Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración.
(Para todos los días).
Creo en Dios Padre, mi
Creador; creo en Dios Hijo, mi Redentor; creo en Dios Espíritu Santo, mi
Salvador: tres personas distintas y un solo Dios, verdadero: en Él espero como
verdad infalible en sus promesas; a Él amo como a la suma bondad, más que a
todas las cosas y criaturas y me pesa de todo corazón de haberle ofendido; no
sólo por ser tan bueno, sino también por su justicia, y por el temor del infierno
y de perder el cielo. Así ofrezco a mi Dios todo cuanto en mi vida hiciere y
padeciere en satisfacción de mis culpas. A Vos, oh Espíritu Santo, dispensador
de todas las gracias, una os pido ahora en particular, que es: la de hacer como
debo y quiero esta santa Novena, que a honra y gloria vuestra dedico, a la de
la Agustísima Trinidad y de vuestra divina Esposa, la Inmaculada Virgen María,
y pido en ella el aumento de vuestro culto; por la intención del Romano Pontífice,
por su salud y prosperidad y por la de los demás Obispos, sacerdotes y fieles;
por el triunfo de la fe católica, conversión de los infieles herejes y
pecadores; por la salud de los enfermos, redención de los cautivos, alivio de
las almas del purgatorio y por el bien espiritual y temporal de todos mis
deudos, bienhechores, amigos y enemigos; por la prosperidad y acierto de los
gobernantes y por todos los demás fines que pide la Santa Iglesia. Amén.

HIMNO SAGRADO (para todos los días).
Venid, ¡oh Santo
Espíritu!
y
desde el cielo enviadnos,
con
su fulgor espléndido
un
rayo abrasador.
¡Oh
Padre de los míseros!
dispensador
de bienes,
venid,
y vuestras ráfagas
den
luz al corazón.
Consolador
magnánimo,
del
alma dulce huésped,
sed
Vos el refrigerio
que
calme nuestro afán.
En
las fatigas horridas
Vos
sois nuestro descanso,
templáis
las estaciones
y
el llanto mitigáis.
¡Oh
luz del cielo fúlgida!
llenad
los corazones
de
vuestros fieles siervos
con
vivo resplandor.
Sin
Vos ni somos átomos,
el
hombre es ser impuro,
y
nada en él existe
si
no viene de Vos.
Regad
todo lo árido,
purificad
las manchas
y
aquello que está enfermo,
sanad,
Señor, sanad.
Doblad
todo lo rígido,
calor
dad a los hielos,
y
lo que está desviado
dignaos
enderezar.
A
vuestros fieles súbditos,
que
en vos tienen confianza,
el
sacro septenario
de
vuestros dones dad.
De
la virtud el mérito,
de
la salud la gracia,
de
Vos tengamos todos,
y
el goce perennal.
Amén.
¡Aleluya!
Venid, Espíritu Santo, llenad los corazones de vuestro amor.
Enviad, ¡oh Señor, vuestro Espíritu y renovaréis la faz de la
tierra.
ORACIÓN:
¡Oh Dios, que habéis
iluminado é instruido el corazón de los fieles con la luz del Espíritu Santo,
haced, Señor, que en el mismo Espíritu sepamos siempre apreciar el bien y ser
llenos de vuestros consuelos divinos, por Cristo Nuestro Señor. Amén.
CONSIDERACIÓN
PARA EL PRIMER DÍA
Venid, Padre de los pobres.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, alma
piadosa, la tierna expresión de Padre con la que hoy invocamos a Dios Espíritu
Santo. No hay atributo, dice un gran santo, que mejor corresponda a la bondad
de Dios, que el llamarle Padre. Por eso, al dictarnos nuestro divino Maestro,
la oración dominical, que es la más sublime que conocemos, comenzó por la palabra Padre, diciendo: PADRE
NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS, etc. etc. Así también,
cuando Jesús, salud y vida nuestra, nos quiso dar a comprender la suma bondad y
misericordia de Dios para con él pecador arrepentido, nos trazó la parábola del
Hijo Pródigo. “¡Padre!”, le dijo aquél: “pequé delante del cielo y contra ti” y al instante le abrazó su padre, le
vistió de gala y le dispuso un convite. ¡Ah! cuántos favores alcanzaría yo del
Espíritu Santo, si lo invocara con fervor, con afecto de hijo y con un “¡pequé de corazón!”
