—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente
en la Gloria. Amén.
DÍA
QUINTO —5 de octubre.
Tercera consideración sobre el segundo Misterio gozoso.
De la caridad con las almas del Purgatorio.
Al hablar de los deberes de la caridad para con nuestros prójimos, no es
posible pasar en silencio el que tenemos de aliviar a unos prójimos tan amados
de Dios como son las almas del Purgatorio y cuán fácil nos es hacer llegar
grandes consuelos a este penoso lugar de expiación ya que en él podemos ejercitar
varias obras de misericordia con sólo practicar la de rogar a Dios con
oraciones y sacrificios por las almas que allí se purifican.
En efecto, allí vestiremos al desnudo, no con los harapos que en el
mundo cubren la desnudez, sino con vestidura preciosísima e imperecedera de
gloria; allí podremos saciar el hambre y sed de nuestros hermanos-; pero no el
hambre y sed materiales, sino esa hambre penosísima, esa mística sed de Dios, de
la que dijo el Profeta: “Como brama el sediento ciervo
por la fuente de las aguas, así ¡oh Dios mío!, clama por Vos mi alma. Sedienta
está mi alma del Dios fuerte y vivo; ¿cuándo será que yo llegue y me presente
ante la cara de Dios?» (Salmo 41, 2-3) Sed
que las almas del Purgatorio, libres ya de la mortal envoltura del cuerpo y conocedoras
de la inmensidad del bien que anhelan, padecen por manera tan violenta, que
ella constituye el mayor de sus horrorosos tormentos allí visitaremos, no con
nuestra presencia, pero sí con nuestros sufragios, a aquellas benditas almas
que sufren mucho más que todos los enfermos del mundo, a aquellas prisioneras
de la divina Justicia, que suspiran por la libertad con ansia incomparablemente
mayor que los prisioneros de la justicia humana; allí redimiremos almas cautivas
a costa de nuestras oraciones y obras satisfactorias; allí, en fin consolaremos
a esas tristes almas, abreviando su destierro y acelerando el momento, a tan
fatigadas peregrinas, de llegar al celeste albergue; a la patria inmortal de la
bienaventuranza.
Verdaderamente que nunca nuestra caritativa ayuda se empleará mejor que
en favor de las ánimas del Purgatorio. No tendremos que temer que nuestros
favorecidos paguen con ingratitud nuestros dones; y aunque esta consideración
nunca debe de detenernos en el ejercicio de las obras de caridad, pues puramente
por Dios deben hacerse, todavía es consolador pensar que la semilla de caridad que
sembremos en el Purgatorio será de la que mayores frutos de bendición recogerá
nuestra alma, y que los intereses espirituales que en la banca del Purgatorio
coloquemos, serán los que más nos enriquezcan de bienes de gracia en el tiempo,
y de gloria en la eternidad. ¿Y cómo no, si son nuestros deudores no solamente esas
almas santas que agradecidas nos alcanzarán gracias preciosísimas, sino también
el cielo, que nos debe, por decirlo así la anticipación del gozo que allí
proporciona la entrada de nuevos bienaventurados? El mismo Dios parece que, en cierto sentido, ha
querido como ligar su mano omnipotente para esta obra del alivio del
Purgatorio, dejándonos a nosotros el poder y el mérito de arrancar de aquella
purgación terrible a esas almas benditas esposas suyas, a las que tanto ama;
asique al satisfacer nosotros su justicia con nuestros sufragios, y anticipar
la entrada en el cielo de estas almas; cabe pensar, a nuestro modo de entender;
que esta obra quiere recibirla, y hacerse como deudor nuestro por ella, el mismo
Dios.
¡Oh!
¡Cuán misteriosamente grande, y cuán poco conocida es la devoción en favor de
las ánimas del Purgatorio! Verdaderamente
que, aunque nuestro corazón fuese bastante insensible para no dolerse de las
terribles penas que aquellas benditas almas padecen, y aunque fuésemos tan
tibios que no nos moviera la gloria que a Dios procura esta hermosa obra,
todavía habíamos de practicarla ante la consideración del bien. que ella
proporciona a nuestras almas, puesto que son bienaventurados los misericordiosos,
según dijo el Señor, porque ellos alcanzaran misericordia; y también cuando
habla del juicio final, nos promete el cielo en premio de esta misericordia, al
decir que recibirá como hechas, en favor suyo las obras de caridad que con nuestro
prójimo hubiésemos practicado. Cierto, que no debemos conformarnos con practicar
la misericordia en el purgatorio, sino que, cuando podamos, hemos de ayudar
también a nuestro prójimo en, el mundo; pero ¡qué consolador es saber que hay un lugar
en el que siempre, y cualquiera que sean nuestras circunstancias, podemos ser
misericordiosos, y alcanzar, por lo tanto, misericordia! En efecto,
hay ocasiones poco favorables a veces, para ayudar al prójimo; pues la pobreza,
la enfermedad y la falta de libertad se presentan en la vida como obstáculos
para que el alma piadosa no pueda practicar todo el bien que desearía. Pero ¿qué obstáculo
puede impedir que se ejercite la misericordia con las almas benditas del
Purgatorio, pudiendo llegar allí como sufragio los dolores de la enfermedad,
las privaciones de la pobreza, los sufrimientos del corazón, los esfuerzos
todos del alma para alcanzar la virtud, cuando todo esto se ofrece al Señor
para alivio de aquellas almas desterradas?
