lunes, 16 de septiembre de 2024

MES DE LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA - DÍA DECIMOSEXTO.

 


Tomado del libro El Servita instruido en el obsequio y amor de su madre María Santísima, o sea, Un mes dedicado y ofrecido a la meditación de los dolores de María, del padre Víctor Perote, y publicado en Madrid por la Imprenta de Eusebio Aguado en 1839.



PREPARACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.

 

   Dios y Señor mío, que por el hombre ingrato os hicisteis también hombre, sin dejar por eso la divinidad, y os sujetasteis a las miserias que consigo lleva tal condición; a vuestros pies se postran la más inferior de todas vuestras criaturas y la más ingrata a vuestras misericordias, trayendo sujetas las potencias del alma con las cadenas fuertes del amor, y los sentidos del cuerpo con las prisiones estrechísimas de la más pronta voluntad, para rendirlos y consagrarlos desde hoy a vuestro santo servicio. Bien conozco, dueño mío, que merezco sin duda alguna ser arrojado de vuestra soberana presencia por mis repetidas culpas y continuos pecados, sepultándome vuestra justicia en lo profundo del abismo en castigo de ellos; más la rectitud de mi intención, y el noble objeto que me coloca ante Vos en este afortunado momento, estoy seguro, mi buen Dios, Dios de mi alma, suavizará el rigor de vuestra indignación, y me hará digno de llamaros sin rubor… Padre de misericordia.

 

   No es esta otra más que el implorar los auxilios de vuestra gracia y los dones de vuestra bondad para que, derramados sobre el corazón del más indigno siervo de vuestra Madre, que atraído por su amor y dulcemente enajenado por su fineza viene a pedir esta merced, reflexione y contemple debidamente sus amargos dolores, y causarla de esta manera algún alivio en cuanto sea susceptible con esta ocupación y la seria meditación de mis culpas. Concededme, Señor, lo que os pido por la intercesión de vuestra Madre, a quien tanto amáis. Y vos, purísima Virgen y afligidísima Reina mía, interponed vuestra mediación para que vuestro siervo consiga lo que pide. Yo, amantísima Madre de mi corazón, lo tengo por seguro de vuestra clemencia; porque sé que todo el que os venera alcanzará lo que suplica, y aunque esté en la tribulación se librará de ella, pues no tenéis corazón para deleitaros en nuestras desgracias, y disfrutáis de tanto poder en el Cielo que tenéis el primado en toda nación y pueblo ¡Feliz mil veces acierto a conseguir vuestras gracias para emplearme en tan laudable ejercicio! Derramad, Señora, sobre mí vuestras soberanas bendiciones; muévase mi alma a sentimiento en la consideración de vuestros santísimos dolores; inflámese mi voluntad para amaros cada vez más. Entonces sí que os podré decir: «Oh Señora, yo soy tu siervo…» (Salmo CXV, 16). Consiga yo, en fin, cuanto os pido, siendo para mayor honra de Dios y gloria vuestra, como lo espero, consiguiendo seguro la salvación de mi alma. Amén.



 

 DÍA DECIMOSEXTO —16 de septiembre.




REFLEXIÓN: PENA Y DOLOR DE MARÍA SANTÍSIMA CUANDO SUPO QUE ERA CONDENADO A MUERTE SU SANTÍSIMO E INOCENTÍSIMO HIJO JESÚS.

 

Toda la noche pasaron los judíos mofándose del Redentor, y el Señor sufriéndolo con tanto amor y mansedumbre. Llegada que fue la mañana, y levantado ya Pilatos, se lo volvieron a presentar, para que formal y jurídicamente le condenase a muerte. Insistió Pilatos en librarle, y después de varios raciocinios que tuvo con él y con sus enemigos, como lo refiere el sagrado Evangelio, y por temor de la amenaza que le hicieron de enemistarse con el Cesar, le condenó a muerte y dio la sentencia en la forma que se la pedían (San Juan XVIII). ¡Qué algazara… qué contento produciría entre aquella gente el ver ya escrita la sentencia! ¡Con qué precipitación bajarían aquellos ministros de Satanás a dar la noticia a los que en el patio aguardaban la resolución! Pero ¡oh dolor… oh ansias… oh tormento!… ya se hallaba allí María Santísima, que, atraída por la vehemencia de su amor, había venido ocupada de los más ardientes deseos en compañía de las piadosas mujeres… ¡Cómo se quedaría esta Señora al escuchar semejante novedad! ¡Qué pena y sentimiento tan acerbo traspasaría su Corazón!… ¡Ay alma mía!… ¡Qué congojas tan continuas la sobrecogerían!… ¡Qué consuelo hallaría su amargura al presenciar los preparativos que se hacían!… A unos vería tomar la Cruz y repasarla por ver si estaba corriente… a otros disponer los clavos, las barrenas, los martillos y los cordeles que le habían de conducir como manso Cordero que es llevado al matadero… a aquellos que muy contentos se daban el parabién porque su enemigo era quitado de delante… a estos que ya clamaban, figurándose que tardaban en cumplir la sentencia… y a todos, en fin, que no anhelaban más que por acabar con su vida y derramar su preciosa Sangre. Ya no puede sufrir más su amor; revientan los volcanes de su encendido pecho; rompe en lágrimas y suspiros… «¡Ah, Hijo de mis entrañas, ya se verán contentos y satisfechos tus enemigos y los míos!… ¡Ya lograron estas desdichadas mariposas apagar la luz que, iluminando a todo el mundo, era la que con su calor vivificaba mi espíritu!… ¡Ya consiguieron esos inhumanos judíos derribar la ciudad santa que servía de asilo a tantos miserables!… ¿Qué habéis visto en él para que con tan poca justicia le condenéis a tan afrentoso suplicio? ¡Bien podéis, hijas de Jerusalén, llenaros de ceniza y vestiros de luto (Jeremías VI, 26) para acompañarme en mi amargo llanto por la pérdida de mi consuelo!… ¡Todos estos jueces, apartándose de la rectitud (Jeremías VI, 28), “han echado mano del hierro contra él!”. ¿Qué he de hacer? ¿Cómo podré subsistir sin mi amado, “que era todo mío, y yo toda de él” (Cánticos II, 16)? …». Tanto era el sentimiento de esta afligidísima Madre. Considéralo bien, alma mía, y te encontrarás movida a compasión... Así lo exigen las circunstancias, que son suficientes para conmover al corazón más empedernido, y mucho más al del que como tú es siervo de esta desconsolada Reina y amantísima Señora…

 


