Lucas 1:36-38: «También Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es el sexto mes para ella, que se decía que era estéril. Porque nada es imposible para Dios. Entonces María dijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Estas palabras del ángel Gabriel nos llevan mucho más allá de la razón.

La señal divina que fue dada es el milagro realizado en Isabel.

 

¡Arrodillémonos ante Dios, ante su misterio, y demos gracias por el sí de María! Y con Ella, con nuestra Madre divina, tengamos el coraje y la confianza de decir también sí al proyecto del Padre.

 

 


 

Lucas 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José. El nombre de la virgen era María. Y llegando a donde estaba ella, dijo: ¡Salve, llena eres de gracia! El Señor es contigo. Ella se turbó por sus palabras y se preguntaba qué clase de saludo sería este. El ángel le dijo: «María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y concebirás, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su padre David. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, siendo virgen? El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo cual también el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios. 36 Y tu parienta Elisabet también ha concebido un hijo en su vejez, y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril. Porque nada hay imposible para Dios». Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra.

 


Dios, Padre santo,

que en tu benigna providencia

quisiste que tu Verbo tomara

verdadera carne humana

en el seno de la Virgen María,

concédenos que,

celebrando a nuestro Redentor

como verdadero Dios y verdadero hombre,

merezcamos también participar de su naturaleza divina.

Por nuestro Señor Jesucristo,

tu Hijo,

que es Dios contigo

en la unidad del Espíritu Santo.

 

 


 

Señor, Padre santo,

Dios todopoderoso y eterno,

es en verdad nuestro deber y

nuestra salvación darte gracias

siempre y en todo lugar,

por Cristo nuestro Señor.

 

Por la Anunciación del mensajero celestial,

la Virgen Inmaculada acogió con fe tu Palabra

y por la acción admirable del Espíritu Santo

llevó en su seno con amor inefable

al Primogénito de la nueva humanidad,

venido a cumplir las promesas hechas a Israel

y a revelarse al mundo como esperanza de todos los pueblos.

Por eso, con los Ángeles,

que adoran tu majestad y exultan eternamente en tu presencia,

proclamamos tu gloria,

cantando a una sola voz:

Santo, Santo, Santo...

 

 


 

SEÑOR,

GRACIAS POR VENIR AL MUNDO A SALVARNOS.

 

SEÑOR,

GRACIAS POR ELEGIR A MARÍA COMO VUESTRA MADRE Y NUESTRA.

 

SEÑOR,

GRACIAS POR LA IGLESIA QUE COMIENZA A NACER HOY EN EL VIENTRE DE MARÍA.

 

QUE VUESTRA IGLESIA CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA,

QUE NACIO DESDE QUE VINISTE AL MUNDO,

QUE, CON TU FUERZA,

SEA LUZ Y PODER EN ESTE MUNDO RODEADO

DE TINIEBLAS Y FALSOS PROFETAS Y FALSAS IGLESIAS.




viernes, 21 de marzo de 2025

MES DE MARZO EN HONOR A SAN JOSÉ - DÍA DUODÉCIMO.

 



PREPARACIÓN PARA CONSAGRARSE COMO ESCLAVO DE CONFIANZA AL CASTO CORAZÓN DE SAN JOSÉ

 

   La verdadera devoción a San José consiste esencialmente en la confianza ilimitada en la intercesión de este Santo Varón, en la imitación de sus virtudes y en el amor filial que se le profese. Ser su devoto quiere decir tratar de amar al Padre Celestial como él lo hizo; y poner la vida, los bienes y todos los actos del día bajo su paternal patrocinio.

 

   Los que quieran ser fieles devotos del Padre Protector de la Iglesia, y verdaderos servidores de su culto, deben consagrarse a él como sus esclavos. Pero como se ama lo que se conoce, es fundamental para esta alianza admirarse con su vida a través de la Vida y Mes del glorioso patriarca San José que escribiera el Padre Antonio Casimiro Magnat, incluido a continuación.

 

   La esclavitud del santo exige recitar una fórmula que indica la dedicación de la vida entera al servicio de su piedad. Significa alabar al benditísimo Patriarca desde que aparece la primera luz del día hasta que se va al lecho, para lo cual, también el último día de este mes, entregaremos una pequeño Devocionario Josefino con las oraciones del cristiano al amparo de San José.

 

   Quienes deseen manifestarse como verdaderos devotos del Castísimo Esposo de Nuestra Santa Madre, deben luchar por ser almas de oración que frecuenten los sacramentos, amantes del silencio, la pureza, modestia y humildad, tener una encendida caridad y una vida que se realice en la laboriosidad y el ocultamiento. Y para alcanzar tan altas aspiraciones, es que a él recurriremos diciendo cada día en el Acordaos: “que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo”.

 

ACTO DE CONTRICIÓN


   ¡Oh, Dios Omnipotente!, arrepentido por las muchas culpas que he cometido contra vuestra divina majestad, vengo a solicitar de vuestra misericordia infinita generoso perdón. Por la valiosa intercesión del Santísimo Patriarca Señor San José os suplico humildemente que me concedáis nuevas gracias para serviros y amaros, a fin de que después de haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.



