El
devoto que reza ardientemente es llevado a repetir una y otra vez palabras que
provienen de las profundidades del corazón. Nuestro Señor lo hizo en el Monte
de los Olivos; David, en el Salmo 135, exclama no menos que 27 veces “Su
misericordia perdura por los siglos de los siglos”,
y San Francisco de Asís empleó noches
enteras repitiendo: “Mi Dios y mi todo”. Los
devotos siervos de María se han dirigido a ella con las palabras del arcángel,
agregando un Ave María al otro, a modo a como se engarzan rosas en una
guirnalda.
REZO DEL ROSARIO: UN ENORME ROSAL PARA NUESTRA MADRE.
1.
El Rosario es una oración en la cual el Padre
Nuestro, seguido por 10 Ave Marías, es repetido 5 o 15 veces, acompañado por la
meditación sobre la vida, la Pasión, y la exaltación del Redentor.
Empezamos el Rosario con el Credo y tres Ave
Marías para el aumento dentro de nosotros de las tres virtudes teologales.
Mientras estamos recitando el Rosario todos tienen que sostener su propio
Rosario en la mano, y tocar las cuentas mientras recitan las oraciones; pero si
hay varias personas en conjunto recitándolo, es necesario que apenas una persona
sostenga el Rosario, con el propósito de regular el número de oraciones.
El Rosario está dividido en los misterios
gozosos, dolorosos y gloriosos; en el primero damos honor a Dios Padre, que nos
envió el Salvador; en el segundo, a Dios Hijo, que nos redimió; en el tercero,
Dios el Santo Espíritu, que nos santifica Rezar siempre en familia.
REZAR SIEMPRE EN FAMILIA.
2.
El Rosario debe su origen a Santo Domingo.
Los eremitas de los primeros siglos, que no
podrían leer el salterio, recitaban un Padre Nuestro y un Ave María en lugar de
cada salmo; y para tomar cuenta del número que habían rezado, aprovecharon de
piedras pequeñas, o de semillas ensartadas en una cuerda. Santo Domingo fue el primero que comenzó la práctica de sustituir 150
Ave Marías por los 150 salmos; por eso el Rosario solía ser llamado el Salterio
de María.
Cuando, alrededor del año 1200, las herejías
de los albigenses habían provocado grandes problemas en el sur de Francia y
norte de Italia, Santo Domingo fue comisionado por el Papa a predicar contra
los principios erróneos de ellos. Sus esfuerzos prevalecieron poco, y por eso
pidió el auxilio de la Madre de Dios. Ella
se le apareció, y le instruyó a servirse del Rosario como un arma contra Sus
enemigos. En consecuencia, él lo introdujo por todas partes, y en poco
tiempo había efectuado la conversión de más que 100.000 herejes.
El
uso del Rosario rápidamente se difundió a lo largo y ancho de la Cristiandad, y
llegó a ser una devoción muy popular. Es un método de oración tan simple
como sublime; las oraciones son tan fáciles que un niño puede repetirlas, y los
misterios tan profundos que proporcionan un tema para la meditación hasta a los
teólogos más eruditos. Es una oración
tanto de contemplación como de súplica, porque presenta a la mente las verdades
fundamentales de la fe.
El
Rosario es un compendio de los Evangelios; un manual de instrucción
práctico y completo en que puntos principales de la doctrina cristiana se
presentan bajo el aspecto de la oración. Por medio de la meditación acerca de
los acontecimientos de la vida de Nuestro Señor, la fe y la caridad se
aumentan; por el ejemplo de nuestro divino Redentor aprendemos a ser humildes,
mansos y obedientes; estamos incitados a imitar las virtudes que los misterios
enseñan para que nos esforcemos conseguir lo que nos prometen.
Además de eso, la unión de la oración tanto
vocal como mental hace el Rosario fácil, agradable y provechoso. Como un método
de oración, no tiene rival; cuanto más frecuente y devotamente se practica su
rezo, tanto más el devoto aprecia su excelencia y llega convencerse de su
origen sobrenatural.
3.
El Rosario es muy agradable a Dios a causa de
su humildad, y porque es una imitación de la incesante canción de alabanza
ofrecida por los ángeles.
El
Rosario es la oración de los humildes, porque en él, las verdades
bien-conocidas son simplemente afirmadas y constantemente repetidas. Los
orgullosos lo desprecian, pero Dios, que mira con condescendencia las cosas
bajas (Ps. 112:6) lo aprueba. Es una imitación
de la canción del ángel: leemos en las Sagradas Escrituras que los coros
angélicos cantan el uno al otro: “Santo, Santo, Santo, es
El Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de Su gloria” (Is. 6:3).
