Recopilado por el P. Dr. Vicente
Alberto Rigoni, Cura Párroco de
Santa Ana en Villa del Parque
(Buenos Aires), el 12 de Mayo de
1944. Tomado de RADIO
CRISTIANDAD.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos Señor ✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios
os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana!, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios
llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos
que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como
a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo
Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos
del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a
vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la
meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al
Señor. Amén.
DÍA VIGESIMOCUARTO
—24 de julio.
MEDITACIÓN: Fidelidad y gratitud de Santa Ana para presentar a María
en el Templo.
Santa Ana había prometido
a Dios el fruto de su matrimonio; y tuvo la hija más excelsa y amable que jamás
se pudo idear. La veía crecer en gracia y virtud,
sintiéndose cada día más atraída hacia Ella, considerando que era un gran
tesoro. Pero, no obstante, todo pensado, Ana, grata y fiel al Señor, se disponía
a hacerle un completo sacrificio. Muchas veces, vuelta a su hija, transida de dolor, dice la Venerable de Agreda, hablaba así: “Hija amada, sólo a ti tengo, después de haber suspirado
tanto, y ni siquiera puedo gozar mucho de tu compañía. Te he prometido al Señor
y mantendré mi voto a toda costa. Sea hecho siempre el divino querer. ¡Oh, Dios
mío, Dios mío!, os agradezco, porque me la diste; es vuestra, yo os la
devuelvo. ¡Oh que fortaleza hallarme al lado de esta paloma! Y ¿cómo podré
quedarme sin Ella, y sin Ella vivir mi corazón? Mas a cualquier costa, Ella es
vuestra y os la doy”.
Cumplidos apenas los tres años de edad
María fue acompañada al templo para ser ofrecida al Señor. Los sentimientos que
tuvo Santa Ana en aquellos instantes solemnes, no es posible referirlos al
considerar que su corazón convertido en santuario invadido y consumido por el
amor de Dios, era un cielo.
El sacrificio que hizo de privarse de
su tierna Hija, que amaba más que a las pupilas de sus propios ojos, fue
grande, fue inmenso, pero la Santa lo cumplió con toda aquella generosidad, con
toda aquella gratitud que le inspiró su sumisión a la voluntad divina, lo
cumplió con aquella alegría con que una madre sabe y entrevé que de un
sacrificio proviene la gloria.
Es agradable imaginarse a
aquella dulce Madre con su adorada Hija, cándida en el alma como en el vestido,
encaminarse contenta al Templo; es bello seguir con la imaginación la sagrada
ceremonia que, con la bendición del Sacerdote, sellaba cuanto era ya acogido y
aceptado en el cielo.
Las lágrimas de Ana al separarse de
Samuel, las angustias de Abraham al conducir a su Isaac al sacrificio, el
quebranto de Agar al abandonar a Ismael, son vanas sombras en presencia de los
tormentos de Santa Ana cuando debió separarse de María, la escogida para Madre
de Dios.
Ofrezcámonos al Señor para que se cumpla en nosotros su santa
voluntad.
¿Quién no ve, ¡oh cristiano!, cuán penoso fue a la
maternal ternura de Santa Ana el separarse de hija tan incomparable?;
y, sin embargo, dice el Tritemio, tanta ternura fue vencida por el amor de Dios.
“Yo, dice la Virgen a la Venerable de Agreda, sentía vivamente
el sacrificio de mis queridos padres; pero sabiendo que así lo quería Dios, me
olvidé de mi casa por cumplir la voluntad divina”. Y he aquí hija y padre unidos en sacrificio por
agradar a Dios. ¡Oh,
si fuesen frecuentes en el cristianismo estos sacrificios de amor, cuánto más
abundante sería el número de sus santos! Con
facilidad decimos que queremos seguir a Dios, a cualquier costa; ¡más cuán pronto le
abandonamos después! Basta
una mirada humana, una palabra, una crítica. ¡Oh vergüenza!, no
sólo no se le sigue, sino que se impide a los demás seguirle, contradiciendo la
propia vocación y substituyéndola por la que dicta el interés. Gran
responsabilidad para los padres, como también gran cargo para los que, fáciles
en omitir votos, con igual facilidad los olvidan.
EJEMPLO:
Lo que desagrada a Santa
Ana la infidelidad en el cumplimiento de los votos, se comprende por el
siguiente pasaje: Un príncipe de Palermo, viendo la
esterilidad de su esposa, rogó al Venerable Inocencio de Chiusa, que le
alcanzara del Cielo un hijo. Este le respondió: “No sólo tendrás uno, sino tres, si
prometes reedificar nuestra capilla de Santa Ana en la tierra Juliana”.
A lo cual el príncipe repuso: “Si llego a tener tres, no sólo restauraré la capilla de
Santa Ana, sino la iglesia entera y el convento.” Pero, obtenidos
consecutivamente los tres hijos, el príncipe andaba defiriendo el cumplimiento
de la promesa. Entonces, Inocencio se le presentó junto con el procurador del
monasterio, exhortándole a cumplir su oferta, y éste ofreció dar cien ducados.
Mas el Venerable, presentándole un presupuesto de peritos, en el que se
indicaba la cantidad necesaria para la reedificación, le hizo notar que
habiendo sido ilimitado su voto, se contentase con tratar con los ingenieros
quienes exigían por lo menos quinientos ducados. El príncipe y su esposa se
hicieron sordos al reclamo; y al Venerable Inocencio al separarse le dijo: “Si no mantenéis
vuestra promesa a Santa Ana, los hijos os serán quitados”. Pasados pocos días enfermó el primogénito; e
inmediatamente el príncipe recurrió a Inocencio, quien le replicó: “Si no cumplís
vuestro voto, vuestros hijos morirán”.
En efecto, en poco tiempo, uno después de otro, todos fueron
sorprendidos por la muerte.
OBSEQUIO: Por medio
de la gloriosa Santa Ana, presentemos nuestro corazón a Dios.
JACULATORIA: Virtuosísima Santa Ana, hacednos agradables a Dios.
ORACIÓN
Admiro, ¡oh
fidelísima Santa Ana! vuestra
firmeza en someteros a la privación del objeto más amable, de vuestra hija
María; me sorprende lo grande de vuestro sacrificio, pero mucho más la grandeza
de vuestro amor a Dios, que a tanto os obligó; me uno a los coros angélicos,
que justamente alaban una fidelidad tan constante. Más, ¿cuándo será que aprenda de Vos a vencerme
a mí mismo, para conseguir el reino bienaventurado, que sólo con violencias se
adquiere?; ¿cuándo será que arda en aquella caridad que rige a los vientos de
la tentación y a las aguas del sufrimiento?
¡Ah,
Santa querida!, obtenedme estas gracias por amor de aquel
dignísimo esposo que con Vos fue igual en el mérito del gran sacrificio.
Amén.
—Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
℣. Ruega por
nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que
seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh
Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a
la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión
de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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