domingo, 1 de marzo de 2020

MES DE MARZO: EN HONOR A SAN JOSÉ. DÍA 1.




Por R. P. Huguet.

Meditaciones para todos los días del mes de Marzo.

Traducido del italiano por Julia Leveratto.

Este libro se acabó de imprimir el 3 de octubre de 1955, en los talleres del Instituto Salesiano de Artes Gráficas, Don Bosco 4053, Buenos Aires.

 

Prácticas piadosas para el mes de marzo, consagrado a San José


 La misma devoción que inspiró a los fieles a consagrar un mes a honrar al Sagrado Corazón de Jesús, y otro a las sublimes prerrogativas y virtudes de María, a los santos ángeles custodios, etc., es la que inspiró también el pensamiento de tributar un homenaje al glorioso patriarca San José, cuyo culto no puede separarse del que se tributa a Jesús y a María, ya que la Iglesia lo invoca como a modelo y patrono de las almas interiores, que se empeñan en copiar en sí mismas la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre Santísima.

 

   Para realizar este piadoso ejercicio se eligió el mes de marzo, en el que se celebra la fiesta de nuestro Santo; pero nada impide cambiar este mes por otro, especialmente cuando coincide con el tiempo pascual, cuyos misterios debemos meditar por, sobre todo.

 

   Esta práctica saludable es una fuente inexhausta de gracias y favores para las almas, y Jesús y María favorecen de un modo particular a las personas que honran a Aquel que vivió tan estrechamente unido a ellos por los dulces vínculos de familia.

 

   Meditando en esta serie ininterrumpida de consideraciones, las admirables virtudes de que San José nos dio tan luminosos ejemplos, tendremos la ventaja de ir penetrándonos de su espíritu y haciendo rápidos progresos en el camino de la perfección.

 

   La víspera del mes que consagraremos a San José, haremos un día de retiro espiritual y la preparación a la muerte. No hay práctica más provechosa que esta, para conservar en nosotros el espíritu de religiosa piedad y preservarnos de caer en la tibieza, tan funesta para las almas, y de la cual es tan difícil salir; y también iremos viendo, en el silencio de la oración mental, qué virtudes queremos obtener de Dios, por intercesión de San José.

 

   Podemos también pedir la grada de conocer nuestra vocación, y de triunfar de cualquier obstáculo que pudiera oponerse al cumplimiento de la voluntad de Dios.

 

   En el ejercicio de nuestro ministerio, hemos tenido oportunidad de comprobar como muchos fieles devotos de San José obtuvieron la conversión de pecadores alejados de Dios desde muchos años, así como también la salud de personas gravemente enfermas.

 

   Convendrá colocar en un lugar de la habitación una imagen de San José, convenientemente adornada: cuando amamos a una persona que se encuentra lejos de nosotros, nos consolamos mirando su retrato, cuya contemplación acrece nuestro afecto.

 

   San Francisco de Sales no tenía en su breviario más que una imagen: la de San José, que miraba con frecuencia, para excitarse a la devoción. El padre Luis Lallemand quiso tener consigo, aun en la tumba, una imagen de este Santo. «Las santas imágenes —dice San Juan de la Cruz, el gran maestro de la vida interior— son útiles y necesarias para enfervorizar el corazón e inclinarlo a la piedad; sacuden nuestra tibieza».

 

   Por otra parte, la aprobación que de ellas hace la Iglesia, justifica su uso; y ¡lástima que haya personas que aman una imagen, más por su belleza que por el santo que representa! . . .

 

   Debemos, pues, precavernos del peligro que hay en fijar nuestra atención en el valor intrínseco de un cuadro, más que en la influencia que sobre nosotros pueda ejercer para excitarnos al amor de Dios. Tengamos a este respecto un alto espíritu de fe, digno de Dios y de sus santos, el más conforme a los deseos de la Iglesia, que quiere de nosotros el culto en espíritu y en verdad.