DÍA DUODÉCIMO — 12 DE MARZO

 

CATECISMO DE SAN JOSÉ

 

15- ¿Se puede decir que fue un verdadero matrimonio el de San José y María?

 

Aunque San José y la augusta María hicieron votos de perpetua virginidad, no es menos cierto que hubo entre ellos un verdadero matrimonio. En efecto, se dice en las Santas Escrituras, que José era el esposo de María, de quien nació Jesucristo; luego es evidente que por estas palabras ha querido revelarnos el Espíritu Santo, y en efecto nos revela, que hubo un perfecto casamiento entre José y María. Todos los teólogos, dice Francisco Suárez, expresan que esta verdad es de fe y la Iglesia la enseña como tal, lo mismo que todos los doctores [1]. Luego debemos creer y podemos decir con toda certidumbre, que la unión de José y María ha sido un verdadero matrimonio, y por consiguiente que estos dos esposos se pertenecían mutuamente el uno al otro. Sin embargo, digamos que este matrimonio ha sido virginal en la promesa, virginal en el amor, virginal en la paternidad.

 

[1] La doctrina de la Iglesia respecto la certeza de este matrimonio verdadero es tan terminante y formal, que ha querido instituir una fiesta para perpetuar la conmemoración. Establecida desde luego en la iglesia de Chartres en Francia, al principio del siglo décimo quinto, esta fiesta fue después autorizada por algunas órdenes religiosas y particularmente en la de los franciscanos y dominicos, y poco después en los Estados de la Iglesia y en algunas otras provincias. Los dominicos fueron los que añadieron un oficio nuevo y obtuvieron permiso del Papa Pablo III que se celebrase con mucha solemnidad y fijándola el 23 de Enero, en cuyo día celebra aún casi toda la Iglesia [salvo en España, donde se celebra el 26 de Noviembre].

 

GRANDEZA DE SAN JOSÉ COMO JEFE DE LA SANTA FAMILIA.


Hemos considerado las grandezas de San José como padre de Jesús y como esposo de María. Estas reflexiones han debido convencernos, sin duda, de la gran santidad de José y de la gran confianza que debemos tener en él. Pero no nos detengamos aquí, al contrario, vayamos más lejos y, consideremos hoy a San José bajo el punto de vista de otra de sus excelsas dignidades, es decir, como jefe de la Santa Familia que no fue enteramente divina ni enteramente humana, pero que participaba de ambas, por cuya razón se la llamó, con justo título, Trinidad de la tierra.

 

Escogida particularmente por Dios una de las naciones que habitaba la tierra para que fuera su pueblo predilecto, quiso tener entre este pueblo una familia, donde se cumpliera la grande obra que su sabiduría había resuelto en la eternidad, que el poder de su brazo debía ejecutar en la plenitud de los tiempos, y en la que debía manifestarse igualmente. ¿Pero quién formará esta familia privilegiada del Altísimo?… ¡Pues bien! Será José, serán Jesús y María las dos obras admirables de la omnipotencia divina: y será José el escogido para ser el jefe.

 

Sí, almas cristianas, José es, en efecto, a quien se dirigen los embajadores del Cielo; a él es a quien comunican los Ángeles las órdenes de Dios; a él es a quien el Señor se comunica en sueños, para advertirle salve a su hijo de la crueldad de Herodes; a él es a quien se declara el nombre que se debe dar a este divino Niño; en una palabra, Dios le trata siempre como el jefe de la Santa Familia. Ya veis, almas cristianas, cómo José es verdaderamente jefe de la Santa Familia, y cómo estuvo predestinado de toda la eternidad, y cómo, por consecuencia, manda en Jesús y María. Ahora bien, examinad atentamente, y ved si hay alguna cosa en la tierra que pueda compararse con esta sublime dignidad de José. Es verdad que el mundo mide el poder por los súbditos; pero no debemos imitarle, por el contrario, nosotros debemos medirle por la dignidad de los súbditos; ahora bien, bajo este título, para nosotros los cristianos y a los ojos de la fe, no hay diadema en el mundo, cualquiera que sea el título, número y calidad de los súbditos, cuyo brillo no quede oscurecido ante la sublime soberanía de José. Esta familia es pequeña, en cuanto al número; pero es sublime es, incomparablemente grande, por las personas que la componen, puesto que son las dos maravillas de la omnipotencia de Dios. Los reyes mandan a muchos millones de hombres, y José no manda más que a una madre y su hijo; pero esta Madre es María, y este hijo es Jesús.

 

Jesús y María, he aquí las dos personas a quienes manda José. Manda a Jesús, porque Jesús es verdaderamente el hijo de María su esposa, y también porque Jesús es su propio hijo, no por naturaleza, sino por ternura, adopción y por amor. José manda también a María, porque María es su esposa y que como tal, es su jefe según las Escrituras, y también porque Dios ha querido desde el principio del mundo que la mujer estuviera sometida al hombre. Pero si, como llevamos dicho, Jesús es el Rey de los reyes y María la Reina del cielo y de la tierra; si Jesús y María son, en una palabra, las dos maravillas de la omnipotencia divina, ¡comprended si podéis, almas cristianas, a qué gloria, a qué dignidad fue elevado San José como jefe de la Santa Familia!

