lunes, 17 de noviembre de 2025

POR FAVOR SANTO PADRE ¡¡¡NO NOS TOQUE A LA VIRGEN MARÍA!!!

 


   Pareciera que, después de haberse impuesto al mundo cristiano la misa protestantizada de Pablo VI, que ya no es sacrificio sino cena; que después de haberse generalizado la noción protestante de misericordia, la cual ya no exige el arrepentimiento del pecador, que sigue en su pecado; que después de haberse alabado a Lutero como «testigo insigne de Cristo y del Evangelio»; pareciera que tengamos ahora que contentarnos con hablar de la Virgen como lo hacen pura y simplemente los protestantes.

 

1º Una mirada protestante sobre la Virgen.

 

   ¿Qué dicen de la Santísima Virgen los protestantes?

Que es mujer, que es madre, que es discípula de su Hijo como los demás.


 ¿Qué dijo Su Santidad Francisco de Ella?

Pues exactamente lo mismo: que es mujer, que es madre, que es discípula; subrayando además que ese, y no otro, es realmente su ser.

 

Un protestante estará totalmente de acuerdo en hablar así de la Virgen María; pero le negará los títulos que todo católico, siguiendo en ello el Magisterio de sus Predecesores –y distinguiéndose así de los protestantes–, ha otorgado a Nuestra Señora:

INMACULADA en su Concepción, MADRE DE DIOS –Los Papas se limitan a llamarla «Madre de su Hijo»–, VIRGEN PERPETUA virginidad que Sus Santidades tampoco mencionan, y que hace de Ella una Mujer y una Madre (ambas con mayúscula) sin parangón ninguno–, CORREDENTORA en cuanto Socia de la obra redentora de Cristo, MEDIADORA UNIVERSAL de todas las gracias, y REINA de cielos y tierra, ABOGADA de los pecadores.

 


¿La Virgen María no es Corredentora?

 

Ignorando –por ecumenismo, podemos suponer– todos estos títulos, se atreven incluso a decir: «María mujer, María madre, SIN OTRO TÍTULO ESENCIAL»que la Virgen no es Corredentora:

«Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. JAMÁS SE PRESENTÓ COMO CORREDENTORA. No, discípula. Y algún Santo Padre dice por ahí que es más digno el discipulado que la maternidad. Cuestiones de teólogos, pero discípula. NUNCA ROBÓ PARA SÍ NADA DE SU HIJO».

 

Evidentemente, la Santísima Virgen nunca pretendió arrogarse los privilegios exclusivos de su Hijo: jamás se atribuyó la divinidad, ni el poder de crear, ni se llamó a sí misma «el Alfa y la Omega»; pero tampoco se la puede rebajar al rango de los demás fieles, a la condición de simple discípula, como si la Virgen María fuese tan sólo una feligresa fervorosa.

 

No es que la Virgen «haya robado para sí nada de su Hijo», sino que es más bien su Hijo quien la hizo partícipe de todas las prerrogativas que El mismo tuvo como Redentor, convirtiéndola en la «Nueva Eva» del «Nuevo Adán». Es Jesucristo mismo quien la hizo Corredentora, asociándola a su obra de la Redención de los hombres; es El quien la hizo Mediadora de todas las gracias, asociándola a su propia Mediación universal; es El quien la hizo Reina y Señora de todo lo creado, otorgándole poder sobre toda la creación, y especialmente sobre el reino de las almas, de las cuales Ella es Madre por voluntad expresa de Cristo en la Cruz.

Con asombrosa ligereza Su Santidad priva a la Virgen, no sólo del título de Corredentora, sino también –y por los mismos motivos– del título de Mediadora, de Reina, de Abogada: pues en todo eso Ella estaría supuestamente «robando para sí» algo de su Hijo. ¿Qué se hace entonces del Magisterio de sus Predecesores, en el que todos estos títulos de la Virgen quedaron sólida y teológicamente probados y afirmados?

 


3º La enseñanza del Magisterio de los Papas.

