San
Bruno, fundador de la Cartuja, fue alemán de nación, hijo de nobles padres, y nació
en la ciudad de Colonia. Le enviaron a la universidad de
París, donde se dio a la filosofía y a la sagrada teología, en que se aventajó
tanto a sus otros compañeros que vino a ser maestro excelente, varón docto y de
fama y canónigo de la ciudad de Reims. Sucedió en este tiempo en París una cosa
notable y espantosa, que refieren muchos autores, entre los cuales el que
escribió la vida de nuestro santo en el año 1150, es decir, cuarenta y nueve
años después de su muerte. Entre los
otros insignes doctores de aquella universidad había uno muy amigo de Bruno, de
grande opinión de virtud y letras: murió éste, y estando en la iglesia
haciéndole las exequias acostumbradas, al tiempo que uno de los clérigos
cantaba aquella lección de Job que dice: Responde mihi: quantas habeo inquietantes?
que quiere decir: «Respóndeme,
¿cuántas son mis maldades?» el cuerpo del difunto que estaba en medio de
la iglesia, levantó la cabeza y con una voz espantosa dijo: «Por justo
juicio de Dios soy acusado», y
acabando de decir estas palabras reclinó su cabeza en las andas como antes. Se asombraron
los circunstantes, y determinaron no enterrarle hasta el día siguiente para ver
lo que sucedía: y el día siguiente tornó a hablar el difunto y dijo: «Por justo juicio de Dios soy juzgado»; y como
fuese grande la turbación de todos los presentes, acordaron dejarle hasta el
tercer día, en que con voz más espantosa y tremenda clamó: «Por justo
juicio de Dios soy condenado.» Se movieron
muchos a hacer penitencia de sus pecados con este terrible juicio, y uno de
ellos fue san Bruno, el cual tocado de la mano de Dios, determinó morir en vida
para no morir eternamente, y con seis de sus amigos se partió a Grenoble en el
Delfinado, donde el santo obispo Hugo les cedió el asperísimo desierto llamado
la Cartuja. Allí fundaron su sagrada orden, viviendo más como ángeles que como
hombres; y muchas veces el mismo san Hugo iba a morar entre ellos con grande
humildad y gozo de su espíritu. Habiendo sucedido en el pontificado
Urbano II, que había sido discípulo de Bruno, le llamó a Roma para aprovecharse
de sus consejos: más al partirse el pontífice para Francia, el santo le suplicó
que le diese licencia para retirarse a un desierto de Calabria tan áspero como
el de la Cartuja: y en aquel yermo llamado Torre, en el territorio de
Esquilache, pasó el resto de su vida con muchos otros solitarios que se
llegaron a él deseosos de imitar su admirable perfección. Finalmente habiendo
enriquecido la santa Iglesia con la nueva y celestial familia de los gloriosos
hijos de la Cartuja, tan célebre por la multitud de santos y eminentes prelados
que de ella han salido, cubierto de cilicio, y con un crucifijo arrimado a los
labios, a la edad de cincuenta años no cumplidos entregó su espíritu en las
manos del Creador.
Reflexión:
¿Quién no ve
en la vida de este santísimo confesor los caminos maravillosos que el Señor toma
para llevar almas al cielo? Se condenó por justo
juicio de Dios el letrado soberbio y vano y publicó su condenación de un modo
tan espantoso que movidos con tal ejemplo muchos se salvasen; y este santo
fundase una orden de solitarios y penitentes, que jamás ha descaecido de su
primer espíritu, y ha sido de grande ejemplo, en la Iglesia de Dios.
Oración:
Te suplicamos, Señor, que seamos ayudados con la intercesión de tu glorioso
confesor san Bruno; para que los que con nuestras culpas hemos ofendido
gravemente a tu divina Majestad, alcancemos por sus méritos y oraciones la
remisión de nuestros pecados. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORUM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA
No hay comentarios:
Publicar un comentario