PUNTO
SEGUNDO.
Considera luego, cómo
la Santa Madre Iglesia invoca al Espíritu Santo con el título de PADRE
DE LOS POBRES. Y en efecto: Dios
Espíritu Santo es el Padre de los pobres pecadores: pobres de méritos, pobres
de virtudes y miserables como yo. Pero mía es en verdad la culpa. Dios Espíritu
Santo me había enriquecido con sus siete dones cuando recibí el Santo Bautismo,
la Confirmación y otros sacramentos que me administró la Iglesia; mas todo lo
he perdido por el pecado, me he desterrado a tierra extraña y entre enemigos,
que me han despojado dejándome más andrajoso, pobre y miserable, que lo que
otro tiempo, al Hijo Prodigo.
PUNTO
TERCERO.
Considera, en tercer
lugar, cómo el Espíritu Santo es la síntesis del amor divino, puesto que
procede del amor mutuo entre Dios Padre y Dios Hijo. Así es que no hay amor
comparable con el amor del Espíritu Santo para con sus devotos, ya justos, ya
pecadores arrepentidos: procura, pues, corresponderle de igual modo, volviendo
amor por amor que es el lema de los que deverás se aman y corrígete por amor
suyo, hasta de las faltas más leves.
ORACIÓN:
¡Oh Dios Espíritu
Santo, el más rico y bondadoso padre del hijo más ingrato y necesitado: yo soy
aquel hijo sin entrañas, que desprecié vuestros dones y malversé la gracia que
de Vos recibí en el Santo Bautismo. Yo desprecié vuestras caricias, desoí
vuestras inspiraciones, me afilié en el bando de vuestros contrarios, y me he
hecho indigno de vuestro amor. Pero vuelvo arrepentido, y aquí me tenéis a
vuestros pies implorando el perdón de todas mis culpas. ¡Perdonadme, Padre mío!
y derramad sobre mí la luz de vuestros dones para que conozca mis yerros, haga
penitencia y no me aparte jamás de Vos. Amen.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos siempre
de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Oh dulcísima María,
Esposa del Espíritu Santo; Hija del Padre y Madre del Hijo, Reina soberana de
los ángeles y de los hombres, que siendo concebida en gracia y enriquecida con
los dones de vuestro divino esposo, concebisteis a nuestro Redentor Jesucristo;
os suplicamos que nos alcancéis el don de Sabiduría y el santo temor de Dios
para que nunca le ofendamos, nos arrepintamos de nuestras culpas y le sirvamos
fielmente hasta la hora postrera. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
SEGUNDO DÍA.
Acto
de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.
Venid, Dispensador de dones.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, cristiano
carísimo, como el Espíritu Santo, compadecido de la caída de nuestros primeros
padres y de las miserias ocasionadas por ella a todo el género humano, coopera
eficazmente a la creación de la segunda Eva, madre y guía de los mortales, que
ha vencido a la serpiente; le aplastó su cabeza, y confundió el poder y astucia
del ángel de las tinieblas. Pondérese aquí el don de tan inmenso valor que ese
divino Espíritu nos prepara, y cuán grande sea la dicha de los hijos de la
nueva Eva y los poderosos motivos que a todo cristiano obligan a tributar
gracias, culto y homenaje a la tercera persona dé la Trinidad Beatísima.
PUNTO
SEGUNDO.
A considerar
la magnitud del beneficio que recibimos conviene también ponderar la suma
bondad y grandeza de aquel de quien se recibe los motivos que le mueven a
concederlo. Así el Espíritu Santo es la misma grandeza de Dios, la bondad por
excelencia e igual en todo al Padre y al Hijo, de quienes procede según la fe.
Y siendo Dios Trino, todo candad, según el apóstol San Juan, ésta se derrama
sobre nosotros por el mismo divino Espíritu, según nos dice San Basilio: TODO CUÁNTO POSEEN LAS CRIATURAS DEL CIELO Y DE LA
TIERRA EN EL ORDEN NATURAL Y DE LA GRACIA LES VIENE DEL ESPÍRITU SANTO. Altísimo don de
Dios, lo titula la Santa Madre Iglesia. Y así como Él procede del Padre y del
Hijo por amor, por el mismo atributo derrama sobre nosotros, el divino
Espíritu, todas las gracias que recibimos, comenzando por enviarnos a la
segunda Eva, María Santísima amparo, consuelo y Madre de todos nosotros.