 

Sólo para abonar el título de Corredentora, el papa Pío IX, en la misma bula en que proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción, escribía:

 

«Así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, después de asumir la naturaleza humana, borró la escritura del decreto que nos era contrario, clavándolo triunfante en la cruz, así también la Santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo, hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa Serpiente, y triunfando de la misma en toda la línea, trituró su cabeza con su pie inmaculado».




 

El Papa que lo sigue, León XIII (Todo lo contrario del ahora León XIV), no es menos claro en afirmar en varios textos la unión de la Virgen María con Cristo en la obra de la Redención:

 

«La Virgen María, libre de la mancha original, elegida para ser la Madre de Dios, y por ese hecho asociada a Él en la obra de salvación de la raza humana, goza ante su Hijo de un favor y poder tal, que no han podido ni podrán igualarlo ni la naturaleza humana ni la angélica» (Encíclica Supremi apostolatus officio, 1883). 


«Junto a la cruz de Jesús estaba María, su Madre, quien con inmensa caridad se movió a recibirnos como hijos, ofreciendo para ello voluntariamente a su Hijo a la justicia divina, y muriendo con Él en su corazón, atravesado por una espada de dolor» (Encíclica Jucunda semper, 1894).


«Desde allí, según los designios de Dios, Ella comenzó a velar por la Iglesia, para ayudarnos y protegernos como Madre, de modo que, después de haber sido cooperadora de la Redención humana, Ella también se convirtió, por el poder casi inmenso que le fue otorgado, en la dispensadora de la gracia que fluye de esta Redención para siempre» (Encíclica Adjutricem populi, 1895).

 

A su vez el papa San Pío X mencionó la doctrina de la Corredención de María en su famosa encíclica Ad diem illum (1904), para el quincuagésimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción:

 

«La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús es que María merecía legítimamente convertirse en la reparadora de la humanidad caída y, por lo tanto, en la dispensadora de todos los tesoros que Jesús adquirió para nosotros por su muerte y por su sangre».

 

El papa Benedicto XV (Nada que ver con Benedicto XVI) empieza a valerse, no sólo de la noción de la Corredención de María, sino de la palabra misma, en su Carta Inter sodalitia:

 

«Al quedar asociada a la Pasión y muerte de su Hijo, Ella sufrió como si Ella misma muriera (...) para apaciguar la justicia divina; y sacrificó a su Hijo, tanto como pudo, para que con razón se diga que juntamente con Él redimió a la raza humana. Y, por esta razón, todas las gracias que obtenemos del tesoro de la Redención nos llegan, por así decir, de las manos de la dolorosa Virgen».


El papa Pío XI tributa a la Madre del cielo, en su Epístola Explorata res (2 de febrero de 1923), esta hermosa alabanza:

 

«No incurrirá en la muerte eterna aquel que goce especialmente en su último momento de la asistencia de la Santísima Virgen. Esta opinión de los doctores de la Iglesia, confirmada por el sentimiento del pueblo cristiano y por una larga experiencia, se basa sobre todo en el hecho de que la Virgen dolorosa quedó asociada a Jesucristo en la obra de la Redención».

 

Pero, sobre todo, usa el término de «corredentora», en su mensaje a los peregrinos de Lourdes por el Jubileo de la Redención (29 de abril de 1935):

 

«Oh Madre de piedad y de misericordia, que asististeis a vuestro Hijo mientras realizaba en el altar de la Cruz la redención de la humanidad, como corredentora y asociada a sus dolores, mantened en nosotros y aumentad cada día, os lo rogamos, los preciosos frutos de su pasión y redención».

 

Finalmente, el papa Pío XII confirmó por enésima vez la doctrina de la participación de María en la obra de la Redención, en su encíclica Ad cæli Reginam (1954) sobre la realeza de María:

 

«En el cumplimiento de la Redención, la Santísima Virgen se asoció estrechamente con Cristo (…) De hecho, así como Cristo, por habernos redimido, es nuestro Señor y nuestro Rey a un título especial, así también la Santísima Virgen es nuestra Reina y Redentora por la forma única en que Ella contribuyó a nuestra Redención».