SENTIMIENTOS Y PROPÓSITOS PARA ESTE DÍA



   Se ha finalizado ya, Virgen dolorosísima, el juicio que los inicuos han formado contra vuestro querido Hijo. Echaron ya el fallo a su causa, y le condenaron a muerte… ¡Oh juicio sin justicia! ¡Oh injusto juicio! Pero Señora mía, hoy que veo delante de mis ojos un proceder tan descaminado, quiero recordar a mi alma, en los sentimientos y propósitos que he de formar en este día, la diferencia con que el supremo Juez ha de proceder en el juicio en que ha de residenciar a todos los mortales en el día formidable de la cuenta… ¡Ah! ¡Qué día aquel tan terrible! ¡Qué signos tan espantosos han de anunciar su aproximación!… ¡Qué temor producirá en los malos la vista sola del Señor! «¡Se acabaron ya los delitos, dirán, se finalizaron nuestras pasiones, y ahora a la faz de todo el mundo van a ser publicadas para su castigo!” ¡Qué vergüenza, alma mía, le causará al deshonesto el oír que sus obscenidades se van a publicar, y a ser sabidas de todos los que antes las ignoraban! ¡Qué confusión para el murmurador, para el ambicioso, para el vengativo y para el cristiano impío y desmoralizado el ver que sus delitos se hacen patentes y sabidos aun de aquellos que en el mundo les tenían por buenos y mortificados! Pero todo esto será más llevadero, que el escuchar la sentencia que Dios ha de pronunciar después de justificadas las iniquidades: «Id, les dirá, id, malditos, al fuego eterno que os está preparado desde la eternidad; porque me visteis hambriento y no me distéis de comer, sediento y no me distéis de beber, desnudo y no me vestisteis» (San Mateo XXV, 42). ¡Oh Dios mío! ¿Quién oirá tales palabras sin estremecerse y aterrarse? Entonces gemirán y clamarán: «¿Cuándo te vimos hambriento y no te dimos de comer, cuándo sediento y no te dimos de beber, cuándo desnudo y no te vestimos?». «No lo hicisteis, les responderá el Señor, con los pobrecitos y desvalidos, que eran mis semejantes. Id sin réplica a los abismos, apartaos de mí por toda la eternidad». «Caed, montes y collados, sobre nosotros, gritarán, y sepultadnos en vuestras ruinas (Oseas X, 8). ¿Para qué, Dios mío, nos criaste? ¿Por qué no nos ocupó la muerte en el vientre de nuestra madre? (Job III, 10) ¿Por qué no perecimos antes de nacer? ¿Por qué nos recibieron en el regazo? ¿Por qué nos alimentaron con su leche? ¡Ojalá que nada de esto nos hubiera sucedido, y no os hubierais acordado de criarnos para venir a este fin! Mas nadie nos tiene la culpa… nosotros mismos nos hicimos reos de condenación eterna, pues sabiendo los preceptos del Altísimo los hemos menospreciado. Tú eres justo, Señor, tu juicio recto…». Alma mía, ¿qué… te llenas de pavor y confusión al ver el fin de los malos en el juicio de Dios? ¿Te afliges y estremeces al considerar que sin remedio te has de hallar en él y ser juzgada? ¿Te consternas sobremanera solo con su memoria? Pues no… no temas, alma mía, no te acobardes, cuando ahora tienes tiempo de prevenirte… Allí te pedirán cuenta de la sangre, de los tormentos, de la Pasión de Jesucristo, de los dolores, aflicciones y penas de su Santísima Madre tan menospreciados por tus pecados… Allí te pedirán cuenta de las inspiraciones, de los llamamientos de la gracia, de los avisos que Dios te ha dado, de la paciencia con que te ha sufrido, y del fruto de los santos Sacramentos que tan descubiertamente has profanado… Y bien, ¿por qué has de dudar tanto de su buen éxito, cuando ahora sabes lo que tienes que hacer? Una vida santa, recogida, arreglada y compungida será la que te ahorrará después todos los temores y confusiones. La penitencia, si caíste en algún pecado, te restituirá a la reconciliación, sin que jamás te dejes sorprender de la desesperación o desconfianza. Si así lo haces, no te dé cuidado alguno, porque, aunque tus culpas hayan sido escritas en el libro de la cuenta, serán borradas por tu arrepentimiento y dolor, fundado en los méritos de Jesucristo… Prométeselo así hoy a tu Madre dolorosa, dala una firme palabra, y procura cumplirla, para que después del juicio del Señor, pases a disfrutar sus caricias estando en su compañía…

 


 CONCLUSIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.


 

   ¿Por qué, oh Dios mío, no he de daros las más humildes gracias, cuando en esta breve consideración os habéis dignado comunicar a mi alma los importantísimos conocimientos de unas verdades que tan olvidadas y menospreciadas tenía por mi abandono y necedad? ¿Por qué no he de concluir este saludable ejercicio rindiéndoos las más profundas alabanzas, cuando en él siento haberse encendido en mi corazón la llama del amor divino, que tan amortiguada estaba por un necio desvarío y por una fatal corrupción de mi entendimiento? Y pues que Vos, que sois la verdad infalible y el verdadero camino que conduce a la patria celestial, habéis tenido a bien de comunicar a mi alma los efectos propios de vuestro amor, con los que puedo distinguir lo cierto e indudable que me sea útil a la salvación, y lo falso y mentiroso que me precipitará a mi perdición, por tanto, Señor, quiero aprovecharme desde este momento de tan divinas instrucciones, para caminar con libertad y seguridad entre tantos estorbos y peligros como me presenta este mundo miserable, y de este modo llegar más pronto a unirme con Vos. Consígalo así, Virgen Santísima, para vivir compadeciéndome de vuestros dolores y aflicciones, y cumpliendo la promesa que os hice de ser siervo vuestro. Esta sea mi ocupación, estos mis desvelos y cuidados en este valle de lágrimas, porque así después disfrute en la celestial Jerusalén de vuestra compañía, en unión de tantos fieles Servitas que recibieron ya el premio de vuestros servicios, reinando a vuestro lado por los siglos de los siglos. Amén.

MES DE LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA - DÍA DECIMOQUINTO.

 


Tomado del libro El Servita instruido en el obsequio y amor de su madre María Santísima, o sea, Un mes dedicado y ofrecido a la meditación de los dolores de María, del padre Víctor Perote, y publicado en Madrid por la Imprenta de Eusebio Aguado en 1839.


PREPARACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.

