25 de noviembre.
CONSAGRADO A HONRAR EL SÉPTIMO DOLOR DE MARÍA.
Rezar la Oración inicial para todos los días:
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh María! Durante el bello mes que
os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro
Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono
de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas
flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas,
¡oh María!, no os dais por
satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan
y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros
hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y
la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la
inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de
este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos,
es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los
unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito,
procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os
es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados.
Oh María, haced producir en
el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten,
florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos
de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Temerosos los discípulos de que el sagrado cuerpo del Salvador sufriera
nuevos ultrajes, si permanecía por más tiempo en la cruz, solicitaron de Pilatos autorización para bajarlo del
suplicio y darle honrosa sepultura. Pilatos consintió sin dificultad en
ello; Jesús fue desenclavado de la cruz por manos
de sus discípulos.
En este instante redóblanse las penas de
María. El mundo iba a devolver a sus brazos maternales los fríos
despojos de su adorado Hijo; pero ¡ay! ¡en qué
estado le devuelven los hombres a aquel que con tanto gozo concibiera en sus
entrañas! afeado, denegrido, ensangrentado. Era
el más hermoso entre los hijos de los hombres; mas ahora apenas conserva la
figura de hombre. ¡Recibe, ¡oh
Madre! el triste presente que te
da el mundo en pago de los beneficios que ha recibido de tu mano...!
María alza ansiosamente sus brazos para
recibir al Hijo que hacia tanto tiempo que anhelaba estrechar contra su pecho.
Toma en sus manos los clavos ensangrentados, los mira, los besa y los deja
silenciosamente al pie de la cruz. Coloca sobre sus rodillas el cuerpo
despedazado de Jesús; lo estrecha amorosa mente en sus brazos; le quita las
espinas de su cabeza, como si quisiera de este modo aliviar los pasados dolores
de su hijo ya difunto; contempla, llena de espanto, las profundas heridas que
las espinas, los clavos y la lanza habían abierto en su frente, manos y
costado. Mézclanse sus rubios cabellos con los ensangrentados de
Jesús; empapa con sus lágrimas el exánime cadáver e imprime en él ósculos
llenos de amor y de ternura. “Hijo
mío, exclama, ¿qué
ola ha sido ésta que te ha arrebatado violentamente del seno de tu madre? ¿Qué
mal has hecho a los hombres que te han puesto en tan lamentable estado? Responde,
Hijo mío, responde por piedad.” Pero ¡ay! muda esta esa lengua que habló tantas maravillas;
cárdenos esos labios que pronunciaron tantas palabras de vida, de amor y
consuelo; oscurecidos los ojos que con una sola mirada calmaban las
tempestades; heridas las manos que dieron vista a los ciegos, oído a los sordos
y vida a los muertos. “¿Qué
haré yo sin ti? ¿Quién tendrá piedad de una madre desamparada? ¡Oh Belén! ¡Oh
Nazaret! apartaos de mi memoria, los goces que en días lejanos disfruté en
vuestro seno se han convertido en espinas punzadoras…”
De esta suerte se lamentaría la dolorida Madre teniendo en sus brazos el
cuerpo de Jesús. ¡Pobre madre! aun le
quedaba que apurar otro no menos amargo trago. Los
discípulos arrancan de los brazos de María el cuerpo de su Hijo para conducirlo
al sepulcro; y ella tiene el dolor de seguir hasta la tumba esos restos
queridos, y después de acariciarlos por última vez ve colocar sobre ellos una
pesada losa. No hay nada más cruel para el corazón de una Madre que ver
entregar a la tierra el fruto de sus entrañas. ¡Oh, cuanto hubiera dado María por tener el
consuelo de ser sepultada con Jesús en el sepulcro!
En el corazón atribulado de María se levantaba un pensamiento que hacia
aún más penoso su martirio. Ella veía, a través de los siglos venideros, que
los padecimientos y la muerte de Jesús habían de ser ineficaces para un gran
número, y que, a pesar de los azotes, las espinas y la cruz, multitud de
pecadores se habían de condenar. Veía que la pasión de su Hijo no estaba aún
terminada y que en la serie de los siglos sus heridas hablan de ser mil y mil
veces nuevamente abiertas. No contristemos con nuestra ingratitud y con
nuestros pecados el lacerado corazón de María, que bastante ha padecido ya por
nosotros. Ella nos dice amorosamente desde el cielo: Pecadores, volved al
corazón herido de mi Jesús. Venid; contemplad las llagas que en él han abierto
vuestros pecados; no renovéis esas llagas, mirad que renováis también mis
dolores y que así demostráis sentimientos más crueles que los de los verdugos.
Ellos no lo conocían; pero Vosotros sabéis que es vuestro Dios, vuestro
Redentor. Ellos obedecían a las órdenes de jueces inicuos, vosotros obedecéis a
vuestras pasiones y a vuestros desordenados deseos. Ellos, en fin, no habían
recibido ningún beneficio de Jesús, pero vosotros habéis sido rescatados con su
sangre.