 

Hemos dicho que la Santa Familia de la que José fue constituido jefe sobre la tierra, era una Trinidad que no era ni enteramente divina, ni enteramente humana, pero que participaba de ambas; y ved en efecto cómo estas tres augustas personas Jesús, María y José, nos representan admirablemente las perfecciones divinas y el amor indisoluble de las tres personas adorables de la Trinidad celestial y eterna.

 

Contemplemos en la Trinidad increada, unidad de esencia en tres personas Padre, Hijo y Espíritu Santo y en esta unión, una admirable identidad de pensamientos, existen entre ellas; y esto es lo que nos ha puesto en la grata obligación de trazar algunos rasgos de Jesús y María, al hablar de José que no podemos separar de ellos sin quitarle las más bellas flores de su corona.

 

Que esta consideración que acabamos de hacer, despierte fuertemente en nosotros, almas cristianas, la confianza que debemos tener en San José y los sentimientos de fe y de amor que debemos tener hacia la augusta Trinidad de la tierra. Rendid humildemente vuestros frecuentes homenajes a la adorable Trinidad en el cielo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; pero honrad también a la Trinidad santa que ha habitado entre nosotros en la tierra, a Jesús, María y José. Erigid en vuestro corazón una cuna a Jesús, a cuyo alrededor invitéis a María y a José; o mejor aún hacedle un templo con tres altares, o bien un monte de pureza, sobre el cual levantéis tres tabernáculos; el primero dedicado a Jesús; el segundo, a María, y el tercero, a José; y si queréis que establezcan en ellos su morada, adornad estos tabernáculos según el consejo del devoto San Bernardo, adornadlos de mortificación, de justicia y de piedad, de mortificación respecto de vosotros mismos, usando sobriamente de los bienes y placeres de la vida presente, de justicia para con el prójimo, dando a cada uno lo que se le debe, según su condición, y de piedad para con Dios, haciendo fervorosamente cuanto interesa a su gloria.

 

COLOQUIO


SAN JOSÉ: Acabas de meditar, hija mía, sobre el grande honor que Dios ha querido hacerme al designarme como jefe de la Santa Familia. Has visto que en el interior de nuestra habitación reinaba todo el orden, el trabajo, el recogimiento y la oración. ¡Oh! sí puedo decirte, porque fue cierto, que mi casa de Nazaret fue y será siempre el modelo de todas las familias cristianas. Pero, ¿sabes por qué éramos tan felices Jesús, María y yo, en medio de nuestra pobreza, nuestro destierro y nuestros trabajos? Pues bien; porque en todo y por todo nos resignábamos los tres a la santa voluntad de Dios; Jesús se resignaba con la voluntad de su Padre, y lo probó más adelante cuando dijo: «Padre mío, apartad de mí este cáliz; pero, sobre todo, hágase vuestra voluntad y no la mía».

 

Jesús obedecía también a María y a mí; y se resignaba, él que era la verdad y la sabiduría increada, a someterse a nosotros dos, que éramos sus criaturas. María me obedecía; aunque muy superior a mí en méritos y en gracias, se resignaba a considerarme como a su jefe y señor. En cuanto a mí, hija mía, aunque jefe de la familia, sólo hacia la voluntad de Jesús y de María; y cuando llegó la hora de mi muerte, me resigné a dejar a Jesús y a María. ¡Oh, hija mía! La voluntad de Dios, en esto consiste la perfección del hombre. Cuanto más unido se está a la voluntad de Dios, mayor es el amor que se le tiene. Las mortificaciones, las meditaciones, las comuniones, las obras de caridad para con el prójimo agradan a Dios, pero es cuando se hacen en vista de su voluntad: si estas obras, por santas que sean, son obras del amor propio, las aborrece y castiga. Dios exige, hija mía, la sumisión de la voluntad humana a la suya; prefiere la obediencia al sacrificio, y su voluntad es la regla de las acciones del hombre y de todas las virtudes; ella lo santifica todo, hasta las acciones más indiferentes, con tal que se hagan por agradarle «La voluntad de Dios, dice el Apóstol, he aquí vuestra santificación».

 

EL ALMA: ¡Oh! bienaventurado padre mío, qué gran medio de salvación acabáis de indicarme; haciéndome conocer que la voluntad es el lazo de perfección.

  

SAN JOSÉ: Todos los santos, hija mía, no han tenido otro anhelo que el de hacer la voluntad de Dios, porque comprendían que en esto consiste la perfección. La dicha de los Ángeles en el Cielo consiste en ejecutar prontamente las órdenes de su Creador. Jesucristo enseña a los hombres a imitarle cuando les dice que pidan «se haga la voluntad de Dios así en la tierra como en el cielo». El Señor llama a David hombre según su corazón, porque estaba siempre pronto a cumplir la voluntad divina, como lo decía frecuentemente: «Mi corazón está pronto, ¡oh Dios mío! Enseñadme a hacer vuestra voluntad, porque sois mi Dios».