 

   Será también muy conveniente unirse con otras personas, y hacer juntas estas piadosas prácticas. Después de ponernos en presencia de Dios y de hacer las oraciones señaladas, se leerá con atención y pausadamente la meditación del día, de manera que cada una pueda cómodamente ir sacando el mayor provecho de su lectura. Podrán también marcarse los puntos que más profunda impresión produjeron, para hacerlos objeto de la oración mental hasta el día siguiente.

 

   Y se hará cosa gratísima a San José y óptima para el alma, si con el consentimiento del director espiritual se comulga todo el mes, o el día miércoles, consagrado a este Santo Patriarca. Será también de utilidad imponerse cada día una mortificación autorizada y santificada por la obediencia, pues en esto está especialmente el mérito de las buenas obras. Optimas, entre las pequeñas penitencias que podemos imponernos, son las mortificaciones interiores, como ser: abstenerse de mirar o escuchar alguna cosa por curiosidad, observar el silencio, vivir retirados, trabajar y obedecer con espíritu de penitencia, etc.

 

   Quien así procede, está menos expuesto al peligro de la vanagloria, y puede combatir las pasiones más íntimas del corazón.

 

   Estos piadosos ejercicios en honor de San José no deben terminarse sin haber tomado la resolución de amarlo, honrarlo y propagar su devoción en cuanto esté de nuestra parte; y para obtener la perseverancia en la devoción a este Santo Patriarca, ser fieles en renovar en su presencia, todos los miércoles del año, las resoluciones tomadas.

 

Oración

 

Para antes de comenzar la devota práctica del mes en honor de San José

 

 Señor, tened piedad de nosotros.

 Santa María, Madre de Dios, Esposa de San José, rogad por nosotros.

 San José, imagen del Padre celestial y padre adoptivo de su único Hijo, rogad por nosotros.

 San José, casto esposo de la Reina de las vírgenes, rogad por nosotros.

 San José, hijo de David, heredero de la fe y de las virtudes de los Patriarcas, rogad por nosotros.

 San José, hombre justo según el Corazón de Dios, rogad por nosotros.

 San José, modelo de la obediencia más pronta, sencilla y perfecta, rogad por nosotros.

 San José, despreciado por Ios hombres, pero grande a los ojos de Dios, admirado y respetado por los ángeles, rogad por nosotros.

 San José, que habéis vivido una vida pobre, oscura y laboriosa, rogad por nosotros.

 San José, modelo perfecto de la vida interior, rogad por nosotros.

 San José, cuya vida estuvo escondida en Dios con Jesucristo, rogad por nosotros.

 San José, que por tan largo tiempo habéis contemplado con vuestros ojos y tocado con vuestras manos al Verbo encarnado, rogad por nosotros.

 San José, que con vuestros cuidados y vuestro trabajo habéis sostenido la vida de Jesús, rogad por nosotros.

 San José, que habéis sido dócil a la voz del Espíritu Santo y a todas las inspiraciones de la gracia, rogad por nosotros.

 San José, cuyos actos exteriores no interrumpieron jamás vuestro recogimiento y vuestra atención en la presencia de Dios, rogad por nosotros.

 San José, cuya vida fue una oración y contemplación continuas, rogad por nosotros.

 San José, unido a Jesús con el amor más puro, más tierno y más fuerte, rogad por nosotros.

 San José, que habéis muerto en los brazos de Jesús, rogad por nosotros.

 San José, que sois el director, el amigo y el protector de las almas que aspiran a la perfección, rogad por nosotros.

 

 Por vuestra santa infancia y por vuestra vida oculta, libradnos, Señor Jesús.

 Por la purísima virginidad de vuestra Madre Santísima, purificadnos, Señor Jesús.

 Por la fidelidad y la justicia de San José, protegednos, Señor Jesús.

 

 Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo, perdonadnos, Señor.

 Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo, oídnos, Señor.

 Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo, tened piedad de nosotros.

 

 V) Oh San José, rogad a Dios para que conceda la paz a su Iglesia.

 R) Y que su Nombre adorable sea anunciado y adorado en todo el mundo.

