martes, 26 de septiembre de 2017

EXCELENCIA DEL SANTO ROSARIO EN SU ORIGEN Y EN SU NOMBRE



8 a ROSA: MARAVILLAS DEL ROSARIO

   No es posible expresar cuánto prefiere la Santísima Virgen el Rosario a las demás devociones, cuán benigna se muestra para recompensar a quienes trabajan en predicarlo, establecerlo y cultivarlo, y cuán terrible, por el contrario, contra quienes se oponen a él.
   Santo Domingo no puso en nada tanto empeño durante su vida como en alabar a la Santísima Virgen, predicar sus grandezas y animar a todo  el mundo a honrarla con el Rosario. La poderosa Reina del Cielo, a su vez, no cesó de derramar sobre el Santo bendiciones a manos llenas. Ella coronó sus trabajos con mil prodigios y milagros y él alcanzo de Dios cuanto pidió por intercesión de la Santísima Virgen. Para colmo de favores, le concedió Ella la victoria sobre los albigenses y le hizo padre y patriarca de una gran Orden.

   Y ¿Qué decir del Beato Alano de la Rupe, restaurador de esta devoción? La Santísima Virgen lo honró varias veces con su visita para ilustrarlo acerca de los medios de alcanzar la salvación, convertirse en buen sacerdote, perfecto religioso e imitador de Jesucristo.
   Durante las tentaciones y horribles persecuciones del demonio, que lo llevaban a una extrema tristeza y casi a la desesperación, Ella lo consolaba,  disipando con su dulce presencia tantas nubes y tinieblas. Le enseñó el modo de rezar el Rosario, lo instruyó acerca de sus frutos y excelencias, lo favoreció con la gloriosa cualidad de esposo suyo, y, como arras de su casto amor, le coloco el anillo en el dedo, y al cuello un collar hecho con su cabello dándole también un Rosario. El Abad Tritemio, el docto Cartagena, el sabio Martín Navarro y otros hablan de él elogiosamente.
    Después de atraer a la Cofradía del Rosario a más de cien mil personas, murió en Zwolle, Flandes, el 8 de septiembre de1475.



   Envidioso el demonio de los grandes frutos que el Beato Tomás de San Juan —célebre predicador del Santo Rosario— lograba con esta práctica, lo redujo con duros  tratos a una larga y penosa enfermedad, en la que fue desahuciado por los médicos. Una noche, creyéndose  ya a punto de morir, se le apareció el demonio bajo espantosa figura. Pero él levanto  devotamente los ojos y el corazón hacia una imagen de la Santísima Virgen que se hallaba  cerca de su lecho y gritó con todas sus fuerzas: “¡Ayúdame, socórreme, dulcísima Madre mía!”.
   Tan pronto pronunció estas palabras, la imagen de la Santísima Virgen le tendió la mano y, agarrándole por el brazo, le dijo: “¡No tengas miedo, Tomás, hijo mío! ¡Aquí estoy para ayudarte! ¡Levántate y sigue predicando la devoción de mi Rosario, como habías empezado a hacerlo! ¡Yo te defenderé contra todos tus enemigos!” A estas palabras de la Santísima Virgen huyó el demonio. El enfermo se levantó perfectamente curado, dio gracias a su bondadosa Madre con abundantes lágrimas, y continuó predicando el Rosario con éxito maravilloso.


   La Santísima Virgen no favorece solamente a quienes predican el Rosario, sino que recompensa también gloriosamente a quienes con su ejemplo, atraen a  los demás a esta devoción.
   Alfonso, rey de León y de Galicia, deseando que todos sus criados honraran a la Santísima Virgen con el Rosario, resolvió, para animarlos con su ejemplo, llevar ostensiblemente un gran Rosario, aunque sin rezarlo. Esto  bastó para obligar a toda su corte a rezarlo devotamente.
   El rey cayó enfermo de gravedad. Ya le creían muerto, cuando fue arrebatado en espíritu ante el tribunal de Jesucristo. Vio a los demonios, que le acusaban de todos los crímenes que había cometido. Cuando el divino juez lo iba ya a condenar a las penas eternas, intervino en favor suyo  la Santísima Virgen. Trajeron  entonces una balanza; en un platillo de la misma colocaron todos los pecados del rey en un platillo. La Santísima Virgen colocó en el otro el gran Rosario que Alfonso había llevado para honrarla y los que, gracias a su ejemplo, habían recitado otras personas. Esto peso más que los  pecados del Rey. La Virgen le dijo luego, mirándole benignamente: “Para recompensarte por el pequeño servicio que me hiciste al llevar mi Rosario, te he alcanzado de mi Hijo la prolongación de tu vida por algunos años. ¡Empléalos bien y haz penitencia!”
   Volviendo en sí, el rey exclamó: “¡Oh bendito Rosario de la Santísima Virgen, que me libro de la condenación eterna!”  Y, después de recobrar la salud, fue siempre devoto del rosario y lo recitó todos los días.
   Que los devotos de la Santísima Virgen traten de ganar el mayor número de fieles para la Cofradía del Santo Rosario, a ejemplo de estos santos y de este rey. Así conseguirán en la tierra la protección de María y luego la vida eterna: “Los que me dan a conocer, alcanzarán la vida eterna”.

“El secreto admirable del Santísimo Rosario”


San Luis María Grignion de Montfort

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