 

EL ALMA: Padre mío, se toma sincera y fácilmente la resolución de someterse a la voluntad divina; pero hay ocasiones en la vida en las que esta virtud es difícil de practicar.

  

SAN JOSÉ: Sé, hija mía, que la mayor parte de los hombres se conforman de buen grado con la voluntad de Dios en la prosperidad; más en cuanto el viento de la adversidad sopla sobre ellos, se rebelan y murmuran. Es una locura, porque sufren doblemente y sin ningún mérito, puesto que, ya se sometan o no, la voluntad de Dios se cumplirá siempre. Que ese enfermo dé alaridos atormentado por sus dolores; que ese pobre, sumido en la miseria, se queje de Dios, que rabie, que blasfeme, ¿puede conseguir otra cosa que redoblar sus sufrimientos? ¡Oh! ¡Cuán grande es la locura de los que no quieren someterse a la voluntad de Dios! ¡De cuántos consuelos se privan y cuántos méritos pierden por su culpa!… Nadie ama a los hombres más que Dios; debes persuadirte que sólo obra por su bien, y que con frecuencia los acontecimientos que les parecen grandes desgracias, son favores especiales que Dio misericordioso les hace.

 

EL ALMA: ¡Ay glorioso Padre mío!, yo me digo con frecuencia estas verdades, pero me falta la paciencia; sólo he tenido pesares desde que estoy en el mundo, y por más medios que pongo, nada me sale bien.

  

SAN JOSÉ: Lo crees así, hija mía, porque quizás piensas demasiado, en tus intereses temporales y haces poco caso de los eternos; ahora bien, tu buen padre que te ama más que tú te amas a ti misma, te da lo que necesitas para llegará la bienaventuranza final. ¿Y dónde hallarás un amigo que cuide más de tus intereses que él? Ya se le comparé al buen pastor que va a buscar la oveja extraviada; y a una madre que no puede olvidará su hijo; o a una gallina que ampara sus polluelos bajo las alas. ¿Y por qué no te entregas, hija mía, con entera confianza a la voluntad de este Padre misericordioso, de este poderoso protector? Gozarías entonces de una paz perpetua. El Apóstol San Pablo dice que todo contribuye al bienestar de los que aman a Dios, y tiene razón, porque los males más crueles de la vida, se vuelven en beneficio de los que los aceptan con sumisión, y el hombre se ve muchas veces obligado a confesar que lo mismo que le parecía el colmo de la desgracia, ha sido para él una fuente de prosperidad aún en este mundo.

 

RESOLUCIÓN: Resignarse en todas las cosas a la santa voluntad de Dios y no querer más que lo que Dios quiere. Elevar frecuentemente el corazón A Dios y decirle como el Profeta: «Mi corazón está pronto, Dios mío: Enseñadme a cumplir vuestra voluntad, porque sois mi Dios».


martes, 11 de marzo de 2025

MES DE MARZO EN HONOR A SAN JOSÉ - DÍA UNDÉCIMO.

 



PREPARACIÓN PARA CONSAGRARSE COMO ESCLAVO DE CONFIANZA AL CASTO CORAZÓN DE SAN JOSÉ

 

   La verdadera devoción a San José consiste esencialmente en la confianza ilimitada en la intercesión de este Santo Varón, en la imitación de sus virtudes y en el amor filial que se le profese. Ser su devoto quiere decir tratar de amar al Padre Celestial como él lo hizo; y poner la vida, los bienes y todos los actos del día bajo su paternal patrocinio.

 

   Los que quieran ser fieles devotos del Padre Protector de la Iglesia, y verdaderos servidores de su culto, deben consagrarse a él como sus esclavos. Pero como se ama lo que se conoce, es fundamental para esta alianza admirarse con su vida a través de la Vida y Mes del glorioso patriarca San José que escribiera el Padre Antonio Casimiro Magnat, incluido a continuación.

 

   La esclavitud del santo exige recitar una fórmula que indica la dedicación de la vida entera al servicio de su piedad. Significa alabar al benditísimo Patriarca desde que aparece la primera luz del día hasta que se va al lecho, para lo cual, también el último día de este mes, entregaremos una pequeño Devocionario Josefino con las oraciones del cristiano al amparo de San José.

 

   Quienes deseen manifestarse como verdaderos devotos del Castísimo Esposo de Nuestra Santa Madre, deben luchar por ser almas de oración que frecuenten los sacramentos, amantes del silencio, la pureza, modestia y humildad, tener una encendida caridad y una vida que se realice en la laboriosidad y el ocultamiento. Y para alcanzar tan altas aspiraciones, es que a él recurriremos diciendo cada día en el Acordaos: “que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo”.