 

4º Una impiedad escandalosa.

 

Santísimo Padre, son sus mismos Predecesores en el Pontificado los que han declarado todos los títulos que el pueblo cristiano otorga a la Santísima Virgen, incluso definiendo algunos de ellos para gloria de Dios y de María Santísima.

 

¿Cómo puede ser, entonces que Su Santidad diga lo que sigue?

 

«Cuando nos vengan con historias de que había que declararla esto o aquello, o hacer este u otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, es Nuestra Señora, María es Madre de su Hijo y de la Santa Madre Iglesia jerárquica, y María es mestiza, mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios».

 

¿Sus Predecesores, entonces, «se perdieron en tonteras»?

 

En ese caso, un ineludible interrogante se plantea ante nosotros: ¿Cuáles son las verdaderas «tonteras»: las que ellos proclamaron y definieron, o las que Su Santidad se atreve hoy a afirmar, llevándoles la contra?

¿La «tontera» no será más bien decir que «María es mestiza, Ella mestizó a Dios»? ¿O pretende Su Santidad valerse de la Virgen Santísima para abonar su teoría de la «inculturación de Cristo», tan claramente afirmada en el Sínodo de la Amazonía? ¿Será voluntad de María el «mestizar» o «inculturar» a Cristo en las diferentes culturas? ¿Será la Virgen una émula de la «Pachamama»?

 

Santo Padre, el ecumenismo del Concilio Vaticano II es una divinidad a la que hay que inmolarle todo. Se le ha inmolado ya la Santa Misa, se le ha inmolado la liturgia y la doctrina católica, se le han inmolado los Estados católicos, se le han inmolado tantos y tantos fieles que se han pasado a las sectas. Ahora Su Santidad parece pedirnos que le inmolemos también lo único que nos han dejado, el último bastión, la última protección: la Santísima Virgen María, que es la única señal distintiva que nos queda como católicos.

 

Por eso le rogamos, entre perplejos y angustiados:


SANTIDAD, NO NOS TOQUE A LA VIRGEN MARÍA.

TAMPOCO DEJE QUE LOS ENEMIGOS DE CRISTO, SU HIJO, LO HAGAN.

 

NOTA de Fátima Cor Mariae: «Todos sabemos que [“Tucho”] Fernández ocupa un lugar que le queda muy grande», es el que devalúa los títulos marianos de Corredentora y Medianera de todas las Gracias. Apoyado por su Santidad León XIV.

Este Señor dijo: que Nuestra Santa Iglesia Católica (con años de historia TRADICIONAL) durante muchos siglos fue en otra dirección, que sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones, para clasificar a la gente (según él) para ponerle rótulos este es así, este es asa, este puede comulgar este no puede comulgar, a este se le puede perdonar, a este no, terrible que nos haya pasado esto en la Iglesia, gracias a Dios el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquema…”

 


Víctor Manuel “Tucho” Fernández Martinelli es el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe «No tiene ni la preparación, ni la capacidad, ni el temple para ocupar un puesto de tanta importancia en la Iglesia».



Sacado de Hojitas de fe.

Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora

Moreno, Pcia. de Buenos Aires.

Con agregado de quien lo publica.


MEDIACIÓN DE MARÍA EN GENERAL.

 


Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una persona pueda llamarse mediadora: 1a) hacer de medio entre dos extremos (mediación natural, física u ontológica); 2a) juntar ambos extremos (mediación moral) (S. Th. III, q. 26, a. 1). En conclusión, el mediador es una persona que se interpone ontológicamente entre otras dos con su presencia física para juntarlas, o que; las junta de nuevo moralmente con su acción (si estaban unidas en un primer tiempo y luego se enemistaron). Ahora bien. María posee a la perfección estas dos características: ontológicamente está en medio, entre el Creador y la criatura, al ser verdadera Madre del Verbo encarnado y auténtica criatura racional; y como verdadera Madre de Dios Redentor trabajó por volver a juntar al hombre con Dios. Por eso tiene algo en común con los dos extremos, bien que sin identificarse completamente con ellos: se acerca al Creador en cuanto Madre de Dios; mientras que, por otro lado, se acerca a las criaturas por ser verdadera criatura. De aquí que convenga con los dos extremos en cierto sentido, y que en otro se distancie de ellos.