PUNTO
TERCERO
Considera, lector
carísimo, cómo y de qué manera el Espíritu vivificador, riega y fecundiza los
campos yermos y estériles de nuestras almas, restaurándolas a la vida de la
gracia por medio de los Santos Sacramentos, y las convierte en vergeles divinos
y templos de sí mismo. Pondera como esos siete dones, de que nos habla Isaías,
han fecundado toda la tierra a manera de caudalosos ríos, como aquellos que
regaban el Paraíso, durante la inocencia de nuestros primeros padres. ¿Cuántas almas
subieron al cielo, que en este mundo practicaron virtudes de todo género, desde
los patriarcas y profetas de la antigua ley hasta los mártires, vírgenes y confesores
de la ley de gracia? Lee y relee las crónicas de los justos, la vida de los
santos y los triunfos de los mártires en toda la redondez del globo, para que más
y más comprendas el influjo del divino Espíritu, lo ames, le sirvas y le veneres
como Dios dispensador de todos los dones.
ORACIÓN:
¡Oh Dios Espíritu
Santo: fuente de todas las gracias y centro del amor divino! Mil veces me
confundo al considerar mi extremada miseria, necedad y tibieza. Siendo Vos tan
rico y generoso, yo me olvido de Vos y perezco en la inercia, tedio y pobreza
de las virtudes. ¡Ah! cuán diferente, Dios mío, fué la conducta de los santos y
santas que escalaron el Paraíso, siendo de la misma naturaleza que yo, y quizá
tuvieron que vencer mayores obstáculos para salvarse. No, divino Espíritu, no
permitáis que, se pierda mi alma. Concededme, os ruego, la gracia de vuestros dones;
y un amor eterno hacia Vos y hacia vuestra divina Esposa, la Virgen María, para
que, valido de vuestro divino auxilio, os sirva como los santos y os vea y
posea eternamente. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Sacratísima Virgen y
Madre mía María: yo, la más vil, ingrata y necia de todas las criaturas, quiero
en este día hacer un pacto con Vos. Desde que el Espíritu Santo os eligió para
ser el terror del infierno, segunda Eva y Madre del género humano, creo
firmemente que Vos sois la Reina más poderosa del Universo y la abogada más
portentosa de los mortales. Quiero pues, de hoy en adelante, ser vuestro en el
tiempo y en la eternidad: y que Vos seáis mi Madre, mi Reina y Soberana,
después de Dios. Os lego así mi alma, vida y corazón, únicas prendas que poseo.
Alcanzadme de Vuestro divino Esposo la gracia que necesito para cumpliros mis
promesas y seros fiel hasta la muerte. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
TERCER DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
Venid luz de los
corazones.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, alma mía,
como el divino Espíritu es luz de los corazones. Él es quien, con los rayos de
celestial luz ilumina no sólo nuestra vida sensible, como al pueblo hebreo a la
salida de Egipto: sino que ilumina principalmente, la vista del alma, de
nuestro entendimiento oscurecido por el pecado. ¿Qué sería del género humano,
que, tan a menudo, rodeado de la densa noche de nuestras pasiones, navega entre
las encrespadas olas del piélago proceloso de nuestra vida, sembrado de
escollos, si no fuera por la mística luz del Espíritu Santo, que nos guía y
advierte los peligros? Seguro, nos pasaría lo que al Apóstol San Pablo, cuando
perseguía a los fieles de Cristo, por el camino de Damasco; o lo que a San
Agustín cuando pecador; nos precipitaríamos a mil abismos que nos preparan el
mundo, el demonio, y la carne. ¡Considera cuan distinta fué la conducta de los
santos, iluminados con la luz del Espíritu Santo! Y ¿quién, en toda la creación,
será tan sabio como lo fueron ellos?
PUNTO
SEGUNDO.
