martes, 12 de septiembre de 2017

EL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA. Dominica después de la Natividad de Ntra. Sra.



Nueve días después del glorioso nacimiento de la inmaculada Virgen nuestra Señora, que fue el diecisiete de setiembre, según la costumbre de los hebreos, fue puesto a la soberana niña el nombre dulcísimo de María, que quiere decir excelsa y estrella del mar, porque ella es excelsa señora de todas las cosas criadas, y así como todas las criaturas reconocen a Dios por su Creador, así han de reconocer a María por Madre del mismo Dios, y sujetarse con profundo acatamiento a su imperio. También significa el nombre de María estrella del mar, porque, como dice san Bernardo, ella es aquella estrella de Jacob cuyo fulgor destella en los cielos, penetra en los abismos y recorre todo el orbe, e irradiando su calor más sobre los espíritus que sobre los cuerpos, fomenta las virtudes y abrasa y seca los vicios. “Oh tú, que entre las ondas de este siglo andas fluctuando, si no quieres perecer en la tormenta, no desvíes los ojos de este norte y de esta estrella. Si se levantaren los vientos de las tentaciones, si fueres a dar en la roca de las tribulaciones, mira a la estrella y llama a María. Si te arrebata la ola de la soberbia, de la ambición, de la detracción o envidia, mira la estrella y llama a María. Si la navecilla de tu alma zozobrare, y estuviere en peligro por la codicia o algún apetito sensual, vuelve los ojos a María. Si te comienzas a ahogar por la gravedad de tus delitos y la fealdad de tu conciencia, y espantado del juicio divino te afliges y temes caer en el profundo abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las caídas congojosas, piensa en María, llama a María. No se aparte de tu boca, no se aparte de tu corazón, y para que alcances el favor que le pides, no dejes de imitar sus ejemplos; porque siguiéndola no vas fuera de camino; rogándola no desesperas; pensando en ella no yerras; teniéndote ella no caes; defendiéndote no temes; siendo tu guía no te cansas, y siéndote ella propicia llegas al deseado puerto de tu eterna felicidad.” Todo esto es de san Bernardo. Y es cierto, que ésta Virgen castísima y Madre benignísima toma debajo de sus alas y con especial amparo defiende a los que con entrañable afecto se encomiendan a ella e invocan su santo Nombre; el cual aunque en diversas partes de la cristiandad era ya venerado con señalado culto, con todo el romano pontífice Inocencio XI, después de la insigne victoria que los cristianos alcanzaron de los turcos, en Viena de Austria, por la invocación del nombre de María, mandó que este santísimo y dulcísimo Nombre fuese celebrado en todo el universo cristiano, en la dominica infraoctava del nacimiento de nuestra Señora.

   Reflexión: Los santos doctores y teólogos enseñan que es singular gracia y favor de Dios y una como prenda de salvación el invocar a la Virgen santísima, y acudir a ella con confianza e imitar sus virtudes: de manera que el melifluo san Bernardo, devotísimo de nuestra Señora, osa decir: Calle vuestra misericordia, oh Virgen beatísima, si hay alguno que no haya hallado vuestro favor, cuando os lo pidió en sus necesidades. Tengamos, pues, con ella particular y filial devoción, invoquémosla en nuestros peligros y tentaciones, y sea este dulce Nombre de María, el último que pronuncien nuestros labios antes de cerrarlos la muerte.  


   Oración: Te rogamos, oh Dios omnipotente, que tus siervos fieles que se alegran con la invocación y protección de la santísima Virgen María, por su intercesión sean libres en la tierra de todos sus males y merezcan llegar a la eterna felicidad de los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



FLOS SANCTORVM


DE LA FAMILIA CRISTIANA.

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