 

Oración

 

 Bienaventurado José, que habéis sido el padre del divino Salvador, sed también nuestro padre; amadnos con amor paternal a nosotros, a quienes Jesús quiso amar como a hermanos, y dadnos parte del amor que habéis tenido a nuestro amable Redentor.

 Vuestro corazón paternal, ese gran corazón, el más puro y más santo, después de los corazones de Jesús y de María, será nuestro refugio y nuestro asilo en todas nuestras penas y en todas nuestras necesidades. Por vuestra intercesión llegaremos, oh gran Santo, hasta el Corazón de Aquel que quiso ser llamado Hijo vuestro; nuestros corazones os serán tiernamente devotos; imitaremos el amor de Jesús hacia vos, su filial ternura, su sumisión, su respeto. Bajo vuestra protección esperamos vivir y morir en la santidad que conviene a los hijos de Dios, a los hermanos de Jesús y a los hijos de María. Así sea.





DÍA 1


Excelencia de la devoción a San José



Nuestra salvación está en vuestras
manos, ¡oh José!

Gén. XLVII, 25.



   Después de la devoción a Jesús y a su divina Madre, no hay devoción más justa y más sólida que la que la Santa Madre Iglesia nos invita a tener a San José. De todos los santos propuestos a nuestra devoción, ninguno es más poderoso que él cerca de Dios, y nadie tiene más derechos que él a nuestro amor, a nuestra confianza y a nuestro homenaje de piedad filial.

   Dios Padre, confiando a San José los tesoros más preciosos del cielo y de la tierra, al escogerlo entre todos los hombres para ser el jefe de la Sagrada Familia, nos dio en cierto modo la medida del respeto que le debemos.

   El antiguo patriarca José conoció en su juventud, por misteriosa revelación, el grado sublime a que sería elevado; vio en un sueño a los dos principales astros de nuestro firmamento inclinarse respetuosos delante de él; pero esta profética visión no se verificó exactamente sino con el segundo José, del cual el primero fue tan sólo una imagen, pues Jesucristo, que es el verdadero Sol de justicia que ilumina a los hombres, y María, la Luna esplendente (Pulchra ut luna) que envía a la tierra la luz que recibe del Sol, se sometieron enteramente a la dirección de San José, y le tributaron el homenaje de la más respetuosa obediencia, como a su jefe.

   La vida de Jesús debe ser nuestro modelo. «Os he dado el ejemplo, a fin de que lo que Yo hice, lo hagáis vosotros también».

   Pues bien; desde el momento que el Eterno Padre escogió a José para que le representara sobre la tierra, Jesús, lo honró como a su padre, le obedeció en todas las cosas, y lo sirvió con sus divinas manos, tributándole la más obsequiosa reverencia. Gersón encuentra en el profundo abajamiento de Jesús, obediente a José, la justa medida de la altura sublime a que fue elevado nuestro Santo. Este subió en la misma proporción en que descendió Jesús, de manera que la obediencia de Jesús nos prueba al mismo tiempo su incomprensible humildad y la incomparable dignidad de José. De manera que los actos de sumisión que practicaba el Hijo de Dios obedeciendo a José, eran para este otro tanto grado de la más sublime elevación. ¿Cómo podremos, pues, comprender la dignidad de un Santo que se vio obedecido, respetado y servido, por el espacio de tantos años, por su Creador, por su Dios? . . .

   María respetó y honró a San José como a dueño y como a esposo, destinado por el Eterno Padre para protegerla y dirigirla. Y Ella, que es reverenciada por los ángeles y por los serafines; que vio inclinarse reverente al arcángel Gabriel, y ante quien se postra la Iglesia triunfante y militante, se humilló ante José, prestándole los más humildes servicios.