Pondera luego, cuan
grandes desatinos cometen los hombres sin la luz divina, y atenidos sólo a la razón,
viciada ésta y ciega por las pasiones sin freno. Causa espanto ver, como unos
deifican la misma razón humana, otros a la naturaleza insensible, a los ídolos,
al mismo Satanás; otros dudan de todo, se desesperan, pierden el juicio o se
dan la muerte con el tósigo o con un dardo mortal. ¡Jesús bendito! a qué abismo
de horrores se precipita el desgraciado, que fía en su vana sabiduría y sin la
luz sobrenatural. ¡Qué tempestad tan desecha de males infinitos se le espera al
infeliz, que así vive y así muere! Esa vana presunción, esa obstinación y
soberbia, son a menudo, pecados enormes contra el Espíritu Santo, que, sin un
previo y eficaz arrepentimiento, no se perdonan en esta ni en la otra vida,
como dice San Marcos en su Evangelio.
PUNTO
TERCERO.
Considera en tercer
lugar, cuál sea la eficacia de la luz del Espíritu Santo y los maravillosos
efectos que su divino influjo causa como en los doce Apóstoles; que, siendo
hombres tan rudos y tan tardíos en entender el lenguaje de Jesucristo, tan pronto
como les tocó un rayo divino del Espíritu Santo alcanzaron el don de lenguas y
de sabiduría en tan alto grado, que parecieron oráculos de la Deidad, y
admiraban al mundo con su elocuencia prodigiosa, y exponiendo el sentido de las
Santas Escrituras con tal facilidad y acierto que confundían a los sabios de la
Sinagoga y a los filósofos de aquel tiempo. Pondera bien el cambio tan asombroso
que experimentaron ellos; antes tan rudos; ahora tan elocuentes; antes tan cobardes;
ahora tan esforzados; antes tan tibios y débiles en la fe; ahora desafían a los
tiranos y sellan con el martirio las verdades que predican por todo el mundo.
Pídele pues, al divino Paráclito, que derrame sobre tu alma un rayo de luz
celestial.
ORACIÓN:
¡Oh divina luz de los
corazones y médico sapientísimo de nuestras almas! Derramad sobre mí un rayo de esa luz celestial
y en el acto alcanzaré la verdadera sabiduría, adquiriré la virtud de la fortaleza
en los trabajos y la constancia en el bien obrar; hollaré los respetos humanos,
emprenderé impávido la senda de mi salvación, cueste lo que costare, y triunfaré
de los engaños y sutilezas de la humana sabiduría para alcanzar la de los santos
y santas que moran en el cielo. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Virgen Santísima,
tierna madre mía, refugio de pecadores arrepentidos y trono de la sabiduría! alcanzadme
de vuestro divino Esposo un rayo de aquella luz que ilumina, fortalece y da la
gracia para el bien obrar. Pedíselo Vos, madre mía. Judit venturosa, Raquel
hermosa, divina Esther; y lo lograré de seguro. Yo, rodeado de tosquedad,
rudeza y miseria no sé cómo ni lo que debo pedir; siendo Vos la única y
predilecta Esposa del divino Asuero lograréis cuanto quisiereis en favor mío.
Ea pues, mostrad que sois mi madre, que así os lo pide vuestro hijo. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
CUARTO DÍA
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
¡Oh! consolador óptimo.
PUNTO
PRIMERO.
Considera, alma devota
del divino Espíritu, como en Él hallamos nuestro mayor consuelo. Cuando
perdemos la paz del espíritu, bien porque carecemos de alguna virtud cardinal,
o porque nos domina alguno de los vicios capitales, turbada nuestra alma por
negra pesadumbre, busca consuelo y no lo halla. Lo busca en los pasatiempos
mundanos en la falsa amistad, en las tertulias y frivolidades, pasadas las
cuales se queda ella aún más perpleja y desolada, o tal vez, más lejos de Dios.
Nuestras inquietudes nacen también, a veces, de nuestra poca fe y desmayamos
luego cuando Dios nos prueba, privándonos por algún tiempo de aquello que más
anhela nuestro amor sensible; así como privó a Job de sus hijos y salud
corporal; a Tobías de la vista y á Abrahán de su hijo Isaac. Mas la fe de
aquellos patriarcas, no sólo les consoló luego, sino que aquella pasajera
vicisitud se convirtió en mayor gozo y alegría y les atrajo del cielo mayor
número de mejores bienes.