 

   Dios y Señor mío, que por el hombre ingrato os hicisteis también hombre, sin dejar por eso la divinidad, y os sujetasteis a las miserias que consigo lleva tal condición; a vuestros pies se postran la más inferior de todas vuestras criaturas y la más ingrata a vuestras misericordias, trayendo sujetas las potencias del alma con las cadenas fuertes del amor, y los sentidos del cuerpo con las prisiones estrechísimas de la más pronta voluntad, para rendirlos y consagrarlos desde hoy a vuestro santo servicio. Bien conozco, dueño mío, que merezco sin duda alguna ser arrojado de vuestra soberana presencia por mis repetidas culpas y continuos pecados, sepultándome vuestra justicia en lo profundo del abismo en castigo de ellos; más la rectitud de mi intención, y el noble objeto que me coloca ante Vos en este afortunado momento, estoy seguro, mi buen Dios, Dios de mi alma, suavizará el rigor de vuestra indignación, y me hará digno de llamaros sin rubor… Padre de misericordia.

 

   No es esta otra más que el implorar los auxilios de vuestra gracia y los dones de vuestra bondad para que, derramados sobre el corazón del más indigno siervo de vuestra Madre, que atraído por su amor y dulcemente enajenado por su fineza viene a pedir esta merced, reflexione y contemple debidamente sus amargos dolores, y causarla de esta manera algún alivio en cuanto sea susceptible con esta ocupación y la seria meditación de mis culpas. Concededme, Señor, lo que os pido por la intercesión de vuestra Madre, a quien tanto amáis. Y vos, purísima Virgen y afligidísima Reina mía, interponed vuestra mediación para que vuestro siervo consiga lo que pide. Yo, amantísima Madre de mi corazón, lo tengo por seguro de vuestra clemencia; porque sé que todo el que os venera alcanzará lo que suplica, y aunque esté en la tribulación se librará de ella, pues no tenéis corazón para deleitaros en nuestras desgracias, y disfrutáis de tanto poder en el Cielo que tenéis el primado en toda nación y pueblo ¡Feliz mil veces acierto a conseguir vuestras gracias para emplearme en tan laudable ejercicio! Derramad, Señora, sobre mí vuestras soberanas bendiciones; muévase mi alma a sentimiento en la consideración de vuestros santísimos dolores; inflámese mi voluntad para amaros cada vez más. Entonces sí que os podré decir: «Oh Señora, yo soy tu siervo…» (Salmo CXV, 16). Consiga yo, en fin, cuanto os pido, siendo para mayor honra de Dios y gloria vuestra, como lo espero, consiguiendo seguro la salvación de mi alma. Amén.





DÍA DECIMOQUINTO —15 de septiembre.




REFLEXIÓN: SENTIMIENTO Y PENA DE MARÍA SANTÍSIMA CUANDO RECORDABA LAS BURLAS Y MALOS TRATAMIENTOS QUE LOS JUDÍOS USARÍAN CON SU HIJO JESÚS.

 

 

   Ejecutado aquel inhumano atentado contra el divino Redentor, le desataron de la columna, y como había quedado tan débil por la Sangre que con tanta abundancia derramaba, cayó en el mismo charco que ésta había formado; pero los verdugos le levantaron desapiadadamente, le vistieron la túnica, y le condujeron otra vez a la presencia de Pilatos. Mucha lástima le causó aquella tan compasiva figura, y el ver que la empapaba la túnica y manifestaba cuán llagado estaba aquel cuerpo, y juzgando causaría el mismo efecto en los demás que así le viesen, determinó sacarle a un balcón que caía a la plaza de su tribunal, para mostrársele y ver si así se daban por satisfechos. Así lo ejecutó, más de nada le sirvió, porque cada vez más obstinados volvieron a gritar: «Quítalo, quítalo de nuestra presencia; crucifícale, crucifícale» … Y conociendo que no podía librarle por más pretextos que buscaba y razones que alegaba, se lo entregó para que le crucificasen. Pero ellos, para vencer el sueño de la noche y entretener las largas horas que faltaban hasta que llegase el día para desahogar y cumplir sus rabiosos deseos, le tomaron por objeto de mofa y diversión, y poniéndole un trapo sobre sus ojos, una corona de espinas en su cabeza y una caña en sus manos, indicando que era rey de farsa, se postraban delante de él dándole bofetadas en su divino rostro, y escupiéndole y burlándose de él, le decían: «Adivina quién te dio»… ¡Oh noche tan penosa para nuestro inocente Jesús! ¡Oh noche la más cruel y de horrorosa memoria en las duraciones de los siglos!… Pero no lo era menos para su afligida Madre, que, retirada en su casa acompañada de sus fieles amigas, toda la pasó llorando y suspirando, por figurarse y conocer muy bien lo que en aquellas horas padecería y aguantaría de sus enemigos. Tan conocida tenía ya la divina Señora la rabia y el furor bárbaro de aquellos, por lo cual, y por mirarle ya en su dominio, con razón se persuadía de lo mucho que le estaban atormentando. ¡Ah! ¡Qué deseada sería la venida y aparición del día! ¡Pero con qué diferentes objetos! Jesucristo la desearía para consumar los efectos de su amor… María Santísima para ver a su dulce prenda y acompañarle hasta donde la fuese posible… los enemigos, en fin, para dar la muerte al justo, al inocente y Santo de los Santos… ¿Qué horas tan penosas serían para la desconsoladísima Virgen? Cómo se quejaría sin interrupción: «Me quitan, diría, mi gloria y mi corona, se ha suscitado su furor contra mí: clamo, y ninguno me oye; voceo, y no hay quien me haga justicia (Job XIX. 5-7) … ¿Qué es esto, Hijo mío… qué es esto, amado de mi Corazón, a quién he de dirigir mis votos? (Proverbios XXXI, 2)» … En este amargo padecer gastó toda la noche, conociendo, por gracia especial que Dios la hizo, los tormentos que su querido Hijo había padecido en ella… Considera, alma mía, cuán grande sería su desconsuelo, y qué deseos tendría de que rayara la luz del día… Reina de mi corazón… ¡oh y qué día tan terrible os espera!… ¡Cuánto se van a duplicar en él vuestras penas!…

 


