Si la costumbre de recitar
Padrenuestros y Avemarías remonta a remotísima antigüedad, la oración meditada
del Rosario tal como hoy la tenemos, se atribuye a Santo Domingo.
Es
cierto, al menos, que él y sus hijos trabajaron mucho en propagarle y de él
hicieron su arma principal en la lucha contra los herejes albigenses, que en el
siglo XIII infectaban el sur de Francia.
Tiene por fin su práctica hacer revivir en nuestras almas los misterios
de nuestra salvación acompañando la meditación de los mismos con la recitación
de decenas de Ave Marías, precedidas del Padre nuestro y seguidas del Gloria al Padre. A primera vista, la recitación de
tantas Ave Marías puede parecer monótona, pero en realidad, con un poco de
atención y costumbre, la meditación siempre nueva y más honda de los misterios
de nuestra salvación da variedad y abundancia. De todos modos se puede decir
sin exageración que en el Rosario se encuentra toda la Religión y como un
resumen de todo el cristianismo:
—el
Rosario es el resumen de la fe: es decir, de las verdades que tenemos
que creer; el Rosario nos las presenta de una forma sensible y viva, y a la
exposición de esas verdades junta la oración en que se implora la gracia de
comprenderlas mejor para gustarlas más todavía;
—el
Rosario es el resumen de la Moral: pues toda la
Moral se resume en seguir e imitar a Aquel que es “el
Camino, la Verdad y la Vida”. Ahora bien, precisamente por la oración
del Rosario obtenemos, de María la gracia y la
fuerza de imitar a su divina Hijo;
—el
Rosario es el resumen del culto: porque, uniéndonos a Cristo en los
misterios meditados, tributamos al Padre; la adoración en espíritu y en verdad
que espera de nosotros; y nos unimos a Jesús y a María para pedir con Ellos y por
Ellos las gracias de que tenemos necesidad; finalmente,
—el
Rosario nutre las virtudes teologales y nos ayuda
a intensificar nuestra caridad fortaleciendo las virtudes de esperanza y de fe,
pues, “por la meditación frecuente de estos
misterios, el alma se inflama de amor y de agradecimiento por las pruebas de
dilección que Dios nos ha dado; desea con ansia la recompensa celestial que
Jesucristo ganó para los que se unan a Él imitando sus ejemplos y participando de
sus dolores. Durante este rezo la oración se expresa con palabras que vienen
del mismo Dios del Arcángel Gabriel y de la Iglesia; está lleno de alabanzas y
de saludables peticiones; se renueva y se prolonga en un orden determinado y
variado a la vez; produce frutos de piedad siempre nuevos y siempre dulces”.
EL ROSARIO UNE
NUESTRA ORACIÓN CON LA DE MARÍA, NUESTRA MADRE.
—“Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”.
Al
saludo respetuoso del Ángel, que repetimos humildemente, añadimos en seguida la
súplica de nuestra confianza filial. Si la divinidad, aun encarnada, sigue siendo
algo temible, ¿cómo vamos a temer a esta mujer de
nuestra raza, cuyo oficio es siempre comunicar a las criaturas las riquezas y
las misericordias del Altísimo? Confianza filial: en efecto, si la
omnipotencia de María proviene de ser la Madre de Dios, que es Omnipotente, su
título a nuestra confianza deriva de que es también Madre nuestra; y esto, no
tan sólo en virtud del testamento que dictó Jesús en la cruz al decir a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”,
y
a María: “Ahí
tienes a tu hijo”, sino, porque en el mismo
instante de la Encarnación la Virgen concibió con Jesús a toda la raza humana a
la que entonces Jesús se unía.
Como miembros del Cuerpo místico, cuya cabeza es Jesucristo, fuimos
formados con Jesús en el seno de la Virgen
María, y en él permanecemos hasta el día de nuestro nacimiento a la vida
eterna.
Maternidad espiritual, pero verdadera, que nos pone con nuestra Madre en
relación de dependencia e intimidad las mayores que pueden existir: la intimidad del niño en el seno
de su madre.
Y aquí está el secreto de nuestra devoción hacia María: es nuestra Madre y como tal
sabemos que podemos pedir cualquier cosa a su amor; ¡somos sus hijos!
Pero, sí la madre, porque es madre, necesariamente piensa en sus hijos,
éstos, por razón de su edad, fácilmente se distraen. El
Rosario es el instrumento bendito que mantiene nuestra intimidad con María y
que nos hace penetrar en su corazón cada vez más hondamente.
Instrumento divino que la Santísima Virgen
lleva consigo en todas sus apariciones de un siglo acá, y que no se cansa de
recomendarnos. Instrumento de la devoción católica por excelencia, con la que
se sienten confortados y a gusto la anciana que no tiene instrucción y el sabio
teólogo, porque en ella encuentran el camino luminoso y espléndido, el camino
mariano que lleva a Cristo y por Cristo al Padre.
De este modo se cumplen en el Rosario todas las condiciones de una
oración eficaz. Nos
hace vivir en la intimidad de Nuestra Señora; y porque es Mediadora, la función
de María consiste en conducirnos a Dios, llevar nuestras oraciones hasta su
corazón. Ella es la que nos hace decir los Padrenuestros que encuadran las decenas
del Ave y, como ésa oración es la misma de Jesucristo y contiene en su divina
perfección todo lo que Dios ha querido que le pidamos, estamos seguros de ser oídos.
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