 

ACTO DE CONTRICIÓN


   ¡Oh, Dios Omnipotente!, arrepentido por las muchas culpas que he cometido contra vuestra divina majestad, vengo a solicitar de vuestra misericordia infinita generoso perdón. Por la valiosa intercesión del Santísimo Patriarca Señor San José os suplico humildemente que me concedáis nuevas gracias para serviros y amaros, a fin de que después de haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.




DÍA UNDÉCIMO — 11 DE MARZO


 

CATECISMO DE SAN JOSÉ



12- ¿Cómo fue designado visiblemente José a los sacerdotes, para ser esposo de María?

 

Hallándose los sacerdotes embarazados para la elección, a consecuencia de los numerosos pretendientes, recurrieron la oración, y el Cielo les respondió con una inspiración: esta decía, que todos los jóvenes debían tener en sus manos varas secas, y aquel cuya vara floreciese sería elegido. La orden fue ejecutada, y puestos todos en oración, la vara de José floreció en sus manos, y una blanca paloma vino a colocarse en su cabeza. Convencidos por este milagro de los designios de Dios sobre San José, los sacerdotes enviaron a buscar a la joven María, que sólo consintió en ese enlace por obediencia: la noticia del milagro debió causar en ella una grande alegría, porque pensó que, ya que el Cielo le enviaba tan visiblemente a San José por esposo, el Cielo sabría inspirar respeto a su voto de virginidad, y hacerle solamente un custodio y un apoyo para ella.

    

Los sacerdotes procedieron en seguida a la ceremonia, que se hizo conforme la Ley exigía y según la costumbre de la nación. José puso un anillo en el dedo de la joven Virgen, como prenda de fidelidad conyugal que le prometía, recibiendo una recíproca promesa en la aceptación que ella hizo.

 

13- ¿Qué juicio formaremos del anillo que San José dio a María, con motivo de su casamiento?

 

La Iglesia nada ha decidido respecto de esta preciosa reliquia. Diremos tan solo que ciertos autores, cuya autoridad debemos respetar, dicen que San José puso en el dedo de María un anillo formado de una piedra de amatista, símbolo de la fidelidad virginal; que este anillo existe aún, y se conserva cuidadosamente en Perusa de Italia, en la Basílica de San Lorenzo, siendo tal su antigüedad, que impide discernir de qué materia sea. Benedicto XIV, exponiendo en uno de sus escritos el origen de la fiesta de los desposorios de San José con María, habla también de este anillo, que se conserva en Perusa como el que fue entregado a María por San José en el momento que la tomó por esposa, y sin decidir nada acerca de esta tradición, levanta con fuerza su voz contra la crítica amarga de un protestante que condena orgullosamente la devoción del pueblo a esta reliquia.

 

El Papa Urbano VIII compara este anillo a un doble arco iris que rodea a Perusa haciendo de ella un fuerte baluarte para defenderla de los peligros y del furor del infierno.

 

14- ¿Qué más se dice de este anillo nupcial?

 

El anillo dado por San José a la augusta María, prenda preciosa de la alianza más afortunada, fue traído en el siglo X a Italia por un judío de Jerusalén, que le dio con otras alhajas a la condesa Judit, esposa de un poderoso señor llamado Hugo de Tuscia. El judío entregó el anillo de María con las otras alhajas a Ainerio de Clusio, intendente de la condesa: mas éste no entregó esta reliquia a Judit, guardándola como un objeto precioso, pero sin honrarla con la reverencia debida. Diez años después, su hijo único le fue arrebatado por una enfermedad repentina; y cuando le iban a bajar al sepulcro, despertándose como de un profundo letargo, en medio de la multitud admirada, se levanta, descubre la falta cometida por su padre, revelando la existencia del tesoro, y al concluir su relato, se envuelve en el lienzo mortuorio, y se duerme el sueño de la muerte. El desgraciado Ainerio, fuera de sí mismo, confiesa su crimen, entrega el sagrado depósito, que con este suceso se granjeó la veneración de los fieles.

  

Algunos años después, se dice que una princesa de sangre real llamada Gualdrada, tuvo la temeridad de probarse el anillo bendito de la santísima Virgen, y al retirarle de su dedo se le secó éste, siendo inútiles todos los remedios para curarle; algún tiempo después, el anillo nupcial de San José pasó a poder de los habitantes de Perusa, a cuya ciudad fue, en fin, otorgado solemnemente por el Papa Urbano VIII, en el año de 1486, después de largos y terribles debates que para ello mediaron.

 

GRANDEZA DE SAN JOSÉ COMO PADRE DE JESÚS.


Puesto que San José fue verdaderamente esposo de María, de la que nació Jesucristo, se deduce que este gran Santo debió ser mirado como padre del Salvador. Y en efecto, María misma se complace en darle este bello título cuando halló al Salvador en el templo. «Hijo mío, dijo a Jesús, ¿por qué habéis hecho esto con nosotros? Vuestro padre y yo os buscábamos traspasados de dolor». Pero si José es padre de Jesús, ¿quién podrá explicarnos lo grande y sublime de la dignidad de este santo Patriarca, considerado así? Examinemos con los ojos de la fe esta dignidad, y veremos que nada hay en el mundo que pueda comparársela, y que por consecuencia la grandeza de José como padre de Jesús es superior a todas las grandezas [1].