SENTIMIENTOS Y PROPÓSITOS PARA ESTE DÍA



   ¡Qué inhumanos, Virgen Santísima, qué crueles y desapiadados eran los judíos… ¡Qué corazón tan empedernido tenían!… Porque siquiera al considerar que al día inmediato iba a expirar con tormentos tan terribles como le preparaban, debían dejarle reposar en la noche, para que tuviese fuerzas y valor para sufrirlos. A cualquier reo, por gravísimos que sean sus delitos, se le dispensa una justa conmiseración; pero a este dulcísimo Redentor, que inocente padece por delitos ajenos, no se le da alivio alguno, ni aun el más mínimo descanso. ¡Barbarie inaudita!… ¡Crueldad incomparable!… Pero si con un poco cuidado dedicamos nuestra reflexión a registrar o examinar la conducta de muchas criaturas que son por la misericordia del Señor católicas y no hebreas, descubriremos con el más profundo dolor que no se compadecen de la terrible noche que pasó nuestro divino Redentor en la casa de Pilatos. La razón es muy clara… porque solo al recordar nosotros que tal hora, tal día, tal mes o en tal ocasión nos sucedió algún infortunio o calamidad, bien presente lo tenemos y muy bien nos lo representamos cuando llega. Pues siendo esto efectivamente así, ¿no podremos asegurar con lágrimas en nuestros ojos que hay muchos que se dicen cristianos, que no se compadecen de la terrible noche que sufrió nuestro inocente Jesús y su contristada Madre?… ¿Qué es, si no, infelices, lo que muchos piensan y en lo que emplean las noches, cuya oscuridad, cuyo silencio y cuya ocasión les recuerda aquella noche tan terrible para el Redentor y tan fatal para su tierna Madre? ¿Las emplean por ventura en leer algún libro devoto u honesto e instructivo… en rezar con la familia el rosario u otras devociones, en coser, en algún juego o lícita recreación… o en algunas cosas semejantes, tan propias de un buen cristiano u hombre de bien? ¡Ojalá que así fuera! ¡No tratamos aquí, Virgen Santísima, ni hablamos indiferentemente con todos, porque afortunadamente se hallan buenas almas, fieles y exactos Servitas, que saben recordar los padecimientos de aquella noche funesta, y emplearse en obras de virtud y de piedad! ¡Nos lamentamos, sí, con el más profundo sentimiento de otros muchísimos, que las emplean en tertulias ilícitas, donde la conversación favorita es la murmuración, la disolución, la lascivia y el libertinaje de las pasiones!… ¡De aquellos que las emplean y consagran a unos espectáculos de inmoralidad y disipación, aprendiendo en ellos, no el pundonor, la sencillez y la virtud, sino los inicuos tratos, los impuros amores, la infidelidad, el crimen y la maldad, enmascarados con el más paliado disfraz de inocencia y rectitud!... ¡Oh peste digna de ser deplorada! ¡Oh insensatez y necedad!… ¡No ha de haber dinero para dar una limosna a un pobre, para socorrer a una afligida doncella, para aliviar a un necesitado enfermo, u otras obras de que tanto bien resulta a las almas, y sí para contribuir tan locamente a nuestra perdición y a la de los demás!... Otros las dedican a la concurrencia a los bailes, y a excitar contra sí la maldición de Dios que irritado clama: «¡Ay de vosotros, bailarines, pueblo cargado de iniquidad!» (Isaías I, 4). ¡Y todavía hay quien los defienda, todavía quien los sostiene por justos y sensatos!… ¡Locos… ignorantes… no queráis cohonestar lo que terminantemente el cielo abomina y repudia! ¿Cómo se hubieran seguido de ellos tan funestas consecuencias si fueran tan inocentes como suponéis? Mientras que Moisés estaba en el monte recibiendo la ley del Señor, se levanta el pueblo a bailar al rededor del becerro que había formado, y el mismo Dios le dice: «Baja, baja al instante, Moisés, que el pueblo me está ofendiendo…» (Éxodo XXXII, 7). Baile inocente y honesto era el que formó la hija de Jefté para salir a recibirle cuando volvía vencedor; pero tuvo que sufrir la muerte de él mismo, para cumplir la palabra que había dado a Dios cuando se halló en peligro, que fue sacrificarle lo primero que hallase al entrar en su casa, si volvía a ella triunfante… (Jueces XI, 34). Baile inocente era el de la joven Herodíades, y de él resultó la muerte del Bautista... (San Mateo XIV, 6). Pero ¿a qué más pruebas que las que todos los días experimentan sus prosélitos y concurrentes en los efectos tan nocivos para sus cuerpos y para sus almas? Para sus cuerpos, pues gastan sus dineros en las joyas, en los adornos y en las galas, se fatigan toda una noche con movimientos violentos, se ven flacos, consumidos, enfermizos y sin salud. Para sus almas, porque se encuentran cargados de pereza y gravados por el desenfreno, incapaces para frecuentar los Sacramentos de vida eterna; cobran horror a la virtud, miran con tedio a los virtuosos, manchan su conciencia con multitud de crímenes, se facilitan en la culpa, ejercitan las lecciones que en ellos aprendieron, fomentan las pasiones, y atesoran un cúmulo de delitos para formar su perdición eterna. ¡Ah!… si el confesor alguna vez les mandase alguna penitencia mortificativa… ¡cuántos pretextos buscarían!… ¡cuánto se quejarían de su proceder!… Si en penitencia les mandase tales desatinos como hacen contra su cuerpo, su salud y su dinero. ¡qué indignación, qué plegarias contra él!… Otros destinan las noches para los acechos, para las rondas, para los galanteos, para la deshonestidad, para la intriga, para el robo, valiéndose de la oscuridad como celaje de sus desórdenes, sin considerar que Dios, aunque sea el sitio más oscuro y tenebroso, todo lo ve y presencia… ¡Qué bien, Madre, santifican éstos las noches y las consagran a la memoria de lo infinito que padecisteis!… Mas si un funesto error ofusca su imaginación y les sostiene en su engaño, ocasión es esta, Reina de mi corazón, para que yo avisado corrija mis excesos y las emplee mejor en vuestro obsequio, resarciendo sus faltas y satisfaciendo por ellos. Así, Señora, os lo prometo muy gozoso, por saber que en ello os presto algún consuelo y me hago digno de vuestra maternal correspondencia…



 CONCLUSIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.


 

   ¿Por qué, oh Dios mío, no he de daros las más humildes gracias, cuando en esta breve consideración os habéis dignado comunicar a mi alma los importantísimos conocimientos de unas verdades que tan olvidadas y menospreciadas tenía por mi abandono y necedad? ¿Por qué no he de concluir este saludable ejercicio rindiéndoos las más profundas alabanzas, cuando en él siento haberse encendido en mi corazón la llama del amor divino, que tan amortiguada estaba por un necio desvarío y por una fatal corrupción de mi entendimiento? Y pues que Vos, que sois la verdad infalible y el verdadero camino que conduce a la patria celestial, habéis tenido a bien de comunicar a mi alma los efectos propios de vuestro amor, con los que puedo distinguir lo cierto e indudable que me sea útil a la salvación, y lo falso y mentiroso que me precipitará a mi perdición, por tanto, Señor, quiero aprovecharme desde este momento de tan divinas instrucciones, para caminar con libertad y seguridad entre tantos estorbos y peligros como me presenta este mundo miserable, y de este modo llegar más pronto a unirme con Vos. Consígalo así, Virgen Santísima, para vivir compadeciéndome de vuestros dolores y aflicciones, y cumpliendo la promesa que os hice de ser siervo vuestro. Esta sea mi ocupación, estos mis desvelos y cuidados en este valle de lágrimas, porque así después disfrute en la celestial Jerusalén de vuestra compañía, en unión de tantos fieles Servitas que recibieron ya el premio de vuestros servicios, reinando a vuestro lado por los siglos de los siglos. Amén.