Pues bien, ya que tantas son nuestras deudas, imitemos al mayordomo del
Evangelio, cuya prudencia alaba nuestro Divino Maestro en la parábola, porque
supo hacerse amigo de los deudores de su señor, perdonándoles parte de sus
deudas; perdonando, es decir, satisfaciendo por las deudas de las almas del
Purgatorio, para tener por amigas a estas santas almas en el día de la cuenta o
sea en la hora de la muerte, en la que nos servirá de gran consuelo haber sido
devotos de las almas del Purgatorio. Para esto es de gran eficacia el santo Rosario
y así lo manifestó un alma venida de aquél lugar, que según refiere el Padre Busseher, se apareció
a Santo Domingo
diciendo que venía como embajadora del Purgatorio para pedir al Santo que
predicase y propagase la devoción del Rosario, que allí procura, tanto alivio. «Que
los cofrades, dijo, apliquen a las almas del Purgatorio el tesoro de
indulgencias y gracias espirituales que poseen. Nada perderá con esto, pues los
elegidos intercederán a su vez por ellos en el cielo Los ángeles se regocijan
con esta devoción, y su Reina se ha declarado tierna Madre de los que la
practican.»
Dichosa, pues, el alma que viviendo piadosamente se dedicase al alivio
de las almas del Purgatorio. ¿Cuál sería su consuelo en la hora de la muerte, pudiendo
pensar cuánto rogarán entonces por ellas aquella multitud de almas a las que
abrevió indecibles tormentos, y aceleró la posesión del Bien infinito? ¿No
podrían tal vez estas almas agradecidas, alcanzar para quien tanto bien las hizo
la gracia de morir en brazos de María? Y entonces, si una madre del
mundo no es capaz de soltar al hijo que estrecha en su regazo para que caiga en
el fuego, ¿cuánta
será su confianza de no caer desde estos amantes brazos en las terribles llamas
del Purgatorio? Se lee en la vida de Santa
Lutgarda que, habiéndosela aparecido la duquesa
de Brabante, la dijo que, contra lo que hubiese
podido esperar, la Santísima Virgen la había librado de caer en las penas del
Purgatorio, por haberla honrado siempre con el Rosario. Seamos, pues, muy
devotos de las ánimas benditas; pongamos, por medio del voto de ánimas, todas
nuestras obras satisfactorias en manos de María, y luego confiemos sin medida
en esta Madre amorosa, pues por lejos que vayamos en la consideración de su
poder y de su misericordia, siempre nos quedaremos lejos de la realidad.
EJEMPLO
En la Historia de los Clérigos Regulares Menores se cuenta de un P. Luis, devotísimo de las almas del
Purgatorio, que, viajando al ponerse el sol por un campo solitario, donde no
faltaban malhechores, empezó, como de costumbre, a rezar el Rosario en sufragio
de los fieles difuntos, para que librasen de todo peligro. Desde lejos le
vieron dos ladrones que por allí andaban merodeado, y se propusieron asaltarle.
Pero de improviso oyeron una corneta militar y descubrieron que detrás del
Padre iba una compañía de soldados, a cuya vista huyeron y se escondieron. Entretanto
él Padre; que nada había visto, continuó su viaje rezando, hasta que encontró una
posada donde se quedó para pasar allí la noche. Poco después entraron en la
misma posada los dos malhechores, y encontrando al Padre solo, le preguntaron
qué tropa era aquella que consigo traía. Sorprendido el religioso de tal
pregunta, contestó que él había viajado sin compañía de nadie. De lo cual muy
admirados los ladrones prosiguieron haciéndole más preguntas, hasta venir en
conocimiento de la devoción que el Padre tenía a las benditas almas, y cómo
rezaba por ellas en su camino el Santo Rosario para librarse de todo mal. Cayeron
entonces en cuenta aquellos forajidos de que lo ocurrido era un prodigio;
descubrieron al Padre las intenciones que tenían de acometerle, la corneta que
habían oído, los soldados que habían visto; y tocados de la divina misericordia,
determinaron dejar su mala vida, y allí mismo, en la posada, se confesaron de
sus pecados. (P. Alvarez.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO.
El Beato Juan Masías, hermano converso de la
Orden de Predicadores, fué devotísimo del Rosario en sufragio de las almas del
Purgatorio, y sacó con él más de un millón de, estas benditas almas de aquel
lugar de expiación. (P. Alvarez.)
Jacobo II, rey
de Inglaterra,
hacía rezar el Rosario a su corte con la explicación de los Misterios. (Lectura Dominical.)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
El
Rosario es árbol de vida, que resucita muertos, cura enfermos y conserva a los
sanos. (Nicolás V.)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios
Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada
Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis
pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no
sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en
vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos,
aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido
a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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