domingo, 16 de diciembre de 2018

MEDITACIÓN: LA ANUNCIACIÓN. — CONDUCTA DE MARÍA. — SU HUMILDAD.




1. ° La turbación.


A las palabras del Ángel contesta María con su turbación.

Mírala, encendido el rostro por el carmín de la vergüenza..., escucha el latido nervioso y apresurado de su corazón..., penetra en su disgusto profundo, íntimo..., parece que se pregunta a sí misma, asustada, y esto ¿a qué viene?

El Ángel la había dicho la verdad, pero la había herido en su humildad.

Más tarde reconocerá Ella públicamente la certeza de las palabras del Ángel, y aún repetirá que todas las generaciones la llamarán «Bienaventurada»..., pero no para engrandecerse, sino para alabar a Dios. Más ahora es Ella... Ella misma el objeto de la alabanza, y por eso, naturalmente, espontáneamente, se asusta y se sobrecoge..., se pone en guardia como esperando una tentación..., como si Ella, pudiese pecar.

Acude con el Ángel a tranquilizar a María, y dila: «No temas, si Tú no tienes por qué temer, ni asustarte ante las alabanzas..., pero, sin embargo, bien está que te turbes y te asustes para enseñarme a mí la manera de recibir las que me den los hombres; enséñamelo prácticamente, Madre humildísima»...



2. º Grandeza de esta humildad.

Penetra y considera lo inmensa que es esta humildad, precisamente en este paso.

Se concibe la humildad de María en Belén, rechazada por todos... en Egipto, huyendo de sus enemigos... en Nazaret, ignorada y escondida en aquella casa de artesanos pobres y casi miserables..., en la Cruz, siendo la Madre de un ajusticiado... pero, ahora, ¡visitada por un Ángel!..., ¡buscada por Dios que la pide su consentimiento y se queda esperando la respuesta!... ¡Alabada y enaltecida hasta la altura más grande!... ¡Qué humildad más inconcebible!

   Mucho menos fueron elevados Adán en el Paraíso y los ángeles malos en el Cielo... y, sin embargo, se desvanecieron con la soberbia y cayeron en el abismo.

Pero María sabe que lo que la dicen es de parte de Dios..., que es un Ángel que no puede mentir, y por lo mismo que es verdad todo lo que dice, lejos de envanecerse..., se turba y humilla más y más.

¡Qué grande, qué simpática, qué atrayente es María por su humildad!

Qué bien sabe Dios buscar la reparación del pecado que empezó por la soberbia, por medio de esta profundísima humildad.



3. ° Humildad verdadera.

 La humildad no es apocamiento; nos hace pequeños ante nuestros ojos..., pero grandes, muy grandes a los ojos del Señor.

Así María, nunca fue más grande a los ojos de Dios que en esta ocasión.

  Pero, al fin, la humildad no es de cobardes y ruines, sino de fuertes y de magnánimos.

Mira a María... turbada, anonadada, ante las palabras del Ángel..., pero conserva su juicio sereno, tranquilo, y... estudia, piensa y obra con decisión.

  Eso es la verdadera humildad: conocer la voz de Dios, someter su juicio y propio parecer a ella y seguirla. Y esto, aunque cueste como a María — bien sabía los sufrimientos, dolores y espadas agudísimas que atormentarían su corazón... y, no obstante, se decide a aceptar la propuesta del Señor.

Humilde pero magnánima, viril, valiente.

Ése es el fruto de la humildad.



4. ° Tu humildad.

¿Eres tú semejante a María, en la humildad y en la generosidad del sacrificio?

¿No buscas halagos, sonrisas, palabras humanas?

¿Buscas lo último, lo penoso, lo humillante?

 Cuando Dios te lo da ¿al menos te conformas... o protestas y deseas evitarlo? Piensa mucho en tu nada, pues así como Dios sacó de la nada las grandezas de la creación..., del conocimiento de tu nada, brotará tu grandeza.

Conoce a Dios, que es el todo; conócete a ti, que eres nada, y la conclusión será la humildad.

   Ejercítate en actos de humildad interior y haz muchos actos de humillación exterior.

Agradece y ama a quienes te ayudan a humillarte con desprecios, burlas, etc...




“MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA”.

ILDEFONSO RODRÍGUEZ VILLAR— 1940.

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