MES DE LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA - DÍA DECIMOCUARTO.

 


Tomado del libro El Servita instruido en el obsequio y amor de su madre María Santísima, o sea, Un mes dedicado y ofrecido a la meditación de los dolores de María, del padre Víctor Perote, y publicado en Madrid por la Imprenta de Eusebio Aguado en 1839.


PREPARACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.

 

   Dios y Señor mío, que por el hombre ingrato os hicisteis también hombre, sin dejar por eso la divinidad, y os sujetasteis a las miserias que consigo lleva tal condición; a vuestros pies se postran la más inferior de todas vuestras criaturas y la más ingrata a vuestras misericordias, trayendo sujetas las potencias del alma con las cadenas fuertes del amor, y los sentidos del cuerpo con las prisiones estrechísimas de la más pronta voluntad, para rendirlos y consagrarlos desde hoy a vuestro santo servicio. Bien conozco, dueño mío, que merezco sin duda alguna ser arrojado de vuestra soberana presencia por mis repetidas culpas y continuos pecados, sepultándome vuestra justicia en lo profundo del abismo en castigo de ellos; más la rectitud de mi intención, y el noble objeto que me coloca ante Vos en este afortunado momento, estoy seguro, mi buen Dios, Dios de mi alma, suavizará el rigor de vuestra indignación, y me hará digno de llamaros sin rubor… Padre de misericordia.

 

   No es esta otra más que el implorar los auxilios de vuestra gracia y los dones de vuestra bondad para que, derramados sobre el corazón del más indigno siervo de vuestra Madre, que atraído por su amor y dulcemente enajenado por su fineza viene a pedir esta merced, reflexione y contemple debidamente sus amargos dolores, y causarla de esta manera algún alivio en cuanto sea susceptible con esta ocupación y la seria meditación de mis culpas. Concededme, Señor, lo que os pido por la intercesión de vuestra Madre, a quien tanto amáis. Y vos, purísima Virgen y afligidísima Reina mía, interponed vuestra mediación para que vuestro siervo consiga lo que pide. Yo, amantísima Madre de mi corazón, lo tengo por seguro de vuestra clemencia; porque sé que todo el que os venera alcanzará lo que suplica, y aunque esté en la tribulación se librará de ella, pues no tenéis corazón para deleitaros en nuestras desgracias, y disfrutáis de tanto poder en el Cielo que tenéis el primado en toda nación y pueblo ¡Feliz mil veces acierto a conseguir vuestras gracias para emplearme en tan laudable ejercicio! Derramad, Señora, sobre mí vuestras soberanas bendiciones; muévase mi alma a sentimiento en la consideración de vuestros santísimos dolores; inflámese mi voluntad para amaros cada vez más. Entonces sí que os podré decir: «Oh Señora, yo soy tu siervo…» (Salmo CXV, 16). Consiga yo, en fin, cuanto os pido, siendo para mayor honra de Dios y gloria vuestra, como lo espero, consiguiendo seguro la salvación de mi alma. Amén.


 

 

DÍA DECIMOCUARTO —14 de septiembre.



REFLEXIÓN: VEHEMENTÍSIMA AFLICCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA POR VER QUE ERA AZOTADO SU AMANTÍSIMO HIJO.

 

   Pilatos examinó cuidadosamente a Jesús, para ver si eran ciertas las delaciones que los judíos de él hicieron; y aunque así procedió, siempre encontraba al Salvador inocente, y no hallaba delito alguno por el que pudiese pronunciar sentencia de muerte contra él, y aun juzgando debía dársele libertad, se lo manifestó a los acusadores, haciéndoles ver que no le podía juzgar en manera alguna sin proceder injustamente: por lo que según costumbre que había de soltar por la Pascua un preso le parecía era mejor hacerlo con él. Pero aquella turba obstinada y ciega pedía por Barrabás, hombre facineroso y conocido de todos por sus crímenes, condenando al último suplicio al bonísimo Redentor Jesús... ¡Oh mi Señor y Dios! ¡Oh buen Jesús, cuántos desprecios padecéis por mi amor!… No obstante Pilatos discurría medios como libertarle, y así lo mandó azotar, por si con esto, y al mirarle en el lastimoso estado en que le habían de poner los azotes, se apiadaban y desistían de sus intentos, perdonándole de una vez. ¿Pero qué tenían que perdonar a un inocente? Dio esta cruel sentencia, y asiéndole los sayones con impetuosa velocidad lo bajaron a un patio, en donde se hallaba todo el pueblo esperando por saber el resultado... Mas ¡oh dolor, oh pena, oh sentimiento sin igual!… Entre esta gente se encontraba también la desconsoladísima Madre, aguardando con ansia y aflicción el fin de esta tragedia, acompañada de aquellas fieles y compasivas mujeres. Ya le ven bajar por las escaleras del pretorio entre la chusma y vil canalla, ya miran que haciendo lugar entre la gente le comienzan a desnudar… ¡Alma mía, considera cuál estaría el Corazón de la Madre! Le arriman con tirones descompasados a una de las columnas o postes del mismo patio, y atándole con bárbara fiereza dejan descubiertas sus sacratísimas espaldas... y ya por último se oyen los golpes tan estrepitosos de los azotes que a porfía comienzan a descargar los sayones, remudándose unos cuando se cansaban los otros... ¡Qué conmoción sentiría el Corazón amorosísimo de María!… ¡Qué efecto tan fatal producirían en su pecho tan cariñoso aquellos desapetecibles golpes… golpes que conocía laceraban las blanquísimas y delicadísimas carnes de su Hijo adorado!… Se apodera de su espíritu una irremediable perturbación tan vehemente como veloz… desfallece por el dolor… desmaya por el pesar, cae en los brazos de sus caritativas compañeras, que se hallaban del todo turbadas, y cuando se recobra de su congoja, al volver a oír los golpes y los lamentos que la compasión arrancaba ya de muchas personas, al presenciar el destrozo tan horrible que causaban en tan delicado cuerpo, que se desangraba en copioso derrame, exclamaba tristemente y decía… «¡Oh Hijo de mis entrañas… oh inocente Cordero!… ¿qué hiciste para merecer tal castigo?… ¡Tu carne purísima tan cárdena y bárbaramente despedazada… tu Sangre preciosísima derramada por manos tan sacrílegas y alevosas!… ¡Ay qué pena… qué aflicción… qué desconsuelo… ¡Venid… descended, Ángeles santos, y ved si conocéis a ese Señor, que es el mismo Hijo de Dios!… ¡Libradle de una pena que no mereció jamás!… Mas ¡ay, es que horrorizados cubrís vuestros rostros por no mirar tamaña maldad!» … A los clamores de esta afligida Madre se unían y aumentaban los de los demás, que conociendo era su Madre y sabiendo también lo que era tener hijos, se enternecían y conmovían… Reflexiónalo despacio, alma mía, y advierte que los azotes, que según la opinión común pasaron de cinco mil, todos son por tu culpa: fija tu consideración en María Santísima… ¡Ah! ¡Cuánto padecería! ¡Cuánto sufriría! ¡Qué grande sería su desconsuelo!

