Cuando
Pío XII canonizó a San Pío X, el 29 de mayo de 1954, no dejó de llamarle
repetidamente, en el discurso de canonización,
«el santo
dado por la Providencia a nuestra época», «el santo providencial del tiempo
presente», «el santo providencial de nuestros tiempos». Y, en
efecto, en la persona de San Pío X podemos ver, en orden a la Iglesia, una
triple Providencia de Dios:
• La Providencia por la
que lo saca de una humilde familia de Riese, lo va conduciendo por todos los
grados y cargos de la jerarquía, hasta establecerlo en el Sumo
Pontificado.
• La Providencia por la
cual su acción no se limita al tiempo de su vida, sino que perdura en los
tormentosos tiempos posteriores.
• La Providencia por la
que el Supremo Magisterio reconoce la acción providencial de José Sarto, de Pío
X, y la confirma.
1º
Providencia primera.
Podemos
verla señalada en las palabras del Introito de la fiesta de San Pío X: «Ensalcé a mi elegido de entre el pueblo, lo ungí con
óleo santo, para que mi mano este siempre con él, y mi brazo lo confirme».
Es admirable ver cómo Dios va guiando, de
manera suave pero certera, a ese humilde hijo de un alguacil, que ni siquiera
tiene con qué pagarse los estudios, por todos los grados de la jerarquía:
ejemplar seminarista entre sus
compañeros, luego vicario en Tómbolo
(9 años), párroco de Salzano (9 años),
canónigo de Treviso, director
espiritual del seminario de esta misma diócesis, canciller secretario del obispo (8 años), obispo de
Mantua (9 años), cardenal y patriarca
de Venecia (9 años). Una larga
preparación de 45 años de sacerdocio, y de 19 años de vida episcopal, lo ha
puesto al corriente de las necesidades de las almas, de la formación
sacerdotal, de la Iglesia, de los errores y peligros que la combaten, y de los
mejores medios para promover la difusión y defensa de la fe y de la
Iglesia.
El cardenal José Sarto tiene 68 años cuando
llega al Sumo Pontificado, en 1903;
y nos recuerda así a otras figuras, como Moisés, llamado por Dios a los 80
años, o como nuestro mismo fundador, Monseñor Lefebvre, llamado a su principal
misión a los 65 años: sólo entonces brilla con todo su esplendor la Providencia
divina: • que, teniendo ya prevista la elección de José Sarto como sumo
Pontífice, lo hizo pasar por todas las etapas que más tarde le serían útiles
para cumplir con eficacia su pontificado; • y que prepara a su instrumento,
perfeccionándolo, para poder producir luego, con gran eficacia y en muy poco
tiempo, una obra inmensa.
2º
Providencia segunda.
Podemos verla en el hecho de que el Supremo
Magisterio, por boca del Papa Pío XII, reconoce la misión providencial de San
Pío X para la Iglesia de los tiempos modernos, afirmando que la Iglesia ha de
continuar tras las huellas de Pío X, y confirmando todo lo hecho por Pío X.
«En Pío X se revela el arcano de la sabia y
benigna Providencia, que asiste a la Iglesia, y por medio de ella al mundo en
todas las épocas de la historia. ¿Qué iba a significar –nos
preguntábamos al principio– el nombre de
Pío X? Nos parece verlo ahora claramente. Por su persona y por su obra, Dios
quiso preparar a la Iglesia para los nuevos y arduos deberes que los
tormentosos tiempos futuros le reservaban. Preparar a tiempo una Iglesia
concorde en la doctrina, firme en la disciplina, eficaz en sus pastores; un
laicado generoso, un pueblo instruido, una juventud santificada desde los
primeros años, una conciencia cristiana atenta a los problemas de la vida
social. Si hoy la Iglesia de Dios, lejos de retroceder frente a las fuerzas
destructoras de los valores espirituales, sufre, combate y, por la divina
virtud, avanza y redime, se debe en gran parte a la acción clarividente y a la
santidad de Pío X. Hoy aparece manifiesto cómo todo su pontificado fue
sobrenaturalmente dirigido según un designio de amor y de redención, para
disponer los ánimos y afrontar nuestras mismas luchas, y para asegurar nuestras
victorias y las victorias venideras» (Pío XII, discurso de beatificación de Pío X, 3 de julio de 1951).