   Uno de los motivos que tenía la Virgen Santísima para honrar así a San José, era que conocía todos los tesoros de gracias con que el Espíritu Santo había colmado su corazón; pero cuando vio al Hijo de Dios respetar a José como a padre, servirlo como a su señor, escucharlo como se escucha al maestro, ¿quién podrá apreciar a qué grado se elevó su amor y reverencia a tan santo esposo?... Deseó entonces honrarlo como Jesús lo honraba; y no pudiendo hacerlo con la misma humildad, pues aquella era la de un Dios, se confundía en esa misma impotencia y manifestaba esa santa confusión a José, para compensarlo en alguna manera de cuanto hubiera deseado hacer, no sólo como esposa, sino como sierva, a imitación de Jesús.

   La Santa Iglesia, a quien Dios confió las llaves de la verdad, para que nos condujera por el camino de la piedad sólida, al recomendarnos la devoción a San José, trata de inspirarnos una gran confianza en su poderosa protección. Le levantó magníficos santuarios, y estableció más de una fiesta solemne en su honor, que se celebran en todo el mundo católico: de manera que, de oriente a occidente, doquiera resuena el nombre augusto del divino Salvador, se repite también el de su dilectísimo Custodio, verificándose así el oráculo de Nuestro Señor Jesucristo: «El que permanece alerta en la guardia de su Señor, será glorificado».

   La Iglesia propone a San José como modelo de vida interior y patrono de la buena muerte; nos exhorta a consagrarle el miércoles de cada semana, y para inducir a los fieles a honrarlo siempre más y más, concede numerosas indulgencias a las prácticas piadosas que se hacen en su honor.

   Es así como la Iglesia trata de dar a su santo Protector un justiciero tributo de reconocimiento, por los favores insignes que de él ha recibido. En efecto — dice San Bernardo—, San José, con la santidad de su vida, cooperó al misterio de la Encarnación del Verbo más que todos los antiguos Patriarcas con sus vivos deseos, con sus lágrimas y con sus méritos. La pureza de San José ha sido, en cierto modo, más fecunda que la fecundidad de todos los antecesores del Salvador. El, con su castidad, fue más afortunado que todos los héroes de la Ley antigua; y en cierto modo fue necesario, por así decirlo, para que se cumpliera el más augusto de los misterios: no tan sólo para que el Salvador viniera al mundo, con toda la honra que merecía, sino también — dice Santo Tomás— para que ese mismo mundo creyera al mismo tiempo en la Encarnación del Hijo de Dios y en la Virginidad Inmaculada de María.

   ¡Ah, si los parientes del joven Tobías se creyeron deudores al arcángel Rafael, que había sido su guía en el viaje que debió realizar, cuánto más la Santa Iglesia y todo el pueblo cristiano deben demostrar su más vivo reconocimiento a San José, que protegió la infancia del Dios hecho Hombre, su Cabeza y su Salvador! . . .

   San José, como el virrey de Egipto, no solamente almacenó el trigo natural para sustentar a los súbditos de un rey idólatra, sino que preparó y conservó para el pueblo de Dios, el trigo de los elegidos, el Pan de los ángeles, el alimento que lleva a la vida eterna.


   Y la Iglesia, teniendo presentes favores tan inestimables, ha querido tributar a San José, honores mucho más elevados que los que otorgara Faraón al hijo de Jacob.

   Oh José — exclama la Iglesia—, pongo todos mis hijos bajo vuestra protección. María Inmaculada es mi Madre, mi Reina; Jesús, vuestro Hijo, es mi Esposo divino, y vos ocuparéis el lugar de Protector y de Padre. Adoptando por Hijo al Salvador del mundo, adoptasteis también a sus hermanos, que son mis hijos, y estoy segura de que vuestra caridad inextinguible no les negará ni los cuidados, ni los servicios que tributasteis a Jesús.

   Después de estas sublimes e importantes consideraciones, no nos sorprenderá que todos los fieles tengan tanta confianza en San José, ni de que todas las Congregaciones, que son ornamento de la Iglesia, se hayan colocado bajo su protección, tomándolo como Patrono y modelo.

   Todos los santos han tenido la más tierna devoción a San José. Recordemos a San Bernardino de Sena, San Bernardo, Santa Brígida, San Francisco de Sales y Santa Teresa, verdaderos modelos de esta devoción.