 

SENTIMIENTOS Y PROPÓSITOS PARA ESTE DÍA

 

   Pero, Señora mía, no os podrá alguno preguntar, «¿por qué no os retirabais de aquel sitio, excusándoos de presenciar una escena que tanto dolor y sentimiento causaba a vuestro Corazón?» … Mas cualquiera sin duda llega a conocer el objeto y móvil que os obliga a unas acciones de que tan grandes penas os resultaban… Reflexionando atentamente sobre el pesar que recibiría vuestra alma en aquel acto tan cruel, conozco que era imposible que pudieseis sobrevivir si no estuvieseis auxiliada por la gracia y virtud de Dios… Doctrina muy útil e importante puedo sacar para mi provecho, cuando hoy advierto la mansedumbre de mi Dios en un castigo tan descompasado, y la consternación de mi Reina en su presencia y a su vista… ¿No sería yo, a la verdad, la criatura más desatinada, si con tales ejemplos no me animo a buscar, encontrar y abrazarme con la penitencia? ¡Cristo Jesús, sin culpa, recibe hoy por la mía tantos azotes!… ¡María Santísima tampoco rehúsa las ocasiones de padecer, queriendo en esto imitar a su dulcísimo Hijo!… ¿Y yo solo, a quien con más razón corresponde, he de huir de las ocasiones que me presenta la penitencia y la mortificación?… Pero, aunque quiera yo prescindir de estas que tanto me obligan a abrazarme con ella, ¿no hallo también otras muy poderosas que me la aconsejan, que me la persuaden y que me manifiestan su necesidad y utilidad? ¡Cuántos pecados he cometido! ¡Cuán repetidas han sido mis ofensas contra el Cielo! Pues… ¿qué medio para repararlas, qué para borrarlas y limpiarme de ellas sino la penitencia?… «Si no hago penitencia cierta es mi perdición eterna» (San Lucas XIII, 3), como me lo escriben las sagradas páginas: y si la hiciere, «viviré para siempre, y el Señor se olvidará de cuantas culpas hubiere cometido contra él» (Ezequiel XVIII, 21). ¡Oh felicidad! ¡Fortuna incomparable! ¡Cuánto daría un hombre de los que hubiese incurrido acá en el mundo según las leyes en delito de proscripción o de muerte, y solo con algunas muestras de arrepentimiento y pruebas de enmienda los viese absueltos y borrados! ¿Qué hacéis, mortales, que a tan poca costa no adquirís tan particular remedio? ¿Qué os cuesta ceñiros un cilicio, castigar vuestra carne con una disciplina, ayunar como es debido y cercenar el sueño para estar vigilantes en la oración?… Pero qué… ¿Os espantáis?… ¿Tembláis ya horrorizados al oír unos nombres tan inhumanos y crueles a vuestro parecer?… ¿Pues qué hubierais dicho si vivierais en tiempo de los Antonios, Pablos, Arsenios, Pacomios, Jerónimos y demás anacoretas?… ¿Qué si hubieseis repasado sus chozas, sus camas, sus vestiduras, sus alimentos y los instrumentos de mortificación y penitencia?… ¿Qué si los miraseis tan flacos y consumidos que parecían ambulantes esqueletos?... ¡Estos sí que meditaban la Pasión de su Redentor… estos sí que apreciaban el costoso precio de su rescate! Con todo eso no te excuses… no alegues pretextos, criatura católica, pues no te estrecho yo a tan grande austeridad… aunque debiera muy bien exhortarte a semejantes mortificaciones, porque la gloria, que era el fin a que se dirigían las de aquellos, es la misma a que tú caminas, y por tanto lo mismo debes tú trabajar para conseguirla… No, no exijo de ti tan rígidas penitencias… mucho más fáciles son las que te pueden reconciliar con Dios, y yo me daría por contento si las practicases… Calla, deja esos tratos ilícitos con que tanto ofendes a Dios; evita esas ocasiones que te hacen caer en pecado; retírate de esa compañía de perdición; no continúes en esas murmuraciones tan dañosas al prójimo; sufre, lleva con paciencia el genio de tu consorte, de tus padres y señores; no desees vengar tus injurias, abrázate con humildad con los trabajos que te envíe el Señor; tolera las molestias de tu pobreza, de tu oficio y de tu empleo; despójate de la vanidad y de la soberbia; arroja esas galas y renuncia las ilícitas y nocivas recreaciones… por último, si tienes un poco de reflexión, conocerás que en estas y otras cosas que tanta repugnancia te cuestan, puedes ir practicando una laudable y útil penitencia… ¡Oh alma mía, aprende aquí una mortificación y penitencia que desconocías, pudiéndote ser tan fácil!… Justo es, Madre mía, que desde ahora comience a remediar tantos males como ha producido mi culpa… Desde ahora os doy palabra de utilizar tantos medios como tengo para la satisfacción… Y no solo lo haré por esto, sino que por vuestro amor esto resuelto a mucho más, con el dictamen de mi confesor, para apreciar así la Sangre de Jesucristo y el fruto de mi redención, y para portarme como siervo vuestro…

 


CONCLUSIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.


 

   ¿Por qué, oh Dios mío, no he de daros las más humildes gracias, cuando en esta breve consideración os habéis dignado comunicar a mi alma los importantísimos conocimientos de unas verdades que tan olvidadas y menospreciadas tenía por mi abandono y necedad? ¿Por qué no he de concluir este saludable ejercicio rindiéndoos las más profundas alabanzas, cuando en él siento haberse encendido en mi corazón la llama del amor divino, que tan amortiguada estaba por un necio desvarío y por una fatal corrupción de mi entendimiento? Y pues que Vos, que sois la verdad infalible y el verdadero camino que conduce a la patria celestial, habéis tenido a bien de comunicar a mi alma los efectos propios de vuestro amor, con los que puedo distinguir lo cierto e indudable que me sea útil a la salvación, y lo falso y mentiroso que me precipitará a mi perdición, por tanto, Señor, quiero aprovecharme desde este momento de tan divinas instrucciones, para caminar con libertad y seguridad entre tantos estorbos y peligros como me presenta este mundo miserable, y de este modo llegar más pronto a unirme con Vos. Consígalo así, Virgen Santísima, para vivir compadeciéndome de vuestros dolores y aflicciones, y cumpliendo la promesa que os hice de ser siervo vuestro. Esta sea mi ocupación, estos mis desvelos y cuidados en este valle de lágrimas, porque así después disfrute en la celestial Jerusalén de vuestra compañía, en unión de tantos fieles Servitas que recibieron ya el premio de vuestros servicios, reinando a vuestro lado por los siglos de los siglos. Amén.



