Recopilado por el P. Dr. Vicente
Alberto Rigoni, Cura Párroco de
Santa Ana en Villa del Parque
(Buenos Aires), el 12 de Mayo de
1944. Tomado de RADIO
CRISTIANDAD.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana!, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
DÍA VIGESIMOSEXTO —26 de julio.
MEDITACIÓN: Vida Privada de Santa
Ana.
Santa Ana, después de
dejar en el templo su tesoro, su delicia, su corazón, regresó a Nazaret con su
dulce esposo, viviendo con él como si fuesen una sola alma e imitando el uno
las bellas virtudes del otro. Después de Dios, su pensamiento era María.
La vida de recogimiento es la
característica de los Santos. Entre sus varias ocupaciones saben tener el
corazón y el alma siempre elevados a Dios y Dios con su amor les da ánimo y
fuerzas para vencer las más graves dificultades y las más duras pruebas. Santa Ana completamente contenta de haber cumplido lo que de
Ella quería el Señor, pasaba sus días llevando vida del todo oculta en compañía
de su Santo Esposo estando con Él unida en el deseo, en el afecto, en el
corazón.
En aquel recogimiento, se perfeccionaba
el alma para la glorificación, la cual debía obtener después del tránsito y del
triunfo de Jesucristo, su divino Nieto. Así oculta, su
corazón siempre estaba con Dios, pensaba en Él, le amaba, por Él palpitaba,
vivía exclusivamente para Él.
Si nos fuera posible
levantar el velo que cubría aquella vida íntima, veríamos un magnífico
ramillete de actos de sacrificio, mortificación, de humildad, de deseo ardiente
de unirse a Él.
Verdad indiscutible es que sólo en el
recogimiento, Dios se revela a las almas.
Ahora, aprende, ¡oh cristiano!, cómo la vida del justo está toda sembrada de trabajos;
mas ellos
son, decía la Virgen a la Venerable de Agreda, los juicios justificados en sí mismos, más
preciosos que el oro y la plata, más dulces que el panal y la miel.
¿Qué harías de la espiga si no fuese separada
de la paja y triturada en el molino?; ¿qué de la uva si no fuese exprimida en
la prensa? Las
tribulaciones purifican y subliman al justo, lo despojan de todo amor terrenal
y lo llenan de viva confianza en el Señor.
Las tribulaciones son
también necesarias a los pecadores, porque en el crisol de la tribulación se
purga el alma de la escoria y de las manchas del pecado. ¡Dichoso tú, cristiano,
si sabes sacar provecho de los indispensables trabajos! Para
sostenerte en este camino, levanta la vista al autor y consumador de la fe,
Jesús, suspendido en la cruz y reflexiona que los padecimientos presentes nos
son merecedores de la gloria que Dios te prepara. Aquellos pasan, y la gloria
es perdurable.
EJEMPLO:
La gran sierva de Dios
Sor Ana de San Agustín nos asegura que la Santa asiste, provee y favorece
continuamente a sus devotos.
Habiendo ella comenzado la edificación
de un templo junto a su monasterio, se encontró sin medios para terminarlo. Se dirigió con plena confianza a Santa Ana, de la cual
era devotísima, empeñándola a procurarle los socorros necesarios.
La potentísima Santa Ana prontamente la
atendió. Una persona desconocida trajo al monasterio
la cantidad necesaria para terminar el templo. También en otras críticas
circunstancias en que se encontró el monasterio, la venerable hermana
experimentó la poderosa protección de su celestial Protectora, de aquí que la
amó, la hizo amar y la tuvo siempre propicia.
Al lecho de su agonía fue oída exclamar
muy contenta: “Santa
Ana querida, heme aquí vengo: conducidme a Jesús y a María”.
OBSEQUIO: Recojámonos
por unos minutos y examinemos cuál sea nuestra constancia en la devoción a
Santa Ana.
JACULATORIA: Dulcísima Santa Ana, dadnos espíritu de recogimiento.
ORACIÓN
¡Oh,
generosa Santa Ana!, que
para ser siempre agradable al Señor debíais soportar la prueba de muchos y
variados trabajos. De la grande ignominia de la esterilidad pasasteis a la
amarga separación de vuestra amabilísima Hija; y de ésta, al cruel pensamiento
de quedar abandonada; ¡oh, mi amada Patrona!, por
aquella resignación que en todo tiempo os hizo invicta y gloriosa, haced que aprenda cuán rico y deseable es el
tesoro de los sufrimientos, y cuan afortunadas son las almas que se someten a
duras pruebas, glorificando al Señor. Así, resignadamente, pasando por muchos
trabajos llegaré seguro al reino de los cielos. Amén.
— Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
℣. Ruega por nosotros, bienaventurada Santa Ana.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que te dignaste conceder a Santa Ana la gracia de dar al mundo a la Madre de Vuestro Unigénito Hijo, haz, por tu misericordia, que nos ayude junto a Ti la intercesión de aquélla cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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