 

   María, además de mediar ontológicamente entre Dios y el hombre, ejerce asimismo una mediación moral entre ambos: con su “fiat” a la encarnación del Verbo, el cual, muriendo en la cruz, restituyó al hombre, herido por el pecado de Adán, lo que había perdido: Dios, o su gracia santificante, y lo restableció en la filiación sobrenatural de Dios al hacer que volviera a hallar la gracia divina; y todo ello a sabiendas y voluntariamente (cooperación remota o preparatoria a la redención de Cristo). Maria sabía, cuando respondió al arcángel Gabriel «ecce Ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum» (Lc 1, 38), que el Redentor salvaría a la humanidad muriendo en la cruz (cooperación formal a la redención), como había sido predicho por los profetas del Antiguo Testamento y como le había dicho el propio Gabriel: «y concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que significa salvador» (Lc 1. 31). De aquí que no fuera sólo Madre de Dios, sino Madre de Dios crucificado para la redención del género humano (“En quien tenemos la redención por su sangre” (Ef 1, 7); “Considerando que habéis sido rescatados (…) con la preciosa Sangre de Cristo”). Podemos, pues, afirmar con San Beda: «La anunciación del ángel a Maria fue el inicio de nuestra redención» (PL 94, 9).

 

 

Sí, sí; No, no. (…)

Revista Católica antimodernista.

Año 2014


MARÍA CORREDENTORA.

 


Corredentora es el título que resume en una sola palabra la mediación de María entre Dios y el hombre herido por el pecado original, es decir, su cooperación a la redención del género humano.

 

La voz Corredentrix [Corredentora] (no la cosa significada) se la encuentra en el siglo XIV por vez primera, en el Tractatus de praeservatione gloriosissimae BVM [Tratado sobre la preservación de la gloriosísima y Santísima Virgen María], obra de un fraile mínimo anónimo, y luego en el XV, en un himno latino transcrito en dos manuscritos de Salzburgo: «Ut, compassa Redentori, Corredentrix fieres» (a fin de que, padeciendo junto con el Redentor, te hicieras Corredentora). Con todo, el título de Corredentora deriva de uno aún más antiguo (más antiguo en cuanto al vocablo, no respecto a la cosa significada), a saber, el de Redentrix [Redentora], que se halla nada menos que 94 veces (noventa y cuatro), desde el siglo X hasta el año 1750, con el sentido de “Madre del Redentor”. Dicha voz, con todo, podía ser mal interpretada y dar a entender que María era el “redentor” o el obrero principal de la redención de la humanidad. De suerte que de “redentora” se pasó suavemente, en 1750, a “corredentora” o cooperadora de la redención, sobre todo cuando los teólogos de la Contrarreforma comenzaron a estudiar de manera específica, para refutar las objeciones protestantes y jansenistas, el asunto de la cooperación inmediata de María, bien que subordinada, a la redención de Cristo. No obstante, no sólo permaneció la voz “redentora” hasta bien entrado el siglo XVIII, sino que, además, seguía superando al término “corredentora”.

 

   Fue precisamente el siglo XVIII el que hizo prevalecer el término “corredentora”. En efecto, una obra de sabor jansenista escrita por Adán Widenfeld (Mónita salutaria [Advertencias saludables]) reprobaba claramente el término “corredentora”, por lo que los teólogos católicos examinaron la cuestión a fondo y, como consecuencia, el mismo título de Corredentora empezó a prevalecer sobre el de Redentora.

 

   Por último, el título de Redentora comenzó a desaparecer en el siglo XIX, salvo raras excepciones, para dejarle el sitio al de Corredentora, que se usó asimismo en los documentos oficiales de la Santa Sede.