MES DE LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA - DÍA DECIMOTERCERO.

 


Tomado del libro El Servita instruido en el obsequio y amor de su madre María Santísima, o sea, Un mes dedicado y ofrecido a la meditación de los dolores de María, del padre Víctor Perote, y publicado en Madrid por la Imprenta de Eusebio Aguado en 1839.


PREPARACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.

 

   Dios y Señor mío, que por el hombre ingrato os hicisteis también hombre, sin dejar por eso la divinidad, y os sujetasteis a las miserias que consigo lleva tal condición; a vuestros pies se postran la más inferior de todas vuestras criaturas y la más ingrata a vuestras misericordias, trayendo sujetas las potencias del alma con las cadenas fuertes del amor, y los sentidos del cuerpo con las prisiones estrechísimas de la más pronta voluntad, para rendirlos y consagrarlos desde hoy a vuestro santo servicio. Bien conozco, dueño mío, que merezco sin duda alguna ser arrojado de vuestra soberana presencia por mis repetidas culpas y continuos pecados, sepultándome vuestra justicia en lo profundo del abismo en castigo de ellos; más la rectitud de mi intención, y el noble objeto que me coloca ante Vos en este afortunado momento, estoy seguro, mi buen Dios, Dios de mi alma, suavizará el rigor de vuestra indignación, y me hará digno de llamaros sin rubor… Padre de misericordia.

 

   No es esta otra más que el implorar los auxilios de vuestra gracia y los dones de vuestra bondad para que, derramados sobre el corazón del más indigno siervo de vuestra Madre, que atraído por su amor y dulcemente enajenado por su fineza viene a pedir esta merced, reflexione y contemple debidamente sus amargos dolores, y causarla de esta manera algún alivio en cuanto sea susceptible con esta ocupación y la seria meditación de mis culpas. Concededme, Señor, lo que os pido por la intercesión de vuestra Madre, a quien tanto amáis. Y vos, purísima Virgen y afligidísima Reina mía, interponed vuestra mediación para que vuestro siervo consiga lo que pide. Yo, amantísima Madre de mi corazón, lo tengo por seguro de vuestra clemencia; porque sé que todo el que os venera alcanzará lo que suplica, y aunque esté en la tribulación se librará de ella, pues no tenéis corazón para deleitaros en nuestras desgracias, y disfrutáis de tanto poder en el Cielo que tenéis el primado en toda nación y pueblo ¡Feliz mil veces acierto a conseguir vuestras gracias para emplearme en tan laudable ejercicio! Derramad, Señora, sobre mí vuestras soberanas bendiciones; muévase mi alma a sentimiento en la consideración de vuestros santísimos dolores; inflámese mi voluntad para amaros cada vez más. Entonces sí que os podré decir: «Oh Señora, yo soy tu siervo…» (Salmo CXV, 16). Consiga yo, en fin, cuanto os pido, siendo para mayor honra de Dios y gloria vuestra, como lo espero, consiguiendo seguro la salvación de mi alma. Amén.




 DÍA DECIMOTERCERO —13 de septiembre.

 

REFLEXIÓN: DOLOR Y DESCONSUELO DE MARÍA SANTÍSIMA POR ANDAR SU HIJO JESÚS DE HERODES A PILATOS.

 

   Desde el pretorio de Caifás llevaron a Jesús sus enemigos al de Pilatos. Preguntando éste la causa de su prisión, y contestándole aquellos que conmovía a todo el pueblo enseñando desde Galilea hasta aquel lugar doctrinas subversivas, volvió a preguntarles si aquel hombre era galileo, y respondiendo ellos que sí, lo remitió a Herodes, de cuya jurisdicción era (San Lucas XXIII, 5). Este bárbaro juez deseaba mucho la ocasión de ver a Jesús, por la fama tan grande que había oído de él corría, y así al momento que le tuvo en su presencia se alegró infinito; y después de haberle preguntado varias veces e instándole para que a su vista hiciese algún milagro, viendo que no le daba respuesta ni satisfacía su curiosidad, se burló del divino Redentor teniéndole por loco, y mandó le vistiesen con una vestidura blanca, y le devolvió así a Pilatos… ¡Oh mansedumbre la de Jesucristo!… ¡Oh humildad sin comparación!… ¿Qué injurias sufriría el mansísimo Jesús?… ¡Atados sus brazos a la espalda… rodeado de escolta como si fuera un facineroso… que los unos le empujan… que le gritan con dicterios los otros… que estos le escupen y tiran piedras, porque ni aun tal desorden impiden los desapiadados soldados, que aquellos no respiran sino efusión de sangre!… Alma mía, sal a las calles y plazas de aquella ciudad, y mira este paso tan tierno… Repara que ese que es conducido con tanta inhumanidad, es el que, no teniendo culpa, y siendo rey eterno igual al Padre, se ofreció generosamente a padecer la pena que tú tenías merecida. Mírale con detención, si es que puedes sin que te enternezcas y angusties, y sin que derrames abundantes lágrimas de compasión… ¡Ah… no… no lo podrás hacer sin desfallecer de pesar!… Si tal es, alma mía, tu conmoción… si tan sensible y dolorosa esta representación… ¿cuál sería la que experimentaría su Santísima Madre, y tal Madre como María? ¿No es aquí por ventura donde más le ve penar? ¿No es esta ocasión en que ya le mira víctima que comienza a sufrir el torrente del furor y de la rabia?… Acompañada tan afligida Señora de unas piadosas mujeres que, embebidas en los mismos sentimientos de amor y piedad, la seguían y consolaban en cuanto podían, entre las que más se distinguía la Magdalena, andaban inquiriendo con suma diligencia el paradero de su santísimo Hijo… ¡Cuál sería su dolor en este trance… Veía y escuchaba a las gentes que iban y venían de la una a la otra parte… que el Nazareno era remitido de un tribunal al otro, y los malos tratamientos con que le conducían… advertía que algunos, aun de sus mismos enemigos, se apartaban compadecidos de la inhumanidad con que le trataban… Así iban caminando estas santas mujeres con María llenas de pesar y aflicción, cuando advirtieron que las gentes corrían de tropel a entrarse por la calle de más arriba. Preguntan… y las dicen: «por allí llevaban a un reo que era trasladado a otro tribunal, y que según la voz común no escaparía de una muerte cruel y afrentosa». ¿Qué es lo que decís, gentes inconsideradas?… ¿Para qué así os explicáis?… ¡Ah… enmudeced!… ¿No sabéis que esa mujer que miráis tan diligente, con un semblante tan macilento y lloroso, es la Madre de ese que decís van a quitar la vida? Reflexiona atentamente, alma mía, la sensación que haría en María Santísima esta nueva, las representaciones tan lastimosas que la certificaban; porque, aunque la pluma se esfuerce a describirla, nunca llegarán a penetrar lo que tu consideración puede descubrir…

