“MES DE MARÍA INMACULADA” Por el Presbítero Don Rodolfo Vergara Antúnez. Santiago de Chile. Librería y casa editorial de la Federación de Obras Católicas. 1916.
DÍA QUINTO: 12 de noviembre.
CONSAGRADO A HONRAR LA PRESENCIA DE MARÍA EN EL TEMPLO.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Tres años habían pasado desde el día del nacimiento de María, cuando el prematuro desarrollo de su razón advirtió a sus ancianos padres que había llegado la hora de la separación, dando cumplimiento al voto que habían hecho de consagrar a Dios el primer fruto de su matrimonio.
Con el corazón partido de dolor, los dos ancianos esposos tomaron el camino de Jerusalén para depositar en el templo el tesoro más caro de sus corazones, el consuelo de su vejez y el último embeleso de su hogar tanto tiempo solitario. Entre tanto, María deja alegre y contenta aquel hogar querido, porque si amaba tiernamente a sus padres, suspiraba por vivir en la amable soledad del santuario para consagrarse a Dios. Largos le parecían los caminos que veía serpentear a través de las montañas y llanuras, y cuando, desde el fondo del valle, vio levantarse las altas cúpulas que protegían la santa casa del Señor, su tierno corazón se derretía en santos afectos y palpitaba de la más dulce alegría.
¿A dónde vas, tierna niña, cuando apenas despunta en ti la alborada de la vida? ¿Por qué tan presto abandonas el techo de tu hogar y el regazo y las caricias de tu madre? ¿Por qué te desprendes de sus brazos amorosos para entregarte en manos de personas desconocidas, en las cuales no hallaras la ternura maternal? —“El pájaro, encuentra abrigo, responde, y la tórtola su nido: y yo tímida paloma, voy a buscar mi nido en los altares del Señor.” —Oigo una voz que me habla al corazón y me dice: “Hija mía, olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre, y el Rey se complacerá en tu belleza.” “Yo voy en seguimiento de mi amado, porque Él es todo para mí, y yo soy todo para Él”.
Colocada la hermosa niña a la sombra del santuario del Dios de Israel, solo se ocupó en prepararse para desempeñar la más augusta misión que se haya confiado a humana criatura. Puesta en manos del Sumo Sacerdote, subió en compañía de los ángeles los escalones del santuario y se incorporó entre las vírgenes de Sión. Tierna planta que crecerá al abrigo del mundo, fecunda por el calor de la caridad divina y regada por manos de los ángeles.
Hay en el mundo ciertas almas privilegiadas a quienes Dios llama al retiro y a la amable soledad del claustro. Con mano amorosa las escoge entre la multitud, las segrega del mundo y las conduce al silencio de su templo y de su casa para hacerlas sus esposas.
Esas almas comienzan a sentir entonces un vacío que no pueden llenar los más dulces placeres y los más agradables pasatiempos de la vida. Atraídas por un encanto irresistible, suspiran por la soledad y buscan en su seno la paz y el gozo que les niega el mundo, y como tímidas palomas, atraídas por el perfume del incienso, forman su nido en las grietas del santuario. Allí Dios les habla al corazón, y al escuchar su voz dulcísima, cortan todos los lazos que la ligan al mundo y se entregan por entero a su servicio.
Dios quiere victimas sin mancha, y no los restos despreciables, sino las primicias del corazón. No querer pertenecer a Dios desde temprano, es exponerse a no pertenecer nunca, porque esa dilación voluntaria y culpable lo aleja de las almas y acaso para no volver a tocar la puerta que no se abrió a sus primeros toques.
EJEMPLO
María Virgen Clemente.
Santa María Egipcíaca, célebre penitente que hace recordar en sus extravíos y penitencia a la pecadora del evangelio, debió a María su maravillosa conversión. Diecisiete años hacia que esta joven disoluta llevaba en Alejandría una vida de escándalos, cuando se embarcó un día para Jerusalén entre muchos cristianos que iban a celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Allí continuo en sus desordenes sin tener consideración que se hallaba en el teatro mismo en que se operó la redención del mundo. Pero un día en que los fieles entraban en el templo para adorar la Santa Cruz, quiso ella seguirlos, pero sin intención de ejecutar un acto de cristiana piedad. Era allí donde la divina misericordia la aguardaba para torcer el rumbo de esta barca rota, que fluctuaba en medio de la tempestad mundana. Cuando intentó penetrar en la Iglesia, sintió que una mano invisible la detenía, y cuanto mayores eran sus esfuerzos, tanto más poderosa era la fuerza que la detenía.
