El
seráfico patriarca san Francisco, uno de los más grandes santos que venera la
Iglesia, fue natural de Asís, en la provincia de Umbría, y nació en un establo
como su divino modelo Jesucristo. Sus padres que eran
mercaderes, le llamaron Juan en el bautismo, pero después le dieron el nombre
de Francisco por la facilidad con que aprendió la lengua francesa, necesaria a
la sazón a los negociantes de Italia. Pasó los años de su mocedad en el
comercio y en las armas: y saliendo un día a pasearse a caballo por las
cercanías de Asís, halló un pobre leproso que le llenó de asco y horror, más
para vencerse a sí mismo, se apeó, abrazó y besó a aquel pobrecito y le dio
todo el dinero que llevaba. Deshaciéndose un día en lágrimas de sus culpas, se
le apareció Jesucristo crucificado como cuando estaba próximo a expirar; por lo
que propuso desde aquel momento en su corazón imitar en su vida la pobreza y
los trabajos de su adorable Redentor. Muchas veces trocó sus vestidos por los
andrajos de los pobres: y siendo de edad de veinticinco años, oyendo en la
iglesia el Evangelio en que Jesucristo dijo a sus discípulos: «No queráis
tener oro, ni plata, ni dinero, ni en vuestros viajes llevéis alforja, dos
túnicas, ni calzado, ni báculo…» (Mat. 10, 9-10), de repente se sintió tocado de Dios para tomar aquellas
palabras por regla de su vida, y constitución de la orden que fundó con sus
doce compañeros, llamados los penitentes de Asís. Aprobó Inocencio
III su instituto, después de haber visto en un sueño misterioso cómo san
Francisco sostenía sobre sus hombros la iglesia de San Juan de Letrán, que se
desplomaba; y habiendo el santo recibido de los monjes de san Benito una
pequeña posesión con una ermita llamada, de la porción de terreno, Santa María
de Porciúncula, residió allí como en su primer convento, más creció tanto su
orden que en menos de tres años se fundaron más de sesenta monasterios. Le tuvo santa Clara por maestro de su
espíritu, y por autor de la Regla de sus religiosas, llamadas al principio
Señoras pobres. Encendido en deseos del martirio, partió para Siria con
algunos religiosos y llegado a Damiata se presentó al Sultán, y le declaró la
falsedad de la ley de Mahoma, mas asombrado el príncipe infiel de la santidad
de Francisco, le honró y le ofreció ricos presentes, rogando que le encomendase
a Dios. Habiendo el santo renunciado al generalato, se retiró al monte
Albernia, y hacia el fin de la cuaresma de san Miguel que hacía todos los años,
recibió la impresión de las sagradas llagas en las manos, pies y costado, y
desde allí en adelante todos le llamaban el Patriarca seráfico. Finalmente después de haber asombrado al
mundo, con sus virtudes, austeridades y prodigios de todo género, quiso morir
en suma pobreza y desnudez como Jesús; mas tomando por obediencia su túnica
vieja, tendido en el suelo, y puestos los brazos en cruz entregó su alma al Creador
a la edad de cuarenta y cinco años.
Reflexión: Movidas de los
sermones y de los ejemplos de san Francisco y de santa Clara, innumerables
personas casadas de uno y otro sexo deseaban retirarse a los claustros: pero
nuestro santo les enseñó como en todos los estados se podían santificar, y les
señaló cierta forma de vida medida con su condición, y ésta fue la Tercera
orden; la cual florece hoy en el mundo con grande honra de Dios y de la santa
Iglesia.
Oración:
¡Oh Dios! que por los méritos de san Francisco fecundaste a tu Iglesia con una
nueva familia; danos gracia para que a su imitación despreciemos las cosas de
la tierra y nos gocemos siempre en la participación de los dones celestiales.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORUM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA
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