 

Cuando los judíos se apercibieron de qué Jesús comenzaba a hacer milagros, decían entre sí con desprecio: «¿No es este el hijo de José el menestral? ¿Non ne est hic fabri fílius: Éste no es el hijo del carpintero?». Sí, sin duda, exclama San Pedro Crisólogo, «es el hijo de un artesano: ¿pero queréis saber de qué artesano? Voy a enseñároslo, continúa este gran santo; este que veis, es hijo de ese gran artesano que ha fabricado el mundo, no con el martillo, sino con una orden de su voluntad, non férreo sed præcépto: No lo fuerzo, sino que lo ordeno. Es el hijo de ese artesano que ha combinado los elementos, no por un efecto de ingenio, sino por un simple mandato, non ingénio sed jusióne: No por genio sino por juicio. Este es el hijo de ese artesano que encendió la antorcha del día en la bóveda celeste, no con un fuego terrestre, sino por un calor superior, non terréno igne sed supérno: no con fuego terrenal sino con fuego celestial. Es, en fin, el hijo de ese artesano que con una sola palabra hizo salir el universo de la nada, cuncta fecit est níhilo: Él hizo todo de la nada.  Sí, cierto, tenéis razón, responde un ilustre doctor a San Pedro Crisólogo, el ilustre San Leonardo de Puerto Mauricio; los judíos debieron conocer que Jesús era hijo del gran arquitecto del universo; pero tolerad también para honra y gloria de San José que se diga que Jesús es también hijo de ese pobre carpintero que trabaja en su taller manejando la sierra y el cepillo, y que como tal Jesús es su oficial, y el compañero de sus trabajos. Así que, si Jesús es hijo del gran arquitecto del universo, es también hijo de José el carpintero, de José, uno de los más pobres de Nazaret. Si Jesús estaba presente cuando su Padre celestial se disponía a crear el mundo, también estaba presente en el taller cuando aquel trabajaba. Si Jesús estaba presente cuando su Padre extendía la bóveda de los cielos, cuando su padre José cortaba la madera y la trabajaba, también estaba presente. Si Jesús estaba presente cuando Dios Padre ponía límites al mar, costaba también presente cuando José, su padre, serraba la madera y la cepillaba. Si Jesús estaba presente cuando su Padre celestial suspendía las nubes en el aire, si estaba, en fin, con Él arreglado y ordenándolo todo, también estaba presente cuando José, su padre adoptivo, unía las piezas de madera, las arreglaba con él y confundía sus fatigas con las suyas. Ahora bien, almas piadosas, ¡qué sublime dignidad y qué grandeza la que nos hace aparecer a José como émulo del mismo Dios! ¡Un pobre obrero en madera, émulo de Dios, émulo del arquitecto del mundo!... ¿Pues qué más queréis para proclamar a José soberanamente grande como padre de Jesús?

 

Hay tres cosas, dice Santo Tomás, que Dios no puede hacer más grandes, que son: primero, la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo a causa de su unión hipostática con el Verbo; segundo, la gloria de los elegidos a causa de su objeto principal, que es la esencia infinita de Dios; y tercero, la Madre incomparable de Dios. Pues bien, podemos, nos dice el bienaventurado San Leonardo de Puerto Mauricio, añadir una cuarta, y es que Dios no puede hacer un padre más grande que el padre de un Hijo que es Dios: majórum quam patrem Dei non potest facére Deus. Confesamos, pues, con alegría, que la grandeza de José es superior a todas las grandezas de este mundo.

 

Cierto es que José ninguna parte tuvo en la producción de Jesús, pero no importa; no es menos cierto que fue su padre por la autoridad que el Cielo le había dado y por la solicitud y la ternura que tuvo para con él. Y en efecto, ved almas cristianas, si hay alguna de las funciones del mejor de los padres que no haya sido ejercida gloriosamente por José. ¿Quién fue el que recogió al santo Niño en cuanto nació, y le acostó en el pesebre? José. ¿Por quién fue circuncidado y llamado Jesús? Por José. ¿Quién le llevó en sus brazos al templo para ser rescatado? José. José fue también quien le sustrajo al furor de Herodes, y quien al volver de Egipto le evitó probablemente la persecución de Arquelao, refugiándose en Nazaret. Finalmente, José fue quien le proporcionó durante treinta años, con el trabajo de sus manos y el sudor de su frente, el alimento, vestidos y albergue. ¡Cuántas veces servirían los brazos de José de cuna a aquel divino Niño! ¡Cuántas caricias le prodigaría! ¡Cuántas veces le dio de comer con su propia mano, le vistió, le enseñó a hablar y le ejercitó en el trabajo, y cuando llegó a hacerse hombre le reposó sobre su corazón!…

  