PUNTO
SEGUNDO.
Isaías llama Espíritus
a los dones del divino Consolador: y Santo Tomás les titula, soplo de siete
formas, que mueve y atrae todas las virtudes. De la misma manera se expresa San
Antonio cuando dice: el espíritu de temor echa al de soberbia; el de piedad al
de envidia; el de ciencia al de ira; el de consejo al de codicia; el de fortaleza
vence al de pereza: el de inteligencia modera la gula y el de sabiduría refrena
la lujuria. Considera, bien, cristiano, cómo estos espíritus viciosos, son,
comúnmente, la causa de nuestro tedio, de nuestros remordimientos y de las
congojas de nuestras pobrecitas almas; y que sólo hallamos consuelo y socorro
invocando fervorosamente a los espíritus del bien, que son los dones del Espíritu
Santo, el que nos conforta, en Él lo podemos todo, como nos dice el Apóstol San
Pablo. Y ¿quién pasó tantas tribulaciones por mar y tierra como ese santo que
así nos habla?
PUNTO
TERCERO.
Considera, en tercer
lugar, cuan a menudo nos confundimos, los hijos de Eva, al obstinarnos en
seguir el impulso de la propia voluntad. La voz del divino Espíritu y el ángel
de nuestra guarda nos amonestan interiormente a fin de que nos abstengamos de
gustar las frutas prohibidas, esto es: los goces ilícitos, el rencor, la
murmuración, el orgullo, la vanidad y la vanagloria; mas nosotros no cesamos de
mirarlas, dando oídos al tentador y acallando la voz de la conciencia: resultado,
que comemos aquellas frutas y participamos de ellas a los demás, pero pronto
experimentamos la desnudez de la gracia, quedamos turbados, tristes y pesarosos.
Muy diferente es, por cierto, la norma de las almas justas y que temen a Dios:
renuncian, desde luego, la voluntad propia; se miran como inferiores a los demás,
cierran las puertas a los sentidos y moderan los ímpetus de las pasiones,
invocando la presencia de Dios y la Gracia del Espíritu Santo. ¿Por qué, pues, no
he de hacer lo mismo que las almas buenas, que me sirven de ejemplo y viven en
paz aún en medio de las borrascas?
ORACIÓN:
¡Oh Espíritu
consolador! heme aquí, triste y desconsolada mi alma. Busco la paz entre las
criaturas y no la hallo, entre las diversiones de los mundanos y bienes
terrenos y tampoco la alcanzo, porque veo que todo pasa como la sombra y que
todo lo he de dejar. ¡Ah, cuan necio soy, triste de mí, y falto de
entendimiento! Pero, Señor, os diré con San Pablo ¿qué queréis que yo haga, tan
falto de virtudes como ciego del alma? El bien que quiero hacer no lo hago, ni
evito el mal que evitar quisiera porque mi propia voluntad me desvía de la
senda que vos, Señor, me habéis trazado y sigo por otra llena de escollos y
precipicios y por donde los espíritus del mal me asaltan a cada paso. ¿Quién,
pues, me abrirá los ojos, me dará la gracia y la paz en mi alma? ¡Vos, oh
Espíritu consolador! Vos podéis concederme ese gran beneficio. Hacedlo, pues,
así os lo ruego por intercesión de vuestra divina Esposa: iluminad mi
entendimiento, guiad mi alma para que yo haga siempre vuestra divina voluntad y
no la mía y así hallaré la paz. Amén.
ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros
y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo,
Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.
ü Y se responderá:
Líbranos
siempre de todo mal.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Virgen, Madre y Reina
mía! Miradme a vuestras plantas como el hijo más triste y desconsolado;
obstinado en hacer mi propia voluntad y terco en mis caprichos, he perdido la
paz de mi alma y no hallo tranquilidad. A Vos acudo, que sois el consuelo del
afligido. Alcanzad me de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones, en
particular el de entendimiento, con que yo sepa vencer mi propia voluntad y
ajustarla a la divina. Así en algo os deseo imitar a Vos, y hallaré la paz y el
consuelo del divino Espíritu consolador, y de que tanto necesito. Amén.
ü Se reza una Salve, tres Avemarías y
Gloria.
ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
QUINTO DÍA.
ACTO
DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.