Queriendo nuestro Señor castigar al
emperador Focas, príncipe vicioso y desalmado, que mató a Mauricio y le sucedió
en el imperio, movió a Cósroas, rey de Persia, que le hiciese la guerra y
tomase muchas y grandes provincias. Acabó Focas su vida asesinado, le sucedió
en el imperio Heraclio, príncipe muy virtuoso. Entretanto Cósroas, como señor
del campo, daba sobre unas ciudades y otras, tomándolas por fuerza de armas; y
finalmente vino sobre la santa ciudad de Jerusalén, y la tomó, y saqueó, y mató
en ella miles de personas, y llevó consigo preso y cautivo a Zacarías,
patriarca de Jerusalén, santo varón y excelente prelado y a otro gran número de
gente, y tomó el santo madero de la cruz de Jesucristo, nuestro Redentor, y le
llevó a Persia, y le puso encima de su trono real, que era de oro fino, entre
muchas perlas y piedras preciosas. Como Heraclio viese los daños de su imperio,
juntó un ejército de gente nueva y bisoña para salir en busca en Cósroas,
confiando que Dios le daría victoria del blasfemo e insolente rey. Se trabaron
entre los dos ejércitos crueles batallas, sin declararse la victoria por
ninguna de las partes; hasta que pidiendo Heraclio socorro a la Virgen
santísima, cuya imagen llevaba en la mano derecha, súbitamente se levantó un
viento muy recio, con grande lluvia y granizo, que a los cristianos daba en las
espaldas y a los persas en los ojos, con lo cual los cristianos quedaron desde
aquel día vencedores. Cósroas, humillado y vencido, restituyó todas las tierras
que había tomado del imperio, y el tesoro de la casa real que poseía su padre,
y la santa Cruz, y todos los cristianos que tenía cautivos. El emperador
Heraclio para hacer gracias a nuestro Señor, ordenó una solemnísima procesión,
en la cual llevaba él mismo en sus hombros la santa Cruz que había estado
catorce años en poder de Cósroas. Pero
al entrar con ella en Jerusalén, y llegando a la puerta de la ciudad, no pudo
dar un paso adelante. Entonces el santo patriarca Zacarías le dijo: «Mira, oh emperador, si es la causa de esto, el llevar tú
la cruz con muy diferente traje y manera que el Señor la llevó por este
camino.» Entonces se quitó
Heraclio la vestidura imperial, y la corona de la cabeza; y con los pies
descalzos pudo proseguir con la procesión hasta poner la sacrosanta Cruz en el
mismo lugar de donde Cósroas la había quitado. Quiso
nuestro Señor ennoblecer aquel triunfo y regalar a su pueblo con grandes
maravillas, entre las cuales resucitó aquel día un muerto, cuatro paralíticos
cobraron salud, quince ciegos vista, diez leprosos quedaron limpios, y muchos
que eran atormentados del demonio quedaron libres y gran número de enfermos con
entera salud; a cuyos prodigios pueden añadirse otros infinitos obrados en toda
la cristiandad por la virtud de las reliquias de la santa Cruz, en la cual se
nos dio la salud, la redención y la vida eterna.
Reflexión:
Así como Heraclio llevó humildemente sobre sus hombros la Cruz de Jesucristo,
así hemos de llevar con humildad y resignación nuestra cruz conforme a lo que
dice el Señor en su Evangelio: Si alguno quisiere venir en pos de mí, tome su cruz y
sígame. (Luc. XIV).
Mostremos pues nuestra paciencia cristiana en las enfermedades, dolores,
pobrezas, infamias, falsos testimonios y otras muchas aflicciones semejantes;
que estas cosas son para nosotros la cruz de Cristo, y en sufrirlas por su amor
está nuestra virtud, merecimiento y corona.
Oración:
¡Oh Dios!
que nos alegras en este día con la solemnidad de la Exaltación de la santa
Cruz, te rogamos nos concedas que merezcamos gozar en el cielo del premio de la
Redención, cuyo misterio hemos conocido en la tierra. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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