Recopilado por el P. Dr. Vicente
Alberto Rigoni, Cura Párroco de
Santa Ana en Villa del Parque
(Buenos Aires), el 12 de Mayo de
1944. Tomado de RADIO
CRISTIANDAD.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos Señor ✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios
os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana!, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios
llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos
que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como
a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo
Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos
del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a
vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la
meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al
Señor. Amén.
DÍA VIGESIMOSEGUNDO —22 de julio.
MEDITACIÓN: Santa Ana enseña a
María los Primeros Rudimentos de
Labores y Letras.
“La mujer fuerte, dicen los Proverbios, aunque de
nobleza espléndida se proporcionó lana y lino, y los puso en obra con sus
industriosas manos. Sus dedos adornados de brillantes no desdeñaron la rueca; y
trabajó vestidos y tapetes”. Esta insigne madre de familia fue
figura de Santa Ana, la cual no contenta con mandar e instruir en su casa,
procuró con el ejemplo hacer dulce y amable toda fatiga. Ella,
dice Nicéforo, adiestró a su hija en manejar la lana y el lino, al mismo
tiempo que recíprocamente se enardecían con sus celestiales conversaciones.
¿Qué
sucedería cuando posando el libro en sus rodillas, enseñó los primeros
rudimientos de lectura a la que después había de entonar el más espléndido de
los cánticos y ser la Maestra de los Apóstoles?
¡Oh, qué madre! ¡Oh, qué hija! ¡Oh, qué inocentísimas lecciones!
¿Cuántas lágrimas de
dulzura caerían de los ojos de Santa Ana sobre aquel libro de su hija? ¿Y la
tierna parvulita no habrá mezclado también las suyas? ¿Y qué conmociones para
Joaquín presente a tantas dulzuras celestiales?
Así, ¡oh cristiano!, el hombre nace para el trabajo, al cual fuimos
condenados en Adán, sin excepción de condición ni grado. Dios no podía
encontrar remedio más dulce para encontrarnos en este mísero destierro. ¡Oh, cuán suave
es el pan y el sueño del indefenso trabajador!: las horas jamás le
son largas; el tedio y el fastidio no se le acercan; pero tú, ¿cómo amas las
fatigas y buscas los medios de santificarte en tu estado? ¿Cómo las usas, esto
es, las diriges al Señor, volviendo con frecuencia a Él tu pensamiento,
buscando gracia y misericordia? Huye, ¡oh cristiano!, de la
ociosidad, porque es madre de muchos vicios. Ocúpate santamente según tu estado
y condición, no permitas que para ti pasen los días y las horas vacías; y con
tu ejemplo enseña a tus dependientes desde la primera edad a ocuparse
puntualmente y santamente.
EJEMPLO:
En la última guerra
europea, las Hijas de Santa Ana difundieron entre los soldados heridos o
enfermos hospitalizados la tierna devoción a su gloriosa y poderosísima Madre.
En un hospital de reserva se hallaba
enfermo un joven que hacía años había olvidado las santas instrucciones que su
buena madre la había dado y llevaba una vida pésima y disoluta. Una Hermana,
hija de Santa Ana, prestándole los más caritativos cuidados, le hacía suaves exhortaciones,
pero sólo servía para aumentar el odio del joven hacia Dios, el cual blasfemaba
horriblemente apenas la Hermana se alejaba de su cama. En la Capilla interior
se hicieron algunos días de ejercicios y una tarde se hizo una súplica especial
a Santa Ana por aquel pobre soldado que se hallaba gravísimo y había rechazado
al Sacerdote. La mañana siguiente en un momento de lucidez contó a la Hermana
haber visto a una majestuosa Señora, que, acercándosele a la cama, con palabras
dulces, pero con autoridad, lo amonestó a que se decidiera.
La Hermana, dejándole acabar, le dijo: “Obedece,
hermano, a la amorosa invitación que, por medio de Santa Ana, Madre mía, te
hace el Señor”.
Primeramente, el soldado quedó temeroso, después hizo llamar al
Capellán con el cual se confesó, y, acabando de recibir el Santo Viático,
expiró bendiciendo al Señor.
OBSEQUIO: Elegid a
Santa Ana por especial abogada, madre y maestra, para que en todas las acciones
de vuestra vida os haga buscar siempre el honor y la gloria de Dios.
JACULATORIA: Veneradísima Santa Ana, uniformadnos a la Voluntad
divina.
ORACIÓN
¡Oh,
admirabilísima Santa Ana!, ¡con qué veneración os miran los ángeles, viéndoos constante en
el trabajo, junto con su Reina, vuestra hija y discípula! ¿Qué acopio de gracias y
favores descenderían sobre Vos cuando el Señor se recreaba en su amada paloma,
cuando por tres años estuvo a vuestro lado? Mientras yo me alegro con Vos y cordialmente agradezco al
Señor, ¡ay!, Vos, por amor a esa Hija que fue, es y será
eternamente la delicia del universo, hacedme siempre santamente laborioso. Así
no serán pesados para mí mismo los días ni los años, ni me parecerán
interminables, y a la hora de la muerte sentiré el contento de aquel que del
trabajo pasa al descanso. Amén.
—Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
℣. Ruega por
nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que
seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al
mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión
de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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