EJEMPLO
María, Salud de los enfermos
En 1872 había en una comunidad de Nuestra
Señora de los Dolores de la ciudad de Cholón una religiosa que padecía, desde
siete años, una parálisis que la colocó al borde del sepulcro. Rebelde
a todos los recursos de la ciencia, los médicos habían declarado que no les
quedaba nada que hacer. La enferma era muy devota
de María, y a Ella clamó en el extremo de su aflicción. Una noche se le apareció en sueño la superiora del
Convento, que había muerto hacía algunos meses, y le dijo que quedaría curada
de su enfermedad si hacía una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de
l’Epine, situado a una jornada del Convento.
La enferma pidió con vivas instancias que se la condujera a este
santuario animada de la más segura esperanza de que allí obtuviera su curación.
Pero el mal, que cada día tomaba mayores creces, hacía poco menos que imposible
la traslación a un lugar tan distante, pues tenía todo un lado del cuerpo sin
acción ni movimiento. Pero fue preciso acceder a
los reiterados ruegos de la paciente y transportarla con indecible trabajo en
un vehículo, acompañada y sostenida de varias personas. Durante el trayecto su
estado se agravó considerablemente y se redoblaron sus padecimientos hasta el
punto de inspirar muy serios temores por su vida. Pero, al fin, venciendo innumerables dificultades, llegó al santuario y
fue acomodada como mejor se pudo en la capilla de la Santísima Virgen.
El capellán de la comunidad subió al altar
para celebrar el santo sacrificio de la misa, después de haber rezado con los
circunstantes una parte del Rosario y cantado el Salve Regina. Poco antes de terminar la misa, sintió la enferma una
conmoción violenta en toda la parte enferma de su cuerpo, y poniéndose de
rodillas por sí sola, exhaló un grito de júbilo, diciendo. ¡Estoy
sana! En seguida se levantó sin ningún auxilio extraño y fue a
arrodillarse a la tarima del altar para dar gracias a su soberana bienhechora. Al
verla, todos los circunstantes quedaron estupefactos, y derramando lágrimas de
ternura y admiración, exclamaban: ¡Milagro,
milagro! El cura, testigo presencial
de aquel prodigio, entonó él Te Deum y levantó un acta que firmaron todos los
que lo habían presenciado.
La que acababa de tener la dicha de ser objeto de un favor tan especial
de la Santísima Virgen fue sacada en triunfo de la Iglesia. Nadie se cansaba de
mirarla, como si no pudiesen dar crédito a sus propios ojos. No fue menos
patética la escena al llegar al monasterio. Todos prorrumpieron en entusiastas
aclamaciones, cuando vieron bajar del carruaje con la firmeza y precipitación
de la que nunca ha estado enferma, a la que pocas horas antes habían visto
partir arrastrándose trabajosamente, como un cuerpo a quien la vida abandona de
prisa.
Se dirige en seguida a casa del médico, que pocos días antes la había
abandonado, desesperando de su curación. Jamás hombre alguno se halló más
perplejo; y rindiéndose a la evidencia declaró que aquella curación instantánea
y completa no era obra natural.
¿Con cuánta razón
la Iglesia saluda a María con el título de Salud de los enfermos? Ella, que tiene siempre
remedios divinos para curar las dolencias del alma, los tiene también para
poner término a los males del cuerpo que aquejan a sus devotos cuando la
invocan con confianza filial.
JACULATORIA
Haz que en mi alma estén de fijo
para que siempre llore,
las llagas del Crucifijo.
ORACIÓN
¡Oh María! permíteme que yo pueda acompañarte siempre en tu amarga
soledad; yo no quiero dejarte sola, quiero unir mis lágrimas a las tuyas para
llorar la muerte de mi Redentor. ¡Ah! madre
atribulada, tú no lloras sólo por la muerte de tu Hijo, lloras también por mí;
porque yo he muerto muchas veces por el pecado y muchas veces he contristado tu
corazón de madre con mis ofensas; mil veces he renovado los tormentos de la
pasión con mis ingratitudes y he pisoteado la sangre vertida por mí en la cruz.
Pero tú que eres misericordiosa y compasiva, tú que perdonaste a los
verdugos que crucificaron a Jesús, tú que amas a los pecadores con entrañas de
madre, alcánzame la gracia de ser en adelante el compañero de tus dolores y de
tu soledad, por mi fidelidad y amor a Jesús y por la compasión de sus
padecimientos.
Haz nacer en mi corazón un horror sincero al pecado que fue la causa de tus
dolores y de los de Jesús; que viva siempre arrepentido de todas las culpas con
que he manchado mi vida pasada, para que, llorándolas amargamente en la tierra,
merezca gozar un día de la eterna bienaventuranza. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador
y nuestra buena Madre!, nosotros venimos a ofreceros con
estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones deseosos de
seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un nuevo ardor en vuestro
santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos
y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la
virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe, sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que
vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará
su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que, en fin, encienda por
todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio
de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1—Hacer
una lectura espiritual que nos recuerde los padecimientos de Jesús y los
dolores de María.
2—Rezar
una tercera parte del Rosario para honrar esos mismos padecimientos y dolores.
3—Mortificar
el sentido del gusto, privándose de comer cosas de puro apetito.
Presbítero Vergara Antúnez.
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