 

 

SENTIMIENTOS Y PROPÓSITOS PARA ESTE DÍA

 

   No encuentra, Virgen tristísima, mi consideración un momento de desconsuelo y aflicción comparable con este, en el cual veis en tan funesta situación a vuestro muy querido hijo Jesús… ¿Qué esperanzas concebiríais, Madre mía, sabiendo era conducido de un tribunal a otro en manos de tan perversa canalla, y en poder de hombres tan desalmados? En la meditación anterior vimos cómo apenas os quedaba alguna, más en la presente le lloráis con justa razón perdido… ¡Ah!… ¡Qué tormento os causarían las pruebas que os daban de ser muy próxima su muerte!… ¡Cuánto la sentiríais!… ¿Pero no me será lícito, Reina de mi corazón, exclamar lleno de júbilo… “Oh muerte dichosa, que librándole de la venganza de sus enemigos y poniendo fin a sus padecimientos, le vas a resucitar más glorioso, y a abrirnos las puertas del cielo que nuestra culpa había cerrado”?… ¡Ojalá que en nuestra muerte permaneciéramos en el estado en que la del Señor nos constituyó!… Quiero decir… ¡ojalá que en aquel trance nos hallásemos dignos de tal herencia por haber conservado con una vida justa la gracia que nos mereció Jesucristo!… Mas los sentimientos únicos que hoy me animan, son solo los de tener siempre presente la importancia de una buena muerte… No, cristiano, no debes ignorar que, en aquella hora, cuando ya se acabó el tiempo de merecer, si te hallas acreedora del Infierno, has de convencerte con claridad del desprecio de los pasos tan costosos que hoy ves dar a tu Dios humanado por tu bien, y de los tormentos y aflicciones que por esta causa oprimen al Corazón de su bendita Madre… ¡Cuánto te importa por esta razón el recordar siempre el momento de tu muerte!… ¡Ah! ¡Nótalo muy bien, y repara las muchas dificultades que se oponen respecto de sus circunstancias!… ¡Qué avisos serán estos para tu bien!… Si reflexionas su incertidumbre en cuanto al tiempo, ¡oh Dios mío!, y cómo puede suceder en acabando de cometer un pecado me sorprenda y traslade al tribunal del Eterno, o bien sea por la mañana o por la tarde, o el día o por la noche, o a los veinte, a los cuarenta, o a los setenta. Si consideras el cómo y adónde… ¿quién te ha asegurado que no morirás o de un accidente, o de una puñalada, o cayéndote un porrazo, o ahogándote, o en la cama, en la calle, en el paseo, en la iglesia, en la visita, etc., según todos los días lo estás presenciando? Si recuerdas, por fin, lo que sirven entonces las riquezas, los honores, las comodidades y la fortuna, hallarás que todo se queda por acá, y que de nada te aprovechan entonces… ¿Qué les ha quedado, si no, a tantos generales poderosos y hombres del siglo, si, aunque por mucho tiempo hayan sido afamados y célebres, el mismo tiempo, que es el padre del olvido, ha depositado en su tenebroso seno las victorias, los aplausos y las conquistas? ¿Qué utilidad le ha resultado al rico orgulloso de sus bienes y cuantiosas sumas, si ahora se quedan por aquí para que los disfruten otros, sin que les fuera posible llevarlos en su compañía? ¿Qué ventajas le han resultado al voluptuoso, al rencoroso, al murmurador, al envidioso y al que tanto aborreció la religión de Jesucristo y sus máximas, de sus vicios y locuras? ¡Oh!… ¡Cuántos en aquella hora desearían no haber cometido tales culpas, y haber dado oído a tantas verdades como les anunciaron los predicadores y libros santos! Con que, de aquí, alma mía, la consecuencia es muy natural. Con que solo en aquella hora te aprovecharán las obras buenas y santas. Con que, si yerras el golpe, entonces tu error es para siempre inevitable. Con que según es la vida así es la muerte. Pues desde ahora, Virgen dolorosísima, he de vivir empleado en tan santo pensamiento. A mí no me asustará, Madre mía, porque estoy seguro de que si vivo bien es el principio de mi felicidad. A mí no me causará pavor como a los que viven olvidados de que ha de llegar, antes, por el contrario, me estimulará para obrar bien, y así después reinar en vuestra compañía para siempre…

 


CONCLUSIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.


 

   ¿Por qué, oh Dios mío, no he de daros las más humildes gracias, cuando en esta breve consideración os habéis dignado comunicar a mi alma los importantísimos conocimientos de unas verdades que tan olvidadas y menospreciadas tenía por mi abandono y necedad? ¿Por qué no he de concluir este saludable ejercicio rindiéndoos las más profundas alabanzas, cuando en él siento haberse encendido en mi corazón la llama del amor divino, que tan amortiguada estaba por un necio desvarío y por una fatal corrupción de mi entendimiento? Y pues que Vos, que sois la verdad infalible y el verdadero camino que conduce a la patria celestial, habéis tenido a bien de comunicar a mi alma los efectos propios de vuestro amor, con los que puedo distinguir lo cierto e indudable que me sea útil a la salvación, y lo falso y mentiroso que me precipitará a mi perdición, por tanto, Señor, quiero aprovecharme desde este momento de tan divinas instrucciones, para caminar con libertad y seguridad entre tantos estorbos y peligros como me presenta este mundo miserable, y de este modo llegar más pronto a unirme con Vos. Consígalo así, Virgen Santísima, para vivir compadeciéndome de vuestros dolores y aflicciones, y cumpliendo la promesa que os hice de ser siervo vuestro. Esta sea mi ocupación, estos mis desvelos y cuidados en este valle de lágrimas, porque así después disfrute en la celestial Jerusalén de vuestra compañía, en unión de tantos fieles Servitas que recibieron ya el premio de vuestros servicios, reinando a vuestro lado por los siglos de los siglos. Amén.


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