 

REDENCIÓN DE CRISTO Y CORREDENCIÓN MARIANA.

 

   Redención en general significa rescatar o recomprar una cosa que primero se poseía y luego se perdió. Por eso se rescata o se recompra pagando cierto precio.

 

   En sentido teológico, la palabra “redención”, aplicada al género humano después del pecado original, significa que la cosa poseída y luego perdida por el género humano después del pecado de Adán es la gracia santificante, que hace participar al hombre de la vida de Dios y tiene un valor infinito (Redimir significa en general liberar a una persona pagando un rescate por ella. Por eso redentor en sentido lato es el que libera a otro de la esclavitud pagando cierto precio por su liberación. De aquí que la redención en general exija el pago de un precio para (re) comprar a alguien. La redención del género humano en sentido estricto estriba en su liberación espiritual de la esclavitud del pecado y en su reconciliación con Dios. Jesús pago con su muerte en la Cruz el precio de nuestra liberación espiritual del pecado de Adán, reconciliándonos con Dios). Es por ello de un valor infinito el precio a pagar para recomprar o rescatar la cosa perdida. Ahora bien, la humanidad, al ser finita y creada, no podía pagar tal suma. De aquí que fuera menester la intervención de Dios para rescatar la gracia perdida en Adán por la humanidad. La Santísima Trinidad decretó libremente que el Verbo se encarnara en el seno de la Santísima Virgen María por obra del Espíritu Santo, de manera que, en sustitución de la humanidad incapaz de pagar tal precio, pudiera ofrecer un sufrimiento de valor infinito cual verdadero Dios y verdadero hombre.

   El elemento esencial de la redención de Cristo es el pago del precio para recobrar la gracia perdida. Supuesto esto, surge la pregunta de ¿cómo cooperó María a la redención de la humanidad obrada por Cristo?

   Los teólogos católicos aprobados por la Iglesia admiten, aunque con matices diversos, la realidad de la Corredención secundaría y subordinada de María, y especifican que la Corredención es remota en el “fiat” de María a la encarnación del Verbo redentor y próxima en el holocausto de Cristo y en subordinación a Él: un holocausto que se inició con la Encarnación y se consumó en el Calvario.

 

Sí, sí; No, no. (…)

Revista Católica antimodernista.

Año 2014







lunes, 20 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 22.

 

El Tesoro del Alma en los Misterios del Santo Rosario. Por Soledad Arroyo (De la V. O. T. de Santo Domingo).

Madrid Imprenta de los hijos de Gómez Fuentenebro. Calle de Bordadores. —1909.

 

Nos el Doctor don José María Salvador y Barrera,

POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA, OBISPO DE MADRID·ALCALÁ, CABALLERO GRAN CRUZ DE LA REAL Y DISTINGUIDA ORDEN DE ISABEL LA CATÓLICA, COMENDADOR DE LA DE CARLOS III, CONSEJERO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA, CAPELLÁN DE HONOR DE S., M., SU PREDICADOR Y DE SU CONSEJO, ETC., ETC.

   HACEMOS SABER: Que venimos en conceder y por el presente concedemos licencia para que pueda imprimirse y publicarse en esta Diócesis el libro titulado EL TESORO DEL ALMA EN LOS QUINCE MISTERIOS DEL ROSARIO, Ó EL MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA, Y LOS QUINCE SABADOS DEL ROSARIO, por Soledad Arroyo, mediante que de nuestra orden ha sido leído y examinado, y según la censura, nada contiene que no se halle en perfecta armonía con los dogmas y enseñanzas de la Iglesia Católica.

 

   En testimonio de lo cual, expedimos el presente, rubricado de nuestra mano, sellado con el mayor de nuestras armas, y refrendado por nuestro Secretario de Cámara y Gobierno en Madrid a 8 de Marzo de 1909. José María, Obispo de Madrid - Alcalá. Por mandado de S. E. I., el Obispo mi Señor, Dr. Luis Pérez, Secretario.