Luego, si José se condujo como padre tan cariñoso, tan solícito para Jesús, ¿cómo debemos pensar que Jesús debió portarse con José? ¡Oh! ¡Seguramente que debió ser para él el mejor de los hijos, manifestándole un respeto, una sumisión, una obediencia perfecta en todas las cosas! Así que, oíd almas cristianas, lo que este pensamiento hace decir a San Bernardo: «¡Oh techos! ¡Oh paredes! exclama este gran Santo, ¡oh bienaventurado recinto que habéis abrigado esta augusta familia y habéis sido testigo de sus trabajos, de sus diversiones y de sus conversaciones ¡Ah! decidnos cuántas veces José para reanimarse en sus fatigas, repetía el dulce nombre de su Jesús, y con qué solicitud acudía éste a él como si le hubiera llamado. ¡Ah! decidnos también con qué modestia y gracia Jesús ayudaba a José, Jesús trabajaba con José, puesto que esta modestia y esta gracia eran tan grandes, que, según la tradición, los habitantes de Nazaret, acudían frecuentemente en tropel para ver trabajar a aquel interesante Niño. Así que, almas cristianas, si José fue para Jesús el mejor de los padres, Jesús fue para José el mejor de los hijos; ahora bien, como este hijo era Dios, juzgad si podéis, cuál sería la grandeza y sublimidad de San José cómo padre de Jesús. ¡Comprended, pues, almas cristianas, si podéis, el honor que Dios Padre hace a este santo Patriarca, dividiendo con él un título que le distingue de las otras dos personas de la santísima Trinidad! ¡Privilegio tan sorprendente que llena de admiración las inteligencias celestiales, y tan sublime, que solo le supera la maternidad divina!

 

[1] Haremos notar aquí que cuando en el curso de esta obra ponemos la dignidad de San José por encima de todas las dignidades divinas y humanas, exceptuamos siempre la dignidad de la Madre de Dios. En el cielo como en la tierra, la más santa, la más augusta de todas las criaturas, es María. Pero después de María, colocamos inmediatamente al glorioso San José

  

COLOQUIO:

 

EL ALMA: Consta en los santos Evangelios, ¡oh glorioso San José!, que Jesucristo ha recomendado la oración; y la oración frecuente, y que Él mismo ha dado el ejemplo, puesto que estaba siempre en oración. Puesto que habéis sido el padre de Jesús, le habéis visto orar con frecuencia, habéis orado todos los días con Él, y Jesús debió hablaros con frecuencia de la oración, nadie mejor que vos y María debe saber lo que es la oración y cómo se debe orar. Instruidme, oh glorioso Padre mío, sobre este asunto, a fin de que en adelante ore mejor y mis súplicas sean más agradables a Dios.

 

SAN JOSÉ: La oración, hija mía, es la elevación del alma a Dios para rendirle sus homenajes y exponerle todas tus necesidades. Ahora bien, como las necesidades del hombre se renuevan a cada momento es necesario que el hombre recurra a cada instante a Aquel que quiere y puede socorrerle. La oración es una llave de oro que abre el cielo, un áncora de salvación para los que están en peligro de naufragar, un tesoro de riquezas para el pobre, un remedio eficaz para el enfermo, un arma poderosa contra los enemigos del hombre que le atacan incesantemente por todas partes para arrastrarle al abismo.

 

EL ALMA: ¿Entonces la oración es de absoluta necesidad?

 

SAN JOSÉ: La oración, hija mía, es de absoluta necesidad y de necesidad de precepto. Jesucristo ha dicho: Hay que orar siempre y nunca cansarse (Lucas, XVIII, 5). Y nota bien, hija mía, las palabras de Jesucristo; no dice: es conveniente, está en el orden; sino que dice: conviene, es necesario, aporte, Y esta necesidad de la oración no se ha contentado con inculcarla Jesucristo, sino que la ha recomendado con sus ejemplos. Porque, como puedes, convencerte por los santos Evangelios, se apartaba con frecuencia de los que le seguían, buscaba los parajes más desiertos para orar, hasta pasaba frecuentemente las noches en oración; no porque necesitara implorar los auxilios del cielo, sino porque el hombre tiene siempre una necesidad urgente de recurrir a la oración, y quería hacerle comprender mejor con su ejemplo la indispensable necesidad. Sí, querida, hija, es menos necesario el pan para la vida del cuerpo, que la oración para la vida eterna. Sin la oración es imposible resistir a las tentaciones, imposible no recaer en el pecado, imposible volver a levantarse si se ha tenido la desgracia de caer en él, imposible por consecuencia alcanzar el Cielo. Y, en efecto, ¿qué es el hombre que no ore? Es un soldado desarmado en medio de innumerables enemigos encarnizados contra él; es un piloto embarcado en una mar borrascosa con un barco sin remos, velas ni timón; es una ciudad cercada por todas partes y cuyas murallas están indefensas. ¡Desgraciada de ti, hija mía, si no oras! Tu pérdida es segura. Pero no sólo la oración es de precepto divino, sino que se la exige al hombre su propia miseria: es verdad que el bautismo ha borrado el pecado original, pero este pecado ha dejado tristes consecuencias, y sin la oración no puede superar ni sus malos pensamientos ni a sus enemigos interiores que le atacan incesantemente. Los Santos Padres se reunieron un día para examinar cuál era el ejercicio más necesario a un cristiano para salvarse, y decidieron que era la oración perseverante; aconsejaron repetir frecuentemente esta súplica: «Señor, ayudadme; apresuraos a socorrerme». Efectivamente; el alma que está bien penetrada de su miseria y que desea ardientemente los auxilios de Dios, está muy cerca de salvarse.