Así, pues, el Supremo Magisterio de la
Iglesia, haciéndose eco de la entonces universal veneración a Pío X, no por
coacción alguna ni entre regañadientes, sino con todo el entusiasmo e
iniciativa de Pío XII, en actos solemnísimos, cuales son los de la
beatificación y canonización, proclama que San Pío X tuvo la misión de
apuntalar la Iglesia para los tiempos venideros, que serían tormentosos, de
modo que en esos momentos habrá que referirse a su obra para asegurar la
victoria de la Iglesia. Nada más alentador que poder apoyarse de este modo en
el Supremo Magisterio, para llevar a cabo, asegurados por la Roma eterna, la
lucha contra el pseudo-magisterio conciliar, contra la Roma neomodernista.
3º
Providencia tercera.
Se la
puede ver en el Evangelio de la fiesta de San Pío X, que nos recuerda el triple
acto de amor de San Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas
más que éstos?… Apacienta mis corderos…, apacienta mis ovejas…, apacienta mis
ovejas»; pues a tres actos principales de fidelidad resume Pío XII,
en el discurso de canonización, la acción providencial y la misión posterior de
Pío X, retomando lo ya dicho en el discurso de beatificación: preparar a tiempo una Iglesia: • firme en la
disciplina, • concorde en la
doctrina, • eficaz y santa en los pastores.
1º
Firmeza en la disciplina (primer «apacienta mis corderos»). San Pío X, para
realizar su programa de instaurar todo en Cristo, de volver a llevar todo a la unidad en Cristo, se
dio cuenta de que el gran medio era la Iglesia. A esta Iglesia quiso en
concreto hacer más apta y más dispuesta para llevar los hombres a Cristo, pero
no modificándola en su definición, en sus estructuras, en sus medios, sino
renovando el cuerpo de las leyes eclesiásticas, para conferir así al entero
organismo de la Iglesia un funcionamiento más regular y mayor seguridad y
agilidad de movimientos, según lo que requerían las condiciones del mundo
moderno.
«San Pío X –prosigue Pío XII– es el santo providencial del tiempo presente, en primer
lugar, por el código de derecho canónico, que continuará siendo su obra
personal (aunque no fuese
promulgado sino por su sucesor) y el gran monumento de su pontificado: en él la Iglesia
queda como apuntalada en su noción misma, en sus estructuras divinas y humanas,
en sus medios de acción y de apostolado, en sus derechos.
Al referirnos, pues, en los tiempos
turbulentos actuales, al derecho codificado por San Pío X, estamos seguros de
encontrar toda la sabiduría y la prudencia de la Iglesia, todo lo que la
tradición de los apóstoles, de los pontífices, de los concilios, pudieron
legislar de mejor en orden a defender y propagar la santa Iglesia de
Dios».
2º
Concordia en la doctrina (segundo «apacienta mis ovejas»). El segundo motivo por
el cual Pío XII llama a San Pío X «campeón invicto de la Iglesia» y «santo providencial de
nuestros tiempos» es por su segunda empresa: la defensa del tesoro inestimable de la unidad de la Iglesia en su
fundamento íntimo: la fe. En
la lucidez y firmeza (que no conoció titubeo alguno) con la cual Pío X dirigió
la lucha victoriosa contra los errores del modernismo, ve Pío XII la
realización literal de las palabras del Señor a San Pedro: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca; y tú confirma a tus hermanos» (Lc. 22 32).