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.



 ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.


   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.



DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO —22 de octubre.

 

Primera consideración sobre el quinto: Misterio doloroso.

 

De la virtud de la obediencia.

  

   Hagamos esta consideración a la sombra del árbol de vida de la Cruz, regado con la preciosísima Sangre de nuestro Divino Redentor, que gran fruto espiritual podremos sacar, si contemplamos debidamente las sublimes lecciones y admirables ejemplos que nos ofrece el Divino Maestro, sirviéndole de cátedra esa Cruz. ¡Ojalá supiésemos comprender todas las virtudes que desde ella nos predica, y que con el fervor de esta contemplación nos lanzásemos a practicarlas con denuedo!

 

   Pero entre todas estas virtudes de que nos da ejemplo, vamos a fijarnos solamente en la virtud de la obediencia. Sí; Jesús obedece. Ese Dios Omnipotente que sostiene con su dedo la inmensa bóveda del firmamento, obedece. ¡Qué confusión para el vil gusanillo que no quiere obedecer a Dios en la persona de sus superiores! Pero lo que más asombra es considerar a quién obedece. Esta lección sí que debemos meditarla atentamente, si por desgracia juzgamos que la obediencia obliga sólo en relación con la virtud y la prudencia de nuestros superiores. Jesús obedece, pero no a hombres prudentes, sabios y caritativos, sino que obedece a inicuos jueces, a sentencias formuladas contra toda justicia y a inhumanos verdugos que se burlan ferozmente de la inocente Víctima que van a sacrificar. ¿Y en qué obedece? ¿Pensará Jesús si es demasiado penosa la obediencia, o si está dictada por la prudencia o la caridad? No Obedece sin examen, presentando sus pies y manos sacratísimos para que viles clavos les traspasen cruelísimamente, y ni una queja, ni una repulsa, ni una objeción siquiera, se escapa de sus divinos labios al escuchar las órdenes inhumanas de aquellos soeces verdugos, a quienes obedece el Supremo Hacedor con la mayor sumisión y mansedumbre. ¡Ah! ¡Cuán sublime ejemplo y soberano remedio para nuestro orgullo nos ofrece, en esta admirabilísima obediencia, nuestro Divino Redentor!

 

   Es la virtud de la obediencia la que, por decirlo así, avalora todas nuestras obras, y reduce todos nuestros deberes a no solo, que es obedecer; según en el Diálogo de Santa Catalina lo manifestó el Señor a la Santa, diciendo de esta virtud: “¡Oh cuán dulce y gloriosa es la virtud de la obediencia, por la cual existen todas las demás virtudes, pues nace de la caridad! Sobre ella está fundada la piedra de la santa fe; y es como una reina majestuosa. El que la posee tiene todos los bienes, y no experimentará mal alguno. Todos sus días son colmados de paz y reposo, y no llegan a él las olas irritadas del mar tempestuoso del mundo. El centro de su alma es inexpugnable a la pasión del odio, aun cuando se le injurie, porque quiere obedecer y sabe que está ordenado el perdón. No siente amargura cuando no son satisfechos todos sus deseos, porque la obediencia hace que no desee realmente más que a Mí, que puedo, sé y quiero satisfacer todos sus deseos. Se ha apartado de todas las alegrías mundanas, y encuentra en todas las cosas una dichosa paz. Nadie puede entrar en la vida eterna sin la obediencia; pues ella es la llave que abre la puerta del Paraíso, cerrada por la desobediencia de Adán”.