Este prodigio abrió los ojos de la pecadora, y comprendió que sus enormes delitos la hacían indigna de ver y adorar el sagrado madero en que Jesucristo obro nuestra redención. Una luz interior iluminó todo su pasado y se presentaron a su mente todas sus culpas como un escuadrón de espectros infernales. Confusa, avergonzada de sí misma y deshecha en lágrimas, alzo la vista al cielo, y vio una imagen de María que coronaba la fachada del templo. Se acordó entonces, que en los años de su inocencia, había oído decir que María era Madre de Misericordia, y exclamo en medio de sus sollozos:
“¡Tened compasión de esta infeliz criatura, oh vos que sois el refugio de los pecadores! Pues siendo yo la mayor de todas, tengo particular derecho a vuestra protección. No merezco que Dios derrame sobre mí las gracias que derrama hoy sobre tantas almas fieles que se aprovechan de la sangre de Jesucristo; pero a lo menos, no me niegues el consuelo de ver y adorar en este día el sacrosanto madero en que mi dulce Redentor obro la salvación de mi alma. Yo os prometo, Señora, que despues de este favor, me iré a un desierto a llorar mis pecados por el resto de mi vida, y a perder en la soledad hasta la infeliz memoria del mundo a quien he servido”.
Animada entonces de una dulce confianza, entra a la Iglesia sin resistencia; y postrada de nuevo a los pies de la Santísima Virgen, le pide que sea su conductora en el camino de la salvación. No bien había terminado su oración, cuando oye, como de lejos, una voz que le dice: “Pasa el Jordán, y hallarás descanso”.
Salió entonces de la ciudad, llevando tres panes por toda provisión. Llegó al anochecer a las orillas del Jordán, y pasó toda la noche orando en una iglesia dedicada a San Juan Bautista. A la mañana siguiente purifico su alma en las aguas de la penitencia, recibió la sagrada Eucaristía y pasó el rio en una embarcación que halló en la ribera. El desierto la recibió en sus impenetrables soledades y la oculto durante cuarenta y siete años a las miradas del mundo. Allí no tuvo más sustento que raíces silvestres, ni más compañía que las aves del cielo. La oración y la penitencia eran sus ocupaciones y su delicia, las lágrimas su pan de cada día, y los recuerdos del mundo y las sugestiones de la concupiscencia sus implacables enemigos.
Dios permitió que al morir recibiese la visita de San Zósimo, primera y única persona a quien vio durante los años que vivió en el desierto. De su mano recibió el viático de los moribundos, despues de haberle rebelado los secretos de su conversión y de su vida penitente para edificación del mundo y eterno testimonio de la misericordia de María.
JACULATORIA
Ven a mi amparo, Señora,
que un pecador os implora.
ORACIÓN
¡Oh María! Al considerar vuestra pronta, entera e irrevocable consagración, en los más tiernos años de vuestra vida, al veros como la paloma, ir a construir vuestro nido en el silencio de la casa del Señor y lejos de la Babilonia del mundo, venimos a suplicaros, os dignéis despertar en nosotros el deseo de imitaros en vuestra entera consagración al servicio de Dios, esposo y padre de nuestras almas. Los años de nuestra vida, han transcurrido, Señora nuestra, en la disipación y en la tibieza, dividiendo nuestro corazón entre Dios y el mundo y acaso dando a éste la mejor parte. ¡Cuántas veces hemos desoído los llamamientos divinos y seguido las inspiraciones de nuestro amor propio y las sugestiones del demonio! ¡Cuántas veces Jesús ha venido a tocar la puerta de nuestro corazón en solicitud de un recibimiento amoroso, y lo ha encontrado sordo a sus clamores y ocupado en afectos terrenos y miserables!
¡Ah! Señora nuestra, vos que sois nuestra guía y maestra, nuestra modelo y protectora, dignaos inspirarnos un amor ardiente a Dios para consagrarnos desde hoy a su servicio, ahogando todo afecto que no le tenga a Él por principal objeto. No más afectaciones puramente terrenas, no más horas perdidas en vanos intereses, no más pensamientos pecaminosos, no más entretenimientos inútiles, no más amor por las riquezas, honores y deleznables placeres del mundo. Yo quiero seguiros, dulce Madre, y penetrar con Vos en el santuario del Dios de las virtudes y buscar allí mi reposo y mi morada para no pensar ya en otros intereses que en los de mi santificación. Y ya que no se me da morar con vos en la soledad y apartamiento del mundo, permitidme al menos hacer de mi corazón un santuario de virtudes y de mi alma una morada del Dios vivo, para disfrutar allí de las dulzuras que están reservadas a los felices moradores de la soledad y a los fieles servidores del Señor. Amén.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe, sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1—Hacer una fervorosa comunión espiritual pidiendo a Jesús, por la intercesión de María que nos conceda un intenso amor a Dios.
2—Abstenerse, por amor a María, de toda palabra de murmuración o de crítica.
3—Hacer un cuarto de hora de lectura espiritual.
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