sábado, 8 de septiembre de 2018

“LA VERDADERA HISTORIA DE FÁTIMA”




Una narración completa de las Apariciones de Fátima. 

Contada por el Padre  John de Marchi, I.M.C. 




   Después del 13 de octubre de 1917, Cova da Iría nunca fue lo mismo. Venían peregrinos a todas horas.

   “Todos se arrodillaban al pie de la encina” – María da Capelinha recuerda. “Aquí sólo se lloraba y se rezaba a Nuestra Señora, y cuando se reunía mucha gente se cantaban los hermosos cantos de la Iglesia. Venían a Nuestra Señora a pedir milagros y Ella siempre oía a todos. Nadie se sentía molesto ni cansado. En aquel tiempo, nunca oí decir que Nuestra Señora hubiese rehusado milagro alguno. Todos los que aquí venían, venían con devoción; y si no la traían, aquí la cogían. ¡Ay, qué tiempo aquél tan hermoso! ¡Dan ganas de llorar! Un día fue un hombre todo empapado en agua que había venido de muy lejos. Me acerqué a él y le pregunté si se encontraba mal. Aparte de la lluvia, hacía también frío y el hombrecito había pasado toda la noche al aire libre. ¡‘No señora! No tengo nada que me moleste. Nunca he tenido una noche tan feliz como ésta: vengo once leguas de camino y no me encuentro cansado; me siento muy feliz en este lugar.’

   Casi desde el inicio, los fieles habían dejado en el lugar sagrado ofrendas de dinero y legumbres como señal de su agradecimiento y devoción. El 13 de agosto, con ocasión de la ausencia de los niños, la aglomeración de personas alrededor de la pequeña encina era tal, que todas las ofrendas fueron pisoteadas, y por eso María da Capelinha decidió salvar lo que podía, especialmente el dinero, hasta que pudiese llegarse a alguna decisión sobre su uso. Intentó ofrecer el dinero primero a uno de los hijos mayores de la familia Marto, pero él rotundamente lo rechazó. Al siguiente día pensó en dárselo al señor Marto. Cuando llegó a la casa Marto, “estaban allí la señora María Rosa y el señor Cura, que lo presenció todo apoyado en la pared” – recuerda ella. “Estuve hasta descortés, porque le di el dinero al señor Marto, en vez de al señor Cura. Pero el padre de Jacinta no quiso aceptarlo de ninguna manera: ¡‘No me tiente mujer porque tentado ya estoy’”! La señora Olimpia tampoco quiso tener nada que ver con eso. Apenas entonces fue que María da Capelinha recurrió al Párroco quien también lo rechazó fríamente.
“‘Pues tampoco es mío – ella insistía – Voy a dejarlo allá donde lo he cogido’.
¡‘No haga eso mujer! – la calmó el Párroco. ¡‘Guárdelo o entrégueselo a alguien hasta que veamos en qué queda todo esto’!

   Por lo tanto, María da Capelinha continuaba todos los días recogiendo el dinero en un saquito y vendiendo las legumbres, aumentando así la tesorería. Mientras los fondos crecían, la gente hablaba cada vez más de construir una capilla en Cova da iría. Pasado el tiempo, sin embargo, nada se hizo sobre ello. Por supuesto, las autoridades civiles estaban completamente en contra de la idea de una capilla, y los eclesiásticos eran prudentemente indiferentes. Entretanto, empezaron a circular rumores de que María da Capelinha estaba guardando el dinero para su familia.

   María fue al párroco a pedirle consejo.
   “El señor Cura me llevó a su despacho y me leyó una carta del señor Patriarca, donde se decía que el dinero se guardara bien en casa de confianza, pero no en casa de los padres de los videntes, hasta nueva orden”.

   Era para que no fuesen acusados de aprovecharse de las apariciones para fines económicos. El párroco le pidió que continuase guardando los fondos. Los rumores continuaron y hasta el punto en que Manuel Carreira, el marido de María, fue llamado a compadecer ante el magistrado. El pobre hombre se imaginó toda clase de cosas, pero nada resultó del interrogatorio, sino que había aumentado más aquellos deseos de construir una capilla. El padre de Lucía, con gusto, donó la tierra, y en un mes una capilla pequeñita se levantó.

   Luego que la capilla se hubo terminado, alguien propuso hacer una imagen para completarla. La propuesta fue recibida con gran entusiasmo, e inmediatamente se pensó en una procesión para la colocación de la imagen. No pasó mucho tiempo hasta que los hostiles funcionarios gubernamentales se enteraron, e hicieron sus propios planes para impedir el acontecimiento. Cuando llegó el día de la procesión, había un gran revuelo alrededor de la parroquia de Fátima en el lugar en donde la imagen iba a ser llevada. Una inesperada tormenta dispersó a los guardias gubernamentales haciendo posible que la imagen fuese llevada al interior de la Iglesia, donde fue bendecida y venerada y después escondida por temor de que la robasen. No hubo procesión. Mientras tanto el lugar en la capilla de Cova da Iría fue velado para que pareciese que la imagen ya estaba allí. Cuando nada sucedió después de un tiempo, la imagen se movió discretamente al lugar dispuesto para ella.

   Los rumores empezaron de nuevo de que lo iban a robar todo o quemar y por eso María da Capelinha y su marido pensaron que mejor sería llevarse la imagen a su casa cada noche. La verdad es que temían con razón.

   Dos años más tarde, el 6 de marzo de 1922, dos bombas se hicieron detonar en Cova da Iría, una en la capilla y otra a la encina.



El techo de la capilla se destruyó, pero la bomba de la encina no estalló. Según María da Capelinha, “Hubiéramos querido arreglar la capilla, pero el señor Obispo no lo permitió hasta nuevas órdenes.” En consecuencia, la gente pasaba largas horas fuera de la casa Carreira, donde ahora se guardaba la imagen.

   “Siempre había aquí gente – decía la Señora Carreira – y Nuestra Señora siempre les atendía: esto hacía que aumentase la devoción entre la gente.” Querían volver con la imagen a Cova da Iría el 13 de mayo.

   “Aún no había andas, de forma que todos querían traerla, porque habían hecho promesas y así la traían cada uno un poco. Cada 13 se juntaba mucha gente para traer la imagen a Cova da Iría. Rezando y cantando llegábamos aquí y hacíamos las devociones toda la tarde, con procesión”.

   Entretanto, la destrucción de la capilla había provocado que la gente hiciese una manifestación al gobierno, y determinaron organizar una gran peregrinación el 13 de mayo del año siguiente (1923) para reparar a Nuestra Señora por este ultraje terrible. Unos oficiales intentaron impedir el acontecimiento, pero cuando el día llegó, más que 60.000 personas se reunían para ir en procesión a Fátima y rendirle homenaje a su Reina.

   Muchos años han pasado desde el tiempo de las apariciones y en los campos áridos en los que Lucía, Francisco y Jacinta solían pastar sus ovejas, hay ahora grandes y hermosos edificios. La capilla pequeñita puede ser vista todavía, pero hay un gran santuario en honor de Nuestra Señora de Fátima que domina el área, flanqueado por un hospital, un convento y una casa de retiro y todo esto da testimonio del poder y de la misericordia de Nuestra Santísima Madre María.

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