lunes, 8 de octubre de 2018

EL ROSARIO.




   Si la costumbre de recitar Padrenuestros y Avemarías remonta a remotísima antigüedad, la oración meditada del Rosario tal como hoy la tenemos, se atribuye a Santo Domingo. Es cierto, al menos, que él y sus hijos trabajaron mucho en propagarle y de él hicieron su arma principal en la lucha contra los herejes albigenses, que en el siglo XIII infectaban el sur de Francia.

   Tiene por fin su práctica hacer revivir en nuestras almas los misterios de nuestra salvación acompañando la meditación de los mismos con la recitación de decenas de Ave Marías, precedidas del Padre nuestro y seguidas del Gloria al Padre. A primera vista, la recitación de tantas Ave Marías puede parecer monótona, pero en realidad, con un poco de atención y costumbre, la meditación siempre nueva y más honda de los misterios de nuestra salvación da variedad y abundancia. De todos modos se puede decir sin exageración que en el Rosario se encuentra toda la Religión y como un resumen de todo el cristianismo:

—el Rosario es el resumen de la fe: es decir, de las verdades que tenemos que creer; el Rosario nos las presenta de una forma sensible y viva, y a la exposición de esas verdades junta la oración en que se implora la gracia de comprenderlas mejor para gustarlas más todavía;

—el Rosario es el resumen de la Moral: pues toda la Moral se resume en seguir e imitar a Aquel que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Ahora bien, precisamente por la oración del Rosario obtenemos, de María la gracia y la fuerza de imitar a su divina Hijo;

—el Rosario es el resumen del culto: porque, uniéndonos a Cristo en los misterios meditados, tributamos al Padre; la adoración en espíritu y en verdad que espera de nosotros; y nos unimos a Jesús y a María para pedir con Ellos y por Ellos las gracias de que tenemos necesidad; finalmente,

—el Rosario nutre las virtudes teologales y nos ayuda a intensificar nuestra caridad fortaleciendo las virtudes de esperanza y de fe, pues, “por la meditación frecuente de estos misterios, el alma se inflama de amor y de agradecimiento por las pruebas de dilección que Dios nos ha dado; desea con ansia la recompensa celestial que Jesucristo ganó para los que se unan a Él imitando sus ejemplos y participando de sus dolores. Durante este rezo la oración se expresa con palabras que vienen del mismo Dios del Arcángel Gabriel y de la Iglesia; está lleno de alabanzas y de saludables peticiones; se renueva y se prolonga en un orden determinado y variado a la vez; produce frutos de piedad siempre nuevos y siempre dulces”.




EL ROSARIO UNE NUESTRA ORACIÓN CON LA DE MARÍA, NUESTRA MADRE.


—“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”. Al saludo respetuoso del Ángel, que repetimos humildemente, añadimos en seguida la súplica de nuestra confianza filial. Si la divinidad, aun encarnada, sigue siendo algo temible, ¿cómo vamos a temer a esta mujer de nuestra raza, cuyo oficio es siempre comunicar a las criaturas las riquezas y las misericordias del Altísimo? Confianza filial: en efecto, si la omnipotencia de María proviene de ser la Madre de Dios, que es Omnipotente, su título a nuestra confianza deriva de que es también Madre nuestra; y esto, no tan sólo en virtud del testamento que dictó Jesús en la cruz al decir a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”, y a María: “Ahí tienes a tu hijo”, sino, porque en el mismo instante de la Encarnación la Virgen concibió con Jesús a toda la raza humana a la que entonces Jesús se unía.

   Como miembros del Cuerpo místico, cuya cabeza es Jesucristo, fuimos formados con Jesús  en el seno de la Virgen María, y en él permanecemos hasta el día de nuestro nacimiento a la vida eterna.

   Maternidad espiritual, pero verdadera, que nos pone con nuestra Madre en relación de dependencia e intimidad las mayores que pueden existir: la intimidad del niño en el seno de su madre.

   Y aquí está el secreto de nuestra devoción hacia María: es nuestra Madre y como tal sabemos que podemos pedir cualquier cosa a su amor; ¡somos sus hijos! 



   Pero, sí la madre, porque es madre, necesariamente piensa en sus hijos, éstos, por razón de su edad, fácilmente se distraen. El Rosario es el instrumento bendito que mantiene nuestra intimidad con María y que nos hace penetrar en su corazón cada vez más hondamente.

   Instrumento divino que la Santísima Virgen lleva consigo en todas sus apariciones de un siglo acá, y que no se cansa de recomendarnos. Instrumento de la devoción católica por excelencia, con la que se sienten confortados y a gusto la anciana que no tiene instrucción y el sabio teólogo, porque en ella encuentran el camino luminoso y espléndido, el camino mariano que lleva a Cristo y por Cristo al Padre.

   De este modo se cumplen en el Rosario todas las condiciones de una oración eficaz. Nos hace vivir en la intimidad de Nuestra Señora; y porque es Mediadora, la función de María consiste en conducirnos a Dios, llevar nuestras oraciones hasta su corazón. Ella es la que nos hace decir los Padrenuestros que encuadran las decenas del Ave y, como ésa oración es la misma de Jesucristo y contiene en su divina perfección todo lo que Dios ha querido que le pidamos, estamos seguros de ser oídos.





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