 

RESOLUCIÓN: Orar con mucha frecuencia, y, sobre todo, en todas las necesidades espirituales y corporales. Orar siempre por la intercesión de la Santísima Virgen y de San José.





LETANÍAS DE SAN JOSÉ.

 

Señor, tened piedad de nosotros.

Jesucristo, tened piedad de nosotros.

Señor, tened piedad de nosotros.

 

Jesús, óyenos.

Jesús, acoge nuestras súplicas.

 

Padre celestial, que sois Dios, tened piedad de nosotros.

Hijo redentor del mundo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.

Espíritu Santo, que sois Dios, tened piedad de nosotros.

Santísima Trinidad, un solo Dios, tened piedad de nosotros.

  

Santa María, Madre de Dios, Esposa de San José, ruega por nosotros.

San José, nutricio del Verbo encarnado, ruega por nosotros.

San José, coadjutor del gran consejo, ruega por nosotros.

San José, hombre según el corazón de Dios, ruega por nosotros.

San José, fiel y prudente servidor, ruega por nosotros.

San José, custodio de la virginidad de María, ruega por nosotros.

San José, dotado de gracias superiores, ruega por nosotros.

San José, purísimo en virginidad, ruega por nosotros.

San José, profundísimo en humildad, ruega por nosotros.

San José, altísimo en contemplación, ruega por nosotros.

San José, ardientísimo en caridad, ruega por nosotros.

San José, que habéis sido declarado justo por el Espíritu Santo, ruega por nosotros.

San José, que fuisteis instruido divinamente en el misterio de la Encarnación, ruega por nosotros.

San José, que tuvisteis bajo vuestra protección y vuestra obediencia al Señor de los señores, ruega por nosotros.

San José, que tuvisteis durante tantos años la vida del mismo Dios por regla de la vuestra, ruega por nosotros.

San José, que visteis con María, en las acciones de Jesús, tantos secretos ignorados de los duros hombres, ruega por nosotros.

San José, fidelísimo imitador del gran silencio de Jesús y María, ruega por nosotros.

San José, que fuisteis ignorado de los hombres y conocido sólo de Dios, ruega por nosotros.

San José, que ocupáis el primer puesto entre los Patriarcas, ruega por nosotros.

San José, que habéis muerto santamente en los brazos de Jesús y de María, ruega por nosotros.

San José, que anunciasteis la venida de Cristo a los limbos, ruega por nosotros.

San José, a quien se cree resucitado con Jesucristo, ruega por nosotros.

San José, que habéis sido recompensado en el Cielo con una gloria especialísima, ruega por nosotros.

San José, padre y consolador de los afligidos, ruega por nosotros.

San José, protector de los pecadores arrepentidos, ruega por nosotros.

San José, poderosísimo para socorrernos en los peligros de la vida y en la hora de la muerte, ruega por nosotros.

 

Por vuestra infancia, escúchanos Jesús.

 

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, acoge nuestros ruegos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.

  

Ruega por nosotros, bienaventurado San José.

A fin de que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.

 

ORACION

 

   ¡Oh Dios! cuya bondad y sabiduría son infinitas, y que, al elevar al justo José a la dignidad de esposo de María, le disteis los derechos y autoridad de padre sobre vuestro único Hijo, haced que, imitando el respeto, la sumisión y el cariño que el mismo Jesucristo y su santísima Madre tuvieron a este gran Santo, le veneremos también con piedad filial, a fin de obtener por su intercesión, la gracia de amaros y serviros en este mundo, en espíritu y verdad, para tener la dicha de poseeros.

 

¡Jesús, María y José, os doy mi corazón, mi espíritu y mi vida!

¡Jesús, María y José, asistidme en vida y en mi última agonía!

¡Jesús, María y José, haced que expire en vuestra compañía! (Cien días de indulgencias cada vez que se recite cada una de estas invocaciones. Pío VII, 28 de abril de 1803).

  




MEMORÁRE


   Acordaos, ¡oh castísimo esposo de la Virgen María, San José, mi amable protector!, que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo. Lleno de confianza en vuestro poder, llego a vuestra presencia, y me recomiendo con fervor. ¡Ah! No desdeñéis mis oraciones, oh vos, que ha­béis sido llamado padre del Redentor, sino escu­chadlas con benevolencia, y dignaos recibirlas favo­rablemente. Así sea. (Trescientos días de indulgencias, una vez por día, apli­cables a los difuntos. Breve de Nuestro Santo Padre el Papa León XIII).

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