Y cuando recitamos el Rosario, alabamos
de una manera semejante a la Madre de Dios.
No
cabe duda de que esta forma de oración es muy aceptable a la Madre de Dios, porque
cuando apareció en Lourdes sostenía un Rosario en Su mano. El Papa Pío IX
afirma sin vacilación que es Su don a los hombres, y que Ella lo ama más que cualquier
otra oración.
4.
El Rosario es una devoción muy útil, porque
por medio de él obtenemos grandes gracias y es ayuda segura en el momento de la
aflicción; se le dan además, muchas indulgencias.
El
Rosario es un tesoro de gracias. Muchos pecadores deben su conversión a él.
Posee un poder maravilloso para vencer el pecado y restaurar al transgresor al
estado de gracia. Por medio de él, los justos crecen en la virtud. Todos los
santos que han vivido después de la institución del Rosario han sido asiduos en
su uso, y a lo mejor es esto lo que ha contribuido en gran parte a su
santificación.
Se sabe que varios santos obispos y siervos
de Dios han prometido por voto rezarlo diariamente; San Carlos Borromeo, a pesar de las numerosas y apremiantes obligaciones de su
cargo lo recitó todos los días con los seminaristas y miembros de su casa. El
Beato Clemente Hofbauer acostumbraba rezar el Rosario paseando por las calles de
Viena, y casi nunca lo recitó en vano por la conversión de un pecador.
Se documenta que varios oficiales ilustres
y comandantes victoriosos nunca libraron una batalla sin primero rezar el
Rosario, y a él, le atribuyeron sus éxitos militares.
El Beato Clemente Hofbauer
San Carlos Borromeo
El
Rosario ha sido llamado “el termómetro de la Cristiandad”, porque
donde es recitado con diligencia la fe es ardiente y se manifiestan las buenas
obras, y donde es hecho caso omiso la religión es débil. En los tiempos de
calamidad general, ayuda milagrosa ha sido concedida a la cristiandad por medio
del Rosario; esto
ha sido especialmente durante las guerras contra los turcos, la victoria de
Lepanto (1571), la liberación de Viena (1683), y la victoria de
Belgrado, que fueron todas debidas al poder del Rosario. Se dice que
las cuentas de la corona consiguieron más ejecución que las balas de los
soldados. Ha sido en acción de gracias
por estas victorias por lo que la Santa Sede ha instituido en
el primer Domingo de octubre la Fiesta del Santo Rosario. El Papa Sixtus IV afirmó que muchos
peligros que amenazan al mundo son alejados, y la venganza de Dios es
apaciguada por las oraciones del Rosario.
Nuestro Santo Padre León XIII dice que, como
en los tiempos de Santo Domingo, el Rosario dio evidencias de ser un remedio
seguro para los males de la era, por eso ahora puede efectuar mucho a favor de
la rectificación de los males que afligen a la sociedad. Todos los que
recitamos el Rosario sentimos su poder sobrenatural; no hay ninguna oración que
proporcione más consuelo en la aflicción y más tranquilidad al pecho afligido.
Calma en la tristeza, comunica la paz que se describe en el Evangelio.
Otra prueba de su excelencia es el odio y el
desprecio con que los incrédulos lo desestiman. El demonio los incita a
criticar lo que es una fuente fructuosa de gracia para el cristiano, y por
medio de la cual las almas se arrancan de su apretón.
El
Rosario ha sido indulgenciado copiosamente por la Santa Sede, y su recitación vigorosamente
recomendada a los fieles. Una indulgencia de 100 días puede ser conseguida por cada
Pater y Ave, si cinco décadas consecutivas se rezan con un Rosario debidamente indulgenciado.
Nuestro Santo Padre León XIII ha proclamado
que sea rezado cada día durante el mes de octubre, el Rosario junto con la
letanía de Loretto en la iglesia o durante la Misa parroquial, o por la tarde,
con el Santísimo Sacramento expuesto. Por cada instancia de practicar esta
devoción se concede una indulgencia de siete años y siete cuarentenas.
El
Papa Pío IX legó, como un patrimonio a los fieles, esta amonestación: “Que sea recitado el Rosario, este método de oración hermoso y
simple, enriquecido con muchas indulgencias, habitualmente al atardecer en
todos los menajes. Estas son mis últimas palabras a vosotros; el memorial que
dejo detrás de mí”. En
otra ocasión dijo: “En todo el Vaticano no
hay un tesoro más grande que el Rosario”.
–
Extraído de The Catechism Explained (agotado).
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