   El santo Obispo de Ginebra, en todas sus obras habla de San José con la más tierna devoción. A él le dedicó, como al más querido Protector, su sublime Tratado del amor de Dios, y se gloría doquiera de pertenecer a este gran Patriarca. Escogió al casto esposo de María como a principal Patrono y ángel tutelar de la Visitación, y manda a las novicias, que lo tengan como guía particular en el camino de la oración mental y de la contemplación. Gracias a su celo, se erigió en la ciudad de Annecy un hermoso templo en honor de este gran Santo, y en la víspera de su muerte manifestó al rector de la iglesia que San José lo había visitado, añadiendo: «¿No sabéis, Padre mío, que soy todo de San José? . . . » El religioso que lo asistía, tomando entre sus manos el breviario del Santo, no halló en él más que una estampa, y era la de San José.

   El celo de Santa Teresa se hermana con el del piadoso Obispo de Ginebra. Encendida en la más viva y tierna devoción a San José, ¡con qué empeño se dedicó a propagarla! . . . Escribió, habló, y nada ahorró para que San José fuera conocido, amado y honrado de acuerdo con sus méritos. Lo invocaba como a su Padre y señor; no emprendía ninguna obra sin implorar su socorro; le consagró trece monasterios que fundó en su honor, y exhortaba siempre a todos los fieles a recurrir a él con confianza, y a ponerse bajo su patrocinio. A pesar de su solicitud en ocultar los favores con que Dios se complacía en enriquecerla, tratándose de contribuir a la gloria de San José, su pluma y su lengua ponían de manifiesto el secreto de su afecto: no podía dejar de manifestar las gracias extraordinarias que obtenía por su mediación.

   Pero dejemos que ella misma hable en el capítulo VI de su Vida. La autoridad de una Santa tan venerada en la Iglesia por sus extraordinarias virtudes, debe inspirarnos confianza plena en tan poderoso Protector.

   «No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma. Que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar; así en el cielo hace cuánto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia. Y aún hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando ésta verdad. . .

   «Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona, que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud. Porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme a algunos años, que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. . . Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas. Que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que los ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro, y no errará en el camino» (Vida, VI, 47).

   Por fin, el amor que debemos a Jesús es un dulce estímulo para honrar a aquel que le sirvió de padre. La devoción a los santos que tuvieron más íntima relación con su divina Persona en esta tierra, le es más grata que cualquiera otra. De consiguiente, si amamos verdaderamente al divino Salvador, si queremos agradarle, ¿cómo no amaremos al Santo que El tanto amó, y que tuvo para El un amor tan tierno y tan perfecto? . . .





MÁXIMAS DE VIDA INTERIOR


   Para obtener de Dios todo lo que se desea, no hay más que presentarle todo lo que San José hizo por su divino Hijo (Vble. Inés de Jesús).

   Lo que diferencia la vida interior de la exterior, son los objetos que ocupan el espíritu y el corazón, y son causa de nuestras alegrías y de nuestros dolores, nuestro amor y nuestro odio (Máximas espirituales).


AFECTOS


   ¡Cuánto consuelo siento, amable y poderoso Protector mío, al saber por vuestra fiel sierva Santa Teresa, que jamás os ha invocado en vano, y que todos los que recurren a vos con plena confianza, son siempre escuchados y hacen rápidos progresos en la virtud! … Animado por tal confianza recurro a vos, dignísimo esposo de la Virgen Inmaculada; me llego a vuestros pies, y aunque pecador, oso presentarme a vos. No rechacéis mis súplicas, vos que merecisteis el nombre glorioso de Padre de Jesús, sino escuchadlas favorablemente, e interceded por mí ante Aquel que quiso ser llamado Hijo vuestro, y que siempre os honró como a padre. Amén.


PRACTICA


   Consagrar anualmente un mes entero, y el miércoles de cada semana, a honrar a San José.





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