8 a ROSA:
MARAVILLAS DEL ROSARIO
No es
posible expresar cuánto prefiere la Santísima Virgen el Rosario a las demás
devociones, cuán benigna se muestra para recompensar a quienes trabajan en predicarlo,
establecerlo y cultivarlo, y cuán terrible, por el contrario, contra quienes se
oponen a él.
Santo Domingo no puso en nada tanto empeño durante su
vida como en alabar a la Santísima Virgen, predicar sus grandezas y animar a
todo el mundo a honrarla con el Rosario.
La poderosa Reina del Cielo, a su vez, no cesó de derramar sobre el Santo
bendiciones a manos llenas. Ella coronó sus trabajos con mil prodigios y
milagros y él alcanzo de Dios cuanto pidió por intercesión de la Santísima
Virgen. Para colmo de favores, le concedió Ella la victoria sobre los albigenses
y le hizo padre y patriarca de una gran Orden.
Y
¿Qué decir
del Beato Alano de la Rupe, restaurador de esta devoción? La
Santísima Virgen lo honró varias veces con su visita para ilustrarlo acerca de los
medios de alcanzar la salvación, convertirse en buen sacerdote, perfecto
religioso e imitador de Jesucristo.
Durante las tentaciones y horribles persecuciones
del demonio, que lo llevaban a una extrema tristeza y casi a la desesperación,
Ella lo consolaba, disipando con su
dulce presencia tantas nubes y tinieblas. Le enseñó el modo de rezar el
Rosario, lo instruyó acerca de sus frutos y excelencias, lo favoreció con la
gloriosa cualidad de esposo suyo, y, como arras de su casto amor, le coloco el
anillo en el dedo, y al cuello un collar hecho con su cabello dándole también un
Rosario. El Abad Tritemio, el docto Cartagena, el sabio Martín Navarro y otros
hablan de él elogiosamente.
Después de atraer a la Cofradía del Rosario a más de cien mil personas,
murió en Zwolle, Flandes, el 8 de septiembre de1475.
Envidioso el demonio de los grandes frutos que
el Beato Tomás de San Juan —célebre predicador del Santo Rosario— lograba con
esta práctica, lo redujo con duros
tratos a una larga y penosa enfermedad, en la que fue desahuciado por
los médicos. Una noche, creyéndose ya a
punto de morir, se le apareció el demonio bajo espantosa figura. Pero él
levanto devotamente los ojos y el
corazón hacia una imagen de la Santísima Virgen que se hallaba cerca de su lecho y gritó con todas sus
fuerzas: “¡Ayúdame, socórreme, dulcísima Madre mía!”.
Tan
pronto pronunció estas palabras, la imagen de la Santísima Virgen le tendió la
mano y, agarrándole por el brazo, le dijo: “¡No tengas
miedo, Tomás, hijo mío! ¡Aquí estoy para ayudarte! ¡Levántate y sigue
predicando la devoción de mi Rosario, como habías empezado a hacerlo! ¡Yo te
defenderé contra todos tus enemigos!” A estas palabras de la Santísima Virgen huyó el demonio. El enfermo se
levantó perfectamente curado, dio gracias a su bondadosa Madre con abundantes lágrimas,
y continuó predicando el Rosario con éxito maravilloso.
La
Santísima Virgen no favorece solamente a quienes predican el Rosario, sino que recompensa
también gloriosamente a quienes con su ejemplo, atraen a los demás a esta devoción.
Alfonso, rey de León y de Galicia, deseando
que todos sus criados honraran a la Santísima Virgen con el Rosario, resolvió,
para animarlos con su ejemplo, llevar ostensiblemente un gran Rosario, aunque
sin rezarlo. Esto bastó para obligar a
toda su corte a rezarlo devotamente.
El rey cayó enfermo de gravedad. Ya le
creían muerto, cuando fue arrebatado en espíritu ante el tribunal de
Jesucristo. Vio a los demonios, que le acusaban de todos los crímenes que había
cometido. Cuando el divino juez lo iba ya a condenar a las penas eternas,
intervino en favor suyo la Santísima
Virgen. Trajeron entonces una balanza;
en un platillo de la misma colocaron todos los pecados del rey en un platillo.
La Santísima Virgen colocó en el otro el gran Rosario que Alfonso había llevado
para honrarla y los que, gracias a su ejemplo, habían recitado otras personas.
Esto peso más que los pecados del Rey. La
Virgen le dijo luego, mirándole benignamente: “Para
recompensarte por el pequeño servicio que me hiciste al llevar mi Rosario, te
he alcanzado de mi Hijo la prolongación de tu vida por algunos años. ¡Empléalos
bien y haz penitencia!”
Volviendo
en sí, el rey exclamó: “¡Oh bendito Rosario de la Santísima Virgen, que me libro
de la condenación eterna!” Y,
después de recobrar la salud, fue siempre devoto del rosario y lo recitó todos
los días.
Que los devotos de la Santísima Virgen
traten de ganar el mayor número de fieles para la Cofradía del Santo Rosario, a
ejemplo de estos santos y de este rey. Así conseguirán en la tierra la
protección de María y luego la vida eterna: “Los que me dan
a conocer, alcanzarán la vida eterna”.
“El
secreto admirable del Santísimo Rosario”
San Luis María Grignion de Montfort
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