«Justo es –concluye Pío XII– que la Iglesia invoque hoy la intercesión de este santo
Papa, para que aleje de ella otras batallas semejantes». Nosotros, por
nuestra parte, vemos cómo Pío XII entrevió con claridad la necesidad de
ensalzar a San Pío X en esta obra doctrinal, como entreviendo las luchas que
estos mismos errores refutados y condenados por San Pío X volverían a presentar
a la Iglesia. A la enseñanza, pues, y a la fidelidad de San Pío X, podemos y
debemos acudir –nos dice el
Supremo Magisterio– para asegurar la victoria.
3º
Eficacia y santidad en los pastores (tercer «apacienta mis ovejas»). San Pío
X, nos enseña Pío XII, vivió siempre, como humilde párroco, como obispo, como
Pontífice Supremo, orientado a la búsqueda de la santidad sacerdotal.
Ahora bien, ¿cuál es la santidad que
conviene al sacerdote, al representante del sumo y eterno sacerdote,
Jesucristo, sino la que está fundada en la Santa
Misa, en la perpetua renovación del sacrificio de la Cruz? Por eso, toda la vida de San Pío X –sigue
diciendo Pío XII– se compendia en su vivir el misterio de la Sagrada
Eucaristía.
«En la profunda visión
que poseía de la Iglesia como sociedad, Pío X conoció el poder que tiene la
Eucaristía para alimentar su vida íntima y elevarla por encima de cualquier
otra asociación humana… ¡Ejemplo providencial para el día de hoy, en el que la
sociedad terrena busca con ansia una solución sobre cómo volverse a dar un
alma! Que ese mundo vuelva en torno a sus altares… Sólo en la Iglesia, parece
repetir el Sumo Pontífice, y por la Iglesia en la Eucaristía, que es “vida
escondida con Cristo en Dios”, se encuentra el secreto y la fuente de
renovación de la vida social».
Y concluye Pío XII inculcando a los
ministros del altar la grave responsabilidad que tienen de vivir profundamente
del misterio eucarístico, de hacerse luego promotores y distribuidores de la
Eucaristía.
Conclusión.
Dentro de esa tercera Providencia parece
incluirse el que nuestro venerado fundador, Monseñor Marcel Lefebvre, nos diera
como Patrono de Fraternidad a San Pío X. En efecto, a nuestra Congregación
parece incumbirle, en los tiempos actuales, la tarea de asegurar la continuidad
de la obra providencial de San Pío X, apoyándonos en sus directivas y fiados en
el juicio que sobre ellas emitió el Magisterio Supremo de la Iglesia. De hecho,
y guardando siempre las debidas proporciones, podríamos establecer un notable
paralelo entre San Pío X y Monseñor Lefebvre:
• También a él una
primera Providencia lo exaltó de entre los suyos, conduciéndolo progresivamente
a través de todos los cargos, desde humilde vicario hasta arzobispo, que más
tarde le serían útiles para llevar a cabo su obra de defensa del sacerdocio y
de la Santa Misa.
• También él, por una admirable
identificación de almas, nos impuso el mismo ideal, las mismas metas que, a
decir del Papa Pío XII, fueron las de San Pío X: santidad sacerdotal centrada y
procedente de la Santa Misa; defensa de la fe católica, que esta Misa
compendia; defensa de los derechos de la Iglesia, que por esta Misa se perpetúa
para santificar a las almas.
• Sólo faltaría la tercera Providencia, por
la cual la Iglesia reconozca lo providencial de su persona y de su obra; pero
eso vendrá ciertamente, si Dios así lo juzga, y si es necesario para el bien de
la Iglesia y de las almas.
Mientras tanto pidamos a nuestro santo Patrono
la gracia de mantenernos en la fidelidad a las directivas que él dio, y de
imitar sus santos ejemplos, para que alcancemos, por su poderosa intercesión:
• nuestra santidad personal,
• el fervor y fecundidad de nuestra obra,
• la salvación de las almas que el Señor nos
confía,
• y la recompensa eterna del cielo.
“HOJITAS DE FE”
FSSPX.
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