 

   Bien podremos comprender por lo dicho la necesidad y excelencia de la virtud de la obediencia; pero no olvidemos que nuestra obediencia ha de ser inspirada en motivos sobrenaturales, y que no debemos fijarnos nunca en la personalidad de los superiores, sino en su autoridad, que se deriva de la del mismo Dios, a quien obedecemos en ellos. Por lo tanto, poco importa para obedecer que sean, o nos parezcan, más o menos virtuosos y prudentes; lo que interesa es obedecer con rendimiento de juicio y prontitud en cuanto nos manden, no siendo pecado. Nada perjudicará tampoco a nuestra obediencia que esto sea más o menos acertado, pues, aunque ellos erraran en lo que nos mandan, nosotros siempre acertaremos obedeciendo, pudiendo ser más meritoria la obediencia a medida que sea menos prudente el mandato; y muchas veces se ha servido el Señor, para perfeccionar esta virtud, de superiores poco idóneos y prudentes.

 

   No dejaremos de recordar aquí el consejo que Santa Teresa da a las personas que quieran seguir camino de perfección en el mundo, diciéndolas, que deben sujetarse por completo a la obediencia de un buen director. Consejo importantísimo, en verdad, pues siguiéndole se camina rápida y seguramente a la perfección. Pero este sacrificio de la propia voluntad ha de hacerse generosa y completamente, entregándose sin reserva en manos de la obediencia, cueste lo que cueste, y renunciando para siempre a la propia voluntad; y de este modo practicaremos con gran mérito la obediencia, según se lee en el citado Diálogo de Santa Catalina: «Hay personas —dijo el Señor a la Santa que no están incorporadas a una Orden religiosa, y que sin embargo están en la barca de la perfección. Estas son las que observan los consejos sin ser religiosos, y que renuncian real y espiritualmente las riquezas y pompas del mundo, guardan la castidad, sea en el estado de virginidad, sea en el perfume de la continencia, y observan la obediencia sometiéndose a una persona, a la cual se esfuerzan en obedecer perfectamente hasta la muerte. Si tú me preguntas quién tiene más mérito, si los que obedecen de este modo, o los que están en una Orden, te responderé que el mérito de la obediencia no se mide por los actos, por el lugar, o por la persona, que puede ser buena o mala, seglar o religiosa. El mérito de la obediencia está en el amor del que obedece, y este amor es la medida de la recompensa”.

 

EJEMPLO


   El Beato Fr. Gabriel de Ancona, siendo Guardián de una casa de la Observancia, había mandado a un novicio que todos los días rezase una parte del Rosario a la Santísima Virgen antes de comer; el cual un día, por ocupaciones de la obediencia, se olvidó de rezarla. El Guardián, inspirado por Dios, preguntó al novicio si la había rezado aquel día, y como le respondiese que no, le reprendió muy ásperamente y le mandó levantar de la mesa, y que luego se fuese a rezarla. El novicio obedeció, arrodillándose ante el altar mayor. De allí a poco, mandó el Guardián al que servía la mesa, que fuese a mirar lo que hacía el novicio, y acechándole por la puerta, vio un ángel sobre la cabeza del novicio, que devotamente oraba, el cual ponía diez rosas y un lirio de oro en un hilo, y embebido en esta visión y consolación, no se acordó de volver a dar respuesta al Guardián, el cual envió otro de los que servían, y después otro; y viendo que ninguno volvía, fué él mismo con todos los frailes, y vieron aquella angélica aparición. Cuando el novicio terminó, el ángel ató el hilo, e hizo una guirnalda de rosas y lirios, la puso sobre la cabeza del novicio, y desapareció. De esta aparición quedó una maravillosa señal; que en el lugar donde el novicio hacía oración, se sintió por algunos años muy suave olor a rosas y lirios. El novicio perseveró en su devoción y no mucho tiempo después, pasó de ésta a la otra; vida.

(Martínez de la Parra.)

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

   San Luis Gonzaga fué tan devoto del Santísimo Rosario, que confesaba deber su vocación religiosa a esta devoción. (Revista del Rosario)

 

   Fernando I de Aragón fundó la orden de caballeros de las Azucenas, que llevaban como blasón la imágen de la Virgen bajo la advocación del Rosario; y a los cuales impuso la obligación de rezarle todos los días(P. Alvarez.)


ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO


Al Rosario se debe la salud de los fieles. (Clemente VIII.